Arthur

Arthur


CAPÍTULO 35

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CAPÍTULO 35

 

 

No soy capaz de conciliar el sueño. Hoy ha sido un día mentalmente agotador. Conversaciones intensas con Theodore y Adrien. Demasiada información recibida de golpe y porrazo.

Demasiadas cosas que digerir. Es cierto que cuando mi amigo me envió aquí, sospeché, pero jamás imaginé que en su plan entrara todo el clan James, incluidas Rebeca y Caitlin. Y qué decir de Luis, de él sí que no me lo esperaba.

Aunque bueno, no sé de qué me extraño, la verdad, si siempre hemos sido como los mosqueteros, todos para uno y uno para todos. Primero fue Theo, luego Adrien y ahora yo.

De lo que Luis no parece enterarse, es de que más tarde o más temprano, ya sea con una u otra, le tocará el turno a él. Veremos cuando llegue el momento si es tan comprensivo y acepta de buen grado que todos metamos las narices donde nadie nos manda. Porque las meteremos, de eso no tengo ninguna duda.

«En esta vida todo llega, dicen…»

¿Enfadarme con ellos? No, no podría. Me he cabreado como nunca, sí. He estado a punto de partirle los dientes a Theodore, por supuesto.

También me hubiera gustado borrarle la sonrisa de la cara a Adrien de un puñetazo, lo reconozco, pero jamás los alejaría de mi vida, porque son una parte importante de ella.

Al fin y al cabo, lo han hecho pensando que me hacían un favor y, aunque no haya salido como querían, debo perdonarlos. Así como Adrien me perdonó en su momento, debo hacer lo mismo con ellos.

Para bien o para mal, son mis amigos y los quiero, qué le vamos a hacer.

«La sangre nunca llega al río cuando se trata de amistad…»

No, no lo hace.

Me tumbo de espalda y miro al techo, pensando en las últimas palabras mantenidas con ellos antes de marcharse:

—Tómate unos días y luego vuelve a la empresa, ¿de acuerdo? Después de mí, eres la persona que mejor conoce el funcionamiento del club y no quiero perderte. No acepto tu renuncia, Preston. Lo siento, pero empezamos esto juntos y no voy a permitir que te vayas.

Negué con la cabeza.

—No voy a volver, Theo, no puedo.

—Entiendo cómo te sientes, y no digo que te quedes aquí en Londres, te pido que, cuando estés preparado, vuelvas a Ibiza. El Libertine es tu casa, amigo.

—Te lo agradezco, de verdad que sí, pero no.

—Vamos, hombre, no seas testarudo, joder.

—Adrien, voy a ser padre y mi hijo vivirá aquí, con su madre, y quiero que también tenga a su padre cerca, ¿entiendes? Ya no soy sólo yo, dentro de cuatro meses también estará él.

—Sigo sin entender por qué no dejas que hablemos con mi hermana, Preston, si sabes que tarde o temprano lo haremos.

—Ya te lo expliqué, si no lo entiendes es tu problema.

—No es sólo porque está embarazada, ¿verdad? Hay algo más que no quieres decirnos.

—Adrien…

—Joder, Theo, estoy completamente seguro de que Alison está enamorada de Preston, créeme, sé muy bien lo que digo, ¿vale? Lo que pasa que está esa maldita promesa, si supiera la verdad…

Bufé, alterado.

—No quiero que reconozca sus sentimientos por mí sólo porque le digáis que ese tío era un cretino. Me niego a ser su segunda opción, joder. Yo me enamoré de ella por encima de todo, rompiendo las putas promesas que me hice a mí mismo, y quiero que ella haga lo mismo por mí. No me valdría de cualquier otra forma, ¿te queda claro ahora?

Silbó, guasón.

—Cristalino, macho.

—Bien, pues no vuelvas a hablarme del tema.

—Tú ganas.

—Gracias.

Se despidieron de mi padre, que en todo momento se mantuvo al margen de la conversación, sin quitarme el ojo de encima, y los acompañé a la puerta.

—Tómatelo con calma, Preston, y piénsatelo bien. Las puertas del Libertine siempre estarán abiertas para ti.

