Astrid

Astrid


SEIS

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SEIS

 

 

 

 

Grimur superaba los dos metros de estatura y podía destrozar a cualquier hombre solo con sus manos, pero, hasta ese momento, Astrid no le había visto maltratar a nadie. No era cruel y, aunque tenía sus propias reglas y no admitía que nadie se las saltara, parecía dispuesto a llegar a algún tipo de acuerdo con ella.

Sintió un ramalazo de miedo por lo que iba a hacer, pero lo sofocó rápidamente porque pasar un rato con él en la cama de vez en cuando, era un precio muy pequeño a cambio de su vida y la de Lena, y tampoco iba a negar lo excitada que sentía cuando él la miraba con deseo, como ahora. Pero Grimur se había cansado de esperar y se tumbó a su lado.

—No soy un hombre de palabras, pero no quiero que tengas miedo de mí y por eso intentaré explicarte lo que siento —se alzó un poco apoyado en su brazo izquierdo para mirar su cuerpo— cuando estoy cerca de ti me siento arder y la sangre que corre por mis venas lo hace más deprisa, quemando todo a su paso. Hasta que lo único en lo que puedo pensar es en estar dentro de ti— la besó y Astrid, por primera vez, juntó su lengua con la de él imitando lo que hacía, y Grimur dejó que su mano derecha bajara acariciándola despacio, dándole tiempo a acostumbrarse a él, hasta que consiguió que ella gimiera.

—Estábamos predestinados. Ahora lo sé.

—¿Qué quieres decir?

—Soy un berserker, y hasta ahora, siempre creí que moriría joven y loco, como todos

—¿Un berserker? —su mano derecha se alzó para tocar la parte de él donde, según la tradición, habitaba el espíritu demoníaco, junto a su corazón—¿y por qué crees que todo ha cambiado?

—Por ti, porque eres mi elegida, mi andsfrende. Cuando nos unamos, seremos uno, y el berserker se tranquilizará y lo más importante, tú te curarás.

—Nunca he escuchado algo así.

—Cuando estés mejor iremos a casa de Aren, un vecino, para que te enseñe la copia de la profecía que guarda en su casa—notó que ella volvía a tener sueño y Grimur volvió a bajar su mano, haciendo que uno de sus dedos entrara en ella.

—¿Te duele? —ella lo negó— estás húmeda—ronroneó—no debes de temer nada. De ahora en adelante, te protegeré con mi vida. Aún no sabes lo importante que eres para mí, Astrid, pero lo sabrás —entonces, sin previo aviso, metió otro dedo dentro de ella y los movió despacio, observándola fijamente para saber cuándo empezaba a sentir placer.

Al principio Astrid no notó nada, pero poco después sintió que un hormigueo la recorría por dentro, una energía que nacía en el lugar donde él movía sus dedos hacia adelante y hacia atrás imitando suavemente la cópula. Esa sensación fue creciendo hasta que, poco después, se le tensaron los músculos y abrió la boca sorprendida por el placer que sintió, pero no pudo emitir ningún sonido solo se quedó mirando a Grimur sin saber qué había pasado. Él sonrió y la dejó descansar unos segundos disfrutando de su confusión.

—Te ha gustado ¿eh? —ella se ruborizó, sin saber qué decir.

Sabía lo que hacían los hombres y las mujeres en la cama, pero nunca había oído hablar de algo parecido a esto. Nadie le había dicho que una mujer podía sentir tanto placer y, agradecida, enmarcó la cara del vikingo con las manos y observó sus ojos, donde vio una pasión y una fortaleza arrolladoras que Astrid empezaba a apreciar, y, por primera vez, fue ella la que le dio un beso en los labios

—Gracias —le agradecía que se hubiera tomado el tiempo necesario para demostrarle que retozar en la cama era placentero, aunque seguramente volvería a odiarlo dentro de un rato.

—Todavía no has visto nada, princesa

—Estoy cansada, ¿podríamos seguir luego? —él vio su cara de cansancio y estuvo a punto de decir que sí, pero algo dentro de él le dijo que siguiera adelante y terminara el ritual. Entonces, se colocó encima de ella y la penetró, despacio y suavemente. La observó como si no hubiera nada más en el mundo para él, mientras se introducía poco a poco en ella,

—¿Por qué no me ha dolido? —Grimur, por primera vez en su vida, sintió ternura por alguien, porque en algunas cosas era tan inocente como una niña, a pesar de todo.

