Asya

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¿Los sueños se cumplen?

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¿Los sueños se cumplen?

 

 

Asya estaba nerviosa. No, nerviosa le parecía una palabra insignificante, incapaz de describir lo alterada que se sentía en ese preciso instante. Dejó de lado el ramo de margaritas que sujetaba en la mano y analizó con ojo crítico su vestido de novia. Largo, vaporoso, simple, casi sin aderezos, atado a su talle por un ancho cinturón salpicado por algunas alhajas decorativas. El pelo, largo y ondulado, descansaba libremente sobre su espalda, envuelta en delicado raso color marfil. Dudó en llevar velo o algún tipo de corona nupcial, pero al tratarse de una boda sencilla, decidió prescindir de adornos que no la representaban ni le hacían falta alguna.

Tras consultar el fino reloj de plata que abrazaba su muñeca, Asya decidió que había llegado la hora de presentarse ante su amor. Ese día, un precioso sábado de finales de septiembre, ella y Pasha se darían el «sí quiero» delante de tan solo dos testigos y sin haber avisado a sus respectivas familias. Se habían reconciliado cinco semanas antes, mientras el comandante estaba hospitalizado, pero lo habían mantenido en secreto. Decidieron que, por esta vez, el destino serían ellos mismos.

No fue difícil romper su compromiso con el capitán Lenin puesto que su participación en el robo de los caballos le proporcionó una razón más que justificada para hacerlo, sin sentirse culpable. Pasha, a su vez, tuvo una discusión privada con su subordinado y, finalmente, el generoso corazón del comandante perdonó su falta y no lo denunció a sus superiores. Unas semanas más tarde, Alexandr pidió el traslado a otro cuartel, alegando que así estaría más cerca de sus padres, ya de edad avanzada y enfermos.

Los abuelos de Asya quedaron sorprendidos por la conducta del capitán y lamentaron, mucho tiempo después, la mala suerte de su nieta.

Con la imagen de dedushka y babushka bailándole delante de sus ojos, Asya abrió la puerta y avanzó con paso firme hacia la sala donde se celebraría la ceremonia. Su dama de honor, una joven que había conocido ese mismo día por ser la prometida del teniente que Pasha eligió como testigo, la recibió de buena gana, un poco sorprendida por la sencillez de la mujer que iba a convertirse en la esposa del comandante del cuartel militar de Tersk.

Caminaron juntas hacia un impresionante Pasha, ataviado con el uniforme de gala. Del bolsillo derecho de la túnica roja como la sangre colgaban varias medallas brillantes con los bordes ondulados mientras que, en la parte izquierda, la Estrella Dorada, la máxima condecoración que había recibido tras la misión de la frontera con Finlandia, lucía en solitario. Al advertir su presencia, se quitó la gorra militar y cuadró los hombros, sobrecogido por la importancia del momento.

Cuando la novia llegó a su lado, le ofreció la mano y una sonrisa colmada de felicidad. Rompió una pequeña margarita de su ramo y se la colocó detrás de la oreja, pensando que, de ese modo, ella mantenía su esencia y su espíritu libre.

—¿Todo bien? —le preguntó solicito tomándole las manos entre las suyas—. Estás preciosa.

La miró asombrado y aliviado a la vez, después sus labios dibujaron una amplia sonrisa de felicidad.

—Todo bien —respondió emocionada—. Estás impresionante.

La ceremonia fue breve, hermosa y muy emotiva. El beso que se dieron una vez fueron declarados unidos en matrimonio fue largo, efusivo y, al mismo tiempo, tierno.

—No puedo creer que estemos casados —confesó él al tiempo que vertía sobre ella una lluvia de besos. Posó ambas manos en la parte alta de su cintura y la apretó con fuerza contra su pecho—. No me acuerdo de otra cosa, aparte del «sí quiero».

—Fue una ceremonia rápida y preciosa. ¡Y fue la nuestra, Pasha! —Asya le rodeó el cuello con los brazos y le miró fijamente a los ojos—. ¡Has conseguido casarte con la chica más hermosa del vecindario! —exclamó eufórica.

