Asylum

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Capítulo Trece

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Dan estaba agotado. Cuando comenzó a subir las escaleras no podía creer que solo fueran pasadas las diez. Pero su deseo más apremiante no era dormir. Con cada paso, sentía que su energía aumentaba. ¡Tenía una ficha acerca de El Escultor! ¡Y la pequeña carpeta de cuero para revisar! Cuanto más se acercaba a su habitación, más crecía su ansiedad.

Se sintió aliviado de que Félix no hubiera vuelto. Quería examinar en privado las cosas que traía. Sacó la ficha y la carpeta y las puso sobre el escritorio. El contacto con ellas era repulsivo. La pestilencia del sótano y la comezón lo hacían sentir sucio. Pero no podía detenerse. Primero echó un vistazo a la ficha.

Heimline, Dennis. Alias: El Escultor

Nacimiento: 1935

FDI: 15/5/1965

Motivo de ingreso: Asesino en serie

Homicida: S

Recuperado: S

¿S?

Dan se sorprendió con la última línea. Un asesino en serie… ¿

recuperado? ¿Cómo? ¿Cómo podrían siquiera saberlo?

Entonces, otra cosa le llamó la atención. En el extremo inferior derecho de la ficha había tres números escritos a mano: 361. Y de pronto, Dan estaba arañándose los hombros, intentando quitarse la comezón. La ficha estaba sobre el escritorio, igual que antes, pero el

361 parecía brillar.

Tranquilízate, Dan. Realmente necesitaba calmarse. Darse una ducha. Pero antes, tomó la ficha y la carpeta y las escondió en el cajón.

Con el director.

Permaneció bajo la ducha por un largo tiempo. Jung tenía un modo de referirse a las coincidencias que a Dan siempre le había gustado. Básicamente decía que cuando las personas encontraban una conexión significativa entre dos momentos (una coincidencia), el vínculo no se debía a que un hecho condujera al siguiente, sino a que el cerebro de las personas siempre está estableciendo relaciones.

El Escultor

era el paciente 361. Su descubrimiento no podía tratarse de una coincidencia. Era una conexión.

En su apuro por volver a la habitación, Dan se secó y se vistió con torpeza.

Tomó la carpeta y hojeó los papeles que estaban en su interior. Facturas… evaluaciones de empleados… Dan le dio un vistazo rápido a todo, pero no se detuvo en nada, hasta que llegó a un trozo de papel doblado. La hoja estaba rota, como si la hubieran arrancado de un cuaderno o un diario. La página estaba cubierta con notas escritas a mano, con letra cursiva, densa.

Se sentó en la cama y comenzó a leer.

propia naturaleza de su enfermedad continúa desconcertándome y desconcertándonos a todos. ¿Cuál es el origen de esta anomalía? En todas partes observamos plantas, animales, sistemas con un núcleo. Cada flor tiene su semilla. Cada animal, su corazón. Cada obra maestra, su inspiración. Sin embargo, no puedo encontrar las respuestas que busco. Existe una raíz, en algún lugar de su cerebro, una raíz retorcida que germina locura y malicia. La encontraré. Sin importar el precio, sin importar la dificultad, la encontraré. Viviré una vida verdaderamente extraordinaria. Mis colegas sin duda me condenarán, metafóricamente, pero yo les digo: adelante. Dejando de lado la legalidad, la moralidad y la compasión, voy a extraer la locura desde su oscura raíz y dejaré un legado que ningún hombre, por más puritano que sea, pueda criticar.

Una vida verdaderamente extraordinaria. Esto es lo que la humanidad se merece. No una vida corriente, ni siquiera una vida normal; una vida en la que la genialidad no sea una anomalía sino una expectativa.

Pero para lograrlo

Y ahí terminaba la página. Dan le dio la vuelta, sabiendo perfectamente que el otro lado estaba en blanco, pero queriendo saber más, mucho más. Fuera de contexto, sin una firma, el papel no era suficiente.

La persona que lo había escrito sin duda estaba hablando de curar a alguien que estaba demente. Y mencionaba algo diferente, algún tratamiento nuevo que solo él podría descubrir. La cabeza de Dan comenzó a trabajar a toda velocidad. No se trataba de las cavilaciones de un médico cualquiera de Brookline; tenían que ser las ideas del director. Y no de cualquier director. Si se dejaba guiar por el entusiasta de las conspiraciones Sal Weathers, se trataba de «el director», el que había cambiado la historia de Brookline y había rehabilitado a un asesino en serie.

Releyendo la página del diario, Dan admiró la gran visión del director. Este hombre estaba dispuesto a intentar algo revolucionario para curar la demencia. Se atrevía a ser diferente, a desafiar el

statu quo. Incluso si lo marginaban a causa de eso. ¿No era Dan un poco así? ¿No despreciaba la opinión popular y aspiraba a más?

Pero la nota no se trataba solo de promover la inteligencia, pensó, sino de algo un poco más siniestro.

La genialidad es una expectativa. La genialidad estaba muy bien y todo eso, pero no era algo a lo que se podía

forzar a la gente, ¿o sí? Además, ¿qué clase de tratamiento podría lograr algo así? ¿Qué podría poner una

S junto a Recuperado?

Se recostó sobre su almohada y trató de llegar a alguna conclusión. La horrible fotografía del paciente que forcejeaba. Este papel escrito por el director acerca de un loco. Los correos electrónicos sobre el paciente 361. El Escultor. Todo parecía llevar a algo, pero ¿a qué?

Dan tomó su computadora. Cuando volvió a visitar el sitio web de Sal Weathers e hizo clic donde decía «Contacto», solamente estaba buscando una dirección de correo electrónico. Pero el bueno de Sal había puesto toda su información y a Dan le sorprendió encontrar una dirección que no solo estaba en New Hampshire, sino en

Camford.

—Apuesto a que es uno de los solicitantes que mencionó la profesora Reyes —murmuró Dan. Ahora tenía sentido que Sal Weathers estuviera tan comprometido con la catalogación y publicación de la sórdida historia de Brookline: probablemente esperaba lograr que tiraran abajo el lugar.

Parte de Dan deseaba que Sal viviera al otro lado del país o en Camboya, para que la tentación de visitarlo no fuera tan fuerte. Pero todo conducía a una reunión con este hombre y Dan no iba a ignorar un mensaje del universo.

—Entonces, es oficial —le dijo a la computadora—. Estoy obsesionado.

Estaba de pie en una celda, esperando. Finalmente, entró un grupo de médicos; todos llevaban mascarillas y batas. Dan esperaba que lo lastimaran, pero no parecían estar enterados de que estaba allí. Permanecieron de pie, hablando y haciendo anotaciones en sus cuadernos.

Entonces, Dan oyó que alguien gritaba. Dos celadores entraron en la habitación, arrastrando a una niña entre ambos. Apenas debía tener diez años y su rostro le resultaba familiar; estaba pálida, asustada y tenía los ojos muy abiertos.

—Muy bien, señores; comencemos nuestro trabajo con ella.

Ante el sonido de su propia voz, Dan se despertó con un sobresalto. Ni siquiera en sus sueños podía escapar.

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