Arthur

Arthur


CAPÍTULO 26

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CAPÍTULO 26

 

 

No sé cuánto tiempo permanezco observándola. A riesgo de pillar tortícolis, podría pasarme así el día entero. Acaricio su costado con la yema de los dedos.

Una caricia para nada sexual. Se mueve, poniendo un poco de distancia entre nuestros cuerpos. Exclama una protesta que no llego a entender, porque la hace en susurros.

Noto que su respiración comienza a agitarse y me incorporo. Gime y se mueve. Creo que está teniendo una pesadilla. Me siento del todo, dispuesto a despertarla, para que deje de sufrir. La zarandeo con suavidad y pronuncio su nombre en un murmullo quedo:

—Alison… —nada—. Alison…

De repente, me parece escucharla pronunciar mi nombre y me quedo quieto, esperando.

De nuevo nada.

Me acerco otra vez y, ahora sí, mi nombre sale de su boca acompañado de un gemido ronco y muy erótico.

Enarco una ceja, flipando.

¿Está soñando conmigo?

Gime, se retuerce y arquea la espalda.

—Oh, Dios, Arthur, no pares, joder, no pares…

¡Me cago en la hostia, está teniendo sexo conmigo en sueños!

¿O me está vacilando?

«Joder, pues si está fingiendo lo hace de puta madre, la verdad…»

Se me pone tiesa la segunda vez que me apremia a que no pare y se lo dé todo.

«La madre que me parió».

Trago saliva.

¿Qué hago?

—Sí, Arthur, sí, más rápido…

Me recuesto sobre el cabecero de la cama y la miro, anonadado.

—Oh, sí… sí… síiii

Su cuerpo convulsiona unas cuantas veces y se queda en silencio.

Sonrío para mis adentros.

«Joder, eres bueno hasta en sueños, chaval».

Estoy a punto de hacerme una ola a mí mismo, cuando abre los ojos y me mira.

—Buenos días—murmura desperezándose.

Suelto una risita.

—¿Qué pasa? ¿A qué viene esa risita? —bosteza.

Me encojo de hombros.

—A nada.

—Arthur Preston, desembucha.

Se sienta, con los brazos cruzados sobre el pecho, esperando.

Desvío la vista a sus pezones aún tiesos e, inconscientemente, me relamo.

—¿Me estás mirando las tetas? —inquiere incrédula.

—Mujer, después del espectáculo que acabas de dar, me gustaría hacer con tus tetas algo más que mirarlas, la verdad.

—¿De qué coño estás hablando?

—De momento de ninguno, sólo de tus tetas. ¡Ñam!

Se le escapa la risa.

—Eres idiota. ¿De qué va esto? ¿Te has despertado graciosillo?

Niego con la cabeza.

—Esto va de que hace diez minutos estabas gimiendo y retorciéndote mientras me rogabas que no parase y te lo diera todo.

Resopla.

—No seas ridículo, eso es imposible.

—¿Imposible? ¡Ja! La cosa fue exactamente así—me tumbo y la imito—. Oh, Dios, Arthur, no pares, joder, no pares… Sí, Arthur, sí, más rápido… Oh, sí… sí… síiii, y te corriste, ahí, delante de mis narices.

Se ruboriza hasta la frente.

—Eso no es verdad.

—Te lo juro por lo más sagrado. De hecho, mira cómo me has puesto—tiro de su mano y la coloco sobre mi dura polla.

La aparta en el acto, como si quemara.

—Los tíos siempre os despertáis empalmados…

—Cielo, te aseguro que mi polla estaba en estado catatónico antes de que tú empezaras a gemir y susurrar mi nombre. El mío—recalco.

Se frota la cara con las manos.

Abre la boca, la cierra y la vuelve a abrir.

—¿Lo dices en serio?

—Totalmente. Puedes comprobarlo metiendo la mano entre tus piernas y palpando la humedad que hay entre ellas.

Exhala con fuerza y cierra los ojos.

—¡Qué vergüenza, joder!

—Nada de vergüenza, al menos has llegado hasta el final y parecías disfrutarlo mucho. Soy bueno, ¿eh? —digo con retintín. 

—¡Cállate!

—Soy tan, tan bueno, que me deseas hasta durmiendo.

—¡Cierra el pico!

—Soy tan, tan bueno, que hago que te corras sin tocarte.

Ríe.

