Asylum

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Capítulo Veintisiete

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Dan sintió aroma a menta. Su oficina siempre olía a menta. La joven secretaria dejaba una lata de caramelos de menta abierta sobre su escritorio todas las mañanas y él se los comía a lo largo del día. Julie era su nombre. Joven y bonita; demasiado bonita y demasiado joven para estar trabajando en un lugar como ese.

Había un informe a medio terminar sobre el escritorio, frente a él. Este aspecto de su trabajo, el papeleo, siempre le molestaba. Para eso eran los asistentes, maldición, pero no se podía contar con ellos para nada. Se acomodó los lentes y, saboreando una menta, volvió al asunto que lo ocupaba.

¿En qué estaba? Ah, sí. Escribía.

Cada víctima había sido estrangulada, aunque algunas se habían defendido y las señales de ello eran evidentes por los cortes y golpes que mostraban. Según consta, las víctimas que habían sido colocadas como si estuvieran bailando se veían extraordinariamente convincentes, al igual que las que estaban ubicadas en el resto del bar, sentadas y de pie. Por Dios, la planificación que habría requerido lograr eso… Un cadáver alcanza su mayor nivel de rigidez aproximadamente doce horas después de la muerte. Haber matado a los clientes de todo un bar y después haber esperado entre los muertos durante horas… Debo admitir que incluso yo estaba escéptico de que el tratamiento pudiera ayudar a un hombre tan profundamente perturbado.

Felizmente, el tratamiento de

shock insulínico recurrente y dos semanas en la Habitación Oscura han mejorado el temperamento del paciente. Parece casi dócil. Estoy cerca de lograr algo sorprendente con este hombre. Habrá más sesiones; la próxima será el jueves, y continuará el monitoreo de su comportamiento.

Habiendo completado el informe, lo firmó con su nombre.

Daniel Crawford, Director.

Observó la firma y lo firmó otra vez. Y otra. Escribió su nombre cada vez más rápido, el bolígrafo volaba por la página. Daniel Crawford, Daniel Crawford…

La página desapareció frente a sus ojos. Podía ver cadáveres bailando, escuchaba un disco sonando de fondo. Era la melodía de la cajita de música de Lucy. Y entonces iba cayendo por la madriguera del conejo, cayendo y él…

… despertó de su siesta sobresaltado. Dan ni siquiera se había dado cuenta de que se había quedado dormido. ¿Cuál había sido el sueño? Se concentró antes de que se esfumara… Una vez más, veía a través de los ojos del director como si fueran los suyos. Se sentía tan real. Incluso recordaba haber escrito el informe, con la propia mano del director. Si lo pensaba detenidamente, podía saborear los caramelos de menta.

Salió de la cama, medio dormido todavía. Sobre la mesita de luz, su celular se iluminó con una fotografía de Abby. Un mensaje de texto apareció debajo.

Terminó la clase. Están repartiendo helado en el jardín.

Quiero noticias de Jordan. ¿Nos vemos en cinco?

¿En cinco? Rayos, no tenía tiempo de ducharse. Dan verificó su aliento ahuecando la palma de su mano ante su boca y soplando. Podría haber estado mejor.

Localizó goma de mascar en su mochila, pero solo probar la menta lo descompuso. ¿Qué más le arruinaría Daniel Crawford?

Aparentemente, la tentación del helado había vaciado la residencia, tanto de estudiantes como de policías. Trotó por el silencioso pasillo hacia las escaleras de servicio. En el primer piso tomó el pasamanos como siempre y se balanceó hacia el siguiente tramo de escalera. Pero una figura oscura lo sobresaltó y tropezó, de modo que casi choca contra ella. La esquivó justo a tiempo, deslizándose hacia la derecha y tomándose del pasamanos opuesto.

Al principio, supuso que se trataba de una mochila que alguien había dejado caer, o quizás un balde que alguno de los encargados de mantenimiento había olvidado. Pero no, era más grande y, oh, Dios, era una

persona. Allí, con un brazo sobre sus piernas y el otro apoyado sobre su cabeza, estaba el compañero de cuarto de Jordan, Yi. Por un segundo, las extremidades de Dan se negaron a cooperar. No podía moverse.

Oh, Dios, está muerto, oh, está muerto, está muerto…

Entonces, se arrodilló, tomó a Yi por los hombros y lo sacudió suavemente.

¿Qué dicen siempre los folletos sobre seguridad? ¿No mueva a alguien que se haya caído porque podría empeorar la situación?

—No, no, esto no puede estar sucediendo. Esto

no está sucediendo —susurró Dan, tanteando cuidadosamente la camiseta de Yi. Presionó su palma contra el pecho del chico y esperó. Comenzó a reír de forma histérica con alivio cuando sintió el latido de su corazón.

