Asia

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UNA CARTA A LOS NORTEAMERICANOS DE COLOR[11]

Me aventuro a escribir esta carta dirigida directamente a vosotros, los ciudadanos de color de nuestra patria. Algunos seguramente tienen noticias de lo franca y constantemente que he hablado a la gente blanca a propósito de sus obligaciones para con vosotros. Ahora quisiera hablaros de la responsabilidad que pesa en estos momentos sobre los norteamericanos de color en relación con la supervivencia de la libertad humana. Porque el ciudadano de color de Norteamérica es hoy como un símbolo, no sólo porque representa a su propia raza dentro de nuestro país, sino a causa de los centenares de millones de hombres y mujeres, de color y blancos, que esperan la libertad y la vida que promete la democracia.

¿Quiénes son esos centenares de millones? Son el pueblo de la India, que aguarda sobre su suelo patrio el momento de iniciar su propia vida nacional. Son los pueblos de todas las colonias de Asia y África, algunos más afortunados, otros menos, en su dependencia de los gobiernos extranjeros. Son también los pueblos que no se hallan bajo el poder de ningún gobierno extranjero, pero que, sin embargo, están gobernados por ciertos grupos y castas de su propia raza que no les conceden la menor libertad. Son todos esos pueblos, estén donde estén, que esperan desde hace tiempo que se les concedan oportunidades que no tengan en cuenta la sangre y el nacimiento.

Ya sé que entre vosotros hay algunos que piensan con natural amargura, aunque no lo digan, que lo mejor sería que el Japón ganara la guerra actual, pues de este modo el hombre blanco se vería forzado a abandonar las tierras del hombre de color. Pero esto es tergiversar el significado fundamental de la guerra. El hombre blanco afirma que cree en la libertad, a la vez que no hace nada para que todo el mundo sea libre, pese a que el verdadero principio de esta guerra es único. Se trata de una guerra entre la democracia, que reconoce el principio de que los hombres y las mujeres deben pensar, hablar y trabajar con entera libertad, y los gobernantes del Eje, que niegan la libertad incluso como principio.

Si los pueblos democráticos triunfan, entonces se presentará la oportunidad de crear una verdadera democracia. Si los pueblos democráticos perdieran, no habría ocasión en mucho tiempo de ensayar nada que se asemejase a la libertad.

Toda la cultura del Japón, tanto la antigua como la moderna, está basada en una poderosa subyugación del individuo. Por otra parte, nadie tiene motivos para esperar del Gobierno alemán nada que se parezca ni por asomo a la libertad. La presente contienda atañe lo mismo al norteamericano de color que al blanco, y ambos ascenderán o descenderán con el resto de la humanidad. Nunca antes de ahora ha representado la raza tanto y tan poco. Tanto, porque ha sido precisamente en la cuestión de la igualdad de las razas donde los pueblos democráticos han fracasado de la manera más rotunda, y tan poco, porque si el Eje triunfase, el color no salvaría ni dañaría a nadie. La libertad del hombre de color y la del blanco se perderían conjuntamente.

Aunque nuestra democracia es imperfecta, los Estados Unidos deben marchar en la vanguardia de los ejércitos que luchan por el derecho de los pueblos a ser libres. Contamos con una gran aliada, la vieja democracia china. Pero China no está equipada. Sólo cuenta con el armamento que nosotros le enviamos.

El fardo más pesado recae, pues, sobre nuestro propio país. Es inevitable también que, al terminarse la guerra, los Estados Unidos se encuentren entre los jefes de la paz. A China le interesará sobremanera esa paz, pero también les interesa a la India, Malaya y Filipinas, y a todos los pueblos sojuzgados en Europa y Asia. Los Estados Unidos deben estar preparados, mental y espiritualmente, para ayudar a todos los pueblos a que conquisten su libertad.

Pero no lo estamos aún. La separación que existe en Norteamérica entre el hombre blanco y el de color, es peligrosa no sólo para nosotros, sino para ese nuevo mundo por venir que todos esperamos con esperanzado anhelo.

Vosotros, los norteamericanos de color, habéis contraído una responsabilidad peculiar con ese mundo, una responsabilidad que os obliga a pensar en la raza humana, a pensar en la libertad en su más amplio sentido, a considerar cuáles son los medios más hacederos para establecer la libertad como un principio común a todos los humanos.

