Asya

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El «no» encuentro entre Asya y Pasha

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El «no» encuentro entre Asya y Pasha

 

 

Asya se levantó al alba sin haber pegado ojo en toda la noche, ante la expectación de que ese día volvería a ver a Pasha. Se tomó su tiempo en vestirse y, tras muchas combinaciones fallidas, se decantó por un elegante traje de dos piezas de terciopelo, con chaqueta entallada, color verde oscuro y falda midi, tipo tubo, que le cubría las rodillas. Se peinó su melena que le llegaba hasta la mitad de la espalda con mimo, sujetándola de lado con varias horquillas. Dudó de si debía ponerse un sombrero, y finalmente decidió prescindir de ese adorno tan querido por la mayoría de las mujeres. Su seña de identidad siempre habían sido sus cabellos oscuros y ondulados y deseaba mantener esa pequeña parte de ella inalterada.

Mientras se maquillaba los ojos con una sombra verde suave, que potenciaba su mirada, se preguntaba si él la encontraría más guapa ahora que se había convertido en una mujer que sabía vestirse con elegancia y dominaba sus prontos juveniles.

Al mediodía, tras horas de acicalamiento, estuvo satisfecha con su aspecto. Se veía como lo que era, una mujer de veinticinco años, de buena familia y con una carrera universitaria a sus espaldas. Una mujer que iba en búsqueda de un acuerdo. Soltó un largo suspiro ante lo difícil que se le antojaba hablar con él de dinero, propiedades y caballos, cuando lo único que quería era verlo y preguntarle si la recordaba, abrazarse con fuerza a él hasta que la necesidad de su cercanía quedase aplacada. Cerró los ojos ante esa fugaz imagen, preguntándose si él recordaría los tiempos en los que no aguantaban dejar pasar un solo día sin verse. Abrumada, revivió el único beso que le diera aquella vez en el bosque y sintió el amargo sabor del rechazo llenándole la boca.

Tras darse un largo abrazo con babushka, se puso la estola y los guantes de cuero y tomó el camino hacia el cuartel militar. Media hora más tarde, el carruaje de su abuelo la dejaba delante de la puerta del reducto. Mientras subía los escalones de cemento de la entrada, la joven veterinaria fue sorprendida por un oficial, justo cuando estaba a punto de dar marcha atrás. Se trataba de un hombre fornido y atractivo que se sacó la gorra, al tiempo que la saludaba con un ostentoso respeto:

—Buenos días, señora. A sus servicios, permítame que me presente, soy el capitán Alexandr Lenin. ¿En qué puedo ayudarla? —Una arrebatadora sonrisa, de esas que te dejan sin habla, apareció en el rostro del amable oficial y Asya relajó el gesto tenso que tenía.

—Buenos días, capitán. Necesito… vengo a solicitar una entrevista personal con el comandante Fedorov. Se trata de un asunto… privado. —Sin saber por qué, sus mejillas se encendieron ante esa última observación. A ojos ajenos podría parecer la flamante querida de un poderoso militar que iba a calentar su fría mañana al cuartel—. Soy Asya Kurikova, médica veterinaria —añadió con timidez para dar un poco de respetabilidad a su anterior metedura de pata.

El gesto desconcertado del capitán sufrió el efecto deseado por ella y quedó maravillado ante el hecho de que una mujer pudiera ser veterinaria.

—¿Entiende usted de animales, hermosa dama? —se interesó gratamente sorprendido—. ¿Puedo decirle que estoy impresionado?

Su audacia hizo que ella estallara en una repentina risa sincera.

—Sí y sí —respondió de buen humor, contenta por haberse cruzado con un oficial tan amable y divertido. Justo lo que necesitaba para templar sus tensados nervios, previos al encuentro con Pasha—. Entiendo bastante de animales y, por supuesto, que me alegro de que haya quedado impresionado. ¡Faltaría más!

—En este caso, sígame, por favor; lamento haberla retenido en lo alto de las escaleras. Le ruego que perdone mi torpeza y que pase a la sala de espera, mientras tanto, me encargaré en persona de avisar al comandante de su llegada, señora Kurikova. ¿O, tal vez, señorita? —La pregunta flotó en el aire, el tiempo que tardaron en subir los tramos finales y se adentraron en el hall principal.

—Señorita sería muy apropiado aun cuando, a mi edad, todo el mundo me suele llamar señora.

La mirada radiante del capitán le indicó a Asya que apreciaba de forma favorable el hecho de que fuera todavía una solterona.

—¿Sería muy atrevido por mi parte pedirle que tome un té en mi compañía cuando acabe su… su asunto personal con el comandante?

Asya se quedó parada, ya que era poco común que un hombre le pidiera a una mujer una cita sin apenas conocerla. Mientras sopesaba en su mente una contestación decente, él prosiguió:

—No me refiero a una cita de corte romántico, eso resultaría demasiado presuntuoso y osado por mi parte. En la esquina acaban de abrir un local muy moderno, me gustaría que tomásemos un té para hablar de caballos. Mi animal favorito lleva unas semanas comportándose de un modo extraño y quisiera saber su opinión al respeto.