—Yi, Yi, ¿puedes oírme? —lo sacudió nuevamente. No hubo respuesta. Sacó el celular de su bolsillo y marcó el número de emergencias frenéticamente. ¿Sería mejor llamar a la seguridad del campus? Estarían más cerca, por cierto. ¿Adónde habían ido todos los policías?

—Sí, ¿hola? Necesito ayuda. Estoy en la Residencia Brookline, en el campus. Lo siento, eh, Camford, Universidad New Hampshire. Mi amigo está inconsciente. Parece que fue atacado ¿o quizá se cayó? No lo sé. Está respirando, no puedo despertarlo, pero definitivamente tiene pulso…

La operadora insistió en que permaneciera en la línea y, aunque seguramente pasó solo un momento antes de que llegara la policía, a Dan le pareció una eternidad. Mantuvo su mano sobre el hombro de Yi y le dijo una y otra vez que todo iba a estar bien, que él iba a estar bien, que todo estaba bien. Después de un rato, comenzó a decir tonterías; las palabras salían a borbotones de su boca, mientras intentaba no entrar en pánico. Trató de no prestar atención al hecho de que uno de los tobillos de Yi estaba cruzado cuidadosamente sobre la otra pierna, como si simplemente se hubiera sentado en la escalera a descansar. Finalmente, los oficiales de policía llegaron. Uno de ellos lo ayudó a ponerse de pie, le dio una palmada en la espalda y le dijo que esperara abajo.

Llegaron más policías y más, y después los paramédicos. Dan respondió sus preguntas, aturdido. No, la escalera no estaba resbalosa; no, no había movido a Yi en absoluto; sí, había llamado en el instante en que lo encontró. No, no conocía a nadie que pudiera querer lastimar a Yi. Hicieron que se sentara en un banco en el vestíbulo mientras la policía custodiaba la puerta. No permitían que nadie entrara, y los oficiales asignados a cada piso les dijeron a los alumnos que estaban en sus habitaciones que se quedaran exactamente donde estaban.

Por las ventanas del vestíbulo Dan podía ver estudiantes que se agrupaban y miraban hacia adentro, tratando de descubrir lo que estaba pasando. Para cuando se le ocurrió mirar su celular, tenía seis mensajes de texto, todos de Abby.

Los policías se alteraron y entraron. ¿Dónde estás?

y

¿Dan? ¿Estás bien? ¿Qué sucedió? ¿Ves a los policías ahí dentro?

Los mensajes denotaban cada vez más pánico, hasta que el último era solo un montón de signos de exclamación y de pregunta.

«Estoy bien», respondió. «Encontré a Yi. Se cayó por la escalera o algo así». Dan levantó la vista de su teléfono. Los paramédicos llevaban a Yi en una camilla, tenía una sábana apretada sobre el pecho. «Lo están llevando a la ambulancia».

En cuanto los paramédicos llegaron a la puerta, dos policías se acercaron rápidamente para acompañarlos afuera y controlar a la multitud que esperaba para dar un vistazo. El ruido que entraba desde el jardín era ensordecedor, una masa de gritos, llanto, y el estruendo de sirenas de ambulancia.

Abby respondió enseguida.

¡Oh! ¡Pobre Yi! Los veo llevándolo a la ambulancia, ¿estás bien?

Dan estaba agradecido por su preocupación. «Bien», respondió, aunque solo fuera una verdad a medias. Porque mientras los policías lo interrogaban, caminaban de un lado a otro y lo interrogaban un poco más, Dan solo podía pensar que Yi se veía tan inmóvil, inmóvil como una escultura. Por sus preguntas, quedaba claro que los oficiales no creían que el asesinato de Joe y este incidente estuvieran relacionados. En primer lugar, Yi continuaba con vida, y en segundo, el supuesto asesino estaba detenido. Pero, al mirar los rostros de los estudiantes que estaban afuera, Dan supo que todos estaban pensando lo mismo: Brookline no era un lugar seguro.

—¿Muchacho?

Dan levantó la vista lentamente de su teléfono hacia el policía que se encontraba de pie frente a él. No recordaba su nombre, aunque sabía que el oficial se había presentado en algún momento durante el interrogatorio. Simplemente no tenía la energía suficiente para recordar.

—Puedes irte —dijo el oficial, apuntando hacia la puerta con la cabeza—. Queremos que todos se queden afuera por el momento. Han solicitado que se reúnan en el comedor.

Abby estaba justo fuera de la residencia, esquivando a los oficiales que intentaban hacer que se retirara. Cuando lo vio, corrió hacia él.

—¡Hola! ¿Estás… realmente estás bien? —le dio un fuerte abrazo.

—Eso ayuda.

