Asya

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¿Quién es ella?

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¿Quién es ella?

 

 

El comandante Fedorov dobló la mano izquierda detrás de la espalda, manteniendo su cuerpo erguido, y alargó la otra en actitud caballerosa para ayudar a Tatiana a bajar del vehículo. La joven le agradeció el gesto con la mirada y depositó con elegancia la mano enguantada en su palma extendida. Acto seguido, bajó con gracia del coche y se situó al lado de su acompañante. Se veía especialmente bonita aquella mañana; llevaba puesto un hermoso conjunto de seda en tono rosa pálido, de corte clásico y cuello recatado, y un coqueto sombrero de terciopelo decorado con plumas coloridas. Su pelo rubio claro se asomaba por debajo del mismo contrastando, de forma evidente, con el plumaje decorativo.

Pasha le ofreció el brazo y se encaminaron hacia el gran anfiteatro de Tersk donde se celebraba el Festival Primaveral del Caballo.  Su finca estaba representada por cinco potros que Asya había seleccionado para la ocasión y estaba impaciente por presenciar la parada.

Desde el día que hicieron el amor en el bosque no volvieron a verse. Pasha se aseguró de permanecer alejado de ella, evitándola de modo intencionado. Contenía sus ganas de ir al río o a cualquier otro lugar donde podían encontrarse. Salía de la hacienda al alba, antes de que Asya apareciera, y regresaba de noche, sabiendo que ya se había marchado.

La pasión que sentía por ella latía de forma latente en su pecho y, más de una vez, estuvo a punto de hacerlo desistir, pero consiguió contener sus emociones y se mantuvo firme en su decisión. Comprendió que si seguían viéndose, se harían daño y jamás conseguirían pasar página. Se convenció a sí mismo de la imposibilidad de encontrar su felicidad junto a Asya; sin embargo, tenía que admitir que tampoco lo lograba sin ella.

—¿Pasha? —Tatiana le tiró un poco de la manga de su chaqueta interrogándole con su preciosa mirada azul marino—. ¿Dónde quedan nuestros asientos, los que dijiste que reservaste?

Se sobresaltó como si ella pudiese escuchar sus pensamientos y le hubiese sorprendido haciendo algo indebido; y sí, definitivamente, pensar en Asya estando acompañado por su novia no era del todo ortodoxo.

Unas cuatro semanas atrás, conoció a la señorita Tatiana Leblovana en un acto benéfico. Natasha se la presentó y él se sintió cómodo en su compañía de inmediato. Era una chica muy dulce, educada y considerada. Provenía de una buena familia, siendo la hija de un conocido comerciante. Dedicaba su tiempo a tareas benéficas y se consideraba a sí misma «hermana de la caridad».

El comandante no fue consciente de empezar una relación con ella hasta que una soleada tarde de domingo sus padres le invitaron a su casa para almorzar. Se sintió de alguna forma acorralado y pensó finalizar aquel tonteo. Finalmente, no lo hizo y el temido encuentro se produjo en un clima relajado, amistoso y cordial y Pasha tuvo que admitir que sus miedos fueron infundados ya que la joven y su familia no albergaban intenciones ocultas con respeto a él.

Además, la dulzura de Tatiana le provocaba templanza y serenidad. A su lado, se sentía a salvo del fuego devorador que vivió estando con Asya. Poco a poco, se fue acostumbrado a su presencia, plenamente convencido que la joven le aportaría la paz que tanto ansiaba.

Ese día acudían por primera vez a un acto como pareja; se trataba de un reconocimiento formal y silencioso que atestaba el inicio de una relación entre ambos.