—Porque solo duele la primera vez —echó un mechón de pelo de ella hacia atrás para verla bien, y repitió las palabras que el berserker le dictaba y que eran necesarias para consumar la unión.

—Te reconozco como mi andsfrende, la única que complementa mi alma, mi otra mitad y te juro que te protegeré frente a todos. Tu vida y tu felicidad siempre serán lo más importante para mí porque mi corazón no puede latir sin el tuyo —siguió moviéndose dentro de ella, con embestidas cada vez mayores y sin dejar de mirarla a los ojos y, cuando los dos se dejaron llevar por el placer, supieron que el momento que acababan de vivir había sido especial. Entonces, Astrid puso la palma de su mano en la cara de él y lo miró como si lo viera por primera vez, y el vikingo la besó con ternura.

Cuando Grimur se apartó, para no aplastarla con su peso, se colocó tras ella abrazándola y se durmió. Y aunque ella quería pensar en lo que acababa de ocurrir, lo imitó poco después, sintiéndose en paz.

 

Al día siguiente, Astrid se encontraba mucho mejor y quería levantarse, pero él se negó a que lo hiciera

—¡Te he dicho que no, Astrid! —todavía estaba muy débil, pero era tan tozuda que no lo reconocía.

—¡Estoy harta de estar en la cama! —quería ver a Lena y hacer algo, aunque fuera pelar patatas en la cocina, pero él seguía haciéndole el mismo caso que si fuera una niña que no sabía lo que le convenía.

—Astrid, no quiero enfadarme tan pronto contigo, no me lleves la contraria…es mejor —ella abrió la boca, incrédula al escuchar la advertencia.

—¿Me estás amenazando? —él apretó los dientes ante el tono de su voz. No quería que se enfadara ni que pensara que no era importante para él, pero no consentiría que se pusiera peor por levantarse antes de tiempo

—Las cosas no han cambiado por lo que pasó anoche —mintió, para que lo obedeciera —todavía puedo hacer que Lena lo pase mal —pero ella lo sorprendió mirándolo con desprecio, casi con odio.

Esa mirada provocó que él levantara los ojos al cielo y pidiera paciencia a los dioses, respiró hondo intentando encontrar la manera de que ella permaneciera otro día en la cama y que se tranquilizara. Cuando terminó de vestirse, se acercó de nuevo a la cama y se sentó a su lado, pero ella seguía mirando por la única ventana que había en la habitación.

—Astrid —la cogió de la barbilla obligándola a girar la cara. Los ojos de ella transmitían dolor y decepción y él no pudo soportarlo.

—Está bien, hagamos un trato, te quedarás aquí si consigo que estés entretenida, ¿de acuerdo? —lo miró sospechando alguna jugarreta y él entendió su desconfianza, todo había ocurrido demasiado rápido y en realidad no se conocían —te mandaré a alguien que esté contigo y con el que puedas hablar— se anticipó a concederle su deseo —puede ser Lena, si quieres.

—Me gustaría hablar con ella.

—Le diré que venga, pero tienes que comer todo lo que te traigan ¿de acuerdo? —ella aceptó, aunque seguía sin hambre

—Está bien—él se inclinó y le dio un beso ligero en los labios

—Astrid, si no cumples el trato, volveré a desconfiar de ti.

—Exactamente, ¿a qué me comprometo con ese trato? —su voz volvía a sonar desconfiada

—Solamente a permanecer en la cama. Hoy no volveré hasta la noche porque hay mucho trabajo atrasado en la granja, así que no puedo quedarme contigo —se sintió culpable porque él había permanecido a su lado intentando que ella se recuperara

—Me portaré bien, vete tranquilo— Grimur la observó detenidamente, pero pareció conforme porque se levantó y se fue. Minutos después, Astrid escuchó su voz en la cocina porque había dejado la puerta abierta y, luego, sus pisadas abandonando la casa.

Lena entraba, algo más tarde, con el desayuno y muchas ganas de hablar con su amiga.

—¡Tengo tantas cosas que contarte!, pero primero tienes que desayunar, nos ha dicho Grimur que no puedes saltarte ninguna comida —puso un plato en sus manos junto con un vaso de leche que dejó cerca de ella y, mientras comía, le contó lo ocurrido esos días en la casa y sus alrededores, porque había cerrado la puerta del dormitorio para tener intimidad.

