Astrid

Astrid


CINCO

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CINCO

 

 

 

 

Cuando volvió, Helmi todavía no había conseguido ni siquiera acercar la comida a la boca de la princesa, que la mantenía cerrada y volvía la cara cuando la anciana acercaba la cuchara, para que no pudiera darle de comer, y eso a pesar de que parecía a punto de desmayarse. El hombre observó lo que ocurría desde el umbral de su dormitorio, aprovechando que todavía no le habían visto ninguna de las dos,

—Muchacha, estate quieta, es por tu bien —la anciana resopló al ver que seguía con la cabeza vuelta y que no parecía que fuera a cambiar de actitud— tienes suerte de que el amo esté preocupado por tu salud y que, por eso, te esté cuidando él mismo porque yo tengo mejores cosas que hacer que perder el tiempo con una niña malcriada—Astrid simuló no haberla oído, algo que no le costó demasiado porque no tenía fuerzas para discutir, incluso era un esfuerzo mantenerse despierta.

Pero tenía que evitar la comida como fuera porque acababa de idear un plan, por fin había encontrado la forma de escaparse de aquella esclavitud. Ya se sentía sin fuerzas y estaba segura de que, si seguía sin comer unos días más, rompería las cadenas que le había puesto ese maldito vikingo y se reencontraría con su familia. Grimur pareció leer su mente porque eligió ese momento para entrar en la habitación.

—Helmi, déjame a mí y vuelve a la cocina —alargó la mano para coger el tazón con las gachas que aún estaban calientes y la cuchara, bajo la mirada asombrada de la sirvienta que no le creía capaz de dar de comer a nadie, y menos a esa chica tan rebelde. Cuando la anciana se levantó de la cama y se dirigió al pasillo, el vikingo le dijo que cerrara la puerta.

Grimur se sentó en la cama, en el mismo lugar que lo había hecho la mujer y miró durante unos instantes a Astrid, que estaba sentada con la espalda apoyada en la pared y se tapaba con las pieles hasta la barbilla, como si quisiera evitar que viera su desnudez, aún después de lo ocurrido. Intentó mantener un tono de voz tranquilo, pero firme, para que lo que iba a decir arraigara en su mente.

—Princesa, todavía no me conoces y por eso te voy a contar lo más importante que debes saber sobre mí: que siempre consigo lo que quiero, y no me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo —ella hizo una mueca que podría pasar por una sonrisa.

—Me reiría si tuviera fuerzas para hacerlo, ¿acaso vas a amenazarme con tu espada para que coma? —inclinó la cabeza hacia él y susurró —te confieso que, si me mataras con rapidez, te lo agradecería, pero prefiero morir así que vivir como una esclava, encadenada o golpeada con el látigo siempre que se te antoje—él frunció el ceño, sorprendido, porque no esperaba algo así.

—¿Cómo puedes creer que amenazaría con matarte si lo que quiero es salvar tu vida? —ella no contestó, había vuelto a fijar su mirada en la pared y mantenía las pieles hasta la barbilla— olvida lo que dije antes. Solo lo hice para enfadarte y para que volvieras a tener ganas de vivir, porque sé que tienes el corazón de una guerrera —ella inclinó la cabeza ligeramente, agradeciéndole que al menos pensara eso sobre ella— y como tal, proteges a los tuyos —Astrid lo miró confundida— y creo que eso será lo que utilizaré en tu contra. Veo que las amenazas contra ti no funcionan, así que… si no comes, si no haces lo necesario para vivir, lo pagará tu amiga Lena. No tú —Astrid no apartaba la mirada de él, incrédula—, ¿te habías olvidado de ella?, si mueres la dejarás sola entre nosotros, vuestros enemigos —la miró fijamente, serio, porque sabía que ese era su punto débil y necesitaba que le creyera para que dejara de luchar contra él— ¿no lo habías pensado? —la princesa bajó la mirada avergonzada. Había sido una egoísta pensando solo en sí misma porque ¿qué hubiera sido de Lena si ella hubiera muerto?

—Eres despreciable —él sonrió como si lo que le hubiera dicho fuera un elogio, entonces acercó la cuchara a su boca y ella comenzó a comer —puedo hacerlo sola —pero Grimur había visto sus gestos de dolor al mover las muñecas, seguramente debido a que el ungüento de Helmi estaba haciendo efecto y había empezado la cicatrización.

