Asia

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VII

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Una de las fuerzas de la flexible mente china consiste en que siempre han mirado firmemente a lo futuro mientras luchaban. Hasta cuando el Japón recibía una copiosa ayuda de Norteamérica, mientras a China no le concedíamos ninguna excepción hecha del breve socorro que le enviaban algunos individuos y de una gran cantidad de palabrería, el generalísimo Chiang-Kai-Chek exhortaba al pueblo chino a que dominara su disgusto y no abrigase ningún resentimiento contra nosotros. Les dijo que estaban luchando en una guerra de alcance internacional. Esto sucedía mucho antes de que nosotros soñáramos en tomar parte en la contienda, pero Chiang-Kai-Chek afirmó a su pueblo que la historia nos forzaría a intervenir tarde o temprano al lado de los chinos, ya que era idéntica la índole de ambos pueblos y añadió: «Haced caso omiso de la presente actitud de los Estados Unidos, y aguardad el inevitable futuro». El generalísimo representa hoy la viva personificación de la flexible mente china y de su eterna rectitud.

Ya está expuesta la forma en que debemos considerar hoy a la India. ¿Qué diremos de Inglaterra, nuestra gran aliada? Ésta debe ser nuestra aliada en lo presente y en lo futuro. Debemos ayudarla, ayudarla como debemos ayudarnos a nosotros mismos, utilizando esa mente flexible. Si hablamos la misma lengua, podemos razonar juntos.

Nada de condenación, pues, sino comprensión; tal es la consigna para nosotros. Es necesario que nuestra capacidad de comprensión permanezca tan viva para lo presente como para lo futuro.

¿Puede lograrse esto? Si la mente es flexible, sí, puede lograrse. Si el espíritu lleva el lastre de la tradición, si pertenece a la clase de los que para amar a unos tienen que odiar a otros, entonces no.

Dependemos de muchos pueblos. Dependemos de China, de Rusia y de la India. No debemos conservar las viejas arrogancias, los viejos prejuicios y las viejas ignorancias, pues los chinos, los rusos y los hindúes no permitirán que gobiernen más.

En Inglaterra ya existen, gracias a Dios, mentalidades flexibles. Mi admiración hacia Inglaterra ha crecido sobremanera en estos días al comprobar cómo piensan algunos ingleses. He aquí un ejemplo de espíritu flexible y liberal en su más alto grado. Se trata de la voz de un inglés, que se ha dejado oír en Inglaterra. La grandeza de Inglaterra estriba en que dicha voz haya podido hablar libremente.

Del

The New Statesman and Nation, del 28 de febrero de 1942:

Lo que para bien o para mal debe decidir nuestro futuro en Asia, sucedió la semana pasada en Delhi, cuando el mariscal Chiang-Kai-Chek dirigió una última apelación a nosotros los ingleses y a los hindúes. Aunque la civilización china guarda mucho mejor que nosotros las fórmulas de cortesía y de decoro, el mariscal nos pidió a boca de jarro que concediéramos a los hindúes un «poder político real». Es muy probable que entre bastidores se haya producido idéntica petición por parte de otro aliado profundamente interesado en la guerra contra el imperialismo japonés.

Los norteamericanos comprenden tan claramente como los chinos lo necesario que es, para ganar la presente guerra, que participe en ella una nación hindú libre, que en este caso lucharía con todo su corazón. Si continuamos con una mano atada a nuestra espalda, en el mejor de los casos la guerra será larga y de dudoso resultado. No dudamos de que míster Churchill tiene la intención de hacer algunas concesiones, pero el riesgo que estamos corriendo nos hace temer que concederá demasiado poco y lo hará demasiado tarde. El problema no puede resolverse si la Inglaterra tradicional de míster Churchill abriga la esperanza de que al final de la guerra, y con ayuda de los chinos, norteamericanos y holandeses, le será posible recobrar su tradicional imperio, en el que todo seguirá como antes. Este imperio tradicional se asienta sobre dos pilares; uno, nuestro poder marítimo, y otro, nuestro monopolio industrial y bélico sobre los pueblos asiáticos. El poder marítimo, estando aislado, es hoy menos decisivo de lo que suponemos, y en cuanto a la técnica moderna, los asiáticos pueden igualamos y sobrepasarnos. Nuestros reveses en Malaya y Birmania no significan solamente que allí estábamos mal preparados y peor dirigidos; significan también que por culpa de nuestros defectos raciales, de nuestra arrogancia y de nuestra altivez, el poder de la Gran Bretaña sobre esos pueblos se ha evaporado. Podemos, si tenemos la habilidad suficiente para enmendar nuestras costumbres, ser en lo futuro sus aliados, sus amigos y sus colaboradores. Pero esto será posible, únicamente a condición de que abandonemos nuestra tradicional manera de gobernarlos. Dos grandes potencias asiáticas tomarán en sus manos esta parte del mundo en lo futuro, cuando tras de una dura y prolongada lucha, sea vencido el Japón. Una de ellas será China, que ha soldado su unidad nacional en el curso de los cinco años que lleva de lucha por su supervivencia. La otra será la India, si le permitimos emerger a la vida. Alrededor de ellos se agruparán, inevitablemente, los pueblos asiáticos más débiles, desde Persia y la Indochina. Australia, mientras tanto, puede haber aprendido que sus relaciones con los Estados Unidos son, al fin y al cabo, tan vitales para ella como las ligaduras que la atan a Londres. Un mundo organizado sobre un nuevo orden ha de venir a la vida. Pero ¿será necesario seguir el viejo patrón del Imperio y del Commonwealth?

Mentes como ésta, en Inglaterra, en China, en nuestra patria, en la India y en todas las partes donde se encuentren, son las mentes que deben y pueden crear la nueva edad, la edad que la victoria nos ha de traer.

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