A pesar de que a primera hora se había sentido muy recuperada, a media mañana le entró sueño y Lena la dejó sola para que durmiera. Después, le trajeron la comida, pero en esta ocasión no lo hizo su amiga, sino Esben, el muchacho al que habían conocido en el barco y que no había vuelto a ver.

—Hola Esben—él sonrió al ver que se acordaba de su nombre y le acercó la comida—¿te ha tocado a ti?

—Sí, Lena va a llevar la comida a los hombres en los campos. Normalmente lo haría yo, pero ella quería ir para ver a Ingvarr —la voz del muchacho era muy dulce, mientras ella comía, despacio porque no tenía casi hambre, él sacó un trozo de madera y una navaja y comenzó a tallar.

—Esben, ¿puedo preguntarte una cosa?

—Sí, claro

—¿Eres feliz aquí? —intentó explicarse—quiero decir si nunca has pensado en irte a otro sitio cuando seas mayor.

—No. Mis padres murieron y Grimur es mi familia. Él me recogió y cuidó de mí, entonces vivíamos en una de las cabañas que hay al lado de la playa. ¡Hacía un frío horrible! Grimur siempre dice que, como yo era muy pequeño, no dejaba de temblar por las noches hasta que dejó que durmiera con él para que no tuviera tanto frío— se rio, pero ella no, porque entendió lo difícil que debió de ser para el vikingo criar solo a un niño y lo que tenía que haber luchado hasta conseguir lo que tenía ahora.

—¿Qué estás haciendo? —señaló la madera que estaba trabajando

—Un caballo, le dije a Grimur que quería tener uno solo para mí y me dijo que me lo regalaría cuando supiera tallar uno.

—¿Tiene que parecerse al caballo que tú quieres?

—No—rio divertido—Grimur dijo que le valía con que se notase que era un caballo —ahora lo hicieron los dos y él siguió tallando en su silla, cerca de ella. Astrid se sentía a gusto con él, le recordaba un poco a su hermano.

—¿Qué haces durante el día? ¿ayudas en los campos?

—A veces, pero no siempre me deja Grimur. En los campos, o en los establos, me gustan mucho los caballos.

—A mí también.

—A mí todos los animales.

—A mí no —volvieron a reír, y una pregunta se coló en la mente de Astrid

—¿Por qué llaman “el lobo” a Grimur? —Esben se quedó pensándolo

—Nunca me lo han dicho, pero puede ser porque es valiente y un poco salvaje y porque siempre defiende a su familia, como los lobos.

—Buena explicación, muchacho —los dos miraron a Helmi que esperaba en la puerta, desde donde había escuchado la última parte de la conversación—¿quieres irte a los establos?, yo me quedo con Astrid.

—¡Claro! —se despidió a toda prisa y, antes de que pudieran darse cuenta, ya se había ido corriendo. Se miraron divertidas y Helmi, antes de sentarse, le puso la mano en la frente,

—Al menos ya no tienes fiebre. Al parecer, el remedio de Grimur funcionó, ¿no? —sonrió con picardía haciendo que Astrid se ruborizara

—Eso parece, pero ¡es todo tan extraño!, hace pocos días ni siquiera nos conocíamos y ahora parece que estamos destinados—Helmi suspiró recordando

 

—Sí, hija, te entiendo mejor de lo que crees porque he pasado por lo mismo.

—¿Sí? ¿estuviste con un hombre como Grimur?

 

—Sí, muy parecido, y hasta que nos acoplamos completamente, nos costó un poco y eso que nos conocíamos desde siempre. Un día me confesó que tenía un fuerte sentido de protección hacia mí, y que, aunque no quería que me enfadara, haría lo que fuera para que yo no estuviera en peligro. Todo fue mejor cuando me di cuenta de que sentía esa necesidad de protegerme porque me quería, y poco a poco nos acostumbramos a vivir juntos. Estoy segura de que ningún hombre hubiera podido quererme más.

—Cuéntame más, ¿cómo conseguisteis llevaros bien?

—Bueno, verás…—y con una sonrisa melancólica, empezó a recordar cómo fueron los meses más felices de su vida.

 

Dos días después, Astrid observaba aburrida con la cabeza apoyada en la mano, cómo Lena y Helmi preparaban la comida. Ella no podía ayudar, porque tenía prohibido hacer cualquier cosa que pudiera “cansarla”. Por supuesto habían discutido, y estaba enfadada con él y con Lena, que se había puesto de parte de Grimur.

