Asya

Asya


Tras la tormenta las aguas se calman

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Pasha dio un brinco con su caballo y avanzó hacia la casa que se perfilaba en el horizonte. Se trataba de un bonito edificio de dos plantas, construido de ladrillo de tierra perforada, y rodeado por un amplio porche de madera en color blanco. Los ventanales y las puertas de acceso estaban pintadas del mismo tono y contrastaban con el matiz oscuro del techo inclinado de teca.

El comandante hinchó el pecho con orgullo al advertir que faltaba muy poco para que estuviera terminada. Cuando llegó delante de la misma, descabalgó y dejó el animal atado a un árbol. No llegó a dar un par de pasos cuando se cruzó en su campo visual con Asya, quien trabajaba codo a codo con los albañiles. Llevaba el pelo trenzado y vestía el mismo mono que los obreros, no obstante, la expresión rebosante de felicidad de su rostro, la diferenciaban del resto. No había duda, el matrimonio le sentaba muy bien a Asya Fedorova.

Desde la boda secreta de ambos habían pasado ya cinco semanas y, tras el rechazo de sus respectivas familias, los recién casados comenzaron su vida en común en el cuartel militar. La primera que dio su brazo a torcer fue Natasha. Un día se presentó en su apartamento para ofrecerles su apoyo y darles su enhorabuena. Ni Pasha, ni mucho menos Asya, comprendieron su cambio de actitud, aunque se alegraron de su gesto porque significaba esperanza. Un par de semanas después, hizo lo propio la señora Fedorova. Confesó estar todavía muy dolida con los dos jóvenes, pero echaba de menos a su hijo y, por lo tanto, dio su bendición y aceptó a Asya como su nuera.

La tercera en unirse al perdón fue

babushka. Lo hizo temerosa y a espaldas de su marido, sin embargo, para Asya fue un alivio tremendo poder abrazar a su abuela y llorar en sus brazos.

Dedushka todavía se resistía a perdonarlos y era el último lazo suelto de la cadena.

El joven matrimonio decidió construir su casa en el limbo de tierra que había entre las dos propiedades, que pertenecía al Estado. Pasha lo solicitó al consistorio y obtuvo su posesión sin mayores problemas, por lo que encargaron la construcción de la casa a una empresa especializada. De ese modo, estarían cerca de las dos familias, pero sin necesidad de elegir a ninguna de ellas ni posicionarse a favor de una o de otra. Asya estaría viviendo en las tierras que tanto amaba y Pasha desconectaría de los problemas del cuartel.

Solo había una nube que ensombrecía los hermosos ojos de la veterinaria, su animal preferido,

As. Al tratarse de un regalo de

dedushka no se atrevió a reclamarlo, aun cuando lo echaba de menos y sufría por su lejanía. Pasha le prometió comprarle el mejor potro posible para reemplazar al animal, pero alargaba el momento por si el corazón del viejo Kurikov se ablandaba. Sabía que ni el mejor potro del mundo podría sustituir en el corazón de su mujer a

As. Si había dos cosas irremplazables en el alma de Asya eran sus grandes amores, Pasha y

As.

—Habéis avanzado bastante hoy —la felicitó él dándole un beso en la mejilla—. Si esto sigue a tan buen ritmo, pronto nos mudaremos. ¡Qué ganas tengo de sentarme en el porche contigo en mis brazos! ¡En nuestra casa!

—La semana próxima la planta baja estará lista —exclamó ella con los ojos brillantes por la dicha—. Me entran ganas de gritar de alegría. ¡Nuestra propia casa, nuestra propia hacienda! Nueva, renacida, sin pasado ni rencores. Ven, te enseñaré cómo ha quedado la cocina, ya que será la única parte de la casa donde te obedeceré sin rechistar.

La joven le arrastró por el brazo, contagiándole con su entusiasmo.

—Estoy impresionado —exclamó él ante la espaciosa estancia, pintada en color blanco, con grandes ventanales por donde el sol entraba a raudales. Mientras admiraba la armariada de madera colocada a lo largo de toda una pared, preguntó—: ¿En esta estancia mi palabra será la ley?

