Astrid

Astrid


CUATRO

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Había decidido esperar unas cuantas horas antes de volver a verla porque quería calmarse y pensar, por eso había salido a montar con Thor, pero cuando volvió, se dio cuenta de que seguía igual de turbado y fue a la cocina para hablar con Helmi. La anciana preparaba algo que olía a rayos, en una olla sobre el fuego que ardía en un rincón,

—Helmi —pareció asustada al verlo

—¿Qué ha pasado? ¿Astrid ha escapado? —ella comenzó a retorcerse las manos sin atreverse a hablar— ¡Helmi!, ¡dime lo que ocurre ahora mismo!

—Grimur, iba a pedir a Oleg o a Hansen que fueran a buscarte. La muchacha…no sé lo que le ocurre, pero arde de fiebre, su amiga está cuidándola y yo estoy preparándole una tisana —cuando dijo la última frase ya estaba sola en la cocina, porque Grimur había salido corriendo hacia la habitación donde la había dejado.

Estaba tumbada sobre el colchón de paja, empapada en sudor moviendo la cabeza hacia los lados y hablando en voz alta, aunque tenía los ojos cerrados como si estuviera dormida. Su amiga, mientras, lloraba intentando refrescarla con un paño húmedo que mojaba en un cubo de madera. Grimur se arrodilló junto a ella como había hecho el día anterior, y Lena se movió para dejarle el sitio, aunque se quedó cerca para evitar que hiciera daño a Astrid. El hombre puso su palma encallecida por el uso de la espada en la frente de la princesa, y se asustó al notar el calor que desprendía y que lo traspasó inmediatamente. Entonces acarició su delgado, pero fuerte brazo hasta llegar a una de las muñecas y vio que las vendas que le había puesto Helmi estaban amarillas. Él no entendía mucho de enfermedades, pero conocía el peligro de morir por una herida que no se cerraba. Demasiado a menudo había visto que los hombres no morían en las batallas por las heridas, sino por las infecciones que aparecían después. Volvió a la cocina para hablar con la anciana y cerró la puerta antes de decirle lo que quería.

—Helmi, un día te hablé del espíritu que me posee, ¿lo recuerdas? —había sido un día que se había emborrachado más de lo normal, porque en ocasiones era la única manera de calmar al berserker. La anciana asintió mirándolo con precaución porque para la mayoría de los de su raza, los hombres-berserker estaban proscritos. Eran considerados muy peligrosos porque solían morir jóvenes y locos, atacando a todos los que estuvieran a su lado.

—Si, lo recuerdo—Grimur se apoyó en la madera de la puerta y cruzó los brazos sintiendo, muy dentro de él, que la salvación de Astrid estaba ante él.

—Ese día me di cuenta de que sabías mucho más sobre ello que yo mismo. Nunca te lo he preguntado, pero ahora necesito saberlo —ella lo miró de frente y sin miedo, porque ya era demasiado mayor para temer lo que la gente pudiera decir y, además, sabía que en ese sentido podía confiar en él.

—¿Qué quieres saber?

—¿Es posible que una mujer consiga calmar al berserker? —ella lo miró sorprendida, entendiendo por fin lo que le ocurría con la extranjera y asintió lentamente. No entendía cómo no se le había ocurrido antes que esa pudiera ser la explicación.

—Sí —suspiró— hay una mujer destinada a los que son como tú, y solo una. Ella conseguirá que vivas en paz y que mueras de viejo, si ese es tu destino. Su nombre es… —pero él se le adelantó

—¿Andsfrende?

—Sí, ¿cómo lo sabes?

—Por primera vez he podido hablar con mi berserker y creo que Astrid es esa mujer —la anciana se quedó pensativa

—Puede ser.

—Si lo es… ¿hay algo que yo pueda hacer para que se cure?

—La cura física o espiritual para cualquiera de los dos es posible, si se produce la unión total entre el berserker y su andsfrende. Es la única manera, pero si está tan débil…

—Si no hacemos algo, morirá. Prefiero que muera intentando salvarla a que muera por las fiebres —miró el suelo un momento y el berserker le susurró otra idea—y tengo que bañarla antes,

—¡Arde de fiebre, no debes hacerlo! —Grimur abrió la puerta sin hacerle caso y se encontró con Ingvarr, que ya había vuelto.

Lo saludó distraído e Ingvarr aprovechó para contarle como había ido el viaje. El padre de Ingvarr y Freya era un poderoso jarl de la zona oeste, que sentía locura por su hija y que Grimur sabía que no se tomaría bien la vuelta de ella al hogar.

