Arthur

Arthur


CAPÍTULO 27

Página 28 de 40

Sonrío ampliamente e inclino la cabeza.

—A sus órdenes, jefa.

Y lo hago, me pongo a trabajar sin rechistar y sin borrar esa amplia sonrisa.

Más tarde, ya en casa y acostado, trazo un plan para el sábado.

«Te vas a cagar, pequeña acosadora».

 

CAPÍTULO 29

 

 

El jueves pasa sin pena ni gloria, salvo por la llamada que le debía a Luis, no ocurre nada que no haya contado antes. Mis esperanzas con Alison van y vienen, según sople el viento.

Unas veces creo que todo es posible y, otras, que me iría mejor la vida si me rindiera y me olvidara de ella. Me cuesta horrores levantarme cada mañana e ir a trabajar. Paso tantas horas en tensión, porque nunca sé a qué atenerme con ella, que me duele todo.

Y cuando digo todo, quiero decir absolutamente todo, joder. Los músculos, por la tensión. El corazón, por el rechazo. Y la polla por el deseo acumulado y la necesidad de sentirla rodeándome con sus piernas.

Mi vida se ha convertido, precisamente, en lo que no quería: verme penando por el amor de una mujer que no me corresponde. Mi peor pesadilla hecha realidad.

«Una puta ruina, vamos…»

En casa, mi padre ha dejado caer que a final de mes se muda a casa de Amanda, lo que quiere decir que vuelvo a quedarme solo.

No, no me estoy quejando, lo que pasa es que, en estos últimos días, y con la revolución de sentimientos que estoy experimentando, todo me parece mal.

Claro que él tiene derecho a rehacer su vida, faltaría más. Soy yo, que ya no tengo muy claro si voy o vengo, la verdad.

«Se te está yendo la pinza, chaval».

Puede ser…

El viernes, parece que me levanto de la cama algo más animado. Puede que tenga que ver con que ya es fin de semana y lo que le tengo preparado a Alison, ya que cree que he quedado con Ornella.

Iré, como quien no quiere la cosa, dejando datos de mi cita ficticia, por la oficina. Si ella está tan pendiente de mí como creo, no tardará en tener toda la información en su poder: hora, lugar y esas cosas. Lo que haga con dicha información, será lo que me empuje a dar el siguiente paso.

Entro silbando en las oficinas y voy directamente a la cocina. Enciendo las luces, la cafetera y pongo el agua a hervir para la infusión de la jefa. Seguro que hoy, que no se me ha olvidado hacerlo, a la señorita no le apetece el té de menta, pero bueno… Un ruido, proveniente de nuestro despacho, llama mi atención y miro el reloj, «demasiado pronto para que ella ya esté pululando por aquí…» Extrañado, me acerco con cautela y abro la puerta.

«Mierda, Adrien…»

—Joder, Preston, ni que hubieras visto a un fantasma—exclama. 

Lo primero que me viene a la cabeza es que Alison no se encuentra bien.

Entro como un vendaval, angustiado.

—¿Ali está bien? ¿Le ha pasado algo?

Enarca una ceja y me mira.

—¿Ali?

—¿Por qué estás aquí? ¿Ella está bien?

—¿Ali? —repite.

—Responde.

—¿Desde cuándo llamas Ali a mi hermana?

Resoplo, empezando a perder la paciencia.

—Te he hecho una pregunta, Preston.

—Yo he preguntado primero.

Camina con calma hasta plantarse delante de mis narices y nos retamos con la mirada durante unos minutos.

—Dime desde cuándo te tomas tantas libertades como para llamar a mi hermana Ali, en lugar de señorita James o Alison.

Sonrío de medio lado, va listo si cree que me voy a achantar.

—No lo haré hasta que tú me digas si ella está bien.

Él tensa la mandíbula y yo los puños.

—Qué bonito, una pelea de gallos a las ocho y cuarto de la mañana.

Ambos giramos la cabeza hacia la puerta.

El alivio que siento al ver a Alison, aunque sea con cara de ogro, es instantáneo.

—¿Puedo saber por qué narices estáis ya con las espadas en alto?

De repente me siento como un niño pequeño amonestado por su tutora.

Carraspeo.