 Lena se había adaptado perfectamente a la vida en su nueva casa y sacaba en todas sus conversaciones a Ingvarr, incluso ahora mismo estaba contándole a Helmi algo sobre él.  Astrid, que estaba cada vez más aburrida, miró hacia la puerta de la cocina por la que se salía a los establos y se levantó sigilosamente.

Respiró el aire puro durante unos instantes, feliz de estar sola. Seguro que Grimur les había dicho algo sobre eso porque siempre estaban con ella Helmi o Lena. Siguió andando hacia los establos y se metió dentro sin que nadie la viera. Le encantaba montar desde niña, era lo que más le gustaba hacer después de nadar, y hacía demasiado tiempo que no lo hacía. Miró hacia su derecha, donde se oían unos golpes parecidos a los de una fragua y se acercó a ver qué estaban haciendo.

Un hombre tan grande como Grimur estaba herrando un caballo él solo, algo totalmente incomprensible. Ella siempre había visto que ese trabajo se hacía entre dos hombres, uno que sujetaba el animal para que no se moviera, y el otro que le ponía la herradura. Pero este hombre se bastaba solo para hacerlo, con una habilidad asombrosa. Observó su maestría sin molestarlo y escuchó divertida cómo hablaba con el caballo. Astrid ya había visto ese animal otras veces, pertenecía a Grimur y era como su dueño, enorme, oscuro y salvaje.

—¡Qué bonito eres Thor! y qué listo. Sabes que lo que te estoy haciendo es para que puedas cabalgar mejor, y montar a todas las yeguas bonitas que quieras…—de repente, Vinter levantó la mirada, sorprendido, al escuchar la carcajada que había soltado la mujer. El herrero sonrió de oreja a oreja al verla y ella no pudo evitar corresponderle, a pesar de reconocer en él al hombre que la encadenó,

—Buenos días, señora —ella arqueó las cejas sorprendida y encantada. Desde que había salido de sus tierras, nadie se había dirigido a ella de esa manera, y ese hombre parecía conocer la manera de tratar a una mujer.

—Buenos días, herrero. Te llamas Vinter, ¿no es así?

—Sí, señora—había terminado con el caballo después de darle una palmada cariñosa en el lomo y se acercó a ella, aunque no demasiado, como si quisiera dejarle su espacio, para que no se sintiera intimidada.

—Yo soy Astrid, y creo que evitaremos problemas si me llamas así.

—Como quieras, Astrid. Permíteme pedirte perdón por haber tenido que encadenarte, pero no tuve más remedio que hacerlo —la miraba con deseo y ella, nerviosa, señaló el caballo de Grimur.

—¿Crees que se dejaría montar por mí? —él miró al semental, al que conocía desde que nació y que sabía que era tan fiero como su dueño, e hizo una mueca.

—Me temo que no, pero hay otros caballos o yeguas que puedes montar. Grimur tiene una yegua preciosa que estoy seguro de que te gustará —se dirigió hacia el animal del que hablaba pensando que la mujer lo seguiría, pero Astrid aprovechó para acercarse a Thor.

Se colocó frente a él para que no se asustara y levantó la mano, sin miedo, pero despacio, acercándola poco a poco a su cabeza. Él echó las orejas hacia atrás a punto de atacar, pero ella posó la mano suavemente sobre su hocico, y dejó que la olfateara como si fuera un sabueso, entonces sus orejas se irguieron de nuevo y soltó un relincho de alegría y Astrid sabía que era porque había olido a Grimur en ella. Entonces, lo acarició suavemente,

—¡Que fuerte eres y qué bonito! —bajó la voz para susurrar junto a su oído —igual que tu amo ¿Me dejarías montarte, precioso? —el caballo asintió varias veces como si la hubiera entendido, a la vez que sus patas bailoteaban contentas. Vinter, que había vuelto sobre sus pasos, los observaba asombrado,

—¡Nunca lo había visto comportarse así, ni siquiera con Grimur!, lo obedece y sabe sin ninguna duda que es su dueño, pero esto…no lo había hecho antes —movió la cabeza sin saber qué pensar, y se fijó en cómo ella susurraba al animal y con qué cariño lo acariciaba mirándolo con adoración.