Ella asintió divertida y puso los ojos en blanco.

—Sí, señor —se llevó la mano a la sien, simulando un saludo militar—. Aunque para equilibrar nuestro matrimonio, yo seré la que manda en esta otra —señaló con énfasis el dormitorio.

Mientras tomaban juntos las decisiones pertinentes a la distribución de los demás habitaciones, les llamó la atención el relinche de un caballo y un zumbido de voces. Se asomaron a la ventana recién pintada y se quedaron mudos de asombro al ver al señor Kurikov avanzar hacia la casa, sujetando con un arnés a

As. Aquello solo podría significar una cosa y su nieta lo sabía. Pletórica y con el corazón en llamas, salió disparada a su encuentro. Pasha siguió sus pasos y se posicionó al lado de su mujer, que ya se había detenido delante de la casa.

As es tu caballo y te echa de menos. —Fue lo único que el anciano dijo antes de empujar al animal hacia su nieta—. Llévatelo, no quiero ver cómo languidece en tu ausencia y pierde su esplendor. Has dado la espalda a tu familia, pero el caballo no tiene la culpa.

Ella se limpió las lágrimas con el dorso de la mano y fue al encuentro de su querido

As. Le abrazó el cuello, hablándole con dulzura para calmar el estado agitado del mismo, que no paraba de moverse y alzar la cabeza.

Tras saciarse las ganas de abrazarlo, Asya miró en dirección a su abuelo, pero ninguno de los dos logró romper el hielo. Entonces, Pasha comprendió su estancamiento emocional y decidió ayudarla para que la cadena de sus familias echase el cierre. No era fácil para él agachar la cabeza y ser respetuoso con el hombre que, en el pasado, había destrozado a su familia, pero por Asya haría eso y más. El día que se casaron decidieron emprender un nuevo camino, uno plagado de paz, esperanza y calma. Uno en donde las venganzas, el odio y el rencor no tendrían cabida.

—Señor Kurikov, gracias por su gesto. Asya echaba mucho de menos a

As y, por supuesto, al resto de los caballos. Sé que no fue fácil para usted venir hasta nuestra casa, pero ya que lo ha hecho y estamos en una tierra nueva, sin culpa ni pasado, queremos pedirle su bendición para nuestro matrimonio.

El viejo se paró indeciso en medio del camino, adoptando una pose pensativa. Tras unos breves instantes de tensión, su expresión se suavizó e hizo una señal imperceptible con la cabeza. Asya, animada, corrió a su lado y le besó la mano, en señal de agradecimiento.

Dedushka le tocó la cabeza y después se fundieron en un ansiado abrazo de reconciliación.

Luego fue el turno de Pasha para besarle la mano y recibir su aceptación.

—Gracias, señor Kurikov. No se arrepentirá —le aseguró el comandante, contento por haber acercado posturas.

—Hace poco más de veinte años te entregué a mi única nieta para que la ayudaras a hacer amigos y nunca más la soltaste desde entonces. Procura que no me arrepienta, Pasha.

—No tenga ninguna duda,

dedushka. Quiero a su nieta con locura. La cuidaré y amaré siempre.

—Bien. Sé que eres un hombre de palabra. —Se retaron con la mirada y, al cabo de un tensionado momento de silencio, el anciano añadió—: Lamento todo el daño que hice a tu familia. Me imagino que, a estas alturas, es un poco tarde para el perdón, pero quiero que sepas, que mi arrepentimiento es sincero. De verdad. En un principio, creí mis acciones justificadas; más tarde, comencé a tener dudas y para cuando quise enmendar mi error, no pude encontrarte. Los tiempos fueron difíciles para todos. En fin… me voy a marchar ahora.

El cuerpo de Pasha se tensó visiblemente y, aun cuando no fue capaz de darle el ansiado perdón al viejo Kurikov, tuvo que reconocer para sus adentros que se sintió reconfortado por sus palabras. Todos habían cometido errores y comenzar a admitirlos era un buen paso para enmendarlos. Al menos, en parte.

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