Asylum

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Capítulo Dieciocho

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–Quizá te sentirías mejor si fueras a correr. Yo tengo mucha más energía ahora que empecé a ejercitarme. ¿Te lo había comentado?

Dan levantó la vista de lo que estaba leyendo.

—Solo unas cinco veces —dijo entre dientes—. Hoy.

—El argumento sigue siendo válido —respondió Félix desde el suelo. Estaba en medio de su billonésima serie de lagartijas.

Durante los últimos días, Dan básicamente se había quedado en su habitación, viendo programas de televisión

on line y, ocasionalmente, leyendo el material de las clases. No había sabido nada de Abby ni de Jordan desde la noche en que habían discutido. En la cena, Abby se sentaba con sus nuevos amigos artistas y Jordan aparentemente había dejado de ir al comedor. Así que Dan había comenzado a sentarse con Félix y tenía que escuchar a su compañero de habitación hablar de cuánto estaba disfrutando todas sus clases y cómo desearía que el curso durara más de cinco semanas. Al menos uno de ellos se sentía así.

—Setenta y cinco —contó Félix. Hizo una pausa, sin aliento, y cambió a una postura de rodillas. Tenía las palmas de las manos rojas por el piso—. Eres bienvenido a acompañarme en el gimnasio esta tarde. Te levantaría el ánimo, te ayudaría a pensar en otra cosa.

Dan admiraba su determinación. Los batidos de proteínas y las visitas diarias al gimnasio rápidamente estaban transformando el físico flacucho de Félix en un cuerpo digno de

El club de la pelea. Seguía siendo delgado, pero Dan no querría buscar un altercado con él en un callejón oscuro.

—Gracias —dijo Dan—. No creo que el gimnasio sea lo mío.

—Nunca lo sabrás si no lo intentas.

Félix se puso de pie y fue al ropero. Sacó una camiseta y una chaqueta liviana y luego puso calcetines limpios y una botella de agua en un bolso deportivo.

—Al menos sal de la habitación —dijo Félix, cuando llegó a la puerta—. Ve a caminar. Toma un poco de aire fresco. Puedes ver

Battlestar Galactica en casa. No permitas que un contratiempo temporal arruine todo tu verano.

—Sí, claro —Dan vio a Félix salir y cerrar la puerta—. Gracias, Oprah.

Pero, por supuesto, tenía razón. Dan salió de la cama, cerró su computadora y se puso ropa limpia. Justo en el momento en que estaba por tomar su celular, este comenzó a vibrar tan violentamente que casi cayó del escritorio. Dan lo alcanzó a tiempo y se sintió aliviado al ver que decía

Mamá en la pantalla.

—¿Hola?

—Hola cariño —la voz de su madre casi no se oía por el sonido de la televisión de fondo.

—¿Altavoz? —preguntó riendo—. ¿En serio?

—Tu papá quiere saludarte también. ¿Cómo va todo? ¿Todavía adoras la universidad?

Su entusiasmo siempre era contagioso, y Dan sonrió a pesar de su malhumor.

—No es realmente la universidad, lo sabes.

—Lo sé, lo sé, pero igual…

—¿Es Dan? ¡Hola campeón!

—Hola papá —se apretó el tabique de la nariz y comenzó a caminar de un extremo al otro de la cama—. Sí, sí, todo anda bien. Todos son súper amables y las clases son geniales.

—¿Cómo está Abby? —preguntó su madre. Desde luego, fue lo primero en lo que pensó.

—Bien; es una artista increíble. Y resulta que Jordan es una especie de prodigio en matemáticas.

—¡Qué bueno! —más que feliz, Sandy sonaba aliviada—. Solo queríamos llamarte y avisarte que te enviamos una caja con algunas cosas deliciosas. Creo que ya debería haber llegado, pero no sé cómo es la situación del correo por ahí. Hay suficiente para que compartas con Abby y Jordan, si les gustan las galletas y los dulces tanto como a ti.

—Gracias, mamá.

—Espero que no estés estudiando todo el tiempo —dijo su padre—. Disfruta el verano, ¿está bien?

—Lo haré —respondió Dan, y lo dijo en serio. Buscó su abrigo con la mirada—. Oigan, debería ir a buscar esa caja, ya se está haciendo de noche.

—Bueno, Danny, avísame cuando la recibas. ¡Te extrañamos! Te extrañamos todos los días.

—Gracias. Yo también los extraño.

Colgó, se puso la chaqueta y salió de la habitación por primera vez en todo el día. La noche estaba agradablemente fresca. Caminó por el jardín, donde Yi y sus amigos de la orquesta estaban tocando música sobre la hierba. Se tomó un momento para escucharlos. Por primera vez en días, sintió que su ánimo mejoraba.

Cumplió la promesa que les había hecho a sus padres y se dirigió al sector académico. Sería agradable recibir algo de su hogar; además, tenía tanta hambre que podría comerse una caja entera de galletas.

En el jardín, frente al comedor, un consejero estudiantil guiaba a un grupo de estudiantes en una clase de yoga sobre el césped. Dan los rodeó y caminó hacia la entrada lateral del edificio. En una tienda junto al comedor, que a la vez era un centro de estudiantes, había apartados postales para cada estudiante.

Dan encontró el suyo en el grupo central, el número 3808. Se agachó y miró por la pequeña ventana y se sorprendió de ver que estaba bastante lleno. Utilizó la pequeña llave que le habían dado el día que había llegado y abrió la puerta para sacar todo. Efectivamente, había un trozo de papel verde que decía que podía retirar su paquete en el mostrador de correos. También había algunos folletos de la universidad, la mayoría, con información para estudiantes que estuvieran interesados en solicitar inscripción. Había un dibujo hecho por Abby en la parte de atrás de un trabajo. Recordaba haberla visto haciéndolo en clase. Era de ellos tres, vestidos con armaduras, de pie sobre una montaña de libros con las palabras «¡TRIUNFO ESCOLÁSTICO, HURRA!» escritas con una letra llamativa en la parte superior de la hoja. Dan lo guardó con una sonrisa. No sabía cuándo lo había puesto en su apartado, pero quizás era una señal de que estaba lista para que fueran amigos otra vez. Decidió que la llamaría cuando volviera a su habitación.

Finalmente, había un sobre que decía simplemente «3808» en el frente, escrito con tinta negra espesa.

Oh no, no otra vez.

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