—Lo haré yo, esclava —sabía que se enfadaría al escuchar cómo la llamaba y lo hizo por eso. Despacio y con esfuerzo, se comió la mitad de las gachas, luego, él dejó que se volviera a tumbar y aceptó que su amiga fuese a hacerle compañía durante un rato.

Salió a buscarla y, al no encontrarla en su habitación, fue a la que utilizaba Ingvarr cuando se quedaba allí y abrió la puerta sin llamar, encontrándolos a los dos en la cama, desnudos. Era evidente que habían disfrutado de la noche, se podía ver porque estaban abrazados y hablaban en murmullos. Cuando abrió la puerta, Lena se ocultó bajo las pieles avergonzada, pero Ingvarr hinchó el pecho cruzando las manos bajo la cabeza

—¿Qué quieres, amigo? —Grimur señaló con la cabeza el bulto que había junto a su amigo, escondida bajo las pieles, y le dijo

—Llévala a mi habitación para que esté un rato con Astrid —sus palabras consiguieron que la rubia y delicada esclava sacara la cabeza y le dijera, ilusionada

—¿Puedo verla? —cuando él lo confirmó, ella contestó— ¡gracias señor!, iré enseguida, en cuanto pueda…vestirme—él volvió a asentir e iba a cerrar la puerta cuando vio que Ingvarr cogía a la chica por la cintura, y ordenó a su amigo,

—¡Ingvarr, que vaya enseguida!, y que le quite de la cabeza esas ideas de huir o de no comer—dijo en voz más baja— está muy débil y no quiero tener que castigarla —la muchacha gimió al escucharlo, y le dijo

—Hablaré con ella señor, pero Astrid a veces es muy testaruda.

—De eso ya me he dado cuenta.

Más tranquilo, salió de casa para ocuparse de su granja. Esa mujer lo había tenido demasiado distraído evitando que hiciera su trabajo, y ya era hora de que todo volviera a la normalidad.

 

Varias horas después la princesa estaba de nuevo sola y dormida. En sus sueños luchaba por su vida mientras su padre y su hermano yacían muertos a su lado. Lars se reía de su desgracia, tan cerca de su cara, que podía oler su fétido aliento cuando ordenaba a los soldados de su padre que siguieran atacándola.

Cuando ya no podía levantar la espada debido al cansancio y estaba segura de que moriría, un gigantesco lobo negro corrió a su lado y luchó contra sus enemigos, protegiéndola y destrozando a los soldados con sus enormes dientes. A pesar de la ayuda del animal, Astrid no podía dejar de pelear porque seguían apareciendo soldados que no se cansaban de luchar, hasta que cayó muerta junto a su guardián, el lobo.

En la siguiente escena del sueño, se vio a sí misma junto al mismo lobo, al lado de un río que bajaba muy crecido, de manera que el agua se llevaba todo por delante. Pero ella quería nadar y dio dos pasos para acercarse a la orilla, entonces el lobo se lo impidió colocándose ante ella, obstaculizándole el camino y enseñándole los dientes, como advertencia para que obedeciera. Ella intentó sortearlo varias veces, pero él siempre se movía para impedirle el paso, hasta que, finalmente, lo obedeció y se sentó en la hierba observando el agua, como si estuviera hipnotizada. Entonces el lobo se sentó a su lado, mirándola con unos brillantes ojos azules que le recordaban a alguien y jadeando con la boca abierta, como si sonriera.

 

Grimur estaba sentado en su habitación junto al fuego esa misma tarde, aceitando y limpiando su espada mientras escuchaba desvariar a la mujer. Se había levantado un par de veces para comprobar si seguía teniendo fiebre y estaba cada vez más preocupado, porque habían pasado un par de días y no mejoraba. Dejó la espada de pie, apoyada en la pared, y se acercó de nuevo a la cama para tocar su cara, que seguía ardiendo.

Estaba cada vez más inquieto, porque pensaba que había hecho lo necesario para que se recuperara, incluso había conseguido que comiera y se estaba tomando las infusiones que Helmi le preparaba para combatir la fiebre.

