Asya

Asya


El baile

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El baile

 

 

Pasha abrochó con cuidado los botones plateados de su túnica militar de gala, después arregló el pico almidonado de la misma y paseó las yemas de los dedos sobre las brillantes medallas que colgaban de su bolsillo superior. Se acicaló el pelo recién cortado, sobre el que colocó con esmero su gorra roja con estrella dorada. Esa noche era un tanto especial, puesto que los salones del cuartel militar se vestían de gala para recibir a la flor y nata de la ciudad. Se celebraría un baile donde se haría oficial su nombramiento como comandante general y el gobernador de Moscú, en persona, estaría presente en dicho acto.

Lanzó una última mirada circunspecta al espejo y, cuando estuvo seguro de que su aspecto era impecable, abandonó su cuarto y se dispuso a esperar a Natasha y a su madre.

Un tiempo después, su hermana apareció ante él hecha una pequeña princesa dorada. Llevaba un largo vestido que podría haber eclipsado al mismísimo sol y sus sedosos cabellos rubios, recogidos en varios bucles, detrás de la nuca. Sus labios rojos no dejaban de sonreír ante la expectación del baile.

—¡Qué guapo y presentable estás, hermano! —le alabó, al tiempo que limpiaba una imaginaria pelusa de su hombro condecorado. Dio un giro teatral y preguntó ansiosa—: ¿Cómo me ves?

Pasha la besó en la frente, sonrió condescendiente y aseguró:

—Serás la mujer más hermosa de todo el baile. Mis subordinados se enfrentarán en duelo para conseguir bailar contigo.

Natasha pegó un pequeño salto de alegría ante las optimistas expectativas de su hermano. A continuación, se colocó sobre los hombros un abrigo de pieles, para que la resguardase del gélido aire invernal, dando a entender que se encontraba lista para partir.

Con las dos mujeres cogidas de sus brazos, Pasha salió de la casa. En el patio se hallaba esperando un ostentoso carruaje de color bronce, preparado para llevarlos al cuartel donde disfrutarían de la gran noche de Pasha. Llegaron entre los primeros invitados y fueron recibidos con honores por los organizadores.

Pasha se separó de su familia y esperó, junto al gobernador, para recibir a los distinguidos asistentes, entre los que se encontraban terratenientes, oficiales y las autoridades más importantes de la ciudad.

Una orquesta, formada por catorce músicos, mantenía un tono suave y lento, muy adecuado para aquel principio de velada. Media hora más tarde, el salón estaba repleto de hermosas damas que lucían con orgullo sus joyas más valiosas y hombres imponentes que tomaban un vaso de vodka a la salud del nuevo comandante general, condecorado con la Estrella Dorada por salvar la vida de doce mil camaradas en la frontera ruso-finlandesa. Los acordes de un hermoso vals hicieron que Pasha observara a una pareja que danzaba en la pista. Se preguntó si él alguna vez volvería a bailar, aunque era poco probable que su molesta prótesis de hierro le dejase hacerlo.

La silueta de un oficial llamó su atención y regresó la mirada hacia los invitados que acababan de llegar. Saludó con entusiasmo a Alexandr Lenin, uno de los capitanes más eficaces del cuartel, y cuando la mujer que le acompañaba se retiró la capucha de pieles que llevaba para resguardarse del temporal, Pasha sintió que el corazón se le paraba en el pecho. Ataviada con un impresionante vestido rojo fuego y el cabello cayendo en suaves bucles, ordenados de forma impecable sobre su espalda, estaba Asya. Se plantó ante él serena, hermosa y distante. En su rostro indescifrable se alojaba una expresión de indiferencia, fingiendo no conocerle de nada. Le tendió su mano enguantada en delicada seda de color negro y le sonrió con calidez, como si fuesen dos desconocidos que coincidan en un inocente baile.

A Pasha no le quedó más remedio que ser partícipe de su pequeño teatro ya que, al haberse presentado en compañía de un invitado, no podía reclamarle. Le tomó la mano, apretándosela un poco más de la cuenta, disfrutando de los reproches silenciosos que intuía en sus labios generosos. A continuación, depositó un beso de cortesía sobre ella y sintió nostalgia cuando el sutil perfume de almendras dulces, que tan bien recordaba, llegó hasta sus sentidos, dejándole casi en fuera de juego. Se esforzó en mantener el tipo balbuceando algunas palabras de cortesía, aunque no recordó exactamente en qué constaba su atropellada bienvenida. Una vez finalizados los formalismos, observó hipnotizado cómo ella introducía su delicada mano, que él acababa de besar, entre la uve formada por el brazo del capitán Lenin y se perdía entre el resto de los invitados.

