Asia

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¿PARA QUÉ LUCHAMOS EN ORIENTE[2]?

He podido darme cuenta de que existe escasa divergencia en la contestación que los norteamericanos dan a la siguiente pregunta: «¿Para qué luchamos en Oriente?».

Entonces vamos a decir que, como Inglaterra, estamos luchando por la supervivencia nacional, sabiendo que, si el Eje vence, nuestra vida, tal como la conocemos y nos gusta vivirla, tendrá que sufrir variaciones. Por lo tanto, luchamos para mantener y defender nuestro sistema de vida. Luchamos para conservar libres los caminos del mar y para evitar el dominio de los mismos por el Eje, a fin de que las materias primas vengan de Oriente y pueda continuarse el comercio con esa parte del mundo. Luchamos para defender lo que poseemos en Oriente, nuestra política y nuestras posiciones económicas.

Mas no luchamos sólo por nosotros. Lo hacemos también por nuestros aliados en Oriente, Gran Bretaña, China y Holanda, en el mismo sentido que ellos lo hacen por nosotros. Asimismo tenemos contraída una deuda con Filipinas, que será pagada con la independencia, tal como les hemos prometido.

Por otra parte, creemos con toda sinceridad que será mejor para Oriente que ganen la guerra las naciones aliadas que no las que forman el Eje. Sean cuales fueran las faltas cometidas por las naciones aliadas en Oriente, lo ya ocurrido será siempre mucho mejor que lo que sucedería caso de ser el Eje quien gobernara en lo futuro.

A pesar de que los Estados Unidos no han intervenido mucho en Oriente, hemos mantenido allá una política muy eficaz, singularmente en China, y esa influencia se ha ejercido siempre en una China protegida hasta cierto punto por su autodesarrollo en el mundo moderno. Pero no sólo los Estados Unidos, sino también la Gran Bretaña, han seguido una política muy clara en comparación con la del Japón. El enojo que produjo a China el cierre por Inglaterra, durante tres meses, de la ruta de Birmania en 1940, hizo que algunas veces se olvidase de que la Gran Bretaña había reconocido al Gobierno de la nueva China en 1926, y que en años posteriores devolvió a China alguna de aquellas concesiones y privilegios especiales que había disfrutado bajo otros regímenes.

También se debe recordar, por lo que respecta a la India, prescindiendo de los errores del imperialismo, que bajo el poder de Inglaterra se ha desarrollado allí un fuerte y saludable movimiento nacional dirigido por hombres como Gandhi y Nehru. Si en la India hubiese gobernado el Japón en vez de Inglaterra, esos hombres no vivirían ahora. La prueba de lo que decimos la tenemos en Corea, donde manda el Japón y donde no ha podido medrar ningún líder nacionalista.

La verdadera grandeza de Inglaterra estriba en que, pese a ser el más poderoso imperio de nuestros tiempos, ese imperialismo suyo ha considerado la libertad como un principio digno de existir. Bajo el gobierno inglés la India se ha desarrollado hasta convertirse en una nación que reclama ahora su independencia. Bajo el gobierno japonés, hubiese sido un Estado sojuzgado.

La derrota del Eje, por lo tanto, significará la derrota de una tiranía que, de triunfar, impediría el desarrollo de la independencia en todas partes. Al considerar la derrota del Eje como meta de la guerra, no hacemos más que tomar parte en una guerra de independencia de una escala desconocida hasta ahora. Nos gusta pensar que nuestra victoria supondrá la independencia del mundo.

Esto parece muy claro a los norteamericanos. Yo deseo que se lo parezca tan claro a todos los demás, tanto a los aliados de los Estados Unidos como a los enemigos. Desearía, por ejemplo, si ello fuera posible, convencer a los pueblos de Alemania, Italia y el Japón de que si el Eje fuera derrotado no serían aniquilados ellos, sino que compartirían la independencia por la cual nosotros luchamos.

No conozco muy a fondo al pueblo de Alemania y de Italia, pero conozco al pueblo japonés, y estoy segura de que si los japoneses llegaran a convencerse de que la derrota del Eje supondría la libertad para ellos, la cosa les produciría un efecto profundo. En la actualidad creen que perderían su independencia para siempre si la guerra fuera ganada por las naciones aliadas. Pero nos es imposible hacer comprender a nuestros enemigos que nuestra victoria supondría su libertad tanto como la nuestra.

Es natural que piensen que si son derrotados, serán aplastados irremisiblemente. Ellos, igual que nosotros, luchan por su existencia. Y parece que no hay modo de hacerles comprender que ambos pueblos podemos existir sobre la tierra. Tal como plantean las cosas no hay otra solución que ellos o nosotros.

