Asya

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El final de la venganza

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Los primeros rayos del día encontraron al comandante Pasha Fedorov completamente despierto. Apartó la manta de hilo que cubría su cuerpo y se levantó de un salto de la cama. Deseaba estar vestido cuando llegase Asya a trabajar. El canto agudo de un gallo le sorprendió en la cocina, tomándose la primera taza de café del día.

Dejó de lado su ropa militar y se vistió con pantalones cómodos de pana, botas de montar y una camisa, a cuadros, nada pretenciosa. Ese día no quería imponer ni utilizar una imagen que le atribuyese autoridad, solo deseaba ser un hombre normal, dispuesto a enmendar los errores del pasado.

Acudió a los establos y, por primera vez desde que los caballos vivían en su propiedad, fue a verlos. Asya llegó una media hora después y se quedó parada en el marco de la puerta, al encontrarse a Pasha en medio de los animales. Cuando se repuso de la impresión avanzó hacia él y tensó los músculos de su cuerpo en actitud expectante.

—¿Qué es esto, una inspección matutina?

—Ayer no viniste a la cita. —La voz de Pasha sonó inusualmente tranquila. No se trataba de un reproche sino más bien de una dolorosa constatación—. Nunca antes, ni en los momentos más difíciles, habías faltado. ¿Te ha pasado algo?

Ella se vio sorprendida por su tono de voz y bajó la guardia.

—Es mejor que no nos veamos más, Pasha. —Sus ojos verdes intensos se clavaron en las tormentas grises de él—. Dejemos las cosas como están. Ya hemos sufrido suficiente.

Él soltó un suspiro hondo y continuó, sin apartar la vista de ella:

—Mientras aguardaba tu llegada he pensado mucho en todo lo que nos ha pasado y he llegado a la conclusión de que son necesarios algunos cambios. A partir de hoy, ya no es necesario que trabajes para mí.

—¿Tienes alguna queja sobre mi rendimiento laboral? —quiso saber ella desconcertada—. Te recuerdo que, en la feria de ayer, he vendido todos los caballos con los que me he presentado. A ojos de un empleador perspicaz, este resultado debería ser uno excelente. Cualquier patrón con dos dedos de frente me aumentaría el sueldo en lugar de despedirme.

—No. Por supuesto que no tengo ninguna queja. Simplemente, he decidido poner punto y final a la guerra.

Se acercó a ella con paso lento y apoyó las manos en sus hombros.

—No me interesan los caballos. Sabes mejor que nadie que ni mi familia ni yo entendemos de animales. Me los he quedado con el único propósito de vengarme de tu familia. Al principio, he sentido un poco de alivio, tener en mi poder lo que más ansiaba tu abuelo fue satisfactorio. El paso del tiempo me ha dado a entender que fue un consuelo pasajero y, menos grato, de lo que pensaba en un principio. He provocado sufrimiento aunque, en vez de sentirme liberado, estoy más atormentado que antes si cabe, y ya no quiero vivir así. He comprendido que la venganza no me va a devolver a mi padre, ni borrará los malos recuerdos de mi mente. Se ha restablecido el orden entre nuestras familias, podemos dar la guerra por finalizada.

Asya abrió la boca para decir algo, pero él le puso un dedo en los labios, silenciándola.

—Por favor, no hagas que me arrepienta. Llévate los caballos y vete. Por una vez en tu vida, haz lo que se te dice.

Apartó las manos de ella y le dio la espalda con la intención de alejarse.

—¿Marcharme así, sin más? —Asya le alcanzó y le tocó el brazo, obligándole a voltearse hacia ella—. ¿Y qué hay de la deuda?

—Considera nuestras deudas saldadas para siempre. Mi familia se quedará con lo que le pertenece de forma legal y la tuya mantendrá intactas todas sus pertenencias. Vete, Asya, no hagas esto más difícil para mí. Por una vez en tu vida no discutas conmigo.