Precisamente la anciana entró en la habitación con el caldo que Grimur obligaba a tomar a la enferma tres veces al día, pero que no conseguía restablecer sus fuerzas. Helmi dejó el tazón sobre la mesa para que él se lo diera, ya que era el único que conseguía que se lo tomara.

—¿Está mejor?

—No.

Grimur también parecía enfermo, tenía grandes bolsas bajo los ojos y la anciana estaba segura de que llevaba varios días sin dormir. La mujer se dio la vuelta para marcharse pensando que preferiría estar solo, pero él sujetó su brazo con suavidad y le hizo un gesto para que se sentara en el asiento que había frente a él.

—Anciana, he pensado mucho en lo que me contaste el otro día y, aunque sé que no quieres hablar sobre ello, necesito que me cuentes todo lo que sepas sobre los berserkers y sus elegidas —señaló con la cabeza a Astrid—no puedo permitir que muera, es la única posibilidad que tengo de vivir como un hombre de verdad. Ingvarr y tú sois los únicos que me habéis visto cuando pierdo la cabeza, y que sabéis de lo que es capaz la criatura que hay dentro de mí.

Helmi lo comprendía mejor de lo que él creía y se sentó frente a él, mientras pensaba en su petición, pero, después de echar un vistazo a la cama, solo tardó un momento en decidirse a contar su secreto, aunque suspiró antes de hacerlo mirándolo a los ojos,

—Tienes razón. Por miedo, he guardado silencio durante toda mi vida sobre algo que me ocurrió en mi juventud. Nunca pensé que, tantos años después, las cosas seguirían igual, pero, desgraciadamente todavía es muy grande el odio que existe hacia los berserkers y sus familias—Helmi se quedó mirando el fuego y recordó —mi propio marido, que Odín lo tenga en el Valhalla, era un berserker y yo fui su andsfrende—Grimur gruñó, molesto porque ella no le hubiera dicho nada antes —perdóname Grimur —lo miró con lágrimas en los ojos —pero nunca se lo he contado a nadie, ¡he pasado tanto miedo! —suspiró—nos casamos muy jóvenes, porque nos conocíamos desde niños y siempre supimos que estaríamos juntos. Llevábamos pocos meses casados cuando los salvajes del norte atacaron nuestra aldea, mi Solgber murió, junto a otros hombres mientras defendía nuestro pueblo, pero consiguieron rechazar al enemigo. Cuando todo pasó, algunos de los hombres que sobrevivieron, comenzaron a decir que la incursión de los extranjeros había sido provocada por el hecho de que Solgber era un berserker y amenazaron con matarme, para evitar que yo pudiera tener a su hijo, si estaba embarazada. Temían que tuviera un hijo berserker.

—¿Y cómo llegaste a ser esclava?

—Tuve que huir sin nada durante la noche porque me enteré por una amiga, que al día siguiente iban a venir a por mí. Estuve viviendo unos días oculta en un bosque cercano, muerta de miedo, mientras pensaba qué hacer, hasta que me decidí a salir al camino para alejarme de allí en dirección al oeste. Quería surcar el mar para irme a otras tierras, pero me encontré con tres vecinos de la aldea que me capturaron y me obligaron a servirlos—Grimur no quiso preguntar para que no sufriera más, pero imaginaba a qué se refería— estuve con ellos varias semanas, hasta que llegamos a un pueblo grande donde me vendieron como esclava, a cambio de comida— Grimur estaba impresionado, a pesar de que conocía de sobra la maldad de la que eran capaces los hombres —afortunadamente, aunque por poco tiempo, conocí la felicidad junto a Solgber —miró hacia la cama —por eso sé que la unión entre un berserker y su andsfrende tiene que ser total. Tienes que atarla a ti, si no, no conseguirás que se quede y morirá ¿Entiendes?