El orgullo comenzó a bailar con alegría en las venas de Asya, así como le ocurría en las contadas ocasiones en las que alguien la tomaba en cuenta como profesional. La mayoría de las personas dudaban de sus capacidades y preferían mil veces contar con la opinión de un hombre antes de preguntarle nada a ella. Solo se contentaban con su ayuda si no les quedaba otra.

—Sería un placer —sentenció con una sonrisa amable, al tiempo que tomaba asiento en un banco de hierro que encontró al final del pasillo, dando aquella conversación por terminada.

El lanzado capitán pilló la indirecta y dejó de molestarla. El pensamiento de que en cualquier momento vería a Pasha hizo que los latidos de su corazón enloquecido se triplicasen dentro de su pecho y un sudor frío comenzó a pasearse a lo largo de toda su columna vertebral.

Unos jóvenes soldados pasaron por delante de ella y la miraron con curiosidad. Asya se preguntó si había cometido un error al adentrarse en ese mundo de hombres donde, al parecer, las mujeres no tenían cabida.

Tras diez largos minutos, seguía sentada en el mismo sitio con unos pensamientos bastante dispersos en su cabeza. Colmada de expectación se imaginaba la expresión con la que Pasha la recibiría en cuestión de segundos. ¿Sería una de alegría? ¿O tal vez una tensa y hostil?

Unas pisadas que escuchó a lo lejos, y que supuso pertenecían al dueño de sus pensamientos, hicieron que su corazón se desplazara de su sitio y deambulara alterado en su pecho. Respiró hondo y, tras levantar la vista, quedó desconcertada al ver aparecer al capitán Lenin.

—Señorita Kurikova, lamento informarla de que el comandante Fedorov no puede recibirla hoy. Dice que para un asunto privado tiene que pedir citación, igual que si se tratase de una cuestión militar. Intenté interceder y hacerle ver lo descortés que resultaba desairar a una dama como usted, pero, por desgracia, no he logrado hacerle cambiar de opinión; hasta me atrevería decir que parecía molesto solo de escuchar su nombre. En fin, le pido disculpas en su nombre por haberla hecho esperar.

Al escuchar esa breve explicación, Asya experimentó la sensación de que un chorro de agua helada caía de pronto sobre su cuerpo tensado.

Había barajado todo tipo de opciones relacionadas con ese encuentro aunque, ni el más pesimista de sus pensamientos, se asemejaba a la realidad. Tras diez largos años sin verla, Pasha, el que ya no era su Pasha ni lo sería nunca más, se negaba a recibirla. No le había dado siquiera una mínima oportunidad y puede que, incluso, disfrutaba de su derrota. La había humillado arrojándole en la cara el hecho de que era un hombre importante. Había hecho ostentación de su poder, eligiendo el desprecio.

En cuanto fue capaz de recuperar la compostura se levantó de la silla como movida por un resorte y se encaminó con rapidez hacia la salida. Necesitaba salir de allí cuanto antes. Lo último que deseaba era echarse a llorar y no sabía el tiempo que sería capaz de retener el torrente de lágrimas que escocían sus ojos. No mucho, se dijo al sentir cómo la vista se le nublaba.

Derrotada y humillada, Asya abandonó el recinto bajando los peldaños de forma precipitada, con el capitán pisándole los talones. En medio de semejante tormenta de emociones, sintió su mano asiéndola por el codo demandando su atención. Se detuvo para escucharle, el capitán había sido muy amable con ella y no era culpable del desplante de su jefe.

—Señorita Kurikova, salta a la vista lo afligida que está, me imagino que hoy no está de humor para tomar algo conmigo. No obstante, me preguntaba si sería tan amable de acompañarme este sábado al baile inaugural que ofrece mi comandante, el señor Fedorov, para celebrar su nombramiento. Si me da su dirección, estaré encantado de pasar a recogerla.

De pronto, un viperino pensamiento se coló en la mente de Asya, por lo que acortó un poco la distancia entre ella y el capitán y le ofreció una de sus sonrisas más espléndidas. Ya que el poderoso comandante no quería verla, supuso que se sentiría inmensamente contento al tenerla de invitada en su fiesta. Con toda seguridad. ¿Quería guerra? Pues se la daría.

—Sería un enorme placer, capitán Lenin. Soy la nieta del conocido criador de caballos, Victor Kurikov, pregunte a cualquiera y le dirá dónde queda ubicada nuestra finca. —Se quitó el guante con coquetería, dándole la oportunidad al amable militar de besarle la mano. Tenía la leve sospecha de que Pasha la estaba espiando desde alguna ventana y deseó que ese pequeño galanteo le hiciera sentar mal el almuerzo.

Una vez que se hubo despedido de su nueva conquista, se refugió en la intimidad del carruaje y dio rienda suelta a su dolor. Ni siquiera había visto a Pasha y ya estaba llorando por su culpa.

 

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