Asylum

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Capítulo Diecisiete

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A la mañana siguiente ya era el día de elegir nuevas clases, lo que significaba que Dan ya había estado en el curso durante una semana completa. En cierta forma, no podía creer que hubiera pasado tanto tiempo pero, en general, sentía que había pasado mucho mucho más…

Dan había planeado esperar a Abby y a Jordan en el edificio administrativo para ver si había alguna clase que quisieran tomar juntos, pero cuando llegó ahí vio que Abby ya iba de una mesa a otra en el área del Departamento de Arte. Lo saludó con la mano desde lejos y continuó su camino. Dan sintió una punzada de rechazo, pero la reprimió.

—Tal vez me pasé de la raya anoche.

Era Jordan. Agarró a Dan y lo llevó a la mesa de Matemática Teórica.

—¿

Tal vez? —preguntó Dan.

—Sí, sí, ya sé que estás de su lado —comenzó Jordan—, pero te juro que estaba cuidando las espaldas de ambos. Aquí entre nosotros, he visto a chicas como Abby atravesar por este tipo de crisis de identidad. Toda esta historia acerca de su «tía» se le pasará, ya verás.

—Eso no suena exactamente a una disculpa —dijo Dan. Y, en cualquier caso, ¿qué había querido decir Jordan con «chicas como Abby»?

—Está bien —Jordan avanzó lentamente hacia la mesa del profesor, donde lo esperaba la solicitud de inscripción—. Escucha: Abby es genial, la quiero y todo, y si este asunto de su tía resulta ser verdad, me sentiré avergonzado. Es solo que no puedo involucrarme en ese drama en este momento. Estoy aquí para estudiar matemáticas, no para una loca cacería imaginaria de fantasmas. Sin embargo, podría haberlo manejado mejor, eso está claro. Como sea, lo que estoy tratando de decir es que lamento haberme comportado como un idiota anoche. Y acerca de lo de la Hidra, probablemente sea como tú dijiste: simplemente Joe comportándose como imbécil.

—No pasó nada —respondió Dan, encogiendo los hombros.

—¿Estás seguro?

—Seguro.

—Muy bien.

Ya habían llegado al principio de la fila y Jordan puso su nombre en la solicitud con un garabato minúsculo, digno de un auténtico matemático.

—Voy a inscribirme en Literatura Alemana del siglo XX —dijo Dan.

Jordan se puso un dedo en la boca e hizo un sonido como si se estuviera atragantando, luego sonrió y se alejó en dirección opuesta.

No fue sino hasta el final de la mañana, después de esperar en fila tras fila, que Dan aceptó la triste verdad: no habían elegido ni una sola clase donde estuvieran los tres juntos. Se abrió paso entre los estudiantes que estaban afuera y, finalmente, encontró a Abby, que estaba terminando una conversación con algunas personas que él no conocía. Esperó a un lado hasta que ella lo vio, entonces se despidió de sus otros amigos con un gesto de la mano y se acercó a Dan, e inmediatamente comenzó a hablar acerca de todas las clases nuevas que estaba ansiosa por tomar. Retrato Avanzado, Impresionismo, Ilustración de Novelas Gráficas. Finalmente, Jordan los encontró y su lista de clases les resultó igual de extraña: Cálculo de Variables, Análisis Real y Complejo… Dan podía calcular el cero en una ecuación, pero eso iba mucho más allá de una comprensión básica de los números. Se quedó mirando su propia lista: Historia, Literatura, más Historia… No había ninguna coincidencia.

Mientras hablaban, Dan notó que por más amistosa que sonara la conversación para alguien de fuera, Abby no había mirado ni una vez a Jordan y Jordan dirigía constantemente sus bromas a Dan. Era difícil negarlo: en un lapso de unos pocos días, unas pocas

horas, en realidad, toda su dinámica relajada había cambiado. ¿Es así como se sentía siempre tener relaciones cercanas con las personas?

