Asya

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La petición del comandante Fedorov

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La petición del comandante Fedorov

 

 

Asya cepillaba con ganas el lustroso pelaje de Asuán II. El caballo se movió inquieto mientras ella le arreglaba los largos pelos de la crin. Le palmeó un par de veces en la grupa y se alejó contenta, para darle el mismo tratamiento a Sadona, una preciosa yegua, que muy pronto tendría a la primera cría de Asuán II. Se percató de una presencia detrás de ella y, al darse la vuelta, se quedó parada ante el gesto tenso de dedushka.

—Ven, Asya, necesito hablar contigo.

La joven dejó de cepillar a Sadona y siguió sus pasos, entristecida por ver su espalda, antaño recta y fornida, encorvada bajo el peso de los años y las dificultades vividas. Se preguntó, llena de amargura, qué haría cuando la vida de sus queridos abuelos llegase a su fin. Se quedaría sola en el mundo. Con estos sombríos pensamientos, llegó a la casa y se sentó al lado de babushka, quien observaba expectante a su marido.

El hombre dejó sobre la superficie rugosa de la mesa una carta, que tenía aspecto de ser oficial porque un sello dorado lucía sobre el dorso.

—Pasha ha vuelto a la ciudad. Ya no es un muchacho larguirucho e inofensivo, sino un poderoso oficial destinado al puesto de Tersk. Se ha convertido en el máximo mando militar de la ciudad, el comandante Fedorov.

Asya hubiera barajado mil y una posibilidades sobre la procedencia de la misiva, pero de ningún modo hubiera sospechado que fuera Pasha quien la expedía. Una gran expectación se adentró en su corazón ya que tenía una leve sospecha de que la carta fuera para ella. Quizás, a pesar de los años y la lejanía, él albergara por ella los mismos sentimientos de antes. De repente, una explosión de calor se extendió en su rostro, dejándola mareada de felicidad.

—¿Pasha? —preguntó la abuela con aspereza—. ¿Y qué quiere de nosotros?

—Venganza. —Aquella palabra fue lo único que Victor Kurikov fue capaz de decir.

Asya parpadeó alarmada, al tiempo que sentía cómo todas sus ilusiones de segundos atrás caían al suelo hechas añicos. Se mordió el labio inferior con dureza hasta notar el sabor de la sangre invadiendo su boca. No tuvo fuerzas para formular ninguna pregunta, simplemente se quedó sentada, inmóvil como una estatua, esperando que su abuelo les diera otros detalles.

—Esto —dijo señalando la carta— es una petición formal enviada en su nombre por el tribunal. Al no haber inscrito la propiedad del difunto Fedorov a mi nombre, legalmente es y siempre ha sido de ellos. Por esa razón, ahora me acusan de haberla administrado en concepto de alquiler y me piden los dividendos sumados a lo largo de todos esos años.

—¡Santo cielo! Pero las cosas no son así —se alarmó babushka—. ¿Cuánto dinero nos pide?

Asya se quedó mortalmente pálida al escuchar que sus peores temores se convertían en realidad. No, Pasha no albergaba nobles sentimientos de amor, ni el fuerte deseo de desnudar su alma ante ella, sino todo lo contrario; les había declarado la guerra de la forma más fría y cruel posible.

—Quinientos setenta mil rublos —sentenció el abuelo con voz apagada—. Han valorado los años de alquiler en las mejores condiciones, ¡casi setenta mil rublos por año! No toman en cuenta que hubo algunas cosechas con grandes pérdidas por las expropiaciones que sufrimos por parte del camarada Stalin.

—No tenemos el dinero, es una cantidad muy elevada —se lamentó Asya, demasiado conmocionada para poder reaccionar—. ¿Qué pasará si no se lo entregamos?

—El comandante Fedorov se quedará con todo. —Dedushka se cubrió la cara con las manos en un intento de esconder su consternación. Comenzó a suspirar preso de una profunda agitación interna—. Fue un error muy grande hacer lo que hice, el muchacho tiene razón al querer vengarse.

—¡Santo cielo! —clamó de nuevo babushka al borde de las lágrimas—. Hombre, no te vengas abajo con tanta facilidad, seguro que podemos llegar a un acuerdo. Nuestra hacienda es mucho más extensa que la de ellos y todavía disponemos de algunos caballos que valen un buen dineral. Es más que evidente que él quiere hacerte lo mismo que le hiciste tú a su familia, pero las condiciones no son iguales que entonces.

—Abuela, por favor tranquilízate —la calmó Asya mientras se acercaba a ella para consolar su desesperado llanto—. Iré mañana a ver al comandante Fedorov, fue mi amigo en la infancia, le contaré lo difíciles que fueron estos años para todos los hacendados, estoy segura de que me escuchará y alcanzaremos un acuerdo. Tiene un buen corazón, no nos dejará en la calle.

—¡No! —se opuso el abuelo con firmeza—. Yo soy el que cometió ese grave error, por lo tanto, a mí me pertenece solucionarlo. Cogeré mi escopeta y le pegaré un tiro si hace falta a ese malnacido. ¿Estuvo presente cuando su padre me pidió aquellos quince caballos y cerramos el trato? Estuvo. No puedo cambiar el pasado solo porque ahora se haya convertido en un hombre poderoso. No lo voy a permitir, ni quiero que mi única nieta se humille delante de él. Si quiere guerra, la tendrá.

Dedushka, ¡por favor! —Asya le imploró con la mirada al tiempo que posaba sus manos sobre las suyas en actitud consoladora—. Ya le hicimos bastante daño a su familia en el pasado. Es hora de enmendar los errores, no de cometer otros disparates. Te lo ruego, déjame que hable con él; hace años fuimos inseparables, le haré ver lo equivocado que está. Pasha es tolerante y justo, no me cabe duda de que llegaremos a un acuerdo ventajoso.

Después de un intenso debate, dedushka dio su consentimiento y se marchó abatido, preguntándose adónde iría a parar aquella tormenta que acababa de ceñirse sobre su familia. Tras quedarse sola, Asya permaneció sentada en el mismo sitio, incapaz de reaccionar. Se sentía presa de sentimientos contradictorios que formaban un auténtico torbellino en su cabeza. Una parte de ella, la sentimental, se encontraba inmensamente feliz al saber que volvería a ver al amor de su vida, después de largos años de ausencia. Solo con pensarlo, su inocente corazón daba alegres tumbos dentro de su pecho, poseído por un entusiasmo desbordante.

Sin embargo, su parte racional barajaba la posibilidad de que Pasha se hubiera convertido en un hombre cruel y despiadado tras diez largos años sirviendo en el ejército. Admitió con amargura que si el poderoso comandante Fedorov quería venganza, nada ni nadie le impediría tomarla. Ni siquiera ella, pese a que hubo un tiempo en el cual fue su Asy, pero nunca más lo sería. ¿O sí?

 

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