Ella se mordió el labio en actitud pensativa puesto que aquello la había tomado por sorpresa. Estaba siempre preparada para contestar a un Pasha gruñón, en pie de guerra; pero el Pasha triste y desconsolado la había dejado fuera de juego. Un pensamiento nuevo acudió a su mente, provocando que su orgullo despertara del estado aletargado en el cual se encontraba:

—No te lo voy a agradecer, si eso es lo que esperas de mí.

—No quiero tu agradecimiento, Asya; ni nada que me recuerde a ti, así que llévate los caballos, no quiero verlos más por aquí.

—Entonces ¿todo ha terminado? —preguntó de repente vencida.

—¿Te parece que queda algún cabo suelto?

—No. No queda nada —aceptó desconsolada. Se contempló durante un largo segundo las botas de trabajo que calzaba, esperando que él dijera algo más. Ahora que había quedado liberada del trato, las deudas, el trabajo… sentía un gran vacío en su interior. Ya no había nada que la atase a él y eso le resultaba insoportablemente doloroso. Pasha permaneció callado, por lo que ella se dio la vuelta despacio y caminó hacia los animales con la intención de preparar el traslado.

—¿Asy? —la llamó, antes de salir de los establos—. Te deseo que seas muy feliz. Te lo mereces.

Unas más que inoportunas lágrimas llegaron a la retina de Asya y ella no pudo hacer nada para impedir que atravesaran sus mejillas. A esas alturas, no le importaba mostrarse tal cómo se sentía: totalmente rota. Se lanzó derecha a sus brazos y se pegó contra su pecho en un último y sentido abrazo, el de la despedida.

—Pasha, que seas muy feliz. Te lo mereces más que nadie.

Y dicho esto, se desprendió de sus brazos y salió disparatada de los establos.

Él sintió que un gran peso acababa de levantarse de sus hombros. De algún modo, había conseguido cerrar las cuentas con el pasado y, aun cuando las heridas permanecían intactas, dolían menos. Se sentía liberado de las molestas ataduras que le habían encadenado durante demasiado tiempo.

Se preguntó si al haber empezado de cero, tendría alguna oportunidad de recuperarla porque algo muy hondo dentro de él le animaba a pensar que iba por buen camino y que reencontrarla, solo era cuestión de tiempo. Entre ellos hubo dolor, venganza y lágrimas. Pero también compartieron amor, pasión y afecto. Poseyeron el encuentro en el río.

Regresó a la casa y, desde la ventana de su dormitorio, observó con lágrimas en los ojos cómo los setenta caballos abandonaban su hacienda a las órdenes de Asya y unos cuantos mozos más. Subida a lomos de

As, parecía una diosa, con su lustrosa melena oscura, que se ondeaba con el movimiento del caballo sobre su espalda, y sus ropas color aceituna sujetas al talle con uno de sus inconfundibles cinturones de cuero. Poco a poco, su silueta se perdió en el horizonte hasta que se trasformó en un punto en movimiento, minúsculo.

—¡No puedo creer que hayas hecho esto! —La voz de su madre irrumpió de la nada, sobresaltándole. Pasha se dio la vuelta despacio, preparado para enfrentar la tormenta que estaba a punto de abatirse de forma irremediable sobre él—. Tu padre se estará retorciendo en la tumba.

La señora Fedorova comenzó a sollozar angustiada y su hijo acudió en su encuentro para consolarla.

—Mamá, estoy cansado de luchar, quiero vivir en paz; por favor, no te enfades. Hice lo que tenía que hacer —le habló con suavidad intentando tranquilizarla.

—Con todo lo que ha sufrido nuestra familia nunca podremos estar en paz, Pasha. Has dejado a nuestro enemigo ganar, sin apenas esforzarse. No lo comprendo —insistió su madre completamente rota de dolor—. Les has devuelto todo, ¡sin más!

Pasha la ayudó a sentarse en una silla y la observó con atención. Su cabello se había convertido en una mata blanca y su rostro, antaño luminoso y liso, estaba trazado por arrugas de diferentes tamaños. Sintió un nudo formarse en su garganta al percatarse de lo mucho que había envejecido. Su madre no había tenido una vida fácil y, ahora, se sentía defraudada por su hijo.