Él también se pondría así de contento si esa mujer lo tratara de esa manera. Distraído, no se dio cuenta de que ella había desatado a Thor y en un momento le echó las riendas tras la cabeza y volvió un cubo de madera boca abajo para poder subirse en su lomo, ya que no estaba ensillado. Cuando el herrero reaccionó, ella sonreía encima de Thor que parecía encantado, y le dijo,

—Vinter, voy a dar un paseo. No tardaré mucho, esta es mi compensación por haberme puesto los grilletes—hincó los pies con suavidad en los flancos del caballo y este salió andando de los establos.

El herrero corrió detrás de ellos con el corazón en un puño

—¡Vuelve!, ¡Grimur me matará! —ella se giró sobre el lomo del caballo y contestó, sonriente,

—Si viene antes que yo, dile que volveré enseguida —luego dio una orden a Thor y salieron galopando. Vinter se sentó, desolado, sobre un taburete que había junto a la entrada de los establos, sabiendo que Grimur lo mataría si les pasaba algo. Y puede que lo hiciera, aunque no les pasara nada.

Astrid volvió a sentirse libre, el aire hacía que volara su pelo y la tierra pasaba rápidamente bajo ella. Después de que Thor se desfogara, tiró de las riendas para que fuera más despacio y poder disfrutar de lo que había a su alrededor. Habían llegado a los campos de cultivo, donde hoy Grimur había traído para ayudar a algunas de las esclavas, a Liska, Kaisa y hasta a Dahlia. Estaban en plena recolección y hasta Grimur ayudaba para poder recoger los cultivos a tiempo, toda ayuda era poca en esa época del año.

Aunque no le había dicho nada, le había sorprendido mucho que él trabajara en el campo con los esclavos, ya que era algo que su padre, el rey, jamás habría hecho. Sin embargo, Grimur le había explicado el día anterior que el que la cosecha fuera buena y se recolectara a tiempo, significaba que durante el invierno siguiente y puede que, al otro, no pasarían hambre.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que, inconscientemente, había ido hasta allí para verlo. Empezaba a pensar que había tenido suerte al ser capturada por él, porque podía haberla raptado cualquier guerrero cruel y sin sentimientos.

Extrañada al ver que no había nadie en los campos, decidió dar media vuelta para volver a la casa, pero escuchó voces junto al río y, divertida, pensó que encontraría a Grimur bañándose porque sabía que era algo que hacía antes de ir a trabajar y al volver a la casa. Le gustaba mucho nadar, como a ella, pero todavía no lo habían hecho juntos debido a su enfermedad. Sonrió, segura de que su visita sería una sorpresa agradable.

 

Grimur estaba harto de esa mujer, le había dicho un par de veces que lo dejara en paz, pero insistía en seguirlo por el agua y ahora lo había cogido del brazo con tanta fuerza, que dejó de nadar y se volvió hacia ella decidido a ponerla en su sitio, incluso había pensado amenazar con venderla porque no quería tener problemas con Astrid por su culpa, pero, entonces, vio su expresión de dolor,

—¿Qué te ocurre, mujer?

—Me he clavado algo en el pie y no puedo andar. Grimur, por favor, ayúdame—él movió la cabeza impaciente porque tenía demasiado que hacer para perder el tiempo, y no le gustaban esos juegos, pero ella alargó los brazos hacia él —por favor, llévame hasta la orilla. Si no lo haces, puede que me ahogue y no creo que quieras perder una esclava, al fin y al cabo, valgo algo de dinero, ¿no? —Dahlia sonreía como si compartieran un secreto porque había visto llegar a Astrid, que se había quedado petrificada al ver la escena y se había escondido detrás de un árbol para observarlos.

Dahlia por fin consiguió su propósito y Grimur la llevó hasta la orilla con cara de enfado, porque el resto de los esclavos estaban pasándoselo mejor que él, que se había alejado para estar solo sin darse cuenta de que esa esclava lo seguía.

Astrid se sorprendió al ver que Grimur y Dahlia se estaban bañando solos y, cuando vio que él la cogía en brazos, sintió que se le destrozaba el corazón viendo a su madrastra sonriente y feliz, mientras sus brazos rodeaban el cuello del vikingo. Cuando se acercaron al lugar donde estaba escondida, se dio la vuelta y salió corriendo, montó en Thor y galopó de vuelta a la casa limpiándose las lágrimas a manotazos, imaginando cómo terminaría la escena que acababa de ver. Dejó a Thor en el establo sin decir nada y Vinter suspiró pensando que, quizás, cuando terminara el día, seguiría vivo.

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