Pero quizá sea inevitable que los enemigos hagan conjeturas sobre lo que sucederá una vez acabada la guerra. Lo más importante para nosotros es, sin duda, saber lo que nuestros aliados orientales piensan sobre nuestros fines de guerra. ¿Qué piensan los hindúes, esos trescientos noventa millones de seres de piel oscura? ¿Qué piensan los cuatrocientos cincuenta millones de seres de piel amarilla que habitan en China? Esos millones forman una cifra mayor que los naturales de nuestro país. Todos ellos son nuestros aliados. Están también los millones de rusos, aliados nuestros contra Hitler, aunque no contra el Japón, millones de seres mezclados que carecen de prejuicios raciales. Todos estos aliados de los Estados Unidos, ¿se sienten satisfechos con los fines de guerra norteamericanos?

Desde el punto de vista de supervivencia nacional, no hay duda de que sí lo están. China lucha por su supervivencia nacional, y lo mismo le ocurre a Rusia. La India pide el derecho a la supervivencia nacional al exigir ser reconocida como nación. Los filipinos saben que les ha sido prometida la independencia, y luchan por la supervivencia de esa promesa. De modo que, en cuanto al anhelo de supervivir, estamos todos de acuerdo.

Pero a nuestros aliados no les interesa luchar por la supervivencia de nuestro plan de vida. Esto pertenece a nuestro interés particular en la guerra. A los rusos, a los chinos y a los hindúes, nuestro nivel de vida les resulta tan fabuloso como a un granjero el de un millonario. Nuestro nivel de vida no les ha beneficiado mucho anteriormente, y, en consecuencia, no se sienten inclinados a abrigar esperanzas sobre el mismo para lo futuro.

No es verdad, a juzgar por pasadas experiencias, que, cuando alguien es rico, todos los que están a su alrededor prosperan. Lo que sí parece cierto es que cuando un rico aumenta su riqueza, el pobre se torna más pobre, tanto si se trata de naciones como de individuos. Por lo tanto, no debemos hablar con demasiada insistencia a nuestros aliados de los fines de guerra que se relacionan con el mantenimiento de nuestro nivel de vida. Más vale que este argumento nos lo guardemos para nosotros, dando con ello una prueba de prudencia. El nivel de vida de los campesinos de nuestros tres grandes aliados, China, India y Rusia, es de por sí tan bajo que lo más cuerdo es guardar silencio.

La libertad de los mares, en cambio, es un excelente fin de guerra. El comercio beneficia a todos. Hablemos, pues, de la libertad de los mares. Desgraciadamente, nuestro mejor cliente en Oriente era el Japón, pero ahora ya no lo es. China es un buen cliente sólo en potencia, pues debido a su extensión, a que se bastaba a sí misma y a su bajo nivel de vida, nuestro comercio con ella nunca llegó a ser lo que esperábamos que fuera. Otro tanto se puede afirmar del comercio de los Estados Unidos con Rusia.

A lo que parece, el comercio sólo se desenvuelve bien entre los pueblos que disfrutan de un nivel de vida más o menos semejante. Claro que Inglaterra ha extraído un gran provecho de la India. Creo que fue Winston Churchill quien afirmó una vez que, de cada diez ingleses, dos de ellos dependían de la India.

Pero en las últimas centurias, nuestros aliados no se han beneficiado gran cosa de la libertad de los mares patrocinada por nosotros. Sin embargo, el tema en sí es un buen fin de guerra, y nuestros aliados podrán obtener más ventajas de esa libertad en lo futuro. Además, la libertad de los mares es excelente para los que ya gozan de ella en la tierra.

En cuanto al mantenimiento de nuestras posiciones políticas y económicas en Oriente, desconfío de nuestros aliados. ¿Nos ayudarán éstos a conservar esas posiciones? No, creo que no. Aun descontando que triunfemos en la presente guerra, mucho me temo que tengamos que prepararnos para una futura, en la que ya no nos permitirán mantener tales posiciones.

China no dirá nada mientras se halle enzarzada en una guerra en la que cuenta con nuestro apoyo y ayuda, pero no debemos contar con ella para que colabore en el mantenimiento de esas posiciones políticas y económicas cuando concluya la presente contienda. China nos da a entender con suficiente claridad que, si el Japón se ve forzado a renunciar a sus avanzadas y privilegios especiales en Oriente, todos los privilegios y posiciones especiales serán barridos hacia afuera. China desea su país para ella sola, y otro tanto piensan las demás naciones.

Sin duda disfrutamos de una espléndida cooperación por parte de los filipinos, pero ni por un momento os imaginéis que hubiéramos contado con ella si no les hubiésemos prometido la independencia a plazo fijo. Creo, por lo tanto, y en vista de las circunstancias, que haríamos bien no hablando demasiado a nuestros aliados orientales de la conservación de nuestras posiciones económicas y políticas. Esto podría perjudicar el esfuerzo de guerra.

