Asya

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El encuentro entre Asya y Pasha

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Los abuelos de Asya la miraron desconcertados al enterarse de que Pasha no la había recibido, hecho que provocó que su orgullo resultara muy malherido. Mantuvo como pudo la compostura delante de ellos, inventándose una excusa que justificase la actitud del comandante. En cuanto le fue posible, se encerró en su cuarto donde se quitó con rabia el elegante conjunto que llevaba puesto. Se sintió humillada por las horas de preparación y acicalamiento que pasó delante de aquel espejo para recibir su cruel rechazo. Había actuado con demasiada transparencia, mostrándose desprotegida por completo ante él. Lágrimas de impotencia y rabia surcaron su rostro durante horas. Intuir que el amor de su vida no se acordaba de ella era soportable, saber que ni siquiera le agradaba verla era bien diferente.

Al caer la tarde, Asya se puso unos cómodos pantalones de montar y un chaquetón de pana en tono oscuro y salió a cabalgar con

Asuán II. Era una tarde especialmente gélida, por lo que se enrolló alrededor de cuello una gruesa bufanda de lana y protegió sus manos con unos guantes de cuero. Sin ser consciente del rumbo que tomaba, se adentró en la parte baja del bosque, hacia el río. Cuando se percató de que su inconsciente la llevaba al peor de los escenarios posibles para lamer sus heridas, comenzó a llorar, molesta por haberse convertido en su propia enemiga.

Una ventisca surgió de la nada y furiosos copos de nieve se mezclaban con sus ardientes lágrimas, mientras detenía un poco las riendas del caballo para disminuir el galope. La rama de un árbol, sobrecargada con un gran estrado de nieve, fue ondeada por una frenética ráfaga de viento provocando una pequeña avalancha sobre la cabeza de Asya.

Fastidiada, la veterinaria detuvo su caballo. Allí parada, en pleno bosque, comenzó a sacudirse la nieve de la cara y del pelo que se había convertido en una mata plateada, medio escarchada. Un leve movimiento la hizo tomar presencia de que alguien la miraba. Dejó de sacudirse el pelo y levantó la vista. Lo que vio le provocó un brusco parón en su corazón. Delante de ella, montado sobre un espléndido animal de color blanco, estaba Pasha. Tenía buen aspecto. Vestía uniforme militar, con unas impresionantes hombreras que le hacían parecer imponente. El abrigo que llevaba puesto poseía una estrella dorada impresa en la parte frontal del mismo y del bolsillo superior derecho le colgaba una medalla de plata con el borde ondulado. Una sombra de perilla cubría sus mejillas y su mirada grisácea la escrutaba fijamente por debajo de la gorra militar. El tiempo le había convertido en un hombre atractivo e innegablemente masculino.

Asya comenzó a temblar, aunque no supo si a causa del frío, la ventisca o la impresión. El silencio era tan denso que podía palparse con la mano. El aire agitó sus cabellos nevados y le azotó la cara con dureza, hecho que la obligó a reaccionar. Levantó la barbilla y cogió aire, preparándose para enfrentar al comandante Fedorov, aunque esperó paciente que fuera él quien rompiese el silencio.

—Hola, Asya —la saludó él, finalmente. Su voz parecía distinta, más gruesa y potente de lo que ella recordaba. Distante y fría. Se retaron con la mirada un par de segundos y, al cabo de un momento, añadió—: Llegas tarde.

—Hola, comandante Fedorov —marcó ella la distancia empleando su rango militar, al tiempo que disfrutaba del pequeño brillo de enfado que divisó en sus ojos—. Que yo sepa no hemos quedado, encontrarnos aquí es… una casualidad.

—Hoy estuviste en el cuartel. —El caballo de Pasha dio unos pequeños pasos en dirección a Asya, motivado por el empujón que le propinaron las altas botas de cuero del comandante—. ¿Qué querías?

Mientras aquella pregunta cortante salía de sus labios, las cabezas de los dos caballos se juntaron. La joven se tensó puesto que podía sentir su respiración muy cerca de ella. Durante unos extrañísimos segundos experimentó el deseo de arrojarse en sus brazos. Se turbó de tal manera que tuvo que hacer verdaderos esfuerzos para seguir erguida en la montura. Estaba intentando mantener la cabeza despejada a pesar de estar tan cerca de él, pero de repente le pareció un esfuerzo enorme. Se sentía atraída por él más allá de lo razonable. ¿Cómo era posible que su presencia tuviera tanto poder sobre ella a pesar del tiempo y la distancia? Lo único que tenía que hacer era mostrarse distante y mantener el control. Ella ya no era una adolescente impresionable, después de todo, y sabía que algunos regalos, por irresistibles que resultasen, era mejor dejarlos envueltos y no abrirlos nunca. Una vez tomada la decisión de no mostrar sus verdaderos sentimientos apartó su turbación y, levantando un poco la barbilla, le ofreció una pose distante y cometida.

—Si tanto te intrigaba saberlo, haberme recibido —lo desairó, incapaz de contener su rabia ante el rechazo sufrido esa mañana—. Para serte sincera, me has decepcionado. No sabía que te dabas tanta importancia.

Tiró de las riendas de

Asuán II e hizo el intento de alejarse, sin embargo, no le dio tiempo a finalizar su gesto cuando notó la mano de él sujetarle el brazo con firmeza. Se giró y sus miradas chocaron con crudeza; la de él indescifrable, la de ella, inquieta.

—Asya, no tengo ni edad ni tiempo para jueguecitos. Tampoco ganas.

