Asya

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La verdad es algo relativo

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La verdad es algo relativo

 

 

En cuanto Asya abandonó su propiedad, Pasha puso rumbo al cuartel militar. El primer sospechoso de su lista era el capitán Lenin, y nada más llegar preguntó por su paradero. Sus dudas aumentaron al enterarse de que estaba de permiso, desde hacía dos días, para visitar a su familia. Era como si hubiera elegido a propósito tener una cuartada de lo más sólida.

Acto seguido, el comandante fue a por la segunda pista, el teniente Zaronski. Puso en marcha el radio transmisor receptor, que empleaba para comunicarse con sus superiores y los mandos generales, y preguntó a qué regimiento pertenecía ese oficial. Asimismo, se interesó por la existencia de una orden de expropiación forzosa de caballos y esperó impaciente a recibir respuesta. Algunas veces el radio transmisor tenía fallos y no lograba una comunicación fluida, por lo que Pasha rezó para que, en esta ocasión, funcionase. Mientras se mantenía a la espera, interrogó a todos los oficiales sobre una posible misión y les preguntó si alguien había utilizado su sello.

Horas más tarde, seguía en el mismo punto de partida. No había recibido respuesta alguna de sus superiores, ni tampoco pudo sacar nada en claro de los oficiales interrogados. Se sintió frustrado ya que aquella misión era, sin duda, una de las más importantes de su vida y no solo por lo que le habían hecho a Asya, sino por la existencia de una persona que le había declarado la guerra en la sombra. Y Pasha sabía de sobra que el tipo de individuos que te retaban sin descubrir la cara eran los más peligrosos.

Al caer la noche, por fin, el radio transmisor le facilitó un mensaje. En las plataformas generales figuraba un oficial con esos datos. Lo ubicaron en una base militar de tierra situada en Samara, una ciudad a orillas del río Volga situada a unos cien kilómetros de Tersk. A pesar de que la hinchazón de su pierna inválida se volvía cada vez más aparatosa, Pasha se llevó a dos oficiales y salieron para Samara aquella misma noche. No podía perder ni un segundo.

Llegaron sobre las cuatro de la madrugada y se hospedaron en una posada hasta el día siguiente puesto que aquella no era una misión oficial y, por lo tanto, no podían presentarse en plena madrugada. Pasha aprovechó las pocas horas de descanso para reposar su pierna que, como la vez anterior, se volvió morada. La untó con una crema que el médico le había recetado y rezó para aguantar, al menos, ese día. La fiebre comenzaba a subirle y su estado general daba señales de flojera. Sabía, sin necesidad de que nadie se lo dijera, que no saldría muy bien parado de esa misión.

Al alba abandonaron la posada y se presentaron en el cuartel donde solicitaron una reunión oficial con el teniente Zaronski. Tras unos momentos de tensión, este reconoció haber participado en la retirada forzosa de los caballos, pero no tenía ni idea de quién enviaba los órdenes. A él le mandó su jefe inmediato, el capitán Oblovski, quien a su vez debió de recibirlas de Tersk. No le pudieron sacar otros detalles sobre la operación en sí, pero sí uno muy relevante con respecto al paradero de los animales. Los caballos los habían dejado en custodia a un importante comerciante de Tersk, llamado Nicolai Leblovan.

Pasha notó acelerarse el ritmo cardiaco al comprender que Tatiana podría estar detrás de todo aquello. Sabía que su padre tenía mucha influencia, aunque dudaba que pudiera haber instado a los mandos militares a seguirle la corriente.

Finalmente, el capitán Oblovski desveló la incógnita a medias. Les había llegado el mandamiento de Pasha pidiéndoles llevar a cabo la donación forzosa en nombre de sus compañeros de Tersk porque, al convivir en la misma ciudad, provocaría revuelta social si la hacían los propios militares del cuartel de la zona. Así que Zaronski y sus hombres, simplemente, cumplieron las órdenes de Pasha y dejaron a los animales bajo la custodia del señor Leblovan puesto que así se les había pedido.