—Claro, no soy un adolescente imberbe, Helmi —la mujer movió la cabeza sonriente porque no creía que la hubiera entendido

—Quiero decir que tu unión ha de ser en cuerpo, pero también en espíritu —sus ojos brillaban recordando el pasado —cuando sientes esa conexión con otra alma, es lo más hermoso que sentirás en tu vida.  Durante unos instantes notaréis que sois un solo corazón, al menos así lo recuerdo yo —por un momento, Grimur vio en ella la hermosa joven que fue —a pesar de todo, me considero una mujer afortunada porque mientras vivimos juntos, atesoré felicidad para el resto de mi vida. La otra cara de la moneda es que creí morir cuando ya no pude sentirlo cerca de mí, pero sé que cuando yo muera, me estará esperando y gracias a la seguridad de que volveré a verlo, todo lo que me ocurre aquí, no es tan duro

—Pero ¿cómo puedo llegar a su espíritu? —ella señaló con el dedo índice el pecho del hombre y aclaró,

—Él berserker lo sabe, déjate llevar Grimur, es la única manera, si no, no creo que se recupere —se levantó y, sin decir nada más, se fue.

El vikingo se había quedado pensativo, no ponía en duda lo que le había contado, pero al día siguiente iría a buscar más respuestas. Afortunadamente, muy cerca de allí vivía alguien más a quien podía preguntar, aunque, hasta ahora, no había creído que volvería a hablar con él.

 

De camino, vio a Oleg y Hansen en los campos, trabajando en los cultivos de trigo y cebada. En esta ocasión, en lugar de dar media vuelta y volver a casa o seguir el curso del río, siguió adelante y cruzó el límite de su propiedad entrando en la de su vecino por la parte norte. Hacía varios años que no hacía ese camino, pero hubo un tiempo en el que lo recorría casi a diario, cuando Aren y él eran amigos.

Lo encontró frente a su casa cortando leña y no dejó de hacerlo, ni siquiera cuando Grimur ató a su caballo a uno de los árboles que rodeaban la cabaña y se acercó a él.

—Hola, Aren —el hombre rubio dejó los trozos de madera que había cortado en el montón que había junto a la puerta y se limpió el sudor antes de contestar,

—Hola.

Grimur se acercó a él y juntaron sus antebrazos estrechándolos con fuerza durante unos segundos, en un gesto que era común entre los mercenarios que habían estado sirviendo al rey como su guardia personal.

—¿Quieres una cerveza? —Grimur la rechazó con un movimiento de cabeza, mientras observaba lo que había hecho su antiguo amigo en sus tierras.

—Has de haber trabajado como un esclavo para tener así los campos. Los he visto al venir.

—A veces el trabajo es lo mejor para calmar al berserker. Vayamos dentro, tengo sed—Grimur se sorprendió al escucharlo porque Aren y él nunca habían hablado directamente de sus espíritus, a pesar de que habían estado juntos en el ejército durante años, y lo siguió al interior de la cabaña. Aren se sirvió una taza de leche y se sentó, señalando los otros dos taburetes que había junto al suyo.

—Siéntate, si quieres.

—¿Has tenido problemas con el berserker? —el dueño de la casa lo miró intentando adivinar a qué venía esa visita y dio un largo trago a la leche antes de contestar.

—Este último año el berserker ha conseguido tomar el control sobre mí un par de veces en los que me volví medio loco, afortunadamente, no hice nada grave. Pero, desde entonces, decidí vivir solo.

—¿Y tus esclavos?

—Tienen una cabaña junto a los campos, así no tengo que estar preocupado por lo que les pueda hacer. Los veo una vez a la semana cuando voy a ver cómo va todo. Has tenido suerte viniendo hoy, creo que es un buen día y puede que no te ataque sin avisar —bromeó.

Grimur se sorprendió al ver que la cabaña, aunque sencilla, estaba recogida y limpia. Su antiguo amigo tenía cualidades que no conocía.

—¿Estás seguro de que no quieres leche?, está recién ordeñada…

—No me digas que has aprendido a ordeñar vacas.

—No he tenido más remedio —su sonrisa irónica seguía siendo la misma.

—No, mi límite para la leche es el vaso que me tomo por las mañanas.

—Es extraño verte aquí, después de tanto tiempo, ¿qué te ronda la cabeza Grimur? —lo miró—no te sorprendas tanto, estuvimos demasiado tiempo juntos en el ejército.

—Tienes razón. He venido porque quiero contarte algo que me ha pasado y que puede ser importante para los dos, y no lo he hecho antes porque pensaba que tendría que luchar contigo para que me dejaras pasar.

—Te equivocabas, habrías podido venir cuando hubieras querido. Lo que se dicen dos amigos cuando discuten no tiene importancia o no debería tenerla. Por mí, todo está olvidado—bebió otro sorbo de leche y se puso cómodo en la silla—bueno, ¿y cómo te va todo?

