Asylum

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Capítulo Catorce

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Por lo general Abby llegaba antes que él al comedor pero, a pesar de que se había acostado tarde y había dormido mal, Dan no vio señales de ella ni de Jordan mientras se ubicaba en la fila para el desayuno.

Apiló papas, huevos y unas tiras de tocino sobre su plato y tomó un tazón con cereales del final del bufet antes de dirigirse a su ubicación habitual, una mesa circular junto a las ventanas más alejadas. Mientras terminaba de comerse los huevos y el tocino, observó a otros estudiantes que iban entrando, pero Abby y Jordan no aparecieron. Comenzó a comer el cereal, tomándose su tiempo.

A medida que los minutos transcurrían y seguía sin haber señales de sus amigos, fue tomando cada vez más consciencia de que era el único estudiante que se encontraba comiendo solo. Estaba acostumbrado a eso en su escuela, pero aquí parecía que llamaba la atención; se sentía desnudo sin sus amigos.

Finalmente divisó a Jordan, quien se veía peor de lo que Dan se sentía, si eso era posible.

—Hola —dijo el chico, sentándose con un ruido sordo. Tenía grandes ojeras detrás de sus lentes.

—¿Te encuentras bien? Te ves algo cansado…

—Estoy bien —respondió bruscamente.

Dan volvió a mirar las puertas. Abby sabría cómo arreglar esta situación.

—Aparecerá cuando aparezca —dijo Jordan—. ¿No puedes esperar siquiera un segundo para verla? —mordió un panecillo como si este lo hubiera insultado.

¿

Qué demonios?

—¿Estás bien, Jordan? —se arriesgó a preguntar Dan, sabiendo que podía atacarlo nuevamente.

—Estoy

bien; Dios mío, ¿qué es esto?, ¿la Inquisición? ¿Ahora trabajas para mi padre, o qué? —el panecillo estaba agonizando, dolorosamente ahogado por la mano de Jordan. Un trozo se desprendió y cayó en su plato de cereales. Él lo pescó con sus uñas carcomidas.

Cayeron en un juego incómodo de mirar hacia cualquier parte excepto el uno al otro. Dadas sus opciones, que Jordan lo atacara nuevamente o comer su cereal, Dan optó por el cereal. ¿Seguiría enojado por lo de la noche anterior?

Faltando cinco minutos para que el comedor cerrara, Abby finalmente hizo su aparición. Corrió a la fila para la fruta y el cereal y tomó un plátano y un yogurt. Su carácter alegre había desaparecido. Tenía los ojos cansados, como si le pesaran los párpados, y su bella tez olivácea estaba cenicienta.

Se sentó con un «Hola» rápido y comenzó a comer sin decir otra palabra.

—Hola —dijo Jordan—. ¿Estás enferma o algo? Te ves terrible.

—¿De qué hablas? —respondió Abby, lanzándole una mirada asesina.

—Nada, solo decía que te ves

radiante. ¿Estás usando maquillaje nuevo?

—Sí, porque sarcasmo es exactamente lo que necesito en este momento.

Dan intentó suavizar el ambiente.

—Bueno, bueno… parece que alguien se levantó de la camilla con el pie izquierdo.

Al instante deseó haber mantenido la boca cerrada. Abby lo miró con ojos brillantes de furia. Dejó caer la cuchara en el plato, salpicando yogurt por toda la bandeja.

—En realidad, Dan,

había algo importante de lo que quería hablarles. Pero supongo que tendrá que esperar.

Acto seguido, tomó su bandeja y se retiró.

—Felicitaciones —dijo Jordan—. Debe haber sido la relación más corta de la historia del universo —terminó su panecillo destrozado—. De hecho, como todavía ni siquiera eran técnicamente una pareja, seguramente será uno de esos encantadores casos de «muerte silenciosa».

Quel dommage.

—¿Qué…? ¿Qué demonios les hice para que se enfadaran tanto?

Pero Jordan ya se estaba yendo y Dan terminó hablándole a su espalda.

Su humor empeoró en clase, cuando la profesora puso un documental que él ya había visto, por lo que estuvo dos horas sentado en la oscuridad, distraído, sin que su cerebro captara una sola palabra de la película, mientras recordaba los eventos del desayuno. Quizá no era justo esperar que Abby fuera alegría y margaritas todo el tiempo. Todo el mundo tenía derecho a tener un mal día de vez en cuando. Era posible que hubiera recibido otro mensaje desalentador de su hermana. Cualquiera que fuera la razón, decidió que no debía darle tanta importancia. Abby le contaría lo que le sucedía cuando estuviera lista, y él estaría allí para escucharla. No iba a dejar que un mal desayuno arruinara su relación.

Con un plan razonable en mente, Dan sintió que su ánimo mejoraba mientras volvía a Brookline. Ni Jordan ni Abby habían mencionado nada acerca del almuerzo, así que pensó que lo mejor sería estudiar un poco. O bien, se le ocurrió, podía cumplir la promesa que se había hecho a sí mismo de visitar a Sal Weathers, y se llenó de ansiedad. Tendría tiempo más que suficiente si se apuraba.

Félix estaba en la habitación cuando Dan llegó. Se encontraba, como siempre, frente a su computadora. Parecía que estaba visitando un foro acerca de físicoculturismo (quién lo hubiera dicho), y Dan notó que su compañero estaba bebiendo algo llamado Fuerza Muscular. A juzgar por el tipo fornido y aceitado de la botella, debía ser alguna variedad de batido de proteínas envasado. No era la dieta habitual de Félix pero, a decir verdad, hacía solo una semana que Dan conocía al chico. De todas maneras, le dio la impresión de que se veía más musculoso que cuando habían llegado. Sus hombros parecían haberse ensanchado, de alguna manera. A lo mejor, después de todo, los batidos de proteínas sí funcionaban.

—Hola —dijo Dan, dirigiéndose a su propio escritorio.

—Hola —terminando la bebida, Félix aplastó la botella plástica con la mano y la arrojó por encima de su hombro. Dan observó azorado cómo caía directamente dentro del bote de la basura que estaba detrás de él.

—Buen tiro —dijo Dan, intentando disimular su sorpresa.

Un sobre blanco lo esperaba sobre el teclado de su computadora. Su corazón comenzó a latir más rápido. ¿Sería de Abby? ¿Una disculpa, o tal vez una invitación para ir a alguna parte a hablar?

—¿Viste quién trajo esto? —preguntó Dan, abriendo el sobre.

—No, estaba aquí cuando llegué. Supuse que tú lo habrías puesto ahí antes de irte a desayunar.

—Rayos. Debo haber olvidado ponerle llave a la puerta esta mañana —dijo Dan. Era difícil acostumbrarse a eso. De todas maneras, podría jurar que había cerrado bien.

—Eso es alarmante —respondió Félix, sin quitar la mirada de la pantalla de su computadora—. Por favor, no dejes que suceda nuevamente.

—Lo siento, no volverá a pasar.

Dentro del sobre, Dan encontró una tarjeta simple de papel grueso. Sobre ella había una sola línea, escrita a mano con caligrafía enmarañada, una única pregunta…

P: ¿Cómo matas a una Hidra?

Eso era… inquietante. Dan dio vuelta la tarjeta.

R: Con un golpe directo al corazón.

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