—Yo sólo quería saber si estabas bien, me extrañó tanto que Adrien estuviera aquí tan temprano que…

—Gracias por tu preocupación, Arthur, estoy bien—desvía la vista a su hermano—. ¿Adrien?

—Te llamó Ali.

—¿Y?

—¿Qué confianzas son esas?

—Las que yo le permito, ¿hay algún problema?

Adrien niega con la cabeza y yo sonrío.

—¿De qué te ríes? —inquiere éste, amenazante.

«Sonrío porque me encanta tu hermana, toda ella, de pies a cabeza».

—No me rio de nada, James, de nada…

—Más te vale, capullo.

—¡Basta! —grita Alison—. Arthur, prepara el dosier con el proyecto de Acción de Gracias, cuatro copias, en quince minutos tenemos una reunión en el despacho de Amber, te esperamos allí. Y tú—señala a su hermano—, deja de comportarte como un gilipollas y ven conmigo.

«Dios, cómo me pone esta mujer…»

Sé que la reunión no pinta bien para mí, cuando llevo veinte minutos sentado a una mesa con ellos y Alison no deja de criticar mi trabajo. Puedo soportar que haga eso cuando estamos ella y yo solos, pero que me lo haga delante de sus hermanos me mata, joder. Es humillante y rastrero por su parte y, aunque trato de evitarlo, la ira se va apoderando de mí con cada minuto que pasa.

—Los centros de mesa no sé, no acaban de convencerme y…

«Mentirosa, la semana pasada te encantaban…»

—… Creo que la música es un poco vulgar, demasiado… ¿cómo decirlo?

«¿Vulgar? Pero si la escogiste tú misma conmigo…»

Juro que estoy alucinando.

Y también muy cabreado.

—Lo que no te guste lo cambias y listo—comenta Amber.

—Sí, eso haré, está claro que este no es trabajo para un hombre, ¿verdad? Algunas ideas no hay por dónde cogerlas…

Nuestras miradas se encuentran y ella sonríe de medio lado.

—¿Algunas ideas no hay por dónde cogerlas? —mascullo con los dientes apretados.

—Vamos, Arthur, no te ofendas, sabes que…

Me pongo en pie, perdiendo los papeles por completo.

—¿Hablas de esas ideas que el sábado pasado, mientras repasábamos el proyecto en tu casa, te parecían fantásticas? —la interrumpo—. ¿Eres bipolar o algo así? Porque no entiendo que algo que parecía gustarte y entusiasmarte hace unos días ahora no te convenza—grito.

—Te estás pasando, Preston, baja el tono y cálmate.

—¿Que me calme, Adrien, me lo dices en serio? ¿Tienes idea de la cantidad de horas que le he dedicado al proyecto, como para que ahora me diga que es una mierda?

—Yo no he dicho que sea una mierda.

La miro con rabia.

—Poco te ha faltado, ¿no crees?

—Tengo derecho a cambiar de opinión.

—Juro que no te entiendo, joder, estabas completamente de acuerdo con todo y de repente…

Entonces, como si se me encendiera una bombilla en la cabeza, lo tengo claro: esta es su venganza por la llamada ficticia de Ornella.

«Mierda, ¿cómo no te has dado cuenta antes?»

Muy a mi pesar, sonrío para mis adentros.

«Eres imbécil, macho».

—¿Cuál es el motivo que te llevó a cambiar de opinión, Alison?

—No hay un motivo concreto.

—¿No?

Asiente.

Apoyo las manos en la mesa y me inclino para observarla de cerca.

—¿Segura? Porque algo tiene que haber pasado para que, de la noche a la mañana los centros de mesa ya no te convenzan, y la música que elegimos juntos te parezca hasta vulgar.

—No ha pasado nada.

—¿Nada de nada?

Un leve rubor cubre sus mejillas.

—¿Es a mí, o a ti también te parece que ya no hablan sólo de trabajo, Amber?

Ambos desviamos la mirada hacia ellos.

Amber se encoge de hombros y Adrien ríe burlón.

—¿De qué te ríes, James?

—De nada, hombre, de nada. Seguid a lo vuestro, no hay prisa.

Resoplo, frustrado.

