Asya

Asya


La confesión de la chica más guapa de la comarca

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Asya abrió la puerta con cierto temor, preocupada por la salud de Pasha. Nada más entrar, fue recibida por su sonrisa despreocupada, que a todas luces no reflejaba la realidad. Se estaba haciendo el héroe puesto que su estado podría ser de todo, menos despreocupado.

La joven llegó hasta su cama y se sentó en el borde. Le tomó la mano entre las suyas y, sin poder evitarlo, sus hermosos ojos verdes se llenaron de lágrimas.

—Hola, Pasha —lo saludó con ternura—. Estás empeñado en quedarte con una sola pierna y no dejo de preguntarme por qué demonios quisieras eso. Al menos que te guste hacer el vago por ahí, no encuentro ninguna otra explicación.

—Hola, Asy. —Se llevó la mano de ella a los labios y le besó la piel con afecto—. No lo había contemplado desde ese punto de vista, pero podría ser una buena razón. Me encantaría hacer el vago, pero con una condición: que tú me acompañes.

—Te estás haciendo el listillo aprovechándote de tu convalecencia —finalizó ella algo turbada por el matiz que adquiría aquella conversación. Retiró la mano dejándola sobre el borde del colchón.

—Es normal que me aproveche un poco de mi situación delante de la chica más hermosa del vecindario. ¿No crees? Cualquiera en mi lugar haría lo mismo. Algo bueno tendré que sacar de esto. —Se miraron fijamente a los ojos y sus respiraciones se aceleraron. Asya le acarició la mejilla con delicadeza y dijo en voz queda:

—Nunca he sido la chica más hermosa, tal vez la diferente, una morena en medio de tantas rubias bonitas. Pero gracias por el cumplido.

—De nada. —Pasha se incorporó para estar medio sentado y ella le ayudó a acomodarse la almohada debajo de la espalda.

—¿Te duele? —preguntó preocupada al observar que el gesto de su cara cambiaba y se volvía tenso.

—Solo un poco —admitió ante la evidencia—. Han conseguido salvármela una vez más. Creo que soy un hombre con suerte. En unos días me darán el alta, pero estaré de baja al menos un par de semanas.

—Eres un hombre con suerte, aunque no apuestes siempre por esa carta, Pasha. Escucha a los médicos y haz vida normal las horas permitidas. Prométemelo.

El comandante asintió para disipar cuanto antes las nubes oscuras que se posaron en las lagunas verdes de sus ojos.

—Te lo prometo. A partir de ahora seré cuidadoso. Deja de hablar de mí, dime, ¿ha regresado

As a casa?

Una enorme sonrisa apareció en el rostro de ella y un brillo intenso iluminó su mirada:

As está en casa junto a los demás caballos que, por cierto, tienen muy buen aspecto. Gracias por lo que hiciste. ¿Sabes quién fue el responsable? —se interesó con un eje de preocupación en la voz.

Un largo suspiro escapó de los labios de Pasha. Asintió levemente con la cabeza y volvió a tomarle la mano entre las suyas.

—Sé quién lo hizo. Me temo que son personas muy cercanas a ti y a mí. Lo siento, de verdad.

Los ojos de la joven se agrandaron por la sorpresa.

—¿Cercanos a nosotros? No imagino quién podría ser.

—La primera en involucrarse fue mi madre; según ella, quiso protegerme al enterarse que iba a contraer matrimonio contigo. Ya sabes, el batintín de tu abuelo me hizo pensar que… —Un silencio incómodo se instauró entre ambos al recordar esos momentos—. En fin, que… yo interpreté que el maldito gongo anunciaba nuestro matrimonio. Mi madre se desquició al pensar que te convertirías en su nuera y acudió a la casa de mi hermana, arrastrando tras ella a Tatiana. Idearon el plan y fueron ayudadas por el padre de Tatiana, quien puso los medios, y por tu prometido, quien me suplantó y emitió el mandamiento.

—¿Alexandr? —inquirió perpleja—. No lo creo. —Negó con la cabeza incapaz de asimilarlo—. Acepté su propuesta de matrimonio, ¿por qué se involucraría en eso el hombre que iba a convertirse en mi marido en menos de tres semanas? Además, sabe lo mucho que significan los caballos para mí, jamás se prestaría a algo tan mezquino.

El gesto de Pasha se tensó y apartó la mirada de ella. Se sintió dolido al advertir que ella no tuvo ningún reparo en aceptar que el daño venía provocado por su parte, pero defendía con tanto énfasis a su prometido.

