Asylum

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Capítulo Doce

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Dan gritó, sorprendido. Con el resplandor de una nueva linterna, no podía ver quién lo había agarrado. Creyó que su corazón iba a estallar.

—¡Ey! ¡Relájate! Alguien podría lastimarse aquí.

Era Joe, el prefecto pelirrojo de charla introductoria.

Rayos. Dan sintió una gota de sudor bajando por su sien.

—¿Un cartel y un gran candado en la puerta no fueron suficientes? ¿Cómo entraron, de todos modos? Salgan, aquí no es seguro. Hay daños causados por la humedad en todas partes. Por no hablar de las ratas.

Dan tragó con dificultad.

—No había… Nosotros no…

—¿No qué? ¿No pensaron? Ahora vamos, salgamos de aquí —Joe se volvió y, en un abrir y cerrar de ojos, Dan sacó la ficha de Dennis Heimline y la guardó en su bolsillo.

—Rayos —se quejó Jordan—. Estoy frito.

—Yo me encargo —susurró Abby—. Solo síganme la corriente, ¿ok?

¿Cómo podía estar tan calmada? Las manos de Dan temblaban y estaba sudando a mares. Él

no era así. No se metía en líos. Él leía, estudiaba y seguía las reglas. ¿Quién era esta persona que entraba en lugares que no debía y robaba cosas?

Joe esperó a que todos pasaran por la abertura en la pared, apuntando la linterna directamente a sus pies. Cuando Dan se irguió del otro lado, Abby parecía estar frotándose con fuerza los ojos, cubriendo su rostro de polvo.

—¿Está bien? —le preguntó Dan a Jordan en voz baja.

Jordan se encogió de hombros.

El prefecto les indicó que pasaran al área de recepción. Mientras los arreaba de vuelta al pasillo de la planta baja, Dan trató frenéticamente de pensar alguna forma de simular que todo esto era parte del trabajo que iba a hacer para la clase de la profesora Reyes. Todas las excusas sonaban inverosímiles. Joe se detuvo en la puerta para volver a colocar el candado y dijo:

—Bueno, esto es lo que va a suceder. Voy a…

De pronto, Abby se echó a llorar.

Inmediatamente, Jordan la abrazó y ella se dejó caer sobre él.

—L-lo s-sentimos tanto, Joe —gimió, limpiándose las lágrimas, que habían dejado surcos en su rostro cubierto de polvo. N-no quisimos r-romper ninguna regla. Solo t-teníamos tanta curiosidad… Por favor… ¡Lo siento t-tanto!

A Dan le pareció demasiado melodramático y, por la expresión de Joe, a él también. Pero entonces, Abby inhaló profundamente y dejó escapar el llanto más crudo y desgarrador que jamás había escuchado. Joe pareció conmocionarse y Dan pudo ver cómo su autoridad se iba desmoronando. Estaba pensando en la clase de monstruo que sería si la delataba.

—Todo estará bien —dijo Dan suavemente, acariciando el hombro de Abby—. Todo estará bien…

—Por el amor de… Solo no lo vuelvan a hacer, ¿está bien? Lo digo en serio. No lo hagan —Joe apuntó la linterna hacia sus rostros, uno por uno. Abby asintió con vehemencia cuando la luz la alumbró—. Vuelvan a sus habitaciones.

Ahora.

Y se marchó, murmurando entre dientes.

—¡Qué Natalie Portman ni qué nada!

Eso fue increíble —susurró Jordan cuando ya no veían a Joe. Entonces se volvió y tomó a Abby en sus brazos, haciéndola girar en el aire—. Un momento digno de los

Oscars, sin duda.

—Gracias —dijo ella, limpiándose las últimas lágrimas con el dorso de la mano. Sin más, se dirigió a las escaleras—. Eso estuvo demasiado cerca.

—¿Cerca? Estuvo más que cerca. Nos

atraparon —dijo Dan. Se sentía como si estuviera saliendo a la superficie desde las oscuras profundidades de un pantano. Y pensar que había estado en una cita con ella solo algunas horas antes. Una agradable cita

normal…

Llegaron a la puerta de la habitación de Abby.

—Por Dios, necesito una ducha —dijo ella. No sonaba ni un poco alterada.

A Dan la ducha le pareció una idea genial. El polvo y la suciedad que se habían depositado sobre su piel le daban comezón y, cuanto más lo pensaba, más le picaba. Pronto estaría frotándose con agua y jabón, pero quería hablar con Abby una última vez antes de volver a su cuarto. Miró a Jordan, tratando de hacerle entender con los ojos que quería despedirse de ella a solas.

—Bueno, después de esto —dijo Jordan sin aliento— necesito ir a rezar. Mucho. Rezaré a todos los dioses que existan para agradecerles que no me hayan expulsado.

Se marchó trotando escaleras arriba, con una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo su confiable dado. Dan lo escuchó silbar una cancioncilla mientras subía; la melodía iba flotando cada vez más arriba, hasta que dejaron de oírla.

Cuando estuvo seguro de que estaban solos, Dan dijo:

—La pasé muy bien esta noche. Antes de que nos atraparan, obviamente.

—Sí —respondió Abby. Pero estaba distraída. Su mirada se dirigió primero a uno de los hombros de Dan, luego al suelo y, finalmente, a sus ojos—. Yo también me divertí.

—Lamento que nos hayan descubierto y que tuvieras que llorar… Pero estuviste increíble, en serio. Hubiéramos estado en grandes problemas sin ti.

—No fue nada —se encogió de hombros. Y bruscamente dijo—: Te veré en la mañana, Dan, ¿sí?

Asintió demasiado rápido, arruinando sus intenciones de proyectar una actitud relajada.

—Sí, claro. Que duermas bien, Abby. Sé un árbol.

Ambos rieron nerviosamente y miraron sus pies. Lo que hubiera habido entre ellos más temprano esa noche (si es que había habido algo), ya no estaba ahí. Claro que, considerando los hechos, ¿cómo podría estarlo?

—Ok, buenas noches.

Abby se despidió con un gesto de la mano y entró en su habitación. Tenía una pelusa en el cabello. Debería habérsela quitado.

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