Asylum

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Capítulo Veinticuatro

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Félix no estaba en la habitación cuando Dan llegó.

Todavía lo debe estar interrogando la policía, pensó. Se preguntó si la policía lo dejaría regresar esa noche, pero la puerta se abrió y allí estaba el chico. Fue directamente a su cama y se acurrucó sobre ella, abrazándose las rodillas contra el pecho. Todavía llevaba puestos una camiseta y

shorts. Se veía vulnerable y asustado.

—Oh Dios, Félix, realmente lo siento —dijo Dan—. Nadie debería tener que ver algo así.

El chico temblaba sobre la cama, y eso hacía que se sacudiera.

—¿Quieres hablar al respecto?

Negó con la cabeza. Parecía como si al abrir la boca fuera a comenzar a llorar.

—Si necesitas hablar o lo que sea, sabes dónde encontrarme. A cualquier hora.

Félix no respondió.

Aturdido, Dan realizó mecánicamente su rutina nocturna de lavarse los dientes y preparar todo para acostarse. Un oficial de policía patrullaba el pasillo. Tenía la mano sobre la funda de su arma. Eso hizo que Dan caminara con mucho cuidado por el corredor.

Cuando volvió a su habitación, sorprendentemente, Félix se había quedado dormido. Dan apagó a luz y se metió en la cama con la ropa que llevaba puesta. No quería arriesgarse a despertarlo si se cambiaba. Además, no iba a poder dormir de todos modos. Al acostarse, oyó que algo crujía. Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó algunas hojas de papel. No tenía idea de cómo habían llegado ahí; recordaba vagamente haber visto un fichero en el anfiteatro de operaciones, pero había perdido el conocimiento antes de llegar hasta él. ¿Su memoria estaba fallando nuevamente? Era extraño, sin embargo, porque ni siquiera podía recordar haber llegado al otro lado de la sala.

Tuvo un pensamiento extraño: ¿y si Abby los había puesto en su bolsillo mientras todavía estaba inconsciente? Sabía que había papeles desparramados a su alrededor cuando volvió en sí. ¿Los habría leído y sabría de Lucy? Ciertamente le hubiera dicho algo si así fuera. Y no se le ocurría ninguna razón por la que ella pudiera haber puesto los papeles en su bolsillo.

Entraba suficiente luz por la ventana como para no necesitar encender la lámpara de su mesita de noche. Alisó los papeles arrugados sobre su almohada. Eran la misma clase de anotaciones que ya había visto.

Llegó a la última hoja. Reconoció la letra en cuanto la vio.

El director.

Un momento de inspiración esta mañana durante el desayuno: existe, creo, una forma de que mis ideas perduren para siempre. Todos los hombres buscan la inmortalidad a su manera, ya sea mediante un legado de hijos que lleven su nombre y material genético, o a través de la arquitectura, de la ciencia; y esto se trata simplemente de mi búsqueda de un legado como ningún otro.

La labor será macabra, es cierto. No tengo dudas al respecto. Pero Miguel Ángel tenía sus cadáveres secretos y de la misma forma yo, un artista de otra clase, debo correr riesgos y realizar sacrificios…

Entonces, el director había estado realizando sacrificios macabros con sus pacientes. Para crear un legado que llevara su nombre. Dan recordó las fichas que habían visto en la oficina del director: ¡había tantas con la letra N bajo la casilla que decía Recuperado! ¿Cuántas operaciones habían fracasado? ¿Cuántos pacientes habían sido sometidos innecesariamente al dolor y al miedo, todo porque el director buscaba alguna clase de inmortalidad?

Dan continuó leyendo.

Siempre detesté esa palabra: sacrificio. Evoca imágenes de salvajes golpeando tambores alrededor de una hoguera. Pero deben hacerse sacrificios y cuán apreciados serán. Y cuán peligrosos.

Así terminaba la nota. Pero había algo más escrito en la parte de atrás, en la letra ya familiar del director. Al final, una firma. Dos palabras: «Daniel Crawford».

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