—Fue un juego de niños. Solo me costó unos cuantos largos años. ¿Y qué me dices de ti? El chico más alto, ¿eh?

Se dieron un beso, dulce y cargado de emoción, en los labios.

—Si esto es un sueño, no quiero despertar nunca —musitó él conmovido por la cascada de sentimientos que bullían en su interior—. Mía. Sin necesidad de escondernos. ¡Para siempre!

—No es un sueño —le aseguró ella con la mirada vidriosa—. Mío. ¡Para siempre!

Contemplaron embelesados sus alianzas de oro, incapaces todavía de asimilar los primeros instantes de su matrimonio.

—¿Qué es lo que más te ha gustado de la ceremonia? —preguntó Pasha intrigado.

—Estar contigo —contestó sonriente.

—Te amo, Asya Fedorova —declaró el comandante efusivo. Se inclinó muy despacio hacia ella y depositó un beso pasional en sus labios.

—Más te vale, Pasha Fedorov —le advirtió ella entre beso y beso.

Una vez aplacado el entusiasmo comenzaron a hacer planes.

—Vestirnos y ponernos un anillo en el dedo fue fácil. Ahora llega la parte más complicada, debemos contárselo a nuestras familias. —La chispa de las lagunas verdes de ella se apagó un poco, dejando paso a unas sobras oscuras, cargadas de preocupación.

Pasha le besó la mano con suavidad, infundiéndole ánimos.

—Juntos y cogidos de la mano, seremos fuertes. Mi madre y mi hermana no serán demasiado duras puesto que, desde que me enteré de lo que hicieron, apenas me habló con ellas. Lo de tus abuelos tardará un poco más, pero estoy seguro de que, finalmente, nos darán su bendición.

Ella se dejó envolver nuevamente por sus brazos y, pegada a su pecho, disfrutó de un más que consolador abrazo. Una vez que la novia se fue tranquilizando, se montaron en el coche militar de Pasha y acudieron a las haciendas. La primera parada la hicieron en la casa del novio y fueron recibidos con frialdad por una atónita señora Fedorova que no daba crédito a que su hijo se presentara, ante ella, acicalado de gala militar junto a una Asya, ataviada con un vestido de novia.

—No puedo creer que hayas hecho esto, Pasha. Sin siquiera decírmelo. Esta vez has ido demasiado lejos.

—No nos habéis dejado otra opción.

—Entonces ¿ya está todo perdido? —preguntó la mujer todavía esperanzada de que los novios aún no hubiesen pasado por el altar.

—Al contrario, ya está todo ganado —respondió su hijo orgulloso, al tiempo que enseñaba su mano derecha donde se observaba la alianza de bodas.

Ese gesto fue suficiente para que a su madre le cambiara la cara y se pusiera a la defensiva.

—Si habéis venido para quedaros, tengo que decirte que no lo permitiré. No viviré bajo el mismo techo que ella. En esta casa, no hay sitio para la nieta de los Kurikov. Nunca lo hubo ni nunca lo habrá.

—Tranquila, no será necesario que hagas un esfuerzo tan grande; al fin y al cabo, no se trata de nada importante, solo de la felicidad de tu hijo. —La voz de Pasha sonó dura como el acero y su gesto se tornó serio y decidido—. En un futuro, Asya y yo tendremos nuestra propia casa, no está en nuestros planes vivir aquí ni en la otra hacienda. De momento, nos alojaremos en mi apartamento del cuartel. Pero gracias por ponérmelo tan fácil, madre.

El gesto de la señora Fedorova se suavizó al comprender que nadie rogaría ni imploraría su perdón. Además, estaba arrepentida por el asunto de los caballos y necesitaba una oportunidad para limar asperezas con su hijo. No le gustaba la mujer que había elegido para convertirla en su esposa, pero llevaba en su dedo anular la alianza de casada, por lo que comprendió que, más tarde o más temprano, debía de hacerse a la idea.

—No sé si es una buena idea llevarla allí. Será incómodo para ella convivir entre tantos hombres. Además, de estar cerca su exprometido, claro. —Fue una cuchillada que la buena señora no pudo abstenerse de clavar a su recién estrenada nuera.

