Assassin’s Creed: Unity

Assassin’s Creed: Unity


Extractos del diario de Élise de la Serre » 2 de abril de 1794

Página 70 de 79

2

d

e

a

b

r

i

l

d

e

1

7

9

4

Ha resultado muy doloroso volver aquí de nuevo, al castillo de Versalles, pero era donde se alojaba Arno, de modo que fue adonde me dirigí.

Al principio creí que la información que me habían facilitado no era correcta, porque en su interior el castillo seguía estando en las mismas, si no peores, condiciones que presentaba la última vez que estuve.

Otra cosa que había sabido es que Arno evidentemente no se había tomado bien su expulsión de los Asesinos, ganándose una merecida fama de borracho entre los lugareños.

—Tienes un aspecto horrible —declaré cuando finalmente le encontré cómodamente instalado en el despacho de mi padre.

Me miró con ojos cansados antes de apartar la vista.

—Y tú parece como si quisieras algo de mí.

—Es curioso que digas eso después de haberte esfumado como lo hiciste.

Soltó una pequeña tosecilla.

—Dejaste muy claro que mis servicios ya no eran requeridos.

Sentí mi rabia ascender.

—No, no te atrevas a hablarme así.

—¿Y qué quieres que diga, Élise? ¿Siento no haberte dejado morir? ¿Que me perdones por preocuparme más por ti que por matar a Germain?

Y sí, supongo que mi corazón se derritió. Solo un poco.

—Creí que los dos queríamos la misma cosa.

—Yo te quería a ti. Me mata saber que mi descuido acabó con la vida de tu padre. Todo lo que he estado haciendo ha sido para tratar de enmendar ese error e impedir que volviera a suceder. —Dejó caer la vista—. Has debido de venir aquí con algo en mente. ¿De qué se trata?

—París se está desgarrando —expliqué—. Germain está llevando la revolución a nuevos niveles de depravación. Ahora la guillotina funciona casi las veinticuatro horas del día.

—¿Y qué quieres que haga yo al respecto?

—El Arno al que amo no necesitaría hacer esa pregunta —contesté.

Hice un gesto indicando el caos que reinaba en el que en su día había sido el querido despacho de mi padre. Aquí fue donde conocí mi destino como Templaría, aquí donde me explicaron el linaje Asesino de Arno. Ahora era un cuchitril.

—Tú vales más que esto —declaré—. Me vuelvo a París, ¿te vienes?

Sus hombros cayeron y durante un momento pensé que ese era el final de Arno y mío. Con tantos secretos envenenando nuestra relación, ¿cómo podríamos ser alguna vez lo que queríamos ser? El nuestro era un amor frustrado por los planes forjados para nosotros por otras personas.

Pero se levantó, como si hubiera tomado una decisión, y alzó la cabeza mirándome a través de unos ojos cansados y resacosos que, sin embargo, se llenaron con renovado propósito.

—Aún no —me dijo—. No puedo marcharme sin ocuparme antes de La Touche.

Ah, Aloys la Touche. La nueva incorporación a nuestra —o debería decir «su»— Orden, uno de los nombramientos de Germain, un hombre que amputaba las extremidades de los mendigos. Por lo que a mí concernía, Arno podía hacer con él lo que quisiera.

Sin embargo le pregunté:

—¿Es realmente necesario? Cuanto más tiempo esperemos, más posibilidades hay de que Germain se nos escape entre los dedos.

—Lleva meses sometiendo a Versalles bajo su bota. Debería haber hecho algo al respecto hace mucho tiempo.

Tenía razón.

—Está bien. Iré a arreglar nuestro transporte. Mantente lejos de los problemas.

Me miró confuso. Sonreí y suavicé mi despedida.

—Intenta que no te cojan.

Ir a la siguiente página

Report Page