—Pues, sinceramente, no lo sé. Tendrás que preguntárselo a él —consiguió balbucear aturdido. Sintió un miedo atroz colarse dentro de él, al tiempo que un pensamiento viperino se instalaba en su mente. «¿Y si ella se había enamorado de Lenin?»—. Me duele un poco la cabeza. Ahora será mejor que te vayas.

Asya le acarició la mejilla con delicadeza, obligándolo a girarse hacia ella.

—Solo estoy asombrada, nada más —articuló confundida—. Lo de tu madre y Natasha puede tener su justificación, pero lo de Lenin es cuanto menos… sorprendente. ¿Qué pasará con él?

—¿Tanto te importa? —El gesto de Pasha se volvió taciturno al observarla con cierta emoción. Reproches no expresados aparecieron en su mirada dolida—. Si tú me pides que no le pase nada, así será. Pero mi obligación es que dé parte a mis superiores de lo ocurrido. Ha suplantado a su superior, emitiendo órdenes y documentos oficiales en su nombre, es una infracción muy grave.

—Si con esto insinúas que estoy enamorada de él, tengo que decirte que te equivocas —masculló tensionada—. Sabes tan bien como yo, que la noche que viniste a mi casa y hablamos, decidimos de forma tácita enfrentar el mundo entero y casarnos.

—Ya, pero el gongo sonó horas después para anunciar tu boda con Lenin. ¿Por qué, Asya? —La cogió por los hombros demandando su atención y cuando la obtuvo, aflojó un poco el tensor—. Necesito saberlo. No podré pasar página si no me lo cuentas.

La pizca de dolor de sus ojos se extendió considerablemente. Asya no pudo soportarlo más y decidió sincerarse. Le tocó la mejilla con suavidad, en un intento de reconfortarlo, y él bajó los brazos de sus hombros, señal de rendición.

—Lo hice por mis abuelos. Aquella mañana,

babushka nos vio y me esperó delante de la puerta. Se puso furiosa cuando le conté nuestros planes, tanto que tomó una decisión drástica en mi lugar: le dijo a mi abuelo que había decidido casarme con el capitán Lenin. Ocurrió todo muy rápido y no fui capaz de reaccionar. Para cuando quise hacerlo, mi abuelo ya estaba tocando el gongo, avisando al todo el mundo de la buena nueva. Se veía ilusionado y contento por mí.

—¿Y por qué no acudiste a la cita? ¿No me merecía, al menos, esta explicación?

—Lo siento mucho; quise ir, pero el destino no estuvo de mi parte ese día. Alexandr llegó de improvisto a visitarme y se enteró por

dedushka de que me iba a casar con él. Ya puedes imaginarte el resto. Saqué a

As para acudir al bosque, pero mi prometido se ofreció en acompañarme, así que no tuve más remedio que echarme atrás. Comprendí, angustiada, que tres seríamos multitud en la cita.

—Entonces no tomaste tú la decisión de casarte con él, fue el destino —la voz de Pasha sonó derrotada y triste—. Antes me sentía desdichado y, ahora, estoy furioso. No sé lo que es peor, la verdad.

—Lo sé. No solo tú has perdido, Pasha; yo, también. No recuerdo si la chica más hermosa del barrio te habrá dicho alguna vez que te amaba desde que era una niña. Desesperadamente. Que por mucho que lo haya intentado, no pudo enamorarse de otro hombre. Esa chica sabe que si no te tiene, será infeliz para el resto de sus días y daría cualquier cosa por poder cambiar el destino.

El gesto de Pasha se suavizó y un brillo intenso hizo acto de presencia en sus ojos color tormenta. Le tomó la cara entre sus manos, posando en ella una mirada intensa y viva, cargada de anhelo y esperanza.

—Asya, nuestro destino somos nosotros y podemos cambiarlo si queremos. Vamos a casarnos, en secreto. Solo tú y yo. Pondremos a nuestras familias ante un hecho ya consumado y, con el tiempo, se acostumbrarán. Enfrentaremos el destino, con valor y sin miedo. Cogidos de la mano seremos fuertes, nada podrá detenernos. Ha llegado la hora de que seamos valientes. Si tú me amas tanto como yo a ti, es el momento de demostrarlo.

La joven se mordió el labio inferior con dureza para mantener a raya la cascada de emociones que se desató en su interior. Cuando las manos del comandante rodearon su cintura, atrayéndola hacia su pecho, dejó de resistirse y se arrojó a sus brazos.

 

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