Se arrodilló ante ella y le besó la mano curtida por años y años de duro trabajo.

—Mamá, por favor, no te sientas decepcionada. A partir de ahora viviremos en paz, sin odiar ni retar a nadie. Esos animales nos estorbaban más que otra cosa. No somos agricultores, nunca lo hemos sido, y fueron precisamente estas aspiraciones las que arruinaron a nuestra familia. El viejo Kurikov está enfermo, ayer ni siquiera pudo asistir a la feria del caballo. A estas alturas de la vida, le deben de dar igual los animales y las tierras. Entonces ¿para qué seguir vengándonos? ¿Qué nos ha hecho a nosotros Asya? ¿Sabes que Natasha la tuvo trabajando de granjera durante más de tres semanas? No para de humillarla y doblegarla cada vez que se le presenta la menor oportunidad y no me parece justo. ¿Qué culpa tiene ella de todo lo que ha pasado?

En la mirada grisácea de la señora Kurikova apareció un minúsculo brillo de compasión. Dejó de sollozar y su mirada acusatoria se suavizó.

—¿Tu hermana hizo eso? Pues habrá tenido sus razones. En el baile del cuartel, las dos llegaron a las manos en el baño de mujeres. Apenas logré separarlas.

Fue el turno de Pasha de quedarse sorprendido. Cerró los ojos dolido al comprender que toda la venganza de su familia se había vertido sobre los hombros de Asya.

—¿Estáis hablando de mí? —Natasha se asomó al dormitorio de su hermano y se quedó en la puerta alarmada—. ¡Mamá, has estado llorando! ¿Qué pasa?

—Ven, Natasha, tenemos que hablar contigo —la invitó su hermano—. Quiero que sepas que acabo de enterrar el hacha de guerra con la familia Kurikov.

Ella levantó una ceja perfectamente depilada y aguardó expectante una explicación:

—¿Toda?

—Sí, toda —le confirmó Pasha.

Natasha negó con la cabeza y se dejó caer en una silla, aturdida.

—Lo vi ayer en tus ojos. Cuando escuchaste que ella se iba a casar con Alexandr. No puedes soportarlo y te quieres hacer el héroe ante sus ojos para detenerla. Haces todo esto por ella.

La señora Fedorova contempló a sus dos hijos con sumo interés. Se limpió la cara con la manga de su vestido y preguntó, alarmada:

—¿De qué estáis hablando? ¿Quién se va a casar con quién?

—Ay, mamá —soltó Natasha angustiada—. ¿No te das cuenta? No es solo el hecho de que Pasha les haya devuelto todo a los Kurikov, ahora quiere emparentarse con ellos.

El rostro de la señora Fedorova fue cruzado por una gran mueca de dolor. Enfiló a su hijo con la mirada anegada en lágrimas:

—¿Es esto cierto, Pashenko?

Él se puso de pie, aguantando con estoicismo los reproches silenciosos que destellaban en los ojos de su madre. Decidió ser franco y hablar con la verdad por delante.

—Como he dicho antes, a partir de ahora deseo vivir en paz. Esta es la principal razón de haberles devuelto la caballada y exonerarles de pagarme la deuda. La segunda es que el viejo Kurikov está demasiado enfermo como para importarle mi venganza y no me parece justo que la única que tenga que pagar sea su nieta. Y sí, estoy completamente enamorado de ella desde que tengo uso de razón. Es más, si algún día decide aceptarme, me casaré con ella, tanto si me das tu bendición como si no.

Su madre se levantó de un salto de la silla y, cogida del brazo de Natasha, abandonó la habitación.

—Entonces, no hay nada más de qué hablar. Si esto llega a pasar, dejarás de ser mi hijo. Deberás elegir: tu familia o ella —le advirtió antes de marcharse.

Pasha soltó un profundo suspiro y se dejó caer en el sillón, situado al lado de la ventana. Vagó con la vista sin rumbo por los alrededores preguntándose si había hecho lo correcto o había cometido la estupidez más grande del mundo.

 

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