Las nuevas clases significaban una rutina distinta, así que Dan iba de edificio en edificio, con el mapa en el bolsillo, reaprendiendo su ruta diaria. Casi no veía a Jordan ni a Abby. Ni siquiera tenían el mismo horario para almorzar. Es cierto que seguían encontrándose para cenar todas las noches, pero las conversaciones estaban llenas de chistes internos de sus diferentes clases y de historias que los otros dos «tenían que estar ahí» para entenderlas. Jordan había dicho que se había disculpado con Abby, y el hecho de que todavía pudieran sentarse a la misma mesa parecía probarlo. Pero ella lucía distante y evitaba claramente mencionar a su tía. Dan se preguntaba si todavía planeaba volver a la oficina del director. En lo personal, no tenía ningún deseo de regresar jamás.

El viernes por la noche, Dan llegó al comedor y encontró a Jordan esperando en su mesa habitual. Había tres blocs de notas tamaño oficio con hojas amarillas sobre la mesa junto a su bandeja, todos cubiertos con sus garabatos desordenados.

Al acercarse, Dan pudo ver que los garabatos eran números y ecuaciones, la clase de ecuaciones que tenían tantas letras que parecían versos. Jordan no pareció notar a Dan y permaneció inclinado sobre uno de los blocs, moviendo su mano a la velocidad de la luz a través del papel.

—¿Tarea? —preguntó Dan, mientras se sentaba frente a él. No recordaba haber visto a Jordan trabajando fuera de clase, mucho menos un viernes por la noche.

—Podría decirse —Jordan se rascó la sien derecha con el extremo del bolígrafo—. Uno de mis profesores mencionó un problema que se supone que es imposible de resolver. Pero la cuestión es que aún no existen pruebas que

demuestren que es irresoluble. Así que estoy buscando ya sea las pruebas o la solución, lo que suceda primero. Podríamos llamarlo un proyecto especial.

—Podríamos llamarlo TOC —Dan lo dijo como una broma, pero Jordan levantó la cabeza de golpe y su cabello rebelde rebotó en todas las direcciones.

—¿Disculpa?

—Nada —dijo Dan rápidamente.

El chico volvió a inclinarse muy concentrado sobre el papel. Más tarde, con la cena en pleno auge y Jordan que prefería la compañía de los números a la de Dan, llegó Abby. Fue hacia las ensaladas y luego buscó un jugo de naranja, pero en lugar de sentarse con ellos, fue hacia una mesa cercana, donde estaban los artistas. Internamente Dan los llamaba «los artistas», porque fumaban compulsivamente, se vestían como extras de Broadway y usaban lentes de abuela, aunque probablemente solo uno de cada cinco realmente los necesitara. Jordan también los había notado, aparentemente, a pesar de estar metido hasta las narices en las matemáticas.

—Se creen lo máximo —dijo.

—No sabía que Abby pasaba tiempo con ellos —dijo Dan con desagrado. Sonaba y se sentía como si estuviera en la escuela; era tan estúpido. «Nosotros» contra «Ellos». Los marginados contra los populares.

—Hola —dijo Abby, cuando finalmente se acercó. Se sentó y colocó un cuaderno de bocetos en el asiento junto a ella—. Solo estaba mostrándoles algunos de mis nuevos trabajos a Ash y Parches.

—¿

Parches? —dijo Jordan, levantando la vista.

—Sí, Parches. ¿Algún problema?

Socorro.

—No —Jordan resopló, pero tan bajo que pareció que había tosido. Volvió a concentrarse en sus blocs—. Ningún problema.

Abby cambió de posición y se sentó con una pierna doblada bajo su cuerpo. A pesar de su rostro ansioso y las flores de papel entrelazadas en su cabello, se veía afligida. A Dan se le hizo un nudo en el estómago cuando dijo:

—Estaba pensando que esta noche podría ser la noche. ¿Qué opinas? ¿Tienes ganas de husmear un poco?

—No lo sé. Ha sido una semana bastante larga —Dan deseaba que nunca hubieran ido a la sección antigua. De alguna forma, los estaba cambiando. Estaba cambiando a

Abby—. Esperaba que pudiéramos ver una película o hacer algo tranquilo. Además, si nos atrapan otra vez…

—No nos atraparán —dijo Abby rotundamente, ignorando el resto de lo que él había dicho. Comenzó a comer su ensalada, tan rápido que Dan no creía que pudiera saborearla—. Entonces, ¿qué dices?, ¿nos vemos al pie de la escalera a las once? —dejó de atacar la comida para mirarlo, decidida.