A partir de ese momento, Pasha dejó de disfrutar de su fiesta y se encargó de vigilar de reojo a la pareja. Se preguntó si estarían juntos y desde cuándo. La sangre galopaba por sus venas con tanta intensidad que temió sufrir un fallo cardíaco. Era superior a sus fuerzas no turbarse cada vez que veía la mano del capitán Lenin posarse sobre la parte alta de su cintura, en un inequívoco gesto de posesión.

Intentó serenarse, convencido de que su comportamiento era, como mínimo, infantil e inapropiado. Ambos eran adultos y libres de tener pareja, el pequeño idilio que nació entre ellos siendo adolescentes quedó enterrado y olvidado varios años atrás. Mientras buscaba poner coherencia en su mente, recordó el beso del otro día en el bosque y se sintió con derecho a reclamarle. La sangre comenzó de nuevo a borbotar en sus venas al comprender que la llama de la pasión estaba más viva que nunca. Él no pudo sacársela de su alma, pero por la forma en que ella respondió a sus besos, supo que Asya tampoco lo había hecho.

Tomó un vaso de vino tinto casi sin degustarlo y, envalentonado por los efectos del alcohol, decidió seguirla cuando se percató de que se dirigía al aseo. Se aseguró de no importunar a ninguna dama y la siguió hasta la zona de las mujeres. Una vez dentro, la sujetó por el brazo con brusquedad y, antes de que ella pudiese protestar, la empujó hacia uno de los cubículos, que cerró con pestillo. Una vez dentro se abalanzó furioso sobre ella y colocó las dos manos en la pared, de modo que ella quedó atrapada entre sus brazos, pero sin llegar a tocarse. Asya, al verse asediada, mostró una mueca contrariada y su mirada chispeaba. Hizo un movimiento para liberarse, aunque lo único que consiguió fue que su cuerpo se pegase al de él, provocando con su cercanía una potente explosión sexual. Con las últimas fuerzas que le quedaban posó las manos en su pecho, tratando de apartarlo de ella.

—¿Qué crees que estás haciendo? —le increpó, respirando con dificultad debido al reducido espacio del lugar.

—¿Qué crees que estás haciendo tú? —contraatacó resentido, haciendo fuerza para que la distancia entre sus cuerpos no aumentase ni un centímetro—. Esta es mi noche y no voy a permitir que me la estropees. Me molesta que estés aquí, colgada del brazo de uno de mis oficiales.

Su presencia era intimidante y sus ojos grises ardían pero, a pesar de ello, Asya no perdió la compostura. Hizo otro intento de apartar su vigoroso cuerpo del suyo, que le aplastaba los pechos en uno dolorosa y, a la vez exquisita, sensación de intimidad. Deseaba librarse de su encorsetamiento y, al mismo tiempo, fundirse con él para toda la eternidad. Esos pensamientos contradictorios la hicieron enfadarse consigo misma y detestar el enorme poder que él seguía ejerciendo en ella.

—Pues no sé cómo conseguirás que me vaya. Soy la pareja del capitán Lenin, aunque a estas alturas ya deberías haberte dado cuenta.

Su comentario hizo que los ojos de Pasha se incendiaran y su rostro se contrajera.

—Asya, no vayas por ahí. No estoy preparado para verte con… —Se paró aturdido tratando de elegir las palabras que iba a decir a continuación—. No estoy preparado para verte con otro hombre. Dame algo de tiempo, por favor —suplicó de repente derrotado.

Dejó de ejercer presión sobre su cuerpo y se apartó de ella. Alargó el brazo y paseó sus dedos sobre sus hombros desnudos. La estrechó contra su pecho en gesto posesivo y, al advertir que ella se aferraba a él con la misma intensidad, buscó con desesperada necesidad su boca. La besó con un ímpetu desbordante, olvidando por un momento quién era él y quién era ella. Intensificaron el contacto demasiado encendidos y hambrientos para razonar. Pasha se abrió paso e introdujo con destreza la lengua en el interior acogedor de su boca. Asya sintió las rodillas fallarse cuando su propia lengua se abrazó a la suya y comenzaba a moverse en un sinuoso baile de tanteo y avidez. La poca cordura que todavía quedaba en su cerebro le gritaba que se apartase de él, pero le fue imposible obedecer, ya que el beso le supo maravilloso, suave, abrasador. El tipo de beso que llevaba toda la vida esperando y que, por fin, se estaba materializando, superando con creces todas sus expectativas.

