Asya

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La primera noche

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La primera noche

 

 

Asya y su recién estrenado marido regresaron al cuartel militar tras la espinosa tarea de enfrentar a sus respectivas familias. No había sido fácil afrontar las miradas decepcionadas de los suyos, aunque tampoco se había provocado el fin del mundo.

Entraron en el pequeño apartamento que Pasha tenía habilitado en el recinto y cerraron la puerta a sus espaldas. Asya recorrió con la mirada la única habitación existente, que poseía una cama sencilla, vestida con una colcha oscura, una mesa de madera, un par de sillas y un espejo, algo torcido. Se trataba de una estancia bastante austera si no fuera por los jarrones con flores que estaban colocados por todas partes; detalle que ella agradeció. Nada allí le resultaba familiar pero no le importaba.

Pasha le tomó la mano apretándosela con complicidad. Durante unos segundos se sintieron como dos niños traviesos que hubiesen engañado a sus padres. Él era tan extraordinario en distancias cortas como ella había supuesto.

—Aquí tenemos una estupenda cocina —declaró el anfitrión dándose una exagerada importancia y abriendo una puerta que daba a una estancia pequeña, que disponía de una estufa de terracota que funcionaba con leña. Abrió algunos armarios donde no había casi nada, solo unos botes de cristal con latas de conservas, unos huevos en un cuenco y algo de fruta y verdura—. No hay mucho pero mañana mismo iremos a comprar. ¿Tienes hambre?

—Un poco —reconoció ella y se soltó de su mano. Sus ojos se nublaron ligeramente y una sombra de preocupación cruzó su rostro—. Ha llegado el momento de confesarte mi gran defecto.

Pasha dejó de investigar los armarios y la miró intrigado.

—¿La chica más hermosa del vecindario tiene un defecto? No me lo creo.

—No tengo ni idea de cocinar. Y cuando digo esto, no me hago la mojigata ni soy humilde. Babushka trató de enseñarme, diciéndome que el camino hacia el corazón de un hombre pasaba por el estómago, pero simplemente no se me da bien. Lo siento.

Pasha la contempló con gesto serio.

—¿Y me lo cuentas ahora? ¿No crees que debiste decírmelo antes de convertirte en mi esposa?

Ella palideció. Pero solo un instante porque su marido no pudo contenerse más y comenzó a reír.

—Serás estúpido. Había creído que lo decías en serio. Durante un minuto me preocupé de verdad —le increpó una vez comprendió que estaba bromeando a su costa—. No conocía ese humor tuyo tan sagaz. Por un segundo…

—Aun desconoces muchas cosas sobre mí, como por ejemplo que hay algunas comidas que me salen realmente buenas. Los diez años pasados en el ejército me han preparado por si algún día me iba a casar contigo.

Asya se acercó y se abrazó a su torso con afecto infinito. Dejó la cabeza descansar en el hueco de su pecho y dijo en voz queda:

—Antes de que me repudies por ser una mala esposa deberías saber que se me da de maravilla recoger los platos y fregar la cocina. También soy bastante buena con la ropa.

Su marido posó las manos en sus hombros demandando su atención. Le sonrió con complicidad cuando sus miradas se encontraron y exclamó aliviado:

—Haber empezado por ahí, esto cambia bastante el panorama, creo que, a pesar de tu gran defecto, me quedaré contigo —Inclinó la cabeza y depositó un beso conciliador en sus labios.

—Vaya, que generoso por tu parte —se hizo ella la sorprendida, conteniendo sus ganas de reír—. En este caso, gracias.

—No se dan. Ven, tengo una sorpresa para ti.

La tomó de la mano, enlazando sus dedos con los de ella. Asya se sintió intrigada y siguió sus pasos, hasta que llagaron a una puerta que daba a una pequeña terraza. Nada más acceder les dio la bienvenida un cachorro inquieto que, nada más advertir la presencia de Pasha, comenzó a dar pequeños saltos a su alrededor. El comandante se apeó y le acarició la cabeza, después lo acogió en sus brazos e hizo las aclaraciones pertinentes:

—Te presento a Matusalén. He pensado que te haría bien alguna compañía el tiempo que viviríamos aquí.

—¿Matusalén? —inquirió en voz queda, visiblemente emocionada—. Ay Pasha, eso tiene que ser amor.

—Es amor —declaró encendido, dedicándole una sonrisa de complicidad.

Las lágrimas inundaron al momento los hermosos ojos de la veterinaria. En ese instante pensó que todo en su pequeño mundo estaba perfecto. ¿Quién necesitaba caballos, hectáreas de terrenos, heredades, teniéndose el uno al otro? Alargó la mano para acariciar el perrito, una bolita oscura prevista de algunas manchas blancas, quien le olió un poco los dedos, de forma circunspecta pero no se acercó.

—Se parece a ti —declaró ella al observar que Matusalén no era fácil de impresionar—. Tendré que luchar para ganarme su corazón.

—Eso es cierto, la parte buena es que una vez te lo ganes, lo tendrás para siempre. Los seres que se conquistan con dificultad son los más fieles, su amor es incondicional y dura hasta el infinito.

—Gracias Pasha, es el mejor regalo que podías ofrecerme —sonrió complacida y tomó al pequeño animal en sus brazos—. Es indudable que sabes cómo llegar a mi corazón. Siempre los has sabido.

Se dieron un beso largo y apasionado cuidándose de no aplastar el cuerpecito de Matusalén, quien se removía inquieto en los brazos de su dueña.

Regresaros al apartamento y lo acomodaron en una canasta, después abrieron un tarro de jamón enlatado que Pasha calentó en una sartén. Lo combinaron con huevos cocidos y ensalada de tomates con pepino. Una vez terminaros de cenar recogieron todo y se prepararon para su primera noche juntos. El vino blanco del que habían disfrutado en la cena les proporcionó el estado de ánimo necesario para convertirla en una velada especial.

Pasha estaba radiante. Todavía no podía creerse que pasaría una noche entera con la mujer de sus sueños. Y después de esta noche vendrán otras y otras más.

Le quitó el vestido de novia con gestos lentos, pausados, cargados de tensión sexual, contemplando por primera vez su cuerpo desnudo, sin prisas ni inconvenientes por el medio. Acarició su piel sedosa, primero con las manos, después con su boca hasta que escuchó de su boca ruegos y gemidos de placer. Fue entonces cuando liberó su propio cuerpo de su vestimenta y se dejó mimar por una Asya desatada, excitada, pasional y arrolladora. Volvió a besarla en la boca, apagó la pequeña lámpara de aceite y la condujo hasta el lecho. Hicieron el amor durante horas, conociéndose el uno a otro en profundidad y recuperando los años perdidos. Compartieron una noche larga y deliciosa que cumplió con creces sus expectativas y fantasías. Fue tanta la pasión que ella se quedó dormida en sus brazos y despertó a la mañana siguiente plena, enamorada e inmensamente feliz.

 

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