—Bien, bien.

—He oído que ibas a hacer una incursión a un asentamiento para traer mujeres, ¿lo hiciste? —Grimur se puso rígido.

—Sí, pero el resultado no fue el que habíamos imaginado y mis hombres están enfadados por ello. Seguramente en unas semanas, antes de que acabe el buen tiempo, tendremos que hacer otra salida, porque asaltamos un barco y solo conseguimos cuatro mujeres.

—Pero seguiríais navegando hacia el asentamiento.

—No—Aren arqueó las cejas

—¿Por qué no?

—Porque no quería poner en peligro la vida de las mujeres —su amigo estaba atónito, el Grimur que él conocía no tenía en cuenta esas cosas. Nunca.

—¿Las mujeres o hay alguna en especial que te hiciera temer por su vida?

—Se llama Astrid y es insoportable. Tiene mal carácter, es rebelde y no hay manera de que obedezca. Para colmo era princesa en su tierra—Aren no pudo evitar reír a carcajadas

—Me extraña que no haya entrado en razón después de que la hayas castigado —esa era otra fuente de discusiones entre los dos, porque Aren no creía que se debiera tratar de esa manera a los esclavos y Grimur sí.

—Todavía no lo he hecho.

—¡Increíble!

—No lo entiendes. Con esta mujer siento que, si le hiciera daño de cualquier modo, al que le dolería realmente sería a mí.

—Empiezo a entender —Aren estaba maravillado— ¿y el berserker como reacciona en su presencia?

—Es como si estuviera embobado con la esclava. Cuando estoy junto a ella, está tranquilo y parece…feliz, casi no noto su existencia. Y hoy, por primera vez en mi vida, he podido hablar con él.

—¿Te has comunicado con él? ¿Y cómo has conseguido semejante cosa, en nombre de Odín?

—No sé exactamente cómo, pero le he hecho una pregunta en mi cabeza y me ha contestado.

—¿Qué le has preguntado?

—Qué significa Astrid para mí.

—¿Y su contestación?

—Que es mi andsfrende—Aren se quedó mirándolo un par de segundos con los ojos como platos, luego, se levantó de la silla y se dirigió a toda prisa a un arcón que había bajo la ventana. Se arrodilló ante él y comenzó a sacar las cosas que había dentro, entre ellas, una piel de animal enrollada que llevó a la mesa que había junto al fuego, donde la extendió.

—Mira esto.

Sobre la parte interna de la piel alguien había escrito con tinta unas líneas en el idioma antiguo, el paso de los años había apagado el color de las palabras, pero todavía se entendían bien. Era una profecía, y decía así:

 

 

PROFECÍA DEL BERSERKER

(FRAGMENTO DE LA SAGA NÓRDICA BARJTBÖRG)

 

 

…Y algunos hombres pertenecientes al valiente pueblo vikingo nacerán con un berserker* en su interior, y su alma solo estará completa cuando acepten a su andsfrende*en ella.

…Y si no lo hacen, renacerán en la tierra por tres veces y sus tres vidas estarán llenas de atroces sufrimientos, hasta que acepten a la mujer que les ha sido destinada.

…Y si continúan negándose a aceptar los designios de Odín, serán castigados con una vida de esclavitud en la isla mágica de Selaön, donde su agonía durará al menos 500 años.

 

Y nunca encontrarán la paz.

 

*Espíritu muy agresivo que poseía a algunos vikingos en la antigüedad, y que atormentaba su mente de tal manera, que conseguía que murieran locos, matando a todos los que los rodeaban.  La leyenda dice que ese espíritu solo se calmará si el hombre que lo porta en su interior encuentra a su compañera, lo que ellos llamaban su andsfrende.