—Hablé con mis padres y les expliqué lo ocurrido. Freya montó uno de sus numeritos, pero creo que les ha quedado todo claro. Mi padre dice que intentará buscarle un marido y que sea de su agrado—Grimur pensó que al menos no tenía que temer que iniciaran una guerra por el capricho de Freya, y echó a andar hacia la habitación de Astrid,

—Necesito que te ocupes de la otra esclava, no quiero que me estorbe, ni ella ni nadie. Que no nos molesten. Astrid está muy enferma y voy a llevarla a mi habitación, y diles a Oleg y Hansen que lleven allí, enseguida, agua templada en cantidad suficiente para llenar mi bañera e insiste en que debe estar templada, no caliente. Creo que será mejor para ella —Grimur se estaba dejando llevar por el instinto, que le decía cómo actuar e Ingvarr obedeció sin preguntar nada.

A pesar de las protestas de Lena, Ingvarr la llevó a la cocina y Grimur levanto el cuerpo ardiente de Astrid, que ahora estaba espantosamente quieto, y que él temió que fuera porque estaba perdiendo su fuerza vital. La llevó a su habitación y avivó el fuego de la chimenea, luego, la desnudó cuidadosamente admirando su cuerpo de líneas esbeltas, y la acostó bajo las pieles esperando que llegara el agua templada.

Los esclavos llenaron la bañera y dejaron el jabón que Helmi fabricaba para él y un par de toallas. Después de que se fueran, la metió en el agua templada y ella abrió los ojos y lo miró fijamente, antes de hablar con él como si fuera normal que la estuviera bañando,

—Hola —él contestó sorprendido y agradecido porque no peleara contra él, ya que estaba demasiado débil.

—Hola, ¿cómo estás? —sonrió, aunque estaba muy roja. Él sabía que era signo de la fiebre y utilizó deprisa el jabón mientras hablaba, para terminar lo antes posible.

—Muy bien —suspiró— esto es muy agradable, pero lávame también el pelo, por favor—él tenía que negarse, apenado por llevarle la contraria y porque a él también le produciría un enorme placer hacerlo.

—No, estás muy enferma, no quiero que estés demasiado en el agua.

—Hace días que no me lo lavo y no aguanto más. Por favor —enfadado consigo mismo por no poder decirle que no, lo hizo sintiéndose muy torpe ya que nunca le había lavado el pelo a nadie. Cuando terminó, la ayudó a sumergir la cabeza en el agua para aclararlo y, sin perder más tiempo, la hizo salir de la bañera de metal y cubrió su cuerpo con una toalla.

 La llevó ante la chimenea, donde hizo que se sentara en el taburete de madera que él utilizaba para quitarse las botas, y le secó un poco el pelo con otra toalla intentando no hacerle demasiado daño. Después, la metió en la cama, bajo las pieles y el suspiro de ella le indicó que estaba cómoda, y él aprovechó ese momento para darse un baño rápido.

Cuando salió de la bañera y se secó, se acercó de nuevo a la cama y sintió que una garra le oprimía el corazón al ver que unos fuertes temblores recorrían el cuerpo de Astrid, y que ella abría los ojos y volvía a mirarlo con odio y con horror,

—¿Qué me has hecho, maldito? —las gotas de sudor recorrían su cara hasta caer sobre su pecho y temblaba tanto que sus dientes chocaban entre sí. Él la miró muy preocupado y se metió en la cama junto a ella, Astrid, al verlo, intentó apartarse, pero tuvo que desistir porque estaba sin fuerzas. Grimur la atrajo hacia sí notando que estaba ardiendo de nuevo y sabiendo que, si seguía así, moriría.

—Princesa —Astrid sintió que su forma de llamarla, esta vez, era un apelativo cariñoso no un insulto —al parecer eres mi destino y no dejaré que te escapes de mí, ni siquiera por medio de la muerte —acarició con suavidad uno de sus pechos y ella intentó apartarse de nuevo, pero no pudo.

—¿Qué dices?, ¡jamás!, prefiero morir cien veces, a yacer con un monstruo como tú —antes de que dijera algo que lo enfadara de verdad y le hiciera perder la cabeza, la enmudeció con un beso, pero cuando intentó meter la lengua en su boca, ella lo mordió con tal fuerza que lo sorprendió que no le hiciera sangre.