Pasha agradeció la colaboración de sus compañeros sin poder sacarse de la cabeza la imagen de Tatiana. Faltaba averiguar quién había sido el compinche del cuartel. Regresó a Tersk casi delirando a causa de la fiebre. Nada más llegar, tomó un baño frío y el ardor le bajó un poco. Se untó la hinchazón con el bálsamo que le recetaran la vez anterior y volvió a ponerse en camino, esta vez a la casa de Tatiana.

Su exnovia le recibió con su inocencia de siempre, pero en esta ocasión él sabía que era solo una pose. La dejó actuar a sus anchas, fingiendo no enterarse de su juego. El señor Leblovan le dio un fuerte apretón de manos, alegrándose sinceramente de la vuelta del comandante a su casa.

—Pasha, ¡qué placer tenerte de nuevo por aquí!

—No es una visita de cortesía.

—Pues en este caso, tú dirás. —Se giró hacia su hija, un tanto sorprendido por la frialdad del que antaño había considerado como candidato ideal para su adorada Tatiana—. Cariño, trae algo de beber a nuestro invitado, estará sediento.

El militar la detuvo con la mano y ella volvió a sentarse desconcertada.

—No quiero nada, gracias. Quédate, por favor. Lo que tengo que decir te concierne a ti también.

La mirada azul de ella brilló esperanzada.

—¿Y bien, Pasha? —El señor Leblovan lo miró expectante.

El comandante tomó una generosa porción de aire y preguntó con relativa calma:

—Quiero que me diga dónde están los caballos de la familia Kurikov y por qué los tiene en su poder.

El anfitrión palideció ligeramente, aunque se repuso con rapidez.

—No es un secreto en la ciudad que ofrezco mis carruajes para el traslado de animales pesados. Sobre este asunto no hay mucho que contar, se me hizo un encargo y yo he aceptado.

—¿Quién le hizo el encargo?

—No es de tu incumbencia, Pasha.

—Ese encargo se hizo utilizando un falso mandamiento firmado y emitido por mí. Es de mi incumbencia. Si no quiere tener problemas, respóndame, por favor. —Las mandíbulas del militar se tensaron y su gesto se tornó severo.

Ante el azoramiento de su padre, Tatiana reaccionó. Levantó la barbilla en alto y dijo, desafiándole con la mirada:

—La señora Fedorova hizo el encargo. Tu madre.

Si el suelo de madera pulida de la familia Leblovan se hubiera partido en dos, Pasha no hubiera quedado tan sorprendido como en este instante.

—¿Mi madre? —balbuceó atónito—. Eso es… imposible. Mientes.

El señor Leblovan le confirmó con un gesto que Tatiana decía la verdad.

—Mientras investigo ese asunto a fondo, quiero que todos los caballos estén de vuelta. Por cierto, ¿dónde los tiene?

—En una hacienda, a cuatro horas de distancia de la ciudad. Para mañana por la tarde podría arreglarlo.

—Que sea mañana por la mañana, señor Leblovan. De lo contrario, extenderé el rumor de que ha traficado usted con caballos robados.

El hombre se tomó la advertencia en serio y asintió atemorizado.

Pasha se levantó y se despidió de ambos con una mirada de advertencia. Debatió por un segundo la posibilidad de irse al hospital puesto que, de tanto en tanto, las cosas a su alrededor parecían inclinarse. Supuso que sufría los efectos de la fiebre porque, al tocarse la frente con los dedos, notó cómo le ardía; sin embargo, antes era necesario que hablara con su madre. Le costaba demasiado creer que ella hubiese estado implicada en el asunto de los caballos, pero tampoco le parecía viable que el señor Leblovan le hubiese mentido. Quizás, la verdad estuviera en algún punto intermedio, se dijo finalmente para infundirse ánimos.