Se presenta como una finalidad de guerra el convencimiento general de que sería mejor para el mundo que nosotros permaneciéramos en Oriente que no que el Eje adquiera posiciones allí. Como norteamericana que soy creo en ello firmemente; pero, sin embargo, me doy cuenta con inquietud de que nuestros aliados orientales no se muestran tan conformes con este punto de vista como yo hubiera deseado. Cierto que China está de acuerdo con nosotros en todo; pero, no obstante, hasta ella guarda cierta reserva que por ahora no oculta. Afortunadamente para Norteamérica, ha sido tan amarga la experiencia que China ha extraído de sus relaciones con el Japón, que nada le hará variar de su decidida determinación de expulsar de su suelo a los japoneses.

Si el Japón hubiera desarrollado cierta habilidad en sus planes para establecer el nuevo orden en Asia, si hubiera tratado bien al pueblo chino mientras le conquistaba, si los hubiera alimentado en vez de robarlos, si los hubiera ayudado en vez de conducirlos a la ruina, si hubiera sido más benévolo con ellos que el hombre blanco, podía haberlos vencido fácilmente. Tal como están las cosas, China será nuestro incondicional aliado mientras nosotros lo seamos de ella. En otras palabras, podemos contar con China hasta que el Japón sea arrojado de su suelo. Pero yo no me atrevo a hacer profecías para después que haya sucedido esto.

Soy norteamericana por nacimiento y por mis sentimientos, pero un accidente de transporte me condujo a China cuando tenía tres meses, habiendo permanecido en ella hasta hace poco, y a causa de esto me piden a veces que hable desde el punto de vista chino. Es completamente casual el que yo conozca a China bastante mejor que a mi propio país. Pero aunque es siempre un gran honor sentir y hablar como una china, hubiera sido más sencillo si sólo fuera una norteamericana. Porque para interpretar adecuadamente a China no se puede hablar con sólo una voz.

Conozco a un chino muy educado e influyente que diría que podemos contar para nuestra causa con la lealtad de China hasta su última gota de sangre. Esto es verdad por lo que respecta a la derrota del Japón. Pero aquí tenemos a otro chino. Me refiero a otro chino que yo conozco, igualmente educado e igualmente influyente, aunque en distinto sentido, el cual diría que China luchará por la causa aliada mientras esta causa sea verdaderamente democrática y estemos dispuestos a conceder libertad e igualdad humana a todos los pueblos. Este chino afirmaría también que su país lucha por la libertad más bien que por la derrota de otro país, y que, una vez terminada la guerra, tanto él como otros muchos chinos desean que los pueblos del Japón y de Alemania sean libres también. A estos chinos no les basta con obtener una victoria militar sino que desean instaurar la libertad en el mundo como un principio humano.

Si he de hablar en nombre de China, debo manifestar que éste es el verdadero deseo de los chinos. Están resueltos a derrotar al militarismo japonés, pero no odian al pueblo nipón. Me he sentido tan extrañada como admirada cuando al hablar con varios chinos he podido comprobar que no sienten odio hacia el pueblo japonés, no obstante la cruda guerra que sostienen contra el invasor. Su odio lo reservan para el hombre o la mentalidad capaz de invadir otro pueblo. Por eso los chinos lucharán contra el espíritu militarista y agresor del mundo que es responsable de la injusticia y del sufrimiento.

Lo que sí he encontrado siempre en los chinos es una verdadera pasión por gozar de un mundo en el que reine la paz y exista una auténtica cooperación humana. Esto es para ellos una finalidad de guerra lo bastante poderosa como para convertirlos en hombres sufridos, valientes y bravos en un grado que nosotros no hemos podido igualar. Han luchado sin el menor odio contra el pueblo japonés, a la vez que con intenso odio contra los militaristas japoneses que hacen la guerra. Su finalidad bélica es, pues, acabar con tales hombres, arrojándolos primero del suelo chino y más tarde del mundo.

La libertad de su propio país es, por lo tanto, la primera finalidad de guerra de China. Si esto coincide con nuestros fines de guerra de derrotar al Eje, perfectamente; China coincidirá con nosotros mientras los deseemos. Pero luego que se produzca la derrota del Eje, los chinos continuarán ambicionando la libertad de su país, sin concesiones económicas, políticas o militares a favor de otras naciones. Los chinos están luchando en la actualidad por su libertad, y en el pasado no fue sólo del Japón de quien necesitaron librarse.