 

 

 

Cuando Grimur terminó de leerlo, se volvió hacia él

—Aren, ¿qué es esto? —su amigo todavía miraba la piel,

—Ya no recordaba que lo tenía, pero cuando has dicho ese nombre, andsfrende, me he acordado. Esto me lo dio mi padre, pero yo creía que era una leyenda, una historia de las que me contaba de pequeño. Cuando era niño me hizo prometer que lo conservaría y, poco después, se marchó a luchar al otro lado del mar, donde murió. Ya sabes que por entonces mi madre ya había muerto y mi padre, que también era un berserker, solía decirme que solo seguía viviendo por mí porque lo que realmente quería era reunirse con mi madre en el otro mundo

—¿Qué te dijo sobre esto? —Grimur señaló, incrédulo, la palabra que ya conocía: andsfrende

—Que es la única manera de que un berserker tenga una vida normal en la tierra. Mi madre era la andsfrende de mi padre —levantó la mirada y vio que su amigo estaba pálido—Grimur, si esa muchacha es la tuya, no dejes que se te escape, mi padre era un hombre triste y solo lo vi sonreír cuando recordaba a mi madre. Decía que nunca había conocido la felicidad hasta que la encontró y que, cuando ella se fue, supo que nunca más volvería a serlo, aunque se obligó a vivir para cuidar de mí. No creo que tengas más oportunidades que esta, no la desaproveches.

—No había oído esto antes, y ahora…— ¡primero Helmi y ahora Aren! —¿has conocido más casos?

—Hasta ahora, no creía que fuera cierto, pero hay alguien que contaba algo parecido y que es muy conocido por todos nosotros porque estuvo durante un tiempo al servicio del rey: Erik el Rojo

—¡Claro, el viajero? y ¿qué tiene que ver él con esto?

—Al parecer, fue el primero que consiguió no volverse loco a pesar ser un berserker, tuvo varios hijos que también eran berserkers y que tuvieron una familia y una vida normal. Y todos murieron de viejos —volvió a mirar la piel —esta profecía, entonces, debe de ser cierta.

—Es posible— retrocedió dejando a su antiguo amigo enfrascado de nuevo en la lectura de la piel. Pero él necesitaba estar a solas y pensar.

—Tengo que irme Aren, pero volveremos a vernos —su amigo se despidió, distraído, y se quedó pensando que, quizás, para él también existía una alternativa a la locura y la muerte.

 

Astrid por fin se encontraba en paz. Las pesadillas habían desaparecido y estaba tumbada junto al río en la oscuridad, pero no tenía miedo, al contrario. Por primera vez desde hacía tiempo, se sentía feliz, mientras escuchaba los sonidos del bosque porque sabía que pronto los vería. Sonrió al pensarlo, pero algo interrumpió su tranquilidad, un sonido persistente junto a su oído que hizo que se le borrara la sonrisa. Además, el demonio que la martirizaba, la besó una y otra vez, hasta que consiguió que abriera los ojos. Entonces lo vio tumbado sobre ella, aunque sostenía en parte el peso de su cuerpo con sus fuertes brazos, para no aplastarla,

—Déjame en paz —susurró Astrid—¿eres tan cruel que no puedes dejarme descansar, ni siquiera estando enferma? —Grimur se asomó a sus ojos dorados, pero ella volvió la cara hacia la ventana donde la lluvia golpeaba contra el cristal, descubriendo que ese era el sonido que escuchaba en su sueño. En ese momento sonrió con tristeza recordando la última vez que había jugado bajo el agua con Harold, solo unos meses atrás. Él sintió su tristeza.

—¿En qué piensas?

—En que no me importaría morir, con tal de ver a mi hermano—un rugido de negación estuvo a punto de salir de la boca del hombre, pero se contuvo, porque no quería asustarla. Había perdido demasiado tiempo intentando aceptar lo que había descubierto gracias a Helmi y Aren, pero ahora que lo había hecho, no dejaría que lo abandonara. Era suya, la única.

—No puedes morir Astrid, recuerda que dejas a Lena aquí, sola —ella suspiró, como si él fuera un moscardón especialmente pesado.

—¿Qué quieres, Grimur?

—Que vivas.

—¿Por qué? Tu vida sería más sencilla si no estuviera.

—Porque eres mi única esperanza de vivir como un hombre y no como una fiera ¿Sabes por qué me llaman el lobo? —estaba absorta en sus palabras —porque tengo fama de ser cruel y despiadado, en la batalla y fuera de ella—no quería decirle todavía lo de berserker, bastantes cosas tenía ya en su contra.