—Gracias, Theo, pero no tengo nada que pensar.

Puso los ojos en blanco y sonrió.

—Te veré en la celebración del día de Acción de Gracias, y no me digas que no irás porque no acepto un no por respuesta.

—Ya veremos.

—Estaremos en contacto.

Asentí.

—Yo vendré a buscarte mañana y haremos una salida de chicos, lo necesitas. Y tampoco admito un no por respuesta, estos meses he sido un poco capullo contigo y necesito resarcirme. Además, te echo de menos, lameculos.

Solté una carcajada.

—Tú como siempre en tu línea, mamón.

Me guiñó un ojo y me palmeó la espalda.

—Nos vemos.

Mi padre me llamó orgulloso en cuento cerré la puerta tras ellos.

No respondí.

Lo era.

Lo soy.

«Todo o nada…»

Me froto las sienes y cierro los ojos. Ojalá pudiera dejar de darle tantas vueltas a todo, pero no puedo, es imposible. Siento rabia e impotencia al saber que todo su amor se lo llevó la persona que menos lo merecía.

La persona por la que ella fue capaz de renunciar a todo, incluida su propia familia.

La persona que, en lugar de pagarle con la misma moneda, amándola como se merecía, le robó todo lo que tenía y se largó sin mirar atrás. «Maldito hijo de puta…» Me importa un pimiento que esté muerto, no pienso disculparme por decir lo que realmente pienso de él, ojalá lo tuviera de frente para poder decírselo a la cara y, de paso, darle unas buenas hostias.

Suspiro y doy unas cuantas vueltas más en la cama, hasta que finalmente me quedo dormido y sueño. Sueño con Alison acostada en un manto de hierba verde y brillante. Creo que es el mismo lugar en el que estuvimos el día que jugamos a adivinar la forma de las nubes, en el castillo de Dover.

Sobre su pecho, descansa un pequeño bulto envuelto en una mantita de terciopelo azul celeste, nuestro hijo, por el que ya siento un amor profundo e infinito. Ella acaricia la cabeza del bebé con suavidad y sonríe, feliz.

Me mira con los ojos brillantes y me pide que me acerque a ellos. Lo hago y, cuando estoy a punto de sentarme a su lado, su rostro se tuerce en una mueca de horror y grita que no es a mí a quien quiere, sino a Colin, el amor de su vida. Mis entrañas se retuercen de dolor y el pecho se me colapsa de angustia.

¿Por qué me hace esto, joder? ¿Por qué no me deja darle todo el amor que ella ha creado dentro de mí, si le pertenece por completo? ¿Es que no ve que me derrito cuando la tengo cerca? ¿No se da cuenta de que sin ella no soy nada? Me quedo ahí, de pie, con el corazón en un puño y roto, observándolos en la distancia, sin más. Pensando que eso es a lo único que podré aspirar con ella: a ver nuestra vida pasar de lejos.

Ella, anhelando a otro.

Y yo, anhelándola a ella.

El dolor de cabeza me despierta un par de horas después. Un golpeteo constante en las sienes que me saca de quicio. Siento los ojos arenosos y el cuerpo me pesa dos toneladas. Porque no he bebido ni una sola gota de alcohol, de lo contrario, pensaría que ahora mismo tengo la mayor resaca del mundo. Me levanto y tomo un ibuprofeno. Son las cinco de la madrugada y mi padre sigue dormido. Decido salir de casa y caminar. Agotarme hasta que no pueda más y caiga rendido en cualquier esquina. Necesito dejar de pensar y de sentir.

«Sobre todo sentir…»

Salgo de casa y me dedico a deambular, de aquí para allá, sin sentido. Las pocas personas con las que me encuentro me miran raro. Seguro que piensan que estoy loco o borracho como una cuba. Me da igual. Todo, absolutamente todo, me da igual. Me adentro en un pequeño parque del barrio y admiro el paisaje con la espalda apoyada en el tronco de un árbol. Poco a poco, el cielo se va clareando y con él mi cabeza.

No puedo seguir así, lamentándome y sintiéndome desgraciado. Debo ponerme las pilas y seguir con mi vida, empezando por buscar un nuevo empleo lo antes posible.

