Arthur

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Arthur

 

Un año después.

 

Arthur Finn Preston James, nuestro hijo, vino al mundo el quince de enero, una semana antes de lo previsto. Siempre recordaré ese día como uno de los más difíciles y, a la vez, más felices de mi vida. Los médicos dijeron que fue un buen parto para tratarse de una primeriza.

A mí no me lo pareció, se me hizo eterno. La cara de mi pequeña acosadora, los insultos y amenazas, durante la dilatación, son la parte complicada de ese día que me gustaría poder olvidar. Aún no lo he conseguido.

Ella sí, de hecho, empieza a hablar de darle un hermanito o hermanita a Finn cuanto antes.

Sólo de pensarlo se me encogen las pelotas. No obstante, sé que acabaré cediendo, Alison se ha vuelto una experta en manipularme a su antojo, algo que no me cuesta admitir porque vivo por y para ella.

—Y la muy puñetera lo sabe, de eso se aprovecha—murmuro sonriendo.

Mi hijo gorjea a mi lado, tratando de llevarse el chupete a la boca, y lo miro con adoración.

Jamás imaginé que pudiera llegar a querer a alguien tan profunda e incondicionalmente. A su madre la quiero, sí, pero a él… Dios, es mi razón de ser, de vivir.

Sangre de mi sangre. Mi todo para siempre.

Lo supe en el mismo instante en que vi su carita sucia y arrugada aquella fría noche de enero. En aquel momento, juré que nunca me separaría de él y que sería el mejor padre del mundo. Desde entonces, intento cumplir ese juramento a rajatabla, cada día.

Cojo una toallita y limpio su boca llena de babas mientras él protesta.

—Ya sé que no te gusta, pero es lo que hay, pequeñajo.

Abre la boca, tratando de comerse la toallita y río, colocándolo sobre mis rodillas.

—¿Sabes? Hoy es un día importante para papá y mamá, celebramos nuestro primer aniversario de boda. Algún día te contaré que los abuelos y los tíos, estuvieron cabreados con nosotros hasta que tú naciste.

Suelta un gritito agudo.

—Justo así gritó tu tío Adrien cuando supo que mamá y yo nos habíamos casado sin decirles nada. Luego quiso darme un puñetazo, pero tu mami, que es la mujer más valiente del mundo, lo impidió poniéndose delante de mí.

Creo que fue la peor celebración de Navidad para los James. Para el abuelo Finn y la abuela Amanda, fue una anécdota más que juraron contarte cuando te hicieras mayor para avergonzarnos. Ni se te ocurra decirles que me he adelantado y ya lo sabes, ¿vale?

Su respuesta es tirar de mi corbata y llevarla a la boca, como hace con todo lo que se le pone por delante.

Sonrío.

—No, Finn, esto no se come, pero puedo darte una galleta de esas que tanto te gusta.

¿Quieres? —sus ojos se iluminan y bate las palmas—. Ya me lo imaginaba.

De camino a la cocina, golpeo con los nudillos la puerta de nuestra habitación.

—Alison, cielo, ¿te falta mucho?

—¡Ya casi estoy! —grita al otro lado de la puerta.

Miro a mi hijo y susurro:

—Hizo lo mismo hace un año, ¿sabes? Me tuvo esperando por ella casi dos horas, faltó poco para que me diera un síncope.

—Te he oído, exagerado.

—Cariño, tu familia se enfadará si llegamos tarde a la fiesta que nos han preparado.

—Pues que se enfaden—exclama tajante.

Pongo los ojos en blanco y Finn ríe.

—No me gustaría que tuvieras que volver a defenderme de alguno de tus hermanos, ¿qué pensaría el niño?

La puerta se abre y se me corta el aliento al verla, como siempre.

Lleva un vestido largo hasta los pies en color verde agua, vaporoso, elegante y sexi.

Recorro su cuerpo de pies a cabeza y me relamo.

—Estás absolutamente preciosa.

Se ruboriza y sonríe con timidez.

—Gracias.

Me encanta que sus mejillas se cubran con ese color rosado cuando le digo cumplidos. Hace que parezca una mujer de lo más inocente. Aunque ya sabemos que ella es justo todo lo contrario.

Inclino la cabeza y me acerco a sus labios.

—¿Y si pasamos de la fiesta?

Chasquea la lengua.

—Que más quisiera, pero ya hemos tentado demasiado la suerte.

Le doy un beso y suspiro.

—Entonces no los hagamos esperar más.

Antes de salir de casa le doy una galleta a Finn.

Lo prometido es deuda.

La fiesta, cómo no, es en la mansión familiar de los James, Clover House. La familia es conocida por sus celebraciones, algunas impresionantes y sofisticadas y, otras, sencillas y de ámbito más familiar, las que más me gustan de un tiempo a esta parte.

«Te estás haciendo viejo, Preston…, has madurado».

Madurar no es hacerse viejo, ¿verdad?

Curtis, el mayordomo, nos da la bienvenida al pie de las escaleras.

Saco a Finn de su sillita y, con él brazos, entramos en la casa. En cuanto cruzamos el umbral de la puerta del salón, el pequeño acapara toda la atención. No me extraña, es un niño adorable y precioso, como su madre. De mí sólo ha heredado el color de los ojos, por lo demás es clavadito a ella.

