Asya

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El día de la venganza

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Aquel lunes, dos de febrero, amaneció en medio de una fuerte nevada. Asya acudió a los establos puesto que

Sadona había salido de cuentas y debía vigilarla porque las exploraciones previas revelaron que el potro venía de patas. La joven veterinaria sabía que tenía una tarea muy complicada por delante; darle la vuelta al feto era sumamente dificultoso, hasta para veterinarios experimentados, y las complicaciones que podrían surgir serían incontables. No obstante, se consideraba capacitada para hacerlo ya que había luchado para convertirse en lo que era en ese momento: una especialista, preparada para enfrentar cualquier reto y ayudar a los indefensos animales.

La yegua relinchó en cuanto ella le palpó la abultada barriga con la mano, intentando adivinar por las señales si ese día se pondría de parto. Un ruidoso trote de caballos la sacó de sus pensamientos y salió para ver quién provocaba tanto alboroto.

Se sorprendió cuando observó acercarse por el camino principal al comandante Fedorov, seguido por dos militares. Pasó por su lado sin llegar a detenerse, simplemente le hizo una ligera inclinación de cabeza, y siguió su camino, erguido en su montura, como si fuese un príncipe que venía a conquistar su reino. La mente de Asya comenzó a calcular con rapidez, habían pasado justo siete días desde que recibieron el aviso de Pasha, y eso solo podía significar el inicio de la venganza.

—Camarada Kurikov, he venido a recuperar lo que me pertenece —gritó desde lo alto de su caballo, nada más llegar delante de la casa.

Asya empezó a correr porque conocía de sobra el pronto de

dedushka y aquel enfrentamiento abierto podría acabar de la peor de las maneras. Vislumbró desde lejos cómo su abuelo salía de la casa y desafiaba con la mirada al intrépido comandante.

—La propiedad de tus difuntos abuelos está en el lugar de siempre. Puesto que no figura a mi nombre, puedes ir cuando quieras a instalarte y trabajar vuestras tierras. No tienes por qué pedirme permiso —concluyó arisco.

El ágil caballo del comandante se movió inquieto al detectar la tensión formada entre los dos hombres.

—Cierto. Como bien ha dicho, las tierras pertenecen a mi familia y no tengo que pedirle permiso para tomarlas. Clarificado este aspecto, queda por resolver el asunto de la deuda que mantiene con nosotros. Ha llegado la hora de que pague el dinero que nos debe por administrar nuestros bienes durante todos estos años.

Asya incrementó el paso y, tras llegar junto a los dos hombres, se posicionó del lado de

dedushka para apoyarle en esos duros momentos. Aguantó con serenidad la mirada acusadora del hombre que amaba con todo su corazón mientras tomaba a su abuelo por el brazo. No pudo ignorar su expresión dolida que le hablaba desde la distancia, haciéndola sentirse como una traidora. ¿Pero qué otra cosa podría haber hecho? Sería el escudo que protegería a los suyos. En los días anteriores habían intentado vender algunos caballos y corderos para juntar algo de dinero, pero no fue posible cerrar buenos tratos en un periodo tan corto de tiempo.

—No tengo el dinero que exiges. —La voz de Victor Kurikov sonó inesperadamente tranquila como si el hecho de que su nieta se posicionase de su lado fuera de vital importancia en aquel duelo—. Si te quieres llevar como parte del pago mis bienes y propiedades, estás en tu derecho. Como puedes apreciar los años no han sido bondadosos conmigo, me he convertido en un anciano débil, no tengo fuerzas ni poder para enfrentarme al máximo oficial de la ciudad.

El semblante rígido del comandante se suavizó al escuchar el tono derrotado del viejo Kurikov. Apoyó una pierna en las hebillas de la montura y se bajó del caballo con cierta dificultad. Se acercó al que antaño fuera su vecino y, tras unos tensionados segundos de miradas hostiles, dijo con sequedad:

—No le voy a echar de su casa, aun cuando esto es, precisamente, lo que debería hacer. Usted lo hizo en su día con mis padres sin importarle que no tuvieran adónde ir. Se puede quedar la casa y una hectárea de terreno, además de todos los animales de granja que tiene. Pero le quitaré el resto de sus tierras y todos sus caballos.

—No necesito tus míseras migas de pan —estalló

dedushka al sentirse humillado en su propia puerta. Asya le apretó la mano intentado mantener su genio a raya, ya que sabía que un enfrentamiento entre ambos sería desastroso. Al menos no quedaban en la calle, y eso era de agradecer.

El enfado de Pasha disminuyó en intensidad al advertir la mirada angustiada de Asya; sin embargo, no fue capaz de detener su venganza, ni siquiera por ella.

—No son migas de pan lo que le ofrezco. Si le permito quedarse con lo dicho, habrá consecuencias. He tomado en cuenta la posibilidad de que no tuviera el dinero, por lo que he mandado a valorar su casa, la hectárea de terreno y los animales de granja. Todo suma la cantidad de quinientos setenta y cinco mil rublos, dinero que me sigue debiendo.

—Sin caballos no soy nada, así que no podré pagarte —afirmó

dedushka derrotado. Un leve mareo le hizo apoyarse en el cuerpo de su nieta, quien presenciaba angustiada el encuentro.

—Usted, camarada, no, pero Asya sí podrá hacerlo.

Las últimas palabras de Pasha fueron como un martillazo que sonó con fuerza en todo el cuerpo de la joven que no esperaba ser ella la solución, ni se imaginaba cómo podría pagar semejante cantidad de dinero. Le miró a los ojos con franqueza preparándose mentalmente para enfrentarlo.