Cuando llegó a la hacienda el sol se estaba poniendo y los colores dibujados en lo alto del cielo formaban una hermosa marea multicolor digna de quitar el sentido a cualquiera. Le hubiese gustado ver a Asya, pero no tenía la situación resuelta, así que dejó de admirar el paisaje y fue en busca de su madre. La encontró trajinando en la cocina y detuvo su entusiasmo cuando ella quiso ofrecerle un plato de sopa de ganso. Se sentía demasiado cansado para comer. Se dejó caer en una silla y cerró los ojos un par de segundos para reponerse. Su madre se alarmó ante su aspecto y le puso sobre la frente un trapo humedecido.

—Pashenko, cariño, tu frente está ardiendo. Quítate la ropa y métete en la cama; mientras, mandaré a alguien a por el médico.

—No es nada, se me pasará enseguida. Siéntate y contéstame a una pregunta, madre.

La mujer mostró una mueca contrariada, pero sucumbió ante el gesto severo de su hijo y se sentó, expectante.

—¿Tuviste algo que ver con la expropiación de caballos de la hacienda vecina?

Las mejillas de la señora Fedorova se encendieron y un brillo malicioso apareció en sus ojos.

—No iba a quedarme de brazos cruzados viendo cómo tirabas tu vida por la borda.

Fue el turno de Pasha para enojarse. Se había esperado una negación, una media verdad, algo que tuviera una explicación coherente.

—Has conspirado a mis espaldas con el señor Leblovan, ¿te das cuenta de lo que eso significa? Se ha emitido un mandamiento firmado en mi nombre, madre. Soy el máximo oficial a cargo de la ciudad, si abro una investigación iréis todos a la cárcel.

—No me importa —se obstinó la mujer en defender su postura.

El comandante tuvo que pestañear un par de veces para aclararse la vista porque la notaba cada vez más nublada y desenfocada. Le costaba respirar con normalidad y las confesiones, claras y directas, de su madre no lo ayudaban precisamente.

—Ya veo. —Soltó el aire retenido en los pulmones, tratando de mantener los nervios a raya—. ¿Por qué le hiciste eso a los Kurikov? ¿Cuáles son tus motivos? Me has metido en un buen lío y no logro comprender el porqué.

—Todo comenzó a causa del gongo que anunciaba el matrimonio de Asya, ese día me confesaste que se casaba… contigo. Cuando nos enteramos de que no era así, el daño ya estaba hecho.

—¿Quién fue el cómplice del cuartel? ¿Quién más estuvo implicado? —Pasha se levantó alterado de la silla lanzándole a su madre chispas encendidas con la mirada. Al ver que ella fruncía los labios con terquedad, cambió el gesto tenso por uno de súplica—. Esto es un asunto muy serio, necesito saber quién suplanta mi identidad en el cuartel, madre. Si queda impune, lo puede volver a hacer y yo tendría serios problemas. Estamos en guerra, no es un asunto de niños. Tienes que contarme toda la verdad para que pueda defenderme.

—La idea fue mía y de Natasha. Arrastramos a Tatiana en esto y a… al capitán Lenin. Tu hermana habló con él y le propuso que nos ayudara. No es un mal muchacho ni es tu enemigo, simplemente defiende lo suyo.

—No. —Su hijo la señaló con el dedo demasiado atónito por todo lo que había escuchado—. No te atrevas a excusar su conducta. Si quiere defender lo suyo que lo haga como un hombre, dando la cara; no como un cobarde, prestándose a sucios engaños. Además, no es tan bueno si hizo a Asya sufrir solo para asegurarse su lugar junto a ella. Viste lo destrozada que estaba, ¿quién le hace esto a la persona que ama?

—Pasha, tranquilízate; ahora que lo sabes todo, deja que llame al médico. No tienes buena cara. Y… por favor, perdóname, puede que haya exagerado, pero todo lo que hice fue para tu bien.

—Has ido demasiado lejos. Me tengo que ir, aún me quedan asuntos por resolver con Lenin. Luego acudiré al hospital y cuando todo haya terminado, hablaremos seriamente los tres: tú, mi hermana y yo.

Y dicho esto, regresó al cuartel; sin embargo, el brote de fiebre empeoró su estado y cayó desplomado delante de la comandancia. Las piezas del puzle se entremezclaban en su cabeza y, después, todo se cubrió de oscuridad.

 

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