«¿Y a qué estás esperando?»

Me enderezo y vuelvo a casa.

Mi padre está sentado en el sofá.

Me mira con preocupación y menea la cabeza.

—¿Dónde has estado, hijo?

—Por ahí.

—Tienes un aspecto horrible.

—Lo sé.

—¿Quieres hablarme de ello?

—Ahora no, papá.

Suspira.

—Arthur, por favor…

—Se me pasará, sólo es cuestión de tiempo.

—Hijo, me preocupas y no puedo ayudarte si no me dejas.

Me acerco y me siento a su lado, cansado.

—Ya te lo he dicho todo, ahora toca esperar.

—¿Esperar qué?

—Que pase el tiempo.

Asiente.

—No me gusta verte así.

—Estaré bien y volveré a ser el mismo—le digo con cariño—, ya lo verás.

Paso el resto de la mañana con el ordenador, metido en internet mirando las ofertas de empleo. Me apunto a algunas de ellas y envío currículos. Acompaño a mi padre a hacer unas compras y luego comemos en un restaurante de comida rápida. Al volver a casa, me doy una ducha y enciendo el televisor.

Procuro estar entretenido en todo momento, evitando ensimismarme en mis mierdas y deprimirme más de lo que ya estoy. Parece que da resultado, aunque, sinceramente, estar también pendiente de eso, me agota.

Adrien pasa a recogerme a eso de las siete.

—¿Cómo lo llevas? —pregunta al verme.

—¿Cómo lo llevabas tú?

—Los primeros meses, hasta las cejas de drogas y alcohol.

—¿Y sirvió de algo?

—No.

Me encojo de hombros.

—A pelo tampoco sirve de mucho, la verdad. ¿Adónde me llevas?

—A desconectar.

Cenamos en el centro de Londres, en un restaurante muy reconocido y con varias estrellas Michelín. Hablamos del Libertine y de lo que supuso para él el par de meses que pasó haciéndose cargo del club. Me cuenta lo duro que está siendo prepararse para la próxima exhibición de BDSM, en la que participará como sumiso de Caitlin.

—Sí, seguro que debe de ser durísimo—exclamo con retintín.

—Tío, esa mujer es incansable, te lo juro. Hasta he perdido peso y todo.

—Anda que no te gusta ni nada que Lady Rebel te dé unos latigazos.

Ríe.

—La verdad es que me encanta, para qué nos vamos a engañar.

Por lo visto, están preparando un número nuevo que dejará a los asistentes con la boca abierta.

Tras la cena, vamos al Soho, al Club 49. Él no lo sabe, pero este club me trae muy buenos recuerdos de mi pequeña acosadora y de cómo hizo que me relajara jugando al veo, veo con ella.

Miro hacia el reservado donde estuvimos y sonrío, recordando aquel momento.

—¿Y esa sonrisa? —indaga Adrien con guasa—. Apuesto a que tiene que ver con mi hermana.

—Pues sí.

—Me lo imaginaba.

Le doy un sorbo a la cerveza sin alcohol.

—Estoy loco por ella, joder.

—Y ella por ti.

—¿Cómo estás tan seguro de eso?

—La vi ayer y no tenía mejor aspecto que tú.

—Eso no significa nada.

—Te equivocas, eso lo significa todo, Preston.

—No quiero hablar de ella.

—Pues desconecta y no lo hagamos.

Y no sé cómo, pero el mamón de Adrien lo consigue.

Consigue que deje de pensar, me divierta y me ría a carcajadas. El tío no me da tregua y con sus historias hace que me olvide de todo durante unas horas y no sienta que todo mi mundo se me ha venido encima.

—Gracias por esta noche, tío—le digo cuando me lleva a casa—, lo necesitaba.

—Para eso estamos los amigos.

—Sí, para eso y para tocar los cojones.

—Cierto. Nos vemos en la cena de Acción de Gracias.

—Ya veremos.

Poco más tarde, ya acostado en la cama, me llega un mensaje.

Alison: «Te echo de menos…»

Podría responderle que yo a ella también.

No lo hago.

«Todo o nada…»

 

 

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