¿Continuará luchando China después que el Eje haya sido expulsado de su suelo? Yo creo que sólo lo hará si se convence plenamente de que esos fines de guerra son la derrota del principio fascista en el mundo. Si no logra llevar esta convicción a su alma, si sospecha que hay motivos para dudar de nuestra creencia en la libertad para todos y en la igualdad humana para todos —esto es, en la verdadera democracia—, China no proseguirá la guerra. Hará un compás de espera para consolidarse y convertirse en una potencia militar apta para enfrentarse con su próximo enemigo.

Si nuestros fines de guerra actuales no significan una derrota total y definitiva del Eje y de todo cuanto el Eje representa, si luchamos tan sólo para seguir ocupando nuestro lugar en el mundo, para la conservación de nuestro

statu quo en el planeta, para el mantenimiento de nuestro nivel de vida, por nuestras posiciones, políticas y militares, por nuestras zonas de influencia, por nuestros mandatos, protectorados e imperios, entonces no, no esperéis que China luche por todo esto. No lo hará. Sería estúpido que lo hiciera.

Si queremos aliados en Oriente que luchen junto a nosotros hasta el final de la contienda, hasta la completa derrota de las ideas totalitarias, debemos definir previamente lo que nosotros entendemos por derrota del Eje. ¿Significa para nosotros derrota de los gobiernos de Alemania, Italia y Japón, o bien de las ideas que hay detrás de esos gobiernos? ¿Queremos decir que arrancaremos el poder de manos del Eje para empuñarlo nosotros, sin ninguna garantía de libertad e igualdad para todos los pueblos?

Nuestros fines de guerra no resultan muy claros a nuestros aliados. ¿Pueden tener confianza en nosotros tras de las experiencias de la Historia? En el pasado, los hombres blancos han gobernado en la India, en Indochina, en Malaya, en Indonesia, en las Filipinas y, en cierto modo, en la China. ¿Qué garantías tienen de que no continuemos gobernándolos en lo futuro? En nuestros fines de guerra no hay estatuido nada que ofrezca garantías de nuestro cambio de intenciones en relación con lo futuro.

No trato de decir, sin embargo, que los fines de guerra de todas las naciones aliadas en Oriente sean los mismos. Los nuestros son bastante simples, pero ¿bastan para la victoria? Norteamérica no puede obtener la victoria sin la ayuda de nuestros aliados de Oriente. Y los fines de guerra de Inglaterra en Oriente son ciertamente muy complejos, tan complejos que dudo que puedan ser expuestos con claridad. La Gran Bretaña es una democracia que lucha por su imperio. No ha existido jamás en la historia humana nada más complejo que esto. Yo ni siquiera sé lo que es.

Pero la complejidad en los fines de guerra puede resultar desastrosa en los actuales momentos. Todos deberíamos ser capaces de establecer de una manera concreta y precisa qué pretendemos de esta guerra. Entonces podríamos realmente luchar con todo el corazón y estar seguros de que lo hacemos por el bien común. Tal como están las cosas hoy, nuestros aliados de color, que son la mayoría por muchos millones, sienten en lo más profundo de su espíritu una secreta turbación.

No lucharán por nosotros a menos que se convenzan de que lo hacen por su libertad tanto como por la nuestra, por su supervivencia tanto como por la nuestra. Porque si nosotros podemos sentirnos libres después de la derrota del Eje, a ellos no les sucederá lo mismo. Tienen un pasado que recordar y que vencer.

La cuestión de los fines de guerra no es, como pudiera creerse, un asunto baladí. Nos parece de una gran complejidad porque esta guerra es en sí misma enormemente compleja. Ignorar la verdadera naturaleza de la misma es correr el riesgo de la derrota.

Debemos estar preparados en todos los frentes. Ignorar uno, suprimir uno, simplificarlo con falsas simplificaciones, puede representar acabar en un desastre.

Digo, pues, como una china diría, y al mismo tiempo como norteamericana que soy, que ninguna finalidad de guerra proclamada hasta hoy es lo bastante grande y suprema para que todos puedan luchar bajo su bandera. ¿Podemos unir, acaso, millones de seres humanos de todas las naciones y razas, Oriente y Occidente, para mantener el nivel de vida norteamericano, para defender las posiciones políticas y económicas del hombre blanco en Oriente, para conservar expeditos los caminos del mar, de forma que las materias primas orientales puedan llegar fácilmente al hombre blanco? ¡No!

Necesitamos una finalidad de guerra más grande, un grito de guerra más poderoso para derrotar al Eje.

¿Es el hombre blanco lo suficientemente fuerte para lanzar ese grito de guerra que uniría a todos y les permitiría ganar la guerra?

El grito es: libertad para todos, libertad e igualdad humanas. Haríamos bien en proclamarlo mientras sea tiempo, mientras seamos un pueblo libre.

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