Assassin’s Creed: Unity

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Extractos del diario de Élise de la Serre » 3 de abril de 1794

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—Las cosas han cambiado mucho desde que dejaste París —le dije al día siguiente mientras tomábamos asiento en el carromato que nos llevaría de vuelta a la ciudad.

Asintió.

—Hay muchas cosas que enderezar.

—Y seguimos sin estar cerca de encontrar a Germain.

—Eso no es del todo cierto —corrigió—. Tengo un nombre.

Le miré.

—¿Quién?

—Robespierre.

Maximilien de Robespierre. Ese sí que era un nombre importante. El hombre al que llamaban El Incorruptible, actual presidente de los jacobinos y lo más parecido en la actualidad a un gobernante de Francia. Por tanto, era un hombre que ostentaba un enorme poder.

—Lo mejor será que me cuentes lo que sabes, ¿no crees?

—Lo he visto todo, Élise —confesó, su rostro desmoronándose como si fuera incapaz de soportar el recuerdo.

—¿Qué quieres decir con «todo»? —pregunté cautelosa.

—Me refiero a que veo cosas. ¿Recuerdas cuando maté a Bellec? Entonces vi cosas. Así fue como pude saber qué hacer a continuación.

—Cuéntame más —insistí, deseando que se abriera pero al mismo tiempo no queriendo hablar con él.

—¿Recuerdas que maté a Sivert?

Apreté los labios, tragándome una oleada de rechazo.

—Entonces tuve una visión —prosiguió—. He tenido visiones con todos ellos, Élise. Todos los objetivos, hombres y mujeres con los que he tenido una conexión personal. Vi como a Sivert se le negaba la entrada a una reunión templaría organizada por tu padre, las primeras semillas de su resentimiento hacia él. Vi a Sivert acercarse al Rey de los Mendigos. Les vi a los dos atacar a tu padre.

—Tuvieron que ser dos —espeté.

—Oh, tu padre luchó valientemente, como ya te conté, consiguió sacar un ojo a Sivert; de hecho habría podido ganar de no haber sido por la intervención del Rey de los Mendigos…

—¿Viste como sucedió?

—En la visión, sí.

—¿Y por eso sabías que se había utilizado un alfiler de iniciación?

—Exactamente.

Me incliné sobre él.

—Y esas visiones que tienes… ¿Cómo lo haces?

—Bellec me explicó que algunos hombres nacen con esa habilidad, y otros la aprenden con el tiempo gracias al entrenamiento.

—Y tú eres de los que has nacido con ella.

—Eso parece.

—¿Y qué más?

—Por el Rey de los Mendigos supe que tu padre se había resistido a sus propuestas. Vi a Sivert ofrecerle el alfiler y decirle cómo su «maestro» podía ayudar.

—¿Su «maestro»? ¿Germain?

—Precisamente. Aunque por entonces no lo sabía. Lo único que vi fue una figura envuelta en una túnica aceptando al Rey de los Mendigos en vuestra Orden.

Pensé en el señor Weatherall y sentí una punzada de arrepentimiento por habernos separado en tan malos términos, deseando poder compartir con él el hecho de que nuestras conjeturas hubieran sido acertadas.

—¿El Rey de los Mendigos fue recompensado por matar a mi padre? —pregunté.

—Eso parece. Cuando maté a la señora Levesque vi que detrás de toda la trama estaban los planes templarios para elevar el precio del grano. Además presencié como tu padre expulsaba a Germain de la Orden. Germain invocó a De Molay mientras se lo llevaban. Y más tarde vi como Germain se acercaba a la señora Levesque. Vi a los Templarios conspirando para desvelar información que podría perjudicar al rey.

—Germain dijo que cuando el rey fuese ejecutado como un vulgar criminal podría mostrar al mundo la verdad sobre Jacques de Molay.

—Pero también vi algo más. Vi a Germain presentar a sus colegas Templarios nada menos que a Maximilien de Robespierre.

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