—Yo tampoco. La época de los juegos acabó hace mucho tiempo, comandante Fedorov.

—Estás temblando —rebajó él un par de grados el tono de su voz al notar el cuerpo de ella convulsionado por el frío. Se sacó el abrigo y le cubrió los hombros con la prenda. El olor a Pasha la turbó de tal manera, que fue incapaz de hablar durante un rato. Estaba intentando resistirse con todas sus fuerzas a la terrible atracción que sentía por él. Otra ráfaga de viento le pellizcó las mejillas, despertándola del estado de conmoción en el que se hallaba sumida, por lo que se quitó el abrigo con gesto tenso y se lo devolvió irritada. Sus dedos se tocaron de forma accidental y las miradas de ambos se nublaron al instante. Comprendió que estar cerca de él le resultaba más difícil de lo que había supuesto en un principio y, el hecho de encontrarse a solas en un lugar tan significativo, no facilitaba demasiado el encuentro.

—Si estoy temblando, no es asunto tuyo. No quiero nada que te pertenezca, pero puesto que hemos coincidido por casualidad, me gustaría que hablásemos sobre la carta que le enviaste ayer a

dedushka.

—¡Así que era por eso! —exclamó él con zalamería, al tiempo que se colocaba con tranquilidad el abrigo sobre sus hombros—. Y yo que pensaba que habías venido a saludar a un viejo amigo. ¡Ya ves que ingenuo por mi parte!

—Si fueras un viejo amigo, así como presumes, me hubieras recibido esta mañana, sin tener necesidad de concertar una cita —le devolvió el golpe con la misma sutileza—. ¡Qué ingenuo por mi parte pensar eso!

—Lo que nosotros fuimos, no tiene nada que ver con lo que somos ahora —sentenció él malhumorado—. Y no precisamente por mi culpa —añadió con amargura.

Asya mantuvo el tipo como pudo delante de su actitud hostil y moderó su voz hasta convertirla en amable y pacífica. Pasha sentía mucho rencor y, si se enfrentaba a él, no conseguiría otra cosa, aparte de alimentar la llama de la venganza.

Dedushka se equivocó hace años, y está arrepentido. No obstante, lo que tú pretendes hacer es del todo injusto. Sabes de sobra que lo que originó todo eso fue un trato propuesto por tu familia. Mi abuelo es un hombre severo, quizás inflexible, pero es justo. Por el bien de nuestras familias, será mejor que lleguemos a un acuerdo.

—Qué conveniente resulta ahora que el señor Kurikov esté arrepentido, ¿no? —ironizó él con la mirada encendida. La sed de venganza que ella divisó en sus ojos grises la estremeció. Comprendió en ese doloroso instante que nada, ni nadie, pararía al comandante Fedorov en su intento de vengar la ofensa recibida años atrás. ¿Y quién podría culparlo?—. No hay posibilidad de llegar a ningún tipo de acuerdo. Tenéis una semana, que es mucho más de lo que tu abuelo dio en su día a los míos. Pasado ese plazo, vendré a tomar posesión de la propiedad de mi familia y espero recibir el dinero que me debéis, en concepto de dividendos. Si no lo tenéis, sintiéndolo mucho, vuestra propiedad pasará a mí poder.

—Comprendo en parte tus acciones, pero llevas fuera de Tersk muchos años, no sabes las incontables cosas que han sucedido en ese período. Los tiempos no han sido nada fáciles para los hacendados de la zona.

Dedushka te estuvo buscando el año pasado para devolverte la finca, pero no le fue posible localizarte. Además, supongo que estarás al tanto de que los fogosos caballos que utilizáis en el ejército provienen de donaciones forzadas de los ciudadanos. Se han llevado a la mayoría de los animales de raza que teníamos. Solo nos queda

Asuán II, y si la suerte está de nuestro lado, tendremos en breve dos crías suyas. Si mi abuelo tuviera el dinero que pides, te lo daría, pero, por desgracia, no lo tenemos, Pasha.

Algo en la expresión de su rostro cambió al escuchar que ella había utilizado su nombre de pila. Fue un pequeño acercamiento que calmó los encendidos ánimos del militar. La tregua duró solo un instante ya que la amargura volvió a dominarlo. Sonrió sin humor.

—Así que… vuelvo a ser Pasha.

Ella tragó con dificultad ante la intensa mirada del militar, quien posicionó su caballo de tal manera que sus cuerpos quedasen el uno al lado del otro. Se inclinó sobre ella y le tomó la barbilla con su mano enguantada. Ella no apartó su cara al advertir que su boca se estampaba sobre la suya. Sabía que un beso era lo último que necesitaban en ese tensionado momento, pero fue incapaz de apartarse. Abrumada por sentir la presión de sus dedos en su piel, separó los labios y se dejó invadir por un Pasha brusco y posesivo, que le dio el beso más salvaje, pasional y crudo que jamás había experimentado.

Después, se separó de ella luciendo en el rostro una expresión tensa, irritada. Tiró de las riendas de su caballo y, sin mediar palabra, le animó para ponerlo a trote. Asya necesitó un par de largos segundos para recobrar el dominio de su cuerpo, que estaba tiritando literalmente. No hizo ningún gesto, simplemente se quedó mirando las huellas que dejaron las herraduras del animal en el esponjoso estrato de nieve que cubría el bosque. Cuando salió del estado de desconcierto en el que estuvo sumergida, siguió sus pasos presa de una inexplicable ola de felicidad.

 

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