Putos James, entre todos me están volviendo tarumba.

Recojo los dosieres con los documentos de encima de la mesa y, bajo la atenta mirada del resto, enciendo la máquina trituradora de papel.

—¡Ni se te ocurra hacerlo, Arthur!

—¿Por qué no, Alison?

—Porque… Porque…, yo…

—¿Tú qué?

La veo tragar saliva y, joder, que me maten si no me encanta verla sufrir un poquito.

Al ver que no contesta, encajo el primer dosier en la ranura.

—¡Arthur!

—¿Sí?

Vuelve a tragar saliva.

Sin apartar mis ojos de los suyos y con mucha lentitud, voy empujando el dosier, que va cayendo hecho trizas en el depósito de abajo. Y así con todos, hasta que no queda ni rastro de mi trabajo.

—Listo, ya no hay proyecto, ya puedes hacerlo a tu gusto. Supongo que se acabó la reunión, ¿verdad?

Y sin más, salgo del despacho de Amber, dejándolos sentados a la mesa, diría que bastante sorprendidos.

—¿De qué ha ido todo esto, hermana?

Sonrío al escuchar la voz de Adrien al cerrar la puerta.

«Oh, amigo mío, eso ha ido a que mi pequeña acosadora está muerta de celos…»

Lo sé, soy gilipollas. Acaba de cargarse el trabajo de una semana y en lugar de llevarme los demonios, bueno, en realidad estuvieron a punto de hacerlo, ahora, estoy feliz, por eso digo que soy gilipollas. Vale, lo confieso, no se ha cargado nada porque el trabajo lo tengo en un archivo, guardado en el ordenador, pero ella no lo sabe. Y joder, su cara de espanto mientras la máquina se tragaba el papel, no tiene precio.

No llevo ni diez minutos en el despacho, cuando entra ella como un ciclón, a punto de arrasarlo todo.

—¿Te has vuelto loco?

—Dijo la cuerda…

Apoya las manos en las caderas y achina los ojos.

—Ahora mismo estoy muy cabreada por tu estupidez, Arthur.

—Pues no sé por qué, después de todo mi trabajo no te gustaba, ¿no?

—¡Por supuesto que me gustaba!

—Joder, estás fatal, Alison, aclárate porque lo tuyo es de psiquiátrico.

—Sólo quería fastidiarte, ¿vale? Pretendía hacerte trabajar mañana y estropear tu cita, ¿contento?

—Estás celosa…

—¿De qué hablas? Por supuesto que no estoy celosa, simplemente me dio rabia, eso es todo.

—¿Por qué?

—Porque no me parece justo.

—Que no te parece justo, ¿que tenga citas con otras mujeres?

—Algo así—admite.

—Eso son celos, Alison.

—Qué más quisieras.

Me froto la cara, desesperado.

Esta mujer va a acabar conmigo, joder.

—Pues sí, me encantaría que estuvieras celosa porque eso significaría que sientes algo por mí.

Abre los ojos sorprendida por mis palabras.

—¿Tú quieres que yo…?

Me acerco a ella y acaricio su mejilla. 

—Estoy loco por ti, Alison, ¿tu qué crees?

Aparta la mirada y retrocede unos pasos, marcando la distancia entre los dos.

—Creo que mañana deberías de tener esa cita.

—¿Lo dices en serio? —mascullo incrédulo.

—Completamente.

—Por el amor de Dios, Alison, deja de confundirme y enviarme señales contradictorias, ¿quieres? Deja de jugar conmigo porque estás acabando con mi bendita paciencia.

—¡No estoy jugando contigo!

—¡Claro que lo haces, joder! No quieres que me haga ilusiones contigo y me acostumbre a ti y, resulta que, cuando te hago caso, te enrabietas porque he quedado con otra mujer; tiras por tierra mi trabajo, haciéndome pasar un mal rato delante de tus hermanos, humillándome, sacándome de quicio. Cómo cojones llamarías tú a eso, ¿eh? ¿Cómo?

—Arthur, yo…

—¿Qué quieres de mí, Alison? Dímelo y acabemos con esto de una puñetera vez.

Su barbilla tiembla y se muerde el labio inferior, dudosa.

—No lo sