Asya

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La tercera en discordia

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Los organizadores del festival remataron el evento con un almuerzo popular, en donde criadores y compradores intercambiaron sus respectivas impresiones y se manifestaban mutuamente sus intenciones de cerrar buenos acuerdos comerciales en el futuro. Desde que Asya se proclamó la flamante ganadora, Pasha no tuvo oportunidad de acercarse a ella. Además, Tatiana estaba alerta; por lo visto, se había percatado de su estado agitado y no se despegaba de su lado ni un segundo.

—Pasha, querido, ¿qué te ocurre? No paras quieto ni un momento, parece como si estuvieras vigilando a alguien. Es la tercera vez que pasamos por esta zona sin llegar a detenernos. No comprendo a dónde quieres llegar.

—No me pasa nada —le contestó de mala gana, deseando disponer de un potente conjuro que hiciera desaparecer a la vigilante Tatiana. Al menos por ese día. Su mirada inocente, junto a sus modales perfectos, que en su momento le gustaron tanto, ahora lo sacaban de quicio. Comprendió que para él no representaba otra cosa que un escudo, un escudo que no le protegía ya que, ante la primera ventisca, había dejado de resguardarlo. ¿Cómo pudo ser tan ingenuo y pensar que Tatiana podría hacer frente a la arrolladora Asya? Su cuerpo entero ardía en las llamas del infierno y no sabía cómo apagarlo.

—¿Quieres que nos vayamos? De todas formas, el evento ya ha finalizado. No entiendo por qué damos vueltas por aquí, sin rumbo. Además, hace mucho calor —siguió quejándose, al advertir que Pasha la llevaba de un punto a otro sin tener siquiera la cortesía de invitarla a tomar un refresco.

—¡No, no quiero marcharme! —le gritó enervado por sus insistencias. Cayó en la cuenta de que le había hablado con demasiada dureza cuando observó su rostro angelical palidecer. Se reprendió por su mal humor, no era justo que ella pagase por sus desvaríos amorosos. La tomó por la cintura, esforzándose en mostrarle una sonrisa conciliadora.

—Perdóname, he sido descortés. Si te apetece, nos paramos aquí mismo y tomamos un ponche de cerezas —se ofreció, al tiempo que la conducía a uno de los puestos habilitados con tal fin.

Mientras tomaban el aperitivo y se esforzaba por mantenerse cordial delante de su novia, se percató de la presencia de Asya, quien se acercaba a ellos. De pronto, se sintió renacer y toda la aflicción de segundos atrás abandonó su cuerpo, dejándole completamente revigorizado.

—Comandante Fedorov —le saludó desde la distancia—. Siento interrumpir su… cita —añadió con un leve toque de sarcasmo que a él no le pasó por alto.

—No es una cita —respondió con demasiada prontitud, y los ojos agrandados de Tatiana le hicieron comprender lo mucho que había metido la pata. En la mirada de Asya apareció un brillo burlón; si se había acercado a él con la intención de hacerle pasar un mal rato, lo estaba consiguiendo. Un sudor frío comenzó a recorrerle la columna vertebral y la elegante túnica militar de gala, le estaba sofocando. Literalmente.

—Quiero decir que no pasa nada por interrumpirnos —aclaró azorado.

Tatiana sacó de su bolso de mano un abanico de marfil en tonos dorados y comenzó a airearse el rostro sonrojado, demasiado aturdida por la escena que acababa de presenciar.

—Me gustaría hablar con usted sobre un asunto de trabajo —continuó Asya en el mismo tono formal de antes.

—En este caso, le propongo sentarnos allí —propuso él mientras señalaba un pequeño bar que servía almuerzos. La razón lo abandonó por completo al advertir que tenía una pequeña posibilidad de estar a solas con ella. Ansioso, la tomó por la cintura deseando con desesperación vaciar su alma. No llegó a dar un par de pasos seguidos cuando sintió un leve tensor en su brazo. Se giró contrariado, ya que la cintura de Asya se había alejado de su mano, y se encontró con la mirada angustiada de Tatiana, de quien se había olvidado por completo.

—¿Y yo, qué hago?—preguntó temblorosa a punto de echarse a llorar.

—Discúlpame, por favor —se justificó confundido, ofreciéndole el brazo y soltando en su mente mil y una maldiciones. Buscó con la mirada a Natasha para pedirle que se la quitase de encima, pero no la veía por ninguna parte.

Se sintió mortalmente desdichado al verse sentado entre las dos mujeres y, si Asya en un principio le mostró una actitud burlona, con claros indicios de molestarlo, en ese instante su semblante estaba pensativo. Cuando Tatiana le ofreció un trozo de queso fundido de su plato para que lo probase, un atisbo de dolor hizo acto de presencia en la nítida mirada de la veterinaria. El comandante no tuvo más remedio que abrir la boca y engullir el queso, que se le quedó atascado en la garganta. Estaba seguro de que el sabor áspero que le dejó el lácteo derretido en su boca, le duraría una eternidad. Conocía bien al amor de su vida y sabía que una Asya dolida era capaz de cualquier cosa, incluso de aceptar casarse con el capitán para desquitarse. Necesitaba con desesperación quedarse a solas con ella para poner las cartas sobre la mesa. Para decirle todas las cosas que jamás se había atrevido a confesarle.

—Nos han ofrecido un buen precio por los cinco potros que hemos sacado al concurso. —La voz de Asya sonó tranquila y lejana, pero él sabía que aquella calma era el estado previo a la tormenta.

—¿Deberíamos vender?

—No lo sé, usted es el jefe —respondió con cierta brusquedad, enfilándole con la mirada.

—¡Asy! —Alargó la mano y tocó la de ella de un modo tan íntimo que hizo que Tatiana se levantase de su silla, desconcertada. Sus hermosos ojos azules se llenaron de lágrimas al comprender que se encontraba metida en medio de un juego peligroso.

Pasha retiró la mano abrumado por todas las emociones vividas y se levantó también al ver que Tatiana se perdía apresurada entre la gente. Le debía una explicación y su lado educado le pedía acompañarla a su casa. No podía dejarla sola en medio de aquella multitud. Antes de alejarse, se volvió a Asya suplicándole con la mirada:

—Tenemos que hablar. Ven esta noche al río.

—¿Es una cita?

—Sí, Asya, es una cita. Te espero a las ocho. No tardes.

Y dicho esto, salió corriendo para dar alcance a su novia que, con toda probabilidad, dejaría de serlo en los próximos minutos.

 

 

 

 

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