—¿El lobo? —no podía ser…

—Sí, ¿por qué? —no quería decirle que llevaba días soñando con un gran lobo negro que la defendía de los monstruos de sus pesadillas, e incluso, de ella misma. Se sintió aturdida al pensar que podría ser una representación de él que se había colado en su mente de alguna manera, pero eso no tenía sentido…

—Me sorprende, eso es todo—él supo que mentía, pero eso ahora no le importaba—¿estás dispuesto a negociar? ¿si me mantengo con vida, me dejarás tranquila?

—No, eres mía y siempre lo serás. Pero no quiero que temas lo que va a ocurrir, sé que la otra vez no disfrutaste, pero la primera vez las mujeres no lo hacéis —ella lo sabía, no era tan ignorante. Sabía que el hombre tenía que desgarrar a la mujer para poder entrar en ella y esperaba ese dolor.

—No me dolió tanto —se encogió de hombros y, al hacerlo, la manta con la que se tapaba se deslizó un poco, dejando ver un hombro dorado y suave que hizo que a Grimur se le acelerara el corazón —pero nunca te perdonaré el haberme encadenado.

—Yo no te puse las cadenas

—Pero tú me capturaste —lo miró con algo de su antiguo espíritu

—Sé que en tu casa había esclavas, dos de ellas están aquí.

—Eso es diferente—él enarcó una ceja y ella no supo qué contestar, porque acababa de darse cuenta de que tenía razón. Su padre tenía esclavas, y Astrid nunca había pensado en cómo se sentirían ellas.

—¿Es distinto porque ellas no son princesas? —apretó los labios, enfadada por la manera en la que él había dado la vuelta a su enfado, y lo miró con un poco de respeto porque se acababa de dar cuenta de que era un hombre inteligente.

—Dime qué quieres de mí.

—Quiero que…— sacudió la cabeza y miró la lluvia a través de la ventana como si buscara las palabras adecuadas, y cuando se giró de nuevo hacia ella sus ojos se habían vuelto incandescentes, como si hubiera una intensa luz detrás de ellos. Y cuando habló, su voz había cambiado, haciéndose más grave—Astrid, si me dejas, esta noche te demostraré que eres mía y yo tuyo —ella se removió inquieta porque no parecía el mismo hombre que un momento antes—y nos uniremos para siempre. Llevo toda mi vida buscándote, aunque no lo sabía.

—¿Qué quieres decir? —pero se había cansado de hablar y comenzó a besarla apasionadamente, acariciando a la vez uno de sus pechos y pellizcando suavemente el pezón, lo que provocó que ella gimiera. Él levantó la cabeza al escuchar el sonido y la miró sonriendo,

—Grimur —lo nombró, aunque no sabía qué quería, mientras se movía sensualmente en la cama y le puso las manos en los hombros, como si no supiera si acariciarlo o intentar quitárselo de encima—no quiero que hagas esto —susurró, aunque se mordió el labio inferior para no volver a gemir por el placer que sentía gracias a las caricias del hombre.

—Shhh!, tranquila, andsfrende —su susurro apasionado consiguió llegarla directamente al corazón. Maravillada por su cambio se atrevió a preguntar, mirando sus resplandecientes ojos azules

—¿Quién eres? —él sonrió mientras mordisqueaba uno de sus hombros, haciendo que ella temblara,

—Sigo siendo Grimur —lo observaba hipnotizada —pero no he tenido paz hasta hoy —porque por primera vez en su vida el vikingo era uno con el berserker—nuestra unión hará que vuelva a ser libre, el espíritu que mora en mí desde siempre, por fin se doblegará a mi voluntad. Por eso eres tan importante, Astrid.

—Estás loco —susurró, conmovida y asustada a la vez.

Se apoyó en un codo con dificultad observándolo de cerca, intentando saber si realmente había perdido la cabeza. Él notaba su debilidad y sabía que cuanto más tardara en completar la unión, más difícil sería que se recuperara.

—Se acabó la conversación

Se levantó de la cama y se desnudó. A pesar de la debilidad que sentía, ella pensó en huir, pero él adivinó sus pensamientos,

—No lo intentes, Astrid —dijo— jamás consentiría que te marcharas, ya no. Sé valiente y mira dentro de mí, así verás que lo que te he dicho es cierto. Y esperó.

Entonces Astrid lo miró fijamente y supo que decía la verdad.

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