En cuanto al pueblo blanco de nuestra patria, todos le conocéis muy bien. Existe un grupo de ellos que carece de prejuicios de raza. A todo lo largo y ancho de la nación viven hombres y mujeres decididos a trabajar por la verdadera libertad e igualdad. Comprenden lo mucho e injustamente que el hombre de color sufre por culpa de la discriminación racial y económica. Debéis hacer todo cuanto esté en vuestra mano para que esas personas no os abandonen, pues si la democracia no saliera triunfante de la actual contienda, ellos tendrían que dar sus vidas por haber hablado y trabajado por vuestra libertad. Si el enemigo vence, vosotros caeréis en la esclavitud, pero ellos serán asesinados.

La masa de los norteamericanos blancos pertenece a un segundo orden. Este grupo siente, consciente o inconscientemente, el prejuicio de raza, pero empieza a creer, en mayor o menor grado, que ese prejuicio es un error. Comienzan a darse cuenta, o por lo menos a sospechar, que el asunto de la discriminación sobre las cuestiones de color se está poniendo feo para aquellos que sostienen el peso de la discriminación, y también para quienes los amparan, exactamente igual que en los viejos tiempos, cuando existía la esclavitud, no sólo los esclavos eran despreciados, sino también sus amos. La esclavitud es una espada de dos filos en cualquier sociedad humana donde exista, y la discriminación de razas es la segunda parte de la esclavitud.

El tercer grupo blanco de nuestro país es más reducido que el segundo, pero no tanto como el primero. Está formado por aquellos individuos blancos en los que los prejuicios de raza se encuentran profundamente arraigados debido a que la tradición los domina, o bien a que su falta de inteligencia o de suerte económica les hace desear una clase más baja que la suya propia a fin de que puedan sentirse superiores a alguien. Estos blancos son los enemigos de la libertad. Si el Eje triunfase, ellos serían sus amigos. Gobernarían nuestra patria bajo las órdenes de Hitler y de los japoneses.

Si el pueblo norteamericano perteneciera al primer grupo, no tendría yo necesidad de escribir esta carta. La tarea estaría ya realizada. Las condiciones bajo las cuales vivís actualmente, tanto ricos como pobres, cultos o analfabetos, habrían desaparecido.

Si el pueblo norteamericano perteneciera al tercer grupo en su mayor parte, esta carta no se habría impreso. Ahora estaríamos luchando al lado del Eje contra las democracias, estaríamos proyectando una completa sumisión de todos los pueblos de color del mundo.

Pero el norteamericano blanco pertenece en su mayor parte al segundo grupo, a aquellos que han heredado o bien han sido inclinados a sentir el prejuicio, pero que, como al mismo tiempo han heredado o han sido inducidos a sentir los ideales norteamericanos de libertad e igualdad humanas, se hallan en un serio conflicto consigo mismos. Porque la mayor parte de ellos desean honradamente proceder con rectitud, aunque, al mismo tiempo, sienten temor al ver que esa rectitud suya podría ser causa de grandes cambios en nuestra vida nacional. No hay duda de que todos los seres humanos temen lo que no conocen, y esto es especialmente cierto cuando lo que el pueblo blanco ha conocido es una tradición que no le ha proporcionado más que ventajas.

Sin embargo, también es cierto en este momento que las posibilidades de libertad para todos los pueblos descansan en esos ciudadanos turbados e indecisos, o sea, en la mayoría de los honestos norteamericanos blancos, muchos de los cuales odian su escasa habilidad para convertir en realidades su verdadera creencia en la libertad para todos.

Ya veis qué grande es lo que os estoy pidiendo. Os estoy pidiendo que ayudéis a ese indeciso norteamericano blanco a comprenderos como seres humanos, a tener confianza en vosotros como en sus iguales y a convencerle de que si os concedieran una libertad igual a la que él goza no pensaríais en venganzas ni en reservaros la libertad sólo para vosotros sino en una sola y ordenada libertad y en la igualdad para todos los humanos.