—Ehhh… No estoy seguro… —respondió Dan, sin saber qué decir.

—Por Dios, Abs, déjalo en paz. Es obvio que no quiere ir —Jordan los miró con una sonrisita de satisfacción.

Muchísimas gracias por unirte a la conversación, Jordan. Pensaba preguntarte si querías acompañarnos, pero estoy segura de que resolver ecuaciones es más divertido —Abby apuñaló un tomate cherry con el tenedor y arañó con él el plato, haciendo un ruido parecido al de uñas contra un pizarrón. Dan sintió un escalofrío.

—Sí, probablemente. Quizá puedas pedirles a tus súper geniales amigos artistas que te acompañen en mi lugar —replicó Jordan.

—Quizá lo haga. Al menos no se van a poner como el protagonista de

Una mente brillante.

—No podrías siquiera

comenzar a entender lo que sucede en mi mente —dijo Jordan—. Gracias a tu estúpida oficina he tenido sueños,

pesadillas. Como si algo se hubiera metido en mi interior cuando fuimos ahí y estuviera tratando de salir a la fuerza. Pero ¿qué te importa? Estás demasiado ocupada pensando en ti misma como para preocuparte por otras personas.

Abby abrió la boca y la volvió a cerrar.

Dependía de Dan decir lo correcto.

—¿Qué clase de pesadillas? —preguntó cuidadosamente.

—No quiero hablar de eso —Jordan se pasó la mano por el cabello enredado y se manchó la frente con tinta. El pobre chico nunca se había visto tan infeliz. Se quitó los lentes y los limpió con su camisa. Dan sabía que no debía presionarlo.

Tras un momento, Jordan suspiró.

—Espera: sí quiero hablar de eso —miró alrededor nerviosamente, como tratando de asegurarse de que nadie más lo estuviera escuchando—. Fue la noche en que ustedes bajaron al sótano, la noche en que Joe nos descubrió. He tenido el mismo sueño todas las noches desde entonces.

Exactamente igual. Sueño que estoy en una… celda. Y hay unos doctores, vestidos de blanco, que me miran desde arriba, aunque no tienen rostro. Tienen voces y manos e instrumentos, pero sus rostros tienen huecos en lugar de ojos, narices y bocas. Entonces me ponen unas correas, me atan y… —los hombros de Jordan se encorvaron. Su postura hizo pensar a Dan en un animal herido—. Me muestran fotografías. Y me electrocutan. Me electrocutan una y otra vez. Siento un dolor incandescente y escucho a mis padres que hablan con alguien detrás de los médicos. Y dicen: «Ahora estará mejor. Tiene que ponerse mejor».

—Eso es horrible —susurró Abby—. Lo siento, Jordan.

Jordan asintió, con la mirada fija en sus ecuaciones.

Dan estaba paralizado. Sabía por las clases de la profesora Reyes que solía utilizarse electroterapia en pacientes homosexuales para «curarlos». ¿Jordan sabría eso también o lo habría soñado de la nada? ¿Y qué decir de que el sueño de Jordan fuera tan parecido al que él había tenido? ¿Se trataba de otra «no exactamente una coincidencia»? ¿Estarían conectándose con algún tipo de inconsciente colectivo jungiano? ¿Cuál era la relación?

Jordan juntó sus blocs y metió el bolígrafo en el bolsillo de sus

jeans. Luego se levantó, sonrió a medias y tomó su bandeja. No había tocado su cena.

—Necesito una siesta. Nos vemos…

Se abrió paso entre las mesas, ignorando a un par de chicos que lo saludaron cuando pasaba.

—Supongo que eso significa que no va a volver a bajar con nosotros —dijo Abby, volviendo a su ensalada.

Dan estaba escandalizado.

—Eso es un poco frío, ¿no te parece?

—¡Pero es verdad! —suspirando, Abby dejó caer el tenedor en el plato y se recostó contra el respaldo de su asiento—. Y la única razón por la que estás molesto es porque tú tampoco quieres ir, así que ¿por qué no lo dices?

—No es que no quiera ir contigo… —Dan trató de encontrar las palabras correctas—. Solo creo que todo este asunto es más que demasiado extraño. Estás preocupada por tu tía, lo entiendo perfectamente. Quieres respuestas. También entiendo eso. Es solo que…

—No tienes que ayudarme, Dan. Puedo hacer esto yo sola —Abby agarró su cuaderno.