Mi suegra me lo quita de los brazos y, mientras ella, Amanda, mi padre y mi suegro le hacen carantoñas, Alison y yo aprovechamos para saludar al resto. Confieso que me emociona verlos a todos allí: Theodore y Rebeca, embarazada de cinco meses; Adrien y Caitlin, por fin casados y de eterna luna de miel; Amber y su marido Albert, siempre sonrientes y felices; Luis y Dana, juntos, pero no revueltos, según ellos; Mila, con un tal Mauro al que no había visto en mi vida; Pablo, Javier y más familia de los James, a los que sólo veo en ocasiones especiales, juntos para celebrar nuestro primer aniversario.

—Si hubierais hecho una boda como Dios manda, ahora estarías a solas con tu mujer en cualquier otra parte.

—Por el retintín en tus palabras, deduzco que tú estás encantado, ¿me equivoco, Adrien?

Ríe.

—En absoluto, mi venganza por lo que hicisteis será malcriar a mi sobrino.

—No me preocupa, ya se encargará tu hermana de ponerte en tu sitio.

—Calzonazos.

—Mamón.

Vuelve a reír.

—Felicidades.

—Gracias.

Nos fundimos en un abrazo y nos palmeamos la espalda.

—Vosotros siempre en vuestra línea, ¿no? ¿Pensáis madurar algún día? —Caitlin besa a Alison y luego a mí.

—No cuentes con ello, Caitlin—dice Theo poniéndose a mi lado—, estos dos no tienen remedio, y eso que no se podían ni ver…

—Las cosas cambian, ¿verdad, cuñado? —Adrien me guiña un ojo y sonrío.

—Verdad. Rebeca, ¿por qué estás llorando?

Theodore pone los ojos en blanco y menea la cabeza.

—Parece una regadera, tío, llora por todo.

—Ya te expliqué que era por las hormonas, Theo—solloza—, no puedo controlarlas.

Mi amigo la abraza y le da un beso en la sien.

—Lo sé, mi amor, lo sé.

—¿Seguro que quieres volver a pasar por esto? —susurro en el oído de mi hermosa mujercita.

—¿Tú qué crees?

Suspiro, resignado.

—Que vas a acabar conmigo.

—Tonto.

—Preciosa.

Disfrutamos de una cena suculenta y deliciosa en el comedor familiar, decorado con motivos navideños y un gran árbol de navidad en uno de los rincones. La conversación es amena, tranquila y agradable. Me siento a gusto rodeado de estas personas que primero fueron mis amigos y ahora se han convertido en mi familia.

Miro a mi padre, que me mira a su vez, con una sonrisa cálida dibujada en su boca.

—Estoy muy orgulloso de ti, hijo, a pesar de todo lo vivido, te has convertido en un gran hombre.

Sus palabras me emocionan.

—Gracias, papá.

—Ahora que tienes un hijo, sabrás cuanto te quiero, Arthur. Esa clase de amor es la más incondicional que vas a experimentar hacia otra persona y, por muy cuesta arriba que se pongan las cosas, será para siempre.

—Te quiero—balbuceo.

—Y yo a ti, hijo. Y yo a ti.

August, mi suegro, se une a nosotros y charlamos durante un rato de cosas banales y también de trabajo. Sí, he vuelto a trabajar en la empresa de los James. No podría ser de otra manera, es mi segundo hogar. Ahora ocupo el puesto de Alison, que se ha tomado un tiempo para dedicarse por entero a nuestro hijo. No me parece que tenga muchas ganas de volver a trabajar, sobre todo si está decidida a aumentar la familia.

«Con lo que te gustaba observarla a hurtadillas desde la mesa…»

Theodore y Adrien me sacan de mis pensamientos, poniéndose cada uno a un lado.

—¿Te has fijado en eso? —Adrien me pasa una copa de oporto, la única que beberé esta noche.

Miro en la dirección que me indica y se me escapa la risa.

Mila le lanza puñales con la mirada a Luis, mientras éste la ignora por completo enfrascado en una conversación con Dana.

—¿Es sólo a mí, o a vosotros también os parece que Luis ha cambiado mucho este último año?

—Ha cambiado—asegura Theo, mirándome—, se ha convertido en todo un libertino y no se pierde una reunión en el Edén. 

—¿Y a Dana no le importa?

—Oh, querido Preston, a esa mujer le va más la marcha que a ninguno de nosotros—exclama Adrien con guasa.

—Es una lástima que lo de él y Mila no haya salido bien, hacían buena pareja.

Ambos asienten.

Unas horas más tarde, ya en la habitación, abrazo a Alison, que observa embelesada dormir a Finn en su cunita.

—¿Lo has pasado bien esta noche?

Me mira y sonríe.

—Sí, me ha gustado mucho estar toda la familia reunida y en armonía por una vez.

—Sí, ha estado bien, para variar—inclino la cabeza, inhalo el dulce olor de su cuello y suspiro, clavando mis ojos en los suyos—. Feliz aniversario, pequeña acosadora, tú y Finn lo sois todo para mí.

Acaricia mi mejilla, emocionada.

—Feliz aniversario, mi amor, nosotros no somos nada sin ti.

Nos fundimos en un beso apasionado.

«Eres un tío afortunado, Preston, sin tener nada, lo has conseguido todo…»

 

 

 

FIN

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