No trato de excusar en modo alguno las injusticias y las crueldades, que habéis padecido. No hay excusas para ellas. No debéis olvidarlas ni perdonarlas; al contrario, debéis recordarlas, para que ese recuerdo, como el vino que bebéis, os inunden de renovado y fresco valor y de nuevas resoluciones. Pero cuando recordéis los muchos sufrimientos que habéis padecido, no penséis en venganzas, como hace el hombre ruin. Recordadlo más bien como los grandes recuerdan lo que han sufrido injustamente y decidid que tal sufrimiento ya no será posible en ninguna parte para el ser humano.

Os pido, pueblo de color de los Estados Unidos, que permanezcáis al lado de vuestros compatriotas blancos en el seno de esta imperfecta democracia nuestra, pero en la que, sin embargo, la esperanza de la democracia se mantiene en toda su plenitud.

Los blancos necesitan de vuestra ayuda. Y la ayuda que mejor podéis prestarles es la de ayudarlos a convencerse de que la gente blanca no necesita sentir miedo en un país cuyos ciudadanos, sea cual sea su color, gozan todos de los mismos derechos. Conducíos todos como os conducís siempre la mayoría de vosotros, esto es, con honradez y dignidad, ya que estáis ayudando al hombre y a la mujer blancos a establecer una verdadera democracia.

Si os dais cuenta de la lucha que se libra en el interior del hombre blanco del tipo medio, tendréis paciencia mientras camina hacia lo que significan la libertad y la igualdad humanas. El camino es difícil y poco familiar para la mayoría de la gente blanca, que siente temor al verse empujada a lo largo de ese camino por la fuerza de los acontecimientos. Vosotros los ayudaréis a llegar a la verdadera meta lo más rápidamente posible, si estáis resueltos a ello, aunque no es probable que cejéis en el empeño, puesto que la libertad y la igualdad para todos representa, sin la menor duda, el reconocimiento de vuestros derechos. Así, debéis formular vuestras peticiones no con espíritu de odio, de venganza y de egoísmo, sino con un espíritu tal que por la manera de manifestarse pruebe ya que sois iguales a todos los seres humanos.

Ya sé que no es cosa pequeña pedir esto a un pueblo. Se trata nada menos que de pediros que seáis mejores que el blanco lo ha sido con vosotros. Porque si los que han sufrido no han aprendido nada de su sufrimiento, entonces el mundo está perdido irremisiblemente. ¿Quién puede luchar mejor por la libertad sino los que saben lo que es vivir privados de ella?

En estos instantes es esencial que el norteamericano de color sea capaz de ver lo que el blanco no puede ver. Vuestra visión debe ser mucho más clara que la de él. No debéis permitirle que se dé por satisfecho con menos que con vuestro ideal norteamericano de libertad para todos. Si no triunfa la democracia, los pueblos blancos permanecerán formando un gran ejército, muy disciplinado, a punto siempre para someter a los pueblos de color, y no puede haber mayor esclavitud que esta necesidad.

En este grave momento es posible que en un lugar como Australia exista gente blanca esclavizada por sus conquistadores, lo mismo que otra gente blanca es esclava en otros países; todos estos hombres no dejan de ser esclavos porque sus conquistadores sean hombres blancos. El problema no es hoy de razas, blancas o de color, sino de libertad.

Vosotros, que conocéis la amargura de vivir sin libertad, sabréis consagraros, por lo tanto, a la cruzada por la libertad y por la igualdad, cruzada que debéis ennoblecer con vuestra conducta. No es sólo una cruzada norteamericana; es una cruzada humana, y vosotros, y no el pueblo blanco, sois los que marcháis a la vanguardia de ella.

Los que os privaron de vuestros derechos y han tolerado y dado alas a vuestra irresponsabilidad como ciudadanos, ya que fuisteis injuriados cuando erais esclavos y no se os hizo justicia cuando erais libres, son precisamente los que han fracasado en el desarrollo de los ideales de nuestra patria.

Puede muy bien ocurrir que, en un futuro próximo, los pueblos de Asia y África os miren a vosotros más que a los restantes norteamericanos, para comprobar que el país no está dividido, como el Japón vocea por todo el mundo, por la falsa línea de color racial, sino que sustenta el principio de la libertad para todos.

Y vosotros sois los que enarboláis la bandera.

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