—El capitán Lenin pidió el traslado hace un par de semanas, pero gracias por preocuparte, madre. Y lo de vivir en el cuartel será provisorio. Sabes lo mucho que Asya ama sus campos y sus caballos, no podrá mantenerse alejada por mucho tiempo de ellos.

—A partir de ahora, Asya ya no es una joven despreocupada que pueda dedicar su vida a lo que quiera, se acaba de convertir en la esposa del comandante general de Tersk. Espero que deje de lado sus caballos y se dedique a cuidarte y ejercer el rol que le corresponde por su nueva posición.

—Señora Fedorova. —La novia, que hasta ese instante se había mantenido ajena a la conversación, se crispó, presa de una importante alteración interna—Soy médica veterinaria, por lo tanto, seguiré cuidando y sanando animales. Su hijo sabe lo mucho que amo a los caballos de mis abuelos, es poco probable que me pida alejarme de ellos para… cuidarlo a él. Con todos los respetos, estoy segura de haber elegido a un hombre que sabe atender sus necesidades, un hombre que ha escogido compartir su vida con una compañera, no con una cuidadora.

Dicho esto hizo un gesto de saludo con la cabeza y encaminó sus pasos a la salida. Por ese día le bastaban todas las humillaciones recibidas, y no estaba dispuesta a escuchar ninguna más. En parte, comprendía la desazón de la señora Fedorova por los agravios sufridos en el pasado, pero le parecía injusta su actitud porque ella tampoco quedaba libre de culpa. Había organizado la expropiación de los caballos, juntándose con otras personas, y, entre todos, habían ideado un plan más que maquiavélico en contra de la familia Kurikov.

—Después de lo que hiciste, dudo que tus abuelos te dejen acercarte a los caballos. Casarte sin la bendición de los que te criaron es imperdonable, más todavía en el caso de una mujer.

Los pasos de Asya se detuvieron al ser alcanzada de aquel nuevo dardo envenenado. Barajó la posibilidad de volverse para enfrentar a su suegra, sacarle los colores por haber hecho uso de engaños para quitarle la caballada, pero se abstuvo. Era la madre de Pasha y ese hecho nunca cambiaría. Él estaría en el medio, así como lo estaría ella en su propia casa. Habían decidido caminar justos de la mano y debían ayudarse el uno al otro, no infringirse más daño. Retomó sus pasos, sin inmutarse, como si las últimas palabras de la señora Fedorova fuesen eso, simple palabras sin importancia.

—¡Madre! —le advirtió Pasha enojado—. No es necesario que seas tan dura con Asya. Deberías pedirle disculpas.

Y, dicho esto, salieron sin despedirse y encaminaron sus pasos hacia la hacienda vecina.

Nada más entrar, fueron recibidos por las miradas asombradas de los trabajadores que no daban crédito a que la nieta del patrón acabara de entrar vestida de novia y colgada del brazo de un militar distinto del que se dijo en un principio que sería su marido.

Para cuando llegaron ante la casa, el matrimonio Kurikov ya estaba avisado de la hazaña de su única nieta, por lo tanto, recibieron a los recién casados con miradas enfurruñadas y gestos que denotaban lo defraudados que se sentían.

Asya apretaba con fuerza la mano de su esposo para aplacar la tensión que se apoderó de su cuerpo. Sabía que sería duro enfrentar a sus abuelos, pero no estaba preparada para afrontar la decepción que observó en los ojos de los ancianos.

Dedushka, babushka, no nos habéis dejado otra opción —se justificó ella al borde de las lágrimas.

—Siempre hay otra opción, Asya. Siempre la hay —contestó su abuelo con dureza y le dio la espalda enojado—. Ahora vete, ya no tienes nada que hacer aquí. Has elegido tu camino.

Babushka observaba a su única nieta con un amor infinito, aunque no se atrevió a desafiar a su marido ni a desobedecerlo, por lo tanto, se giró y le dio la espalda sin decirle ni una sola palabra.

 

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