—Soy médica veterinaria, aunque me temo que las ofertas de trabajo para una mujer no son demasiado generosas. Hasta ahora me he dedicado a trabajar cuidando los caballos de mi abuelos y, puesto que te los vas a llevar, dudo mucho cómo podré pagarte, comandante Fedorov.

Se miraron a los ojos con una desbordante intensidad. Pasha fue el primero en desconectarse, mostrando una sonrisa sin humor al tiempo que cruzaba los brazos, en su bien conocida pose de pensar. Los recuerdos se apoderaron de la mente de la joven que contuvo, como pudo, las enormes ganas de llorar que se apoderaron de ella. Había detalles en él que le hacía pensar que se había convertido en un desconocido, en alguien cruel, lejano, vengativo, y había otros que le recordaban al Pasha de toda la vida, con sus mismos gestos y su misma esencia.

—Trabajaras para mí, hasta que termines de pagar la deuda de tu abuelo.

La sorpresa cruzó el rostro de Asya, al tiempo que lo observaba con sus ojos verdes, bien abiertos, anegados en lágrimas, preguntándose quien era ese hombre y cuál era su propósito final.

—¡No! —ladró

dedushka enfurecido—. Por encima de mi cadáver. Mi nieta no trabajará para ti. No la metas en medio de nuestros tratos. Has venido a tomar venganza, bien, pues tómala conmigo; ella no tiene la culpa de nada.

—Abuelo, por favor, no te alteres —le pidió Asya en actitud consoladora, sabiendo que su abuelo era capaz de sacar la escopeta para defenderla. Después, levantó la barbilla en actitud desafiante y retó con la mirada al hombre que deseaba someterla—. Acepto tu generosa oferta. Trabajaré para ti para saldar las deudas de mis abuelos. ¿Cuándo quieres que empiece?

—Mañana a las diez te espero en mi hacienda —sentenció él con una frialdad que a ella le dolió hasta en lo más hondo de su corazón—. No tardes.

Asya se mordió la lengua con dureza para mantener a raya su genio ante los aires de grandeza de él. No acababa de comprender sus propósitos. Se preguntó desconcertada si habría lanzado aquella descabellada propuesta por propia necesidad, ya que no tenía ni idea de cómo criar caballos, si lo había hecho por lástima para darles una salida decente, o solo se trataba de un pretexto que dejaría vivir al matrimonio Kurikov sus últimos días con dignidad. La última opción posible y, la más deseable de todas, era que Pasha quisiera que ella fuera a trabajar a su hacienda para tenerla cerca. Su orgullo malherido decidió quedarse con esa última, que consiguió levantarle los ánimos un poco.

—Ahí estaré —le aseguró con firmeza—. Pero tengo una condición.

En los ojos grises de Pasha se coló una pizca de diversión, puesto que se alegró de alguna manera al ver que Asya, su Asy, era la misma chica valiente y luchadora que él recordaba. ¿Cómo no iba a poner ella una condición? Era impensable que aceptase las cosas, así, sin más. Su corazón dio un pequeño brinco de alegría sabiendo que, a partir del día siguiente, la tendría cerca. En el caso de que la añoranza lo venciera solo tendría que inventarse cualquier pretexto para poder pasar tiempo con ella. Se felicitó a sí mismo por la brillante idea que tuvo porque lanzar esa propuesta fue lo mejor que se le ocurrió en mucho tiempo.

—Si está en mi mano, intentaré complacerte —respondió de mala gana, asegurándose de esconder sus verdaderos sentimientos delante de ella.

—No te lleves a

Asuán II. Es un regalo que

dedushka me hizo al cumplir la mayoría de edad y no quiero separarme de él. Sería demasiado doloroso. Tú ya sabes que, para mí, los caballos no son unos simples animales, son parte de mi familia. Por favor, déjamelo. Es mi único amigo; aparte, es un animal un tanto especial, no se adaptará entre extraños.

—No puedo —se negó Pasha contrariado—.

Asuán II es vuestra estrella, el único semental que merece la pena. Sin él, la caballada es mucho menos valiosa. Elige cualquier otro y te lo daré.

No pensaba quitarle su caballo, pero tampoco podía ceder ante sus exigencias con tanta facilidad. Deseaba que, al menos, por un par de días, viviera en sus propias carnes el amargo sabor de la derrota, así como le tocó a él cuando su familia destrozó a la suya. Y deseaba ver a Kurikov sin consuelo, ya que era de sobra sabido que su vida sin caballos dejaría de tener sentido. Por mucho que le dolía el alma debía mantenerse firme en su decisión, aun cuando esto significaría herir los sentimientos de Asya. Era parte del juego, y sintiéndolo mucho, por esta vez las reglas las pondría él.

—¡No! —gritó Asya alterada, fulminándole con la mirada—. No permitiré que te lo quedes. Es un caballo criado con amor, jamás podrá vivir lejos de mí.

Unas lágrimas ardientes atravesaron sus mejillas encendidas por la rabia mientras salía corriendo en dirección a los establos. Se reprendió mentalmente por abrigar sentimientos de alegría, minutos atrás, ante la idea de que él la quisiera cerca. No, el comandante Fedorov no tenía nada que ver con el Pasha que ella conoció en la infancia; sino todo lo contrario, se había convertido en un hombre cruel, despiadado y frío al que, sin duda alguna, le faltaba corazón. O, si todavía le latía en el pecho, no era más que un carámbano. Giró la cabeza y vio que él intentaba seguirla, aunque de un modo lento, cojeando levemente. No era la primera vez que lo veía andar con dificultad y se preguntó si le habían herido en la guerra.

Llegó a los establos acalorada y cogió a

Asuán II por las riendas. Con celeridad colocó la montura sobre sus lomos y se subió sobre él de un salto. Le dio un apretón en las costillas y le puso a trote rápido.

 

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