Me pongo de rodillas, me acerco a ella, como un depredador, y tiro con suavidad, tumbándola en la cama.

Me inclino hacia su cuello e inhalo el olor de su piel, ahí.

—Soy muy, muy bueno en sueños, pero te aseguro que aún soy mejor en persona, y lo sabes—lamo la zona donde late su pulso.

—¡Para! —exclama en voz baja.

—Antes suplicabas todo lo contrario—atrapo un pezón entre los dientes y presiono, haciéndola soltar un gritito.

—Arthur, no podemos…

—Shsss, relájate y deja trabajar al experto.

—Pero…

La silencio con un beso.

Un beso lento, largo y sensual.

Ambos gemimos en la boca del otro.

—Mmmm—ronronea.

—¿Lo ves? Y esto sólo es el principio, nena.

Que no podamos marcarnos un “Home run” no significa que no paseemos por el resto de las “bases” a nuestras anchas.

Por eso la siguiente hora la pasamos retozando entre las sábanas, comenzando en la primera base. Su pecaminosa boca y su húmeda lengua, que se enrosca con la mía en una danza caliente. Con tranquilidad, pero sin pausa.

Aumentando el ritmo de nuestras respiraciones. Mordiendo labios superiores y lamiendo los inferiores, hasta que notamos que la piel nos arde por el contacto.

Contacto que aumento al pasar a segunda base, acariciando sus tetas con la palma de mis manos.

Aprisionando uno de sus pezones con el índice y el pulgar, y chupando y lamiendo con fruición. Primero uno y luego el otro.

Con ansia. Ansia que me obliga a jadear cuando desplaza sus muslos a los lados, haciéndome hueco entre ellos.

Un hueco que no puedo llenar, pero sí tantear, no sin antes deleitarme en su redondeado vientre, que acaricio y beso con ternura.

—Mamá no está teniendo una pesadilla—murmuro—, está haciendo realidad su sueño.

Automáticamente recibo una colleja.

—¡Oye! —me quejo.

—¡A lo tuyo!

Río.

—Mamá tiene la mano muy larga y es una mandona, pero yo sé qué hacer para dejarla noqueada.

—Oh, Dios… —gruñe en cuanto lamo su hinchado clítoris.

A partir de aquí, sus gemidos se hacen más audibles y mis manos más posesivas, acariciando todo lo que pillan al alcance. Glúteos, muslos, estómago… Mis dedos juegan entre sus pliegues, al igual que mi lengua y mis dientes. Separando, lamiendo, chupando, mordiendo… Joder, me duelen las pelotas como nunca. Presiono el glande con la mano libre y se me ponen los ojos en blanco: «Ay, mierda, me voy a correr en nada…» Sigo jugando entre sus piernas, a la vez que lo hago con mi polla, llevándonos al límite a los dos.

Es tanto el placer que siento a su lado que, cuando me quiero dar cuenta, me estoy bebiendo sus jugos mientras deposito los míos, con violencia, sobre las sábanas. Cuando mi cuerpo y el suyo, dejan de temblar, repto por este último hasta tener la vista clavada en la suya.

—¿Soy o no soy mejor en persona que en sueños?

Suelta una carcajada.

—Pues no sabría decirte… ¿Podrías repetirlo otra vez a ver?

—Avariciosa.

—Presumido. 

Le doy un beso en los labios y sonrío.

—Si te portas bien, puede que te haga otra demostración más tarde.

—Entonces seré una santa todo el día.

—Más te vale.

El resto del sábado es, simplemente, perfecto.

Juntos, preparamos el desayuno y, juntos, lo degustamos en el salón mientras decidimos no hacer planes para pasar el día. En teoría, el reposo de Alison era solo de tres días, en la práctica, lleva seis, lo que significa que, si el sol sigue calentando, puede que proponga ir a dar un paseo por la playa y luego a comer en la terraza de algún restaurante.

Mientras yo me encargo de hacer la limpieza de la casa, ella repasa las decisiones que ayer tomé para la celebración del día de Acción de Gracias. La veo fruncir el ceño y hacer anotaciones en una libreta.

Me tenso. Sólo de pensar que lo rehaga todo de nuevo, me cabrea. Con la de horas que llevo dedicándole al puto encargo de los cojones, como para que ahora ella lo deseche en un abrir y cerrar de ojos. 

—Me gusta mucho esta idea para los centros de mesa—dice—. ¿Cómo se te ha ocurrido?