—¡Perra salvaje! —ella sonrió con maldad sin dejar de temblar, contenta por haberle hecho daño y esperó con los ojos abiertos a que la golpeara, porque sabía que él no dejaría algo así sin castigo. Pero Grimur volvió a sorprenderla colocándose encima de ella y abriendo sus piernas a la fuerza—, te poseeré, quieras o no —ella intentó quitárselo de encima, pero había agotado sus escasas fuerzas—, veremos si eres tan buena yegua como pareces —sabía que se sentiría insultada por sus palabras y por eso precisamente las dijo. 

Acababa de darse cuenta de que sus ganas de vivir resurgían con el enfado, y prefería que lo odiara y siguiera viva a que muriera. Al ver que volvía a cerrar los ojos casi desmayada, volvió a la carga utilizando lo que le había contado Dahlia en el barco.

—¿Ya está?, ¿este es todo tu valor como guerrera?, entonces puede que sea mejor que mueras para que no sigas deshonrando el nombre de tu padre —la princesa, sintiendo que la sangre volvía a correrle por las venas gracias al odio que sentía por él, abrió los ojos de nuevo y lo escupió a la vez que levantaba las manos con los dedos en forma de garras, intentando arañarle la cara; Grimur sujetó sus manos con una de las suyas y se preparó para invadir su cuerpo, ella, mientras tanto, lo insultaba gritando y ordenándole que no lo hiciera, pero sus gritos no sirvieron de nada porque él, de una fuerte embestida, entró en ella rasgando su virginidad.

Astrid, al notarlo en su interior se quedó rígida, como si estuviera muerta, incrédula ante semejante afrenta y Grimur comenzó a moverse dentro de ella e intentó besarla, pero ella volvió la cara hacia la pared que había a su derecha, para que no pudiera verla llorar.

Grimur sentía que la piel de ella lo quemaba y aceleró sus embestidas hasta que culminó su placer dentro de ella. Poco después, la tomó de la barbilla para poder ver su cara, pero Astrid había perdido el conocimiento, agotada, aunque su corazón latía con regularidad. Entonces, y sin entender la razón porque no era un hombre cariñoso, la besó en los labios y se levantó. Tomó un paño y mojándolo en la bañera limpió los restos de sangre y de su propia esencia de su cuerpo, y luego volvió a acostarse junto a ella abrazándola con fuerza y tapándola bien. La mantuvo toda la noche tapada y no durmió por miedo a perderla si lo hacía, estuvo vigilando su respiración y su temperatura cada poco tiempo, hasta que, poco después del amanecer, se dio cuenta de que le había bajado un poco la fiebre, aunque todavía seguía caliente.

Se levantó y apartó la piel que cubría la ventana de su cuarto para poder verla bien. Sus mejillas estaban rojas, pero dormía tranquila y decidió ir a buscar a Helmi para que la viera, después de vestirse con rapidez, se presentó en la cocina y la anciana, que no parecía dormir nunca, ya estaba allí,

—Buenos días Grimur, ¿cómo está? —se fijó en el aspecto cansado y preocupado de él

—Creo que está mejor, pero quiero que vengas a verla.

—Vamos —se limpió las manos en un trapo y lo siguió hasta su dormitorio. La anciana curandera se acercó a Astrid y estuvo palpando su cara y sus manos, luego, ladeando la cabeza apoyó el oído izquierdo en el pecho de la mujer durante un rato. Cuando terminó, volvió a taparla y se acercó a él que esperaba al pie de la cama con el ceño fruncido,

—¿Cómo está? —ella dudaba.

—Al menos no hay líquido en los pulmones y yo temía que lo hubiera. Le cambiaré las vendas de las muñecas para que esté más cómoda, pero poco más podemos hacer. Si por lo menos quisiera comer algo… —aventuró preocupada

—¿Comer?¿es conveniente estando tan enferma? —ella se encogió de hombros

—No sé qué parte de su agotamiento es debido a la enfermedad y cuál a su falta de alimentos, porque no la he visto comer nada desde que está aquí.

—¿No comió algo ayer o el día anterior?

—Nada. Creo que solo ha bebido agua.

—¿Qué debería comer ahora?

—Unas gachas suaves estaría bien, y que beba agua—él volvió a mirar a Astrid, que seguía tranquila.

—Dale de desayunar entonces y yo, mientras tanto, saldré a darme un baño en el río.

—De acuerdo —lo observó salir y fue a la cocina a preparar el desayuno de la extranjera, segura de que Grimur había encontrado su andsfrende.

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