Sacó del bolsillo superior de su chaqueta las invitaciones y buscó con la mirada los asientos asignados. El aforo del anfiteatro estaba casi al completo, por lo que tardó en ubicar su sitio. Al final, encontró la fila donde debían sentarse y, mientras avanzaba con Tatiana colgada de su brazo, sintió una mirada afilada quemándole desde la distancia. Se le heló la sangre en las venas cuando su vista chocó con las lagunas verdes de Asya. Había fuego en su mirada, uno de aquellos que te consume lentamente; había furia y había pasión, una mezcla tan explosiva y potente que lo dejó aturdido. Se esforzó en recobrar el dominio de sí mismo, necesitando un par de segundos para lograrlo.

Tatiana se percató de su turbación y le apretó el brazo, demandando su atención. Le señaló que debían avanzar, puesto que al haberse detenido cerraban el paso a las personas que iban detrás de ellos. Pasha se esforzó en dominar el impulso de marcharse para no tener que enfrentar las fuertes emociones que seguía provocándole Asya con una simple mirada. Fue inocente por su parte pensar que, estando junto a Tatiana, quedaría protegido ante el huracán Asya.

Con estos sentimientos encontrados, llegó a la fila donde se encontraba la mujer que monopolizaba sus pensamientos y se sintió tan violento, y fuera de lugar, que precisó toda su fuerza de voluntad para mantener una conversación trivial con ella.

—Buenos días, señorita Kurikova; qué gusto volver a verla —saludó con formalidad, sacándose la gorra militar ante ella. Se sintió aliviado al ver que la silla que había a su lado estaba vacía. Tatiana le observaba impaciente esperando ser nombrada por lo que se giró hacia ella y la señaló con la mano —: Le presento a la señorita Tatiana Leblovana.

Las dos mujeres se saludaron con educación y él sabía que debería haber añadido el apelativo «mi novia» al final de su sublime presentación, pero fue incapaz de hacerlo. Se regañó por sentirse tan estúpidamente culpable. Era infantil pretender esconder ante ella su incipiente relación. Pasha Fedorov tenía una novia bonita de la que debería sentirse orgulloso. No estaba haciendo nada indebido ni clandestino. Su historia con Asya pertenecía al pasado y, con seguridad, ella lo vería del mismo modo.

Se separaron sin añadir nada más y fueron en búsqueda de sus asientos.

—Mira, Pasha, qué coincidencia. Nuestros sillones están justo enfrente de la chica que me presentaste. Vamos a sentarnos. Por cierto, ¿quién es ella? —preguntó Tatiana con inocencia, al tiempo que se acomodaba en la silla asignada.

Una cascada de emociones se desató en su interior al sopesar una posible respuesta para aquella pregunta. Asya no era nadie en concreto y lo era todo en realidad. Mientras buscaba con desesperación algo coherente qué decir para salir del paso, observó de reojo cómo en el iris color esperanza de Asya brillaba una pizca de diversión. Lo conocía mejor que nadie y sabía que aquella pregunta lo había pillado desprevenido. Pensó abatido que si Tatiana le hubiese preguntado quién no era ella, hubiese acabado antes.

—Asya es… —Detuvo su explicación antes de comenzarla al advertir que, a tan solo unos metros de distancia, se acercaba Natasha colgada del brazo de un señor mayor, quien era por ahora su nueva aspiración a marido. Suspiró ante la terquedad de su hermana, pero se alegró sobremanera de que hubiera aparecido justo en este instante—. Mira, acaba de llegar Natasha —señaló entusiasmado, contento por dejar el tema Asya atrás.

—¡Hola, Pasha! —Su hermana le dedicó una amplia sonrisa y se acercó a Tatiana para darle un beso afectuoso en la mejilla. Después se giró hacia su acompañante y lo presentó orgullosa—: El señor Karamazov tuvo el placer de invitarme al festival. Él también tiene unos cuantos caballos que participan en el concurso.

Luego, reparó en la presencia de Asya y la saludó con una leve inclinación de cabeza. Después se giró hacia Tatiana y aclaró en tono despectivo:

—Ella no es nadie importante, querida, solo una empleada que cuida de nuestros caballos.

