Astrid

Astrid


CINCO

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—No me dolió tanto —se encogió de hombros y, al hacerlo, la manta con la que se tapaba se deslizó un poco, dejando ver un hombro dorado y suave que hizo que a Grimur se le acelerara el corazón —pero nunca te perdonaré el haberme encadenado.

—Yo no te puse las cadenas

—Pero tú me capturaste —lo miró con algo de su antiguo espíritu

—Sé que en tu casa había esclavas, dos de ellas están aquí.

—Eso es diferente—él enarcó una ceja y ella no supo qué contestar, porque acababa de darse cuenta de que tenía razón. Su padre tenía esclavas, y Astrid nunca había pensado en cómo se sentirían ellas.

—¿Es distinto porque ellas no son princesas? —apretó los labios, enfadada por la manera en la que él había dado la vuelta a su enfado, y lo miró con un poco de respeto porque se acababa de dar cuenta de que era un hombre inteligente.

—Dime qué quieres de mí.

—Quiero que…— sacudió la cabeza y miró la lluvia a través de la ventana como si buscara las palabras adecuadas, y cuando se giró de nuevo hacia ella sus ojos se habían vuelto incandescentes, como si hubiera una intensa luz detrás de ellos. Y cuando habló, su voz había cambiado, haciéndose más grave—Astrid, si me dejas, esta noche te demostraré que eres mía y yo tuyo —ella se removió inquieta porque no parecía el mismo hombre que un momento antes—y nos uniremos para siempre. Llevo toda mi vida buscándote, aunque no lo sabía.

—¿Qué quieres decir? —pero se había cansado de hablar y comenzó a besarla apasionadamente, acariciando a la vez uno de sus pechos y pellizcando suavemente el pezón, lo que provocó que ella gimiera. Él levantó la cabeza al escuchar el sonido y la miró sonriendo,

—Grimur —lo nombró, aunque no sabía qué quería, mientras se movía sensualmente en la cama y le puso las manos en los hombros, como si no supiera si acariciarlo o intentar quitárselo de encima—no quiero que hagas esto —susurró, aunque se mordió el labio inferior para no volver a gemir por el placer que sentía gracias a las caricias del hombre.

—Shhh!, tranquila, andsfrende —su susurro apasionado consiguió llegarla directamente al corazón. Maravillada por su cambio se atrevió a preguntar, mirando sus resplandecientes ojos azules

—¿Quién eres? —él sonrió mientras mordisqueaba uno de sus hombros, haciendo que ella temblara,

—Sigo siendo Grimur —lo observaba hipnotizada —pero no he tenido paz hasta hoy —porque por primera vez en su vida el vikingo era uno con el berserker—nuestra unión hará que vuelva a ser libre, el espíritu que mora en mí desde siempre, por fin se doblegará a mi voluntad. Por eso eres tan importante, Astrid.

—Estás loco —susurró, conmovida y asustada a la vez.

Se apoyó en un codo con dificultad observándolo de cerca, intentando saber si realmente había perdido la cabeza. Él notaba su debilidad y sabía que cuanto más tardara en completar la unión, más difícil sería que se recuperara.

—Se acabó la conversación

Se levantó de la cama y se desnudó. A pesar de la debilidad que sentía, ella pensó en huir, pero él adivinó sus pensamientos,

—No lo intentes, Astrid —dijo— jamás consentiría que te marcharas, ya no. Sé valiente y mira dentro de mí, así verás que lo que te he dicho es cierto. Y esperó.

Entonces Astrid lo miró fijamente y supo que decía la verdad.

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