Unas alegres voces femeninas les sacaron de su particular nube, obligándoles a separar los labios. Se quedaron quietos, abrazados, escuchando los enloquecidos latidos de sus corazones. Cuando el zumbido de voces se hubo alejado se apartaron el uno del otro, tomado consciencia de lo que acababan de hacer. Pasha se apoyó en la pared y cerró los ojos para recobrar el control de sí mismo. Asya, por su parte, se presionó el pecho con la mano, tratando de serenarse y calmar su afanada respiración.

—Pasha, tenemos que irnos —susurró ella al cabo de un momento.

Él abrió los ojos despacio y asintió en silencio.

La joven dejó el cubículo la primera para asegurarse que la zona estuviera despejada y, al advertir que no quedaba nadie, le avisó con un gesto para que la siguiera.

—Perdóname —se disculpó él azorado, una vez que salieron al pasillo—. No sé qué fue lo que me pasó. No tenía ningún derecho de hacer lo que hice. Eres la acompañante de un oficial de este cuartel, por lo tanto, una invitada más, así que eres bienvenida a esta fiesta. No volverá a ocurrir.

Su disculpa hizo que las decenas de mariposas que revoloteaban el estómago de Asya a sus anchas se cayesen desplomadas al suelo.

—¿No volverá a ocurrir, qué exactamente? —preguntó con amargura, ya que era su particular castigo el hecho de que Pasha se arrepintiera cada vez que la besaba—. ¿Meterme dentro de los servicios de mujeres o besarme?

—Ni una ni la otra, señorita Kurikova. Que disfrute de la velada. —El militar hizo una leve inclinación de cabeza y se alejó, arrastrando tras él una leve cojera.

El amargo sabor de la derrota se alojó en el interior de Asya, puesto que nunca antes Pasha le había hablado de un modo tan distante y frío. Regresó al cuarto de baño para calmar los enloquecidos latidos de su maltrecho corazón. Se lavó la cara con un poco de agua fría para alejar las fuertes emociones que se apoderaran de todo su ser. Sacó de su bolso de mano una pequeña barra de labios y, mientras se perfilaba con un intenso color rojo, fue sorprendida por los gritos de una mujer:

—¡Maldita bruja! ¿Qué haces aquí? No te atrevas a tocar a mi hermano, ¿me oyes? —A través del espejo observó cómo el angelical rostro de Natasha se contraía en una mueca desagradable al escupir aquel veneno.

—Hola, Natasha —la saludó Asya intimidada por verla tan alterada, aunque esforzándose por mantener la calma—. Tranquila, no tienes por qué preocuparte, ni Pasha ni yo somos los mismos de antes.

—A mí no me engañas —siguió en sus treces la hermosa rubia, al tiempo que se acercaba a Asya en actitud amenazante. Sin previo aviso, hundió los dedos en los ordenados bucles morenos y tiró con fuerza de ellos. La veterinaria chilló de dolor e hizo lo propio con el pelo de su contrincante. Durante un par de segundos se enzarzaron en una férrea lucha hasta que una invitada acudió al servicio y alertó sobre el hecho de que dos señoras se agredían mutuamente en el cuarto de baño. Al final, la madre de Pasha consiguió alejar a la una de la otra, ordenándoles que se arreglasen antes de salir.

Asya tenía la cara arañada y un hilo de sangre recorría su mejilla izquierda. Se lavó con agua y se peinó con los dedos hasta que consiguió una apariencia decente. Contuvo las lágrimas delante de la señora Fedorova y aguantó con estoicismo su mirada acusadora:

—No sé qué haces en este baile, ni me importa. Eres nuestra enemiga, así que no albergues desiertas esperanzas con respeto a mi hijo. No te acerques a Pasha, ni te cruces en su camino. Ahora, ¡fuera de aquí! Él no merece que ni tú ni nadie ensombrezca su fiesta. Déjale en paz. Si no es capaz de ponerte en tu sitio, su hermana y yo lo haremos por él.

Esas amenazas fueron más de lo que la joven fue capaz de soportar. Hecha un manojo de nervios a causa del pasional beso, el posterior desplante de Pasha, la agresión de Natasha y la voz despectiva de la señora Fedorova, abandonó el baile al borde del llanto, sin llegar a despedirse del capitán Lenin. Era la segunda vez en una semana que salía de aquel cuartel humillada y hecha un mar de lágrimas.

 

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