Las mejillas de Asya se encendieron y se notaba claramente el esfuerzo que hacía por contenerse. Esta frase malintencionada no pensaba perdonársela. ¿No era nadie? Se prometió con solemnidad que algún día convertiría las suaves ondas de Natasha en un montón de pelo alborotado y completamente escarbado. Escupió fuego con la mirada y estuvo segura de haberla quemado, al menos un poco.

—¿Una mujer cuidando de los caballos? —se extrañó Tatiana que, por lo visto, pensaba que el lugar de una mujer debía estar muy bien definido dentro de la sociedad. Una mujer podía ser hermana de la caridad, esposa, madre, hermana… pero, de ningún modo, cuidadora de caballos—. ¡Qué interesante! Y qué duro, al mismo tiempo.

—Asya no es ninguna cuidadora, es médica veterinaria y lleva las riendas de nuestra caballada —aclaró Pasha, rebajando el tono despectivo de Natasha, quien no perdía la oportunidad de humillarla cada vez que tenía ocasión. El militar fulminó con la mirada a su hermana, advirtiéndole que debía parar su acoso y tomó nota mental de hablar seriamente con ella.

—¿Médica veterinaria? —Fue el turno del señor Karamazov de sorprenderse—. ¿No será la famosa señorita Asya Kurikova? He oído hablar maravillas sobre usted. Se cuenta que dio la vuelta a un hermoso potro dentro del vientre de su madre y que consiguió salvarlo. Usted sola.

Ella le ofreció la mano para que se la besara y sonrió complacida ante sus cumplidos. Sin querer, el buen hombre había evitado el comienzo de una gran trifulca.

—Es cierto, señor; lo hice, aunque debo decir que no fue nada extraordinario. Además, no estaba sola, a la gente le gusta exagerar las cosas. En todo caso, el potro que conseguí salvar se ha convertido en mi animal favorito y hoy participa por primera vez en una feria de caballos. Lo veremos muy pronto en el concurso, se llama As.

—Es usted una mujer extraordinariamente valiente, señorita Asya. Ha sido un verdadero placer haberla conocido.

—Lo mismo digo, y que gane el mejor —sonrió ella, señalando el concurso que estaba a punto de comenzar.

—¡Que gane el mejor! —respondió Karamazov esperanzado.

Una vez finalizada la conversación, Pasha y su séquito se sentaron en sus respectivas butacas y Asya pudo volver a respirar con normalidad.

Aguantó como una campeona las ganas de darse un festín con los intachables mechones de Natasha. No imaginaba placer más grande que agarrarle el moño, perfectamente confeccionado, y convertirlo en una mata de pelo desordenada. Cuando el sofoco provocado por Tatiana bajó en intensidad, se permitió el lujo de analizar a la bella acompañante de su jefe. Toda ella delicada, rubia, cometida y hermosa. De complexión delgada y rasgos dulces, apoyaba con elegancia su dorso recto contra el respaldo de su asiento. Unos pendientes ostentosos colgaban de sus orejas diminutas y unos cuantos rizos dorados se escapaban con coquetería de su original sombrero. Asya debía sentir simpatía por esa bella mujer que acompañaba a Pasha ya que si ella no podía tenerle, que menos que alegrarse por haber encontrado una criatura tan perfecta como esa. Sin embargo, en vez de simpatía lo que en realidad le apetecía era romper las ridículas plumas de colores que adornaban con pretensión su extravagante sombrero.

Dominó sus instintos y permaneció en la silla, fingiendo estar atenta al concurso que estaba a punto de comenzar. Casi perdió la compostura cuando observó cómo la mano enguantada en seda blanca de Tatiana se enlazaba con la del comandante. Y todo eso ocurría a tan solo unos centímetros de distancia de ella.

¿Conseguiría Asya Kurikova dominar sus instintos? ¿O sus instintos la dominarían a ella?

 

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