Asya

Asya


¿Demasiado tarde?

Página 33 de 55

¿

D

e

m

a

s

i

a

d

o

t

a

r

d

e

?

 

 

Pasha sintió lástima por Tatiana. Era una chica sin defectos aparentes y si las circunstancias fuesen diferentes podría, incluso, haberse planteado un futuro con ella. Consiguió alcanzarla entre la multitud y, tras calmar su llanto, la acompañó al coche y le explicó como mejor pudo la situación:

—Te ruego que excuses mi comportamiento de antes —se disculpó él en la intimidad de su vehículo militar mientras la llevaba de regreso a casa.

La mirada inocente y llorosa de ella le hizo sentirse como el hombre más miserable del mundo entero.

—¿Quién es ella? —volvió a preguntar y Pasha decidió confesarle la verdad. Intuía que la joven se había enamorado profundamente de él, imaginándose el final feliz que parecía asomarse en breve entre ambos. Para desilusionarla era necesario contarle la verdad de una forma directa, letal para que Tatiana dejara de soñar con él y olvidarlo. Se lo debía.

—Asya es la mujer que he amado toda mi vida y a la que sigo amando. Con locura.

El gesto inocente de la cara de Tatiana se tensó y su pequeña frente se convirtió en una superficie ondulada. Pestañeó unas cuantas veces deslumbrada como si aquel leve parpadeo la ayudase a asimilar el hecho de que su novio, el hombre del que se había enamorado, le estaba confesado abiertamente que amaba a otra mujer.

—Lo siento —añadió Pasha, tocándole la mano en actitud consoladora—. No se trata de engaños, si es que lo estás pensando; ni estoy jugando a dos bandos. Cuando comencé a verte pensé que mi historia con Asya pertenecía al pasado. Sin embargo, me acabo de dar cuenta de que no es así. Lo siento.

Las lágrimas cristalinas de la joven agrandaron el drama que, por lo visto, no se solucionaría con una simple confesión de la verdad. El resto del camino hasta la casa de ella se hizo en silencio, solo interrumpido por los lloros femeninos. Poco después, el comandante la ayudaba a bajar del vehículo frente a la puerta de su vivienda.

—¿Y no pudiste olvidarla mientras te estabas ilusionando conmigo? —se atrevió Tatiana a lanzar un chaleco salvavidas a aquel más que sonado ahogamiento.

—No. —Pasha se negó a dejarle esperanza alguna. Debía acabar con aquello cuanto antes, por su bien—. Espero que lo entiendas. No volveré a verte.

Por la primera vez desde que la conocía, Pasha divisó en su mirada celeste un atisbo de rabia y la expresión de su cara angelical se retornó dura como el acero.

—Te has burlado de mí. Mi padre es uno de los hombres más influyentes de la ciudad, no lo permitirá. Te vas a arrepentir de habernos hecho esto.

Si una ruidosa granada hubiese caído desde el cielo y hubiese estallado en el jardín de la casa de Tatiana para destrozarlo todo, Pasha no habría quedado tan sorprendido como lo estaba en ese preciso instante. Su boca se abrió y sus labios separados denotaban su desconcierto. Le había escondido cosas a la dulce Tatiana, no con la intención de engañarla sino con el propósito de ahorrarle sufrimiento por una historia que no le concernía, pero la joven había disimulado su mal carácter, disfrazándolo bajo una apariencia que lograra engañarlo por completo.

—Me tengo que ir. —Fue lo único que dijo ante la amenaza de ella. Dejó de mirarla y, en cierto modo, se sintió aliviado cuando se giró para marcharse.

—Pasha, no te vayas; al menos, no así. —Tatiana recobró el control sobre sí misma y volvió a su estado sereno de siempre. Le tocó la mano con la intención de detenerlo, pero Pasha se soltó poniendo distancia entre ellos.

—Adiós, Tatiana.

Dio grandes zancadas en dirección al coche y no volvió la cabeza, a pesar de los llamamientos desesperados de ella.

Cuando el comandante consiguió reponerse consultó el reloj. Eran casi las cinco de la tarde, por lo se dirigió hacia el bosque, donde había citado a Asya. Se tomó su tiempo en llegar hasta allí, repasando en su mente lo que iba a decirle. Esta vez hablaría sin rodeos.

Dejó el coche aparcado en un claro y el resto del camino lo hizo a pie, ya que la estrechez del pasaje no le permitía meterse más adentro. El principio de la espera fue animada ya que, ante cada ruido, la buscaba con la mirada notando que el corazón se le disparaba en el pecho. No obstante, con el paso de los minutos, su confianza y entusiasmo comenzaron a disminuir porque Asya no daba señales de querer aparecer. Nunca antes ella había hecho oídos sordos a un llamamiento suyo, y mucho menos a una cita.

A las ocho de la tarde, el sol comenzó a ponerse y los primeros atisbos del ocaso se dejaron caer sobre la superficie ondulada del río. Los pájaros cesaron de cantar y un silencio pesado como el plomo, que no presagiaba nada bueno, envolvió el bosque.

Poco a poco, el militar fue recordando los acontecimientos de aquel día y la firme sensación de que Asya no aparecería se cimentó en su mente. Era una luchadora incansable; había conseguido tener la ciudad entera a sus pies, ablandando hasta a los más ariscos tiburones del mundo del caballo, ¿por qué aspiraría a perseguir un sueño de la infancia que no le había aportado más que sufrimiento? Además, ese día, un guapo oficial del Ejército Rojo le había propuesto matrimonio. ¿Tendría Pasha algo que ofrecerle que no pudiera el bravo Alexandr Lenin? Su pierna mutilada no encontró mejor momento para aparecer en escena con el firme propósito de hacerle decaer los ánimos. Cuanto más lo pensaba, más obvia le parecía la decisión de Asya.

Desesperado, se dejó caer sobre el césped, agotado por todas las emociones que afloraron bajo de su piel. Había tardado media vida en comprender lo que significaba Asya para él y, cuando lo había hecho, era demasiado tarde.

Con la caída de la noche, el comandante dejó de esperar. Había llegado al final del camino. ¿Qué dirección debía tomar ahora?

 

Ir a la siguiente página

Report Page