La idea en cuestión es un jarrón de cristal lleno de piñas de pino, hojas de árboles en tonos ocre y velas en los mismos tonos que las hojas.

—Vi algo similar en internet, ¿de verdad te gusta?

—Sí, no usamos la calabaza, que sería lo más típico. Tu idea es original y diferente. ¿Crees que habrá alguna floristería que venda las hojas?

La miro horrorizado.

—¿Pretendes comprarlas en una floristería cuando tienes una finca enorme llena de árboles?

—Ni de coña voy a ir a Clover House a recoger hojas, Arthur.

—Pero es absurdo gastar un dineral cuando pueden salirnos gratis, ¿no te parece?

—Pues vete tú.

—Y una mierda, yo ya me estoy encargando de todo lo demás.

—También yo.

—¿Y si enviamos a Adrien?

Suelta una carcajada.

—¿Lo dices en serio?

—¿A ti qué te parece?

—Me parece que tus ideas cada vez son mejores. Te estás superando, Preston.

Le guiño un ojo y sonrío.

—Decidido, pues.

Dos horas más tarde, la veo quitar el pendrive del ordenador, cerrar éste y guardar la libreta en un cajón.

—¿No vas a hacer ningún cambio en el proyecto? —indago.

—No, ninguno. Está perfecto.

—¿Y por qué antes, mientras lo repasabas, fruncías el ceño?

—Me extrañó que, para ser hombre, tuvieras tan buen gusto en cuanto la elección de la decoración y todo lo demás.

—Mujer, yo tengo buen gusto en todo. En realidad, todo lo que hago…

—No empieces—me interrumpe.

—¿Qué?

—Vamos, sabes de sobra que ibas a decir que eres bueno en todo y bla, bla, bla.

Meneo la cabeza.

—Tratas de pincharme para que te haga otra demostración de lo bueno que soy antes de comer, ¿verdad?

—¿Cuela?

—Ya lo creo que cuela.

La cojo en volandas y, con sus gritos y carcajadas, retumbando por toda la casa, la llevo a su habitación. Donde me dedico a hacerla gritar de otra manera, con mis buenas artes amatorias y sin usar el movimiento de mis caderas.

Movimiento que, para qué vamos a engañarnos, echo horrores de menos. Confieso que, con su boca y mis manos, tengo unos orgasmos bestiales, pero nada comparado a cuando estoy enterrado en ella y su calor me envuelve hasta dejarme seco.

Finalmente, su cama se vuelve nuestro refugio del sábado, de la que no salimos a no ser que sea estrictamente necesario. En ella comemos, nunca mejor dicho, dormimos, reímos y hablamos.

Hablamos de montones de cosas: de su infancia en Clover House y de algunas de las putadas que llegaron a hacerle sus hermanos, por ser la más pequeña; de sus años de universitaria y de lo buena que fue durante estos, no saliéndose nunca de la estricta educación inculcada por sus padres; de sus comienzos en la empresa familiar y la amistad que se ha ido afianzando con la mayoría de las brujas de Green Clover.              

También hablamos de mí, por supuesto, pero no de nosotros. Saca a relucir el tema del Libertine, y me dice que no entiende cómo puede gustarnos pasar tiempo en un club exclusivamente de caballeros.

Y mucho menos que asistamos a los fines de semana locos de BDSM. No nos tacha de enfermos, como fue el caso de Adrien, sino de pervertidos. Se queda alucinada cuando le explico lo que me hace sentir participar en dichas reuniones. La liberación, el morbo, la expectación y la excitación que me provoca todo ello.

Admito ser Amo y Sumiso, ambas cosas, dependiendo de mi estado de ánimo. Si ella quisiera y me dejara, no tendría ningún problema en iniciarla en ese mundo.

Para mi sorpresa, cuando Alison duerme plácidamente acurrucada junto a mí, descubro que también estaría dispuesto a dejarlo si me lo pidiera. De hecho, desde que estoy aquí no he vuelto a ir a ninguna reunión.

Tampoco me he acostado con nadie más.

Sólo con ella.

«Estás pillado hasta las trancas, tío…»

Cierto, lo estoy.

Y ver la foto de ese tipo sobre la mesita cada vez que giro la cabeza, me retuerce las entrañas.

Aunque ya no con la misma intensidad de la primera vez.

Al fin y al cabo, yo soy el que está aquí, no él.

 

 

 

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