—Quiero ayudar —dijo él—. Quiero ayudar a Jordan y quiero ayudarte a ti también, yo…

Todavía quiero respuestas.

—¡Entonces, ayuda! —se le atoró el pie en el banco cuando se volvió para marcharse y tropezó. Se tomó de la mesa para no caer al suelo y soltó su cuaderno. Dan trató de alcanzarlo.

Demasiado tarde. El cuaderno golpeó el piso y se abrió, dejando ver hoja tras hoja de dibujos oscuros y retorcidos. Algunas hojas sueltas se desparramaron. Rojo, negro y trazos de azul y gris, con una figura central en medio de cada dibujo. El vestido blanco y la mirada vacía la delataban.

Era la niña de la fotografía. La niña que Abby había dibujado en su habitación. Pero había algo más acerca de estas ilustraciones. De pronto, Dan supo lo que Abby estaba pensando.

Lucy —murmuró Dan—. Crees que la niña de la foto es Lucy Valdez…

—Solo he estado inspirada, eso es todo —Abby tomó el cuaderno y juntó las hojas desparramadas.

—Creo que deberías buscar inspiración en otro lado —maldición. Eso no había sonado como él quería.

—¿Qué podrías saber tú al respecto? No eres un artista, Dan. Eres… no sé lo que eres. Te guardas las cosas. Nunca compartes tus propias opiniones. ¿Realmente me crees acerca de mi tía? Ni siquiera lo sé. Recibes un correo electrónico extraño y una nota con una amenaza y dices que quieres respuestas, pero ni siquiera vas al sótano conmigo. ¿Qué eres,

Dan? ¿De qué lado estás? —se volvió y se marchó pisando fuerte, sin darle la oportunidad de responder. Quería contestar, decir

algo, pero ella ya estaba con sus amigos de la mesa de los artistas y lo último que quería era tener público mientras intentaba explicar su propio valor.

De todas maneras, ¿qué podría decir? Abby tenía razón, sí se guardaba las cosas. No le gustaba arriesgarse, era precavido. Era reservado. ¡Había tanto que no les había contado, ni a ella ni a Jordan! Pero Abby había visto algo en él antes. ¿Eso había desaparecido?

¿

Qué era él?, le había preguntado. Era muchas cosas en ese momento. Y sentía que lo estaban arrastrando en miles de direcciones opuestas. Definitivamente quería estar con Abby y esa era la sensación más fuerte, la dirección más clara. Pero el temor de lo que les esperaba en la sección antigua invadía todo su cuerpo. Algo malo les había sucedido al bajar a ese lugar, y a su amistad también.

Dan limpió la mesa con el rostro ardiendo de vergüenza. Tomó su bandeja y salió del comedor sin mirar a Abby ni a su nuevo séquito.

Afuera, el aire frío era una bendición. Se detuvo y miró por encima de su hombro, por las ventanas, hacia el comedor. Abby estaba de espaldas a él, pero era claro, por el movimiento de sus hombros, que se estaba riendo.

Dan caminó lentamente de vuelta a Brookline, consternado y afligido.

Cuando llegó a su habitación, se puso la bata y se arrastró por el pasillo hasta el baño. En el cubículo detrás de él una de las duchas goteaba y el agua golpeaba el desagüe con un ritmo metálico irregular. Mientras se aseaba, recordó lo que el director había escrito acerca de las «raíces retorcidas». ¿Dónde se originaba la locura? ¿En la paranoia y la inseguridad como las de Jordan o en una fuerte obsesión como la de Abby? ¿Debía estar preocupado de que su conducta señalara los primeros indicios de algo más grave?

Estás en el límite entre la genialidad y la locura. Conoces bien ese límite.

Cuando se quitó las manos del rostro, Dan vio que se había frotado tan fuerte que tenía la piel irritada. Se secó con la toalla y se paró frente al espejo. Siempre elegía el mismo. Tenía unas marcas negras y profundas en el extremo superior derecho que parecían una palabra, y cada noche él decidía que decían algo diferente. Aquella noche parecía que dijeran

AYUDA.

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