Asya

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El regreso de Asya

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El regreso de Asya

Julio de 1939

 

 

 

La hacienda Kurikov estaba silenciosa. Los ladridos de Matusalén se escuchaban de vez en cuando, pero al ser ya un animal muy viejo, el sonido de sus ladridos se asemejaba a unos suaves quejidos a los que nadie prestaba atención.

Babushka le dedicó una mirada pensativa mientras se sentaba en un banco, dejándose abrazar por los rayos matutinos de ese día. El trote de unos caballos que pararon delante de la entrada en la finca la sobresaltó. Se apresuró en acudir a la puerta con el perro pegado a sus pies.

Una vez en el portal se quedó observando como su marido descendía por los peldaños de un carruaje de color marrón oscuro con adornos dorados. Detrás de él, lo hizo la luz de sus ojos: su única nieta Asya, a la que no veía desde hacía poco más de un año. Nada más percatarse de su presencia, la joven agitó ansiosa el brazo en señal de saludo. Una gran sonrisa iluminó su hermoso rostro, que se veía contento por haber regresado a casa.

—Mi querida niña —balbuceó la abuela con voz entrecortada por la emoción. Se acercó con paso apresurado y se dejó envolver por los brazos abiertos de Asya a la que acercó a su pecho con afecto. Acarició los suaves cabellos de la joven al tiempo que le besaba la frente con ternura.

Babushka, te he echado tanto de menos. Nadie hace el pastel de queso tan rico como tú. Ni el ponche de cerezas. Para no acordarme de las albóndigas de carne.

—Te he preparado todo esto y más. —Sonrió la mujer complacida por el hecho de que su nieta hubiera hecho en falta sus dotes culinarias —. Te has quedado en los huesos. —Observó al tiempo que palpaba preocupada la cintura de Asya.

—¡Qué exagerada eres! —Rio la joven—. Solo he perdido un par de kilos, los exámenes finales fueron muy difíciles.

—¿Lo conseguiste? ¿Puedo ir a la plaza del pueblo y gritar a los cuatro vientos que mi nieta es la primera veterinaria de la comarca?

—¡Pues claro que lo puedes hacer! —exclamó Asya entre orgullosa y radiante.

—¿Sabrás asistir a una vaca que tiene problemas en el parto? ¿Podrás dar la vuelta a un ternero que sale de patas?

—Sabré todo esto y más, babushka. —Asya se percató de la presencia de Matusalén y se apeó junto a él, extrañada de que no saltase sobre ella ni la saludase con su habitual alegría—. Ey, mi hermoso amigo, ¿qué tipo de recibimiento es este? ¿Por qué no me saludas con tu habitual impaciencia?

El perro levantó la cabeza con dificultad y ella le acarició los dos lados de la cabeza. Le palmeó con delicadeza la parte situada debajo de la barbilla y se entristeció al ver que el animal no respondía a sus mimos como de costumbre.

Matusalén, se nos está haciendo mayor. Creo que te estuvo esperando para poder marcharse. Ya sabes, es la hora. No hemos tenido ningún otro perro que viviera tanto como él.

Asya perdió la alegría solo con pensar en perder a Matusalén. Por una milésima de segundo recordó el momento de haberlo encontrado, junto al otro cachorro, en lo alto de aquella colina. Se acordó de la preocupación de Pasha por mantenerlos unidos y el posterior enfado entre ellos. Sonrió con nostalgia ante esos bonitos recuerdos de la infancia y una dolorosa añoranza se apoderó de ella. A pesar de no haber visto a Pasha desde que tenía quince años, no había conseguido arrancárselo de la cabeza ni de su corazón. Era como una espinilla clavada en su carne de la que no lograba liberarse. Era un mal y, al mismo tiempo, un bien necesario en su vida. Un algo del que no quería desprenderse.

A lo largo de los cinco años que duró su estancia en la capital, Asya había tenido dos novios importantes. De uno de ellos, Alexei, un carismático profesor de Literatura, creyó estar realmente enamorada. No obstante, tras dos largos años de noviazgo, se separaron sin apenas tener un motivo. Por mucho que lo había intentado, nunca pudo corresponderle con la misma pasión y no tuvo más remedio que admitir que no era capaz de amar de forma incondicional.

Tras ese noviazgo fallido, no quiso volver a intentarlo; simplemente, se encerró en sí misma, dedicándose a fantasear de nuevo con el único amor de su vida. Comprendió con tristeza que pertenecía a esa categoría de personas que amaban de verdad una sola vez.

Con esos pensamientos rondándole por la cabeza, se encaminó hacia la casa y se sentó en el banco de madera situado en la terraza donde babushka había preparado un delicioso almuerzo en su honor. Asya les contó cómo habían sido los exámenes finales de la facultad, enseñándoles, orgullosa, su diploma que la atestaba como médico veterinario.

Al día siguiente de su llegada, comenzó a cambiar las rutinas de los animales, la alimentación y algunas de sus prácticas. Dedushka se mostró reacio a los cambios que proponía, pero ella sabía que aquello sucedería, por lo que le explicó con paciencia todos los beneficios que los animales tendrían si se hacían las cosas a su manera.

—Nos hemos quedado con muy pocos animales, las guerras y el Estado nos han quitado lo más importante —constató el hombre con amargura—. A veces pienso que es el castigo divino por lo que les hice a los Fedorov. Al fin y al cabo, no he conseguido nada al quedarme con la otra propiedad. Si tenía más animales, el camarada Stalin me quitaba más animales; si tenía más patatas, cebollas y zanahorias, lo mismo. Soñaba con convertirme en el mayor criador de caballos de la comarca y solo he conseguido tener remordimientos por la noche.

Asya lo miró apenada. Le tocó el hombro en actitud compasiva ya que el abuelo parecía muy mayor y cansado.

—No estuvo bien dejarlos sin nada, dedushka. La abuela y yo intentamos convencerte, pero no fue posible hacerte cambiar de parecer. En todo caso, ya sabes el dicho: nunca es tarde si la dicha es buena.

—Lo sé. El único culpable de todo aquello soy yo. Llevo algún tiempo pensando en buscar a Pasha y devolverle las tierras de sus abuelos; de hecho, siempre han pertenecido a su familia, dado que nunca hemos hecho los cambios de nombre en el registro del ayuntamiento.

Asya se tensó de forma visible al escuchar el temido nombre del pasado. Una corriente helada la traspasó de arriba abajo ante la posibilidad de volver a saber de él.

—¿Sabes algo de él? —preguntó en un susurro, presa de un miedo irracional ante una posible respuesta que la dejaría destrozada. Pasha tenía veintisiete años, era más que posible que se hubiera casado y formado una familia.

—No gran cosa —contestó de forma evasiva su abuelo—. Por lo que he oído, es militar profesional, oficial y le va bastante bien. Tal vez, ahora que el camarada Stalin ha firmado el pacto de no agresión con Hitler, las guerras queden en el olvido y nuestros muchachos vuelvan sanos y salvos a sus casas.

—Ojalá, dedushka —le animó Asya al tiempo que deseaba de todo corazón que las épocas bélicas llegasen a su fin—. Sería muy honesto por tu parte devolverles la propiedad. Creo que es una gran idea hacer las paces con la familia Fedorov.

El semblante de Victor Kurikov se iluminó al comprender que todavía tenía una pequeña posibilidad para enmendar los errores del pasado.

 

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