Nadie estaba logrando que los estudiantes dejaran la escena. Había demasiada conmoción. Dan miró hacia el resplandor de las sirenas y vio que hasta los profesores y la gente de la ciudad se habían despertado con la agitación. Pequeños grupos de estudiantes susurraban bajo los árboles, y vio algunos rostros familiares, entre ellos los de algunos prefectos y profesores, incluyendo a la profesora Reyes y,

espera, ¿qué demonios?, la esposa de Sal Weathers. Su rostro delgado y sombrío resultaba más fantasmagórico bajo las luces azules de los automóviles policiales. La profesora Reyes se abría paso entre la multitud y estaba llamando a un oficial. Parecía estar gritándole, discutiendo. Cuando Dan intentó ubicar a la esposa de Sal nuevamente, se había ido.

Se unieron al mar de chicos que estaban entrando al salón Wilfurd.

—Es demasiado horrible para siquiera pensarlo —dijo Abby—. ¿Crees que estará bien?

—No lo sé. Es decir, respiraba, pero estaba inconsciente. Puede haber sido una caída, no lo sé. Solo espero que esté bien.

Adentro, los estudiantes se movían de un lado a otro atolondradamente. Algunos de los amigos artistas de Abby se acercaron a ellos corriendo y bombardearon a Dan con preguntas.

Ah, claro, yo estaba ahí. Lo encontré. Por supuesto que todos lo saben. Finalmente, Abby intercedió y les pidió que le dieran un poco de espacio.

—Gracias —les dijo Dan, cuando se fueron—. No estoy seguro de poder soportar más preguntas en este momento. La policía ya me interrogó bastante.

Los preceptores habían llevado el helado adentro y lo colocaron sobre las mesas del bufet para que los estudiantes se pudieran servir. También había una mujer joven con una redecilla torcida que estaba haciendo malteadas.

—¿Se supone que esto nos hará olvidar? —preguntó Abby, alzando la mirada. Pero entonces vio a Jordan, solo junto a las ventanas. Le pellizcó el codo a Dan—. Llevémosle algo. Él y Yi son amigos; debe estar desolado.

—No estaba muy feliz de verme cuando fui a visitarlo —dijo Dan—. De hecho, me dio la impresión de que estaba realmente enfadado conmigo.

—Sí, vi tu mensaje —respondió ella rápidamente—. De todos modos, creo que deberíamos decirle algo.

—Claro, seguro. Solo… acerquémonos con precaución, ¿sabes? No tengo muchas ganas de que me ataquen en este momento.

Esperaron su turno para pedir una malteada para Jordan. Dan escuchó a los chicos que estaban delante de ellos hablando de sus planes de irse. Se le fue el alma a los pies. ¿Esto quería decir que el curso se había terminado definitivamente? Sospechaba que la única razón por la que no lo habían cancelado después del asesinato de Joe era que habían arrestado a un sospechoso tan rápido, pero otro incidente… Bueno, era fácil entender por qué la gente estaba sacando conclusiones.

Con las malteadas en la mano, Abby y Dan se acercaron a Jordan. Sus blocs y su bolígrafo no estaban por ninguna parte. Había vuelto a llevar su dado de múltiples caras y lo giraba en su mano como si quisiera sacarle brillo a las puntas. Estaba mirando fijamente a través de las ventanas hacia el jardín; todavía llevaba su bata de baño azul y un par de pantuflas de gamuza marrones.

Cuando los vio, dijo en tono desafiante:

—No la quiero. No necesito de su lástima.

—Entonces nos iremos. Te dejaremos solo —respondió Abby. Puso la malteada sobre la mesa junto a él—. Pero queríamos que supieras que estamos aquí si nos necesitas —se volvió para marcharse, indicándole a Dan que la siguiera con la cabeza.

—Esperen…

—Jordan tomó la malteada, sosteniéndola con ambas manos. Tenía grandes ojeras y el cabello despeinado. Las luces de los autos de policía que estaban afuera se reflejaban en su rostro y lo teñían de rojo, luego de azul y de pálido espectral.

Por un momento mantuvo la mirada en el vaso que tenía en las manos. Entonces, levantó lentamente la cabeza para mirarlos.

—Gracias. Por la malteada y… gracias.

—¿Cómo estás? —preguntó Dan.

Jordan suspiró.

—No parece real. Es decir,

quizá se cayó, pero ¿vieron a todos esos policías? No hay manera de que simplemente se haya caído —tomó un gran sorbo de la malteada—. ¿Qué puede haber hecho Yi? Es un buen chico, un poco parlanchín, pero bueno.

El director del programa llegó y les informó con voz trémula que la residencia había sido inspeccionada en su totalidad y ya podían volver a sus habitaciones. Nadie parecía ansioso por dejar el comedor.

—Vamos —dijo Abby. Puso su mano sobre el brazo de Jordan—. Volvamos a tu habitación.

—Puedo ir solo.

Aquí vamos de nuevo… Dan se preparó para el exabrupto.

Pero Abby ignoró su tono.

—Ya sé que puedes, tonto, tienes piernas. Pero vayamos juntos. Nadie debería estar solo esta noche.

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