Asya

Asya


El presentimiento de As

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El presentimiento de

A

s

 

 

Las aguas se calmaron poco a poco y, una semana después de aceptar casarse con Alexandr, la vida de Asya comenzó a regresar a la normalidad. Ya no lloraba tanto por las noches y el pensamiento de que Pasha vendría a pedirle explicaciones fue perdiendo fuerza con el paso de los días.

Alexandr le contó el incidente del cuartel y no paraba de preguntarse por qué su superior habría hecho tal cosa. Asya decidió entonces contarle toda la verdad sobre su relación con Pasha, le pareció que lo más correcto era que su futuro marido supiera lo suyo con el comandante. Lenin encajó la noticia de la mejor de las maneras, aunque algo en su semblante cambió y una pizca de preocupación se coló en su mirada.

Babushka estaba de lo más ilusionada con la boda y Asya volvió a dirigirle la palabra, fingiendo no acordarse de lo que había hecho. ¿Qué caso tendría? Su abuelo había tocado el tambor y la boda era más que inminente. Pasha había pasado por las llamas del infierno y, con toda probabilidad, su amor por Asya estaría en sus horas más bajas. Nunca más la miraría de la forma que la había mirado aquella noche, cuando desnudó su alma ante ella. Y no podía culparlo.

Unos relinches de caballo la sacaron de sus conjeturas y, al percatarse que se trataba de

As, la joven veterinaria acudió a los establos para comprobar su estado. Era pleno verano, hacía mucho calor y los animales, en ocasiones, necesitaban beber más agua de la habitual. El potro, que ya tenía casi el aspecto de un caballo adulto, se removía inquieto, moviendo la cabeza como si un puñado de moscas le molestasen. Asya se acercó a él, dedicándole palabras tranquilizadoras, al tiempo que le acariciaba el cuello.

As se sintió reconfortado por ella, pero no dejó de agitarse y rehusó el cubo de agua que le dejó delante. Sin encontrar ninguna razón aparente que avalase su nerviosidad, Asya lo sacó a pasear, pensando que podría necesitar algo de ejercicio, ya que desde hacía varios días no se había sentido con ánimos para hacerlo.

En cuanto subió a la montura, el caballo comenzó a correr con un ímpetu nada habitual en él. Cabalgó alrededor de una hora, cuidándose de no acercarse a la zona del río, y cuando regresó a la hacienda se extrañó al ver a varios militares merodeando por el patio de la casa. Tiró de las riendas de su potro para detenerlo y descabalgó nada más entrar por la puerta. Sintió un fuerte temblor en las piernas al observar cómo un grupo de soldados se afanaban en agrupar a los caballos en fila, atándoles con unas cuerdas.

Dedushka estaba sentado en una silla, custodiado por un militar, y su cara enrojecida y congestionada no presagiaba nada bueno.

Babushka, por su parte, lloraba desconsolada y, nada más percatarse de que su nieta había llegado, se echó corriendo a sus brazos. Asya dejó a su caballo de lado, preocupada por todo lo que sucedía a su alrededor.

—Abuela, tranquila, no llores; dime qué es lo que pasa. ¿Qué quieren de nosotros estos soldados? ¿A que han venido?

—Mi niña, se van a llevar a los caballos. ¡A todos! —exclamó entre lágrimas—. A tu abuelo le pegaron cuando trató de oponerse y, míralo como ha quedado de impresionado, no ha vuelto a abrir la boca desde entonces.

Esa breve explicación hizo que Asya estallara. Era consciente de que una mujer y dos ancianos no podían impedir nada a un grupo de soldados; si bien, decidió hacer el intento.

—Buenas tardes, soy Asya Kurikova, la encargada de esta hacienda. ¿Quién está al mando? —gritó enojada, al tiempo que levantó el mentón en actitud autoritaria.

Un oficial corpulento dio un paso al frente.

—Buenas tardes, señora. Soy el teniente primero Zaronski. —Hizo una breve inclinación de cabeza y añadió, dándose importancia—: Oficial al mando. Sentimos las molestias, pero tenemos órdenes de llevarnos, con título de donación, todos los caballos de su hacienda. Todos, sin excepción. —Enfatizó la última palabra con la mirada puesta en

As, que no dejaba de agitarse.

—¿Órdenes de quién? Quiero ver el mandamiento —pidió ella sin perder el aplomo ni la seguridad en sí misma.

—Claro, señora, faltaría más. —El teniente sacó del bolsillo superior de su chaqueta una hoja perfectamente doblada. Asya la cogió y, conforme la leía, sentía cómo su alma se rompía a pedazos. Aguató como pudo de pie, mareada de dolor. El mandamiento provenía del cuartel general de Tersk y lo firmaba su comandante general, Pasha Federov. De pronto, la hoja se deslizó entre sus dedos y terminó en el suelo sin que la joven se diera cuenta, demasiado aturdida para poder reaccionar. Su autodominio de vino abajo y se dejó caer de rodillas comenzando a llorar desconsolada.

Su derrumbamiento dio la pequeña tregua por finalizada. Los soldados continuaron sus quehaceres a órdenes de su superior, quien les indicaba que debían organizar a los caballos en fila. Asya lo observaba todo, impotente, incapaz de luchar por sus queridos animales. Nunca, ni siquiera en los más difíciles de los tiempos, el ejército le había quitado toda la caballada.

Pasha sabía lo mucho que significaba

As para ella, ¿cómo podría ser tan cruel? ¿Por venganza, despecho, maldad? ¿Estaría tan engañada con respeto a él? Sus reflexiones fueron interrumpidas por un movimiento que llamó su atención. Los soldados trataban de añadir a

As a la fila, aunque sin conseguirlo. El empeño de uno de ellos hizo que el potro levantase las patas delanteras, a punto de atropellarlo. Como consecuencia, el militar le pegó un fuerte latigazo en la espalda que no obtuvo otra respuesta más que la de aumentar la agitación del animal, quien comenzó a relinchar de un modo angustioso. Asya despertó del estado letárgico en el que se encontraba y, tras ponerse de pie, corrió a socorrer a su caballo. Miró enojada al hombre y le gritó encolerizada:

—¿Cuál de los dos es el animal aquí? ¿No ves que es solo un potro? Aún no sabe obedecer, y nunca, nunca le hemos pegado. No te atrevas a darle otro latigazo. —Se aproximó despacio a

As y le rozó con suavidad la espalda. Temblaba por la indignación que sentía, aunque se contuvo para no alterar más a su querido amigo. Le agarró del arnés y lo llevó con el resto de los animales, hablándole con suavidad y acariciándole en el cuello.

—Señora, apártese; a partir de ahora nosotros nos haremos cargo. Este animal ya no le pertenece, por orden de un comandante ha pasado a poder del ejército. Y le aseguro que allí donde irá, nadie le dará palmaditas en la espalda —la amonestó el militar, fastidiado por no haber podido dominar al caballo.

Asya le dio un último beso en el cuello a

As, deseándole buena suerte. Derrotada y completamente incapaz de hacer frente al desgarrador dolor que sentía, volvió a caerse de rodillas y no logró levantarse hasta mucho tiempo después de que los caballos hubieran abandonado la propiedad.

Dedushka, por su parte, se encontraba sumergido en un estado de aturdimiento tan agudo que no opuso resistencia alguna cuando Asya, con la ayuda de

babushka, lo llevó en la casa y entre ambas lo tendieron en la cama.

Cuando se quedaron solas, su abuela dijo angustiada:

—Iré a buscar un médico para que le dé algún calmante o algo. Tu abuelo está muy alterado; además, le pegaron con la culata de la pistola en la cabeza, temo que le hayan lastimado más de la cuenta.

Lágrimas ardientes nublaron la vista de Asya, quien se mordió el labio inferior con dureza para aguantar el crudo dolor que la sacudía por dentro.

—Ha sido él, ¿verdad? —preguntó la anciana con un hilo de voz—. Si te hubiera amado de verdad, nunca te hubiera hecho esto, mi querida niña. He tenido remordimientos de conciencia durante todos estos días por haberos separado; no creas que mi corazón es de piedra, he sido joven y sé lo que significa estar enamorada, pero ahora estoy en paz conmigo misma sabiendo que hice lo correcto. No sufras por los caballos, pronto te casarás, tendrás tu casa y tu marido y, con la ayuda de Dios, vendrán los hijos. No podrías estar toda la vida con nosotros. Y mira a tu abuelo, hace tiempo que no puede ayudarte. Estos animales, a la larga, hubieran supuesto una carga para ti.

—No puedo soportarlo, abuela. Nuestros caballos han sido criados con amor, son purasangres mimados y cuidados, ¿cómo se acostumbrarán a la vida que les espera? ¿Y mí querido

As? Parece un caballo adulto, aunque es solo un potro todavía, y ya has visto cómo le han pegado por nada —exclamó angustiada, antes de prorrumpir en un llanto tan desgarrador que varios trabajadores se acercaron para consolarla.

Cuando se serenó un poco, tomó el camino hacia la hacienda de los Fedorov para informar a Pasha, de primera mano, lo que pensaba sobre su estúpido mandamiento. Todo había terminado y, esta vez, para siempre. El corazón de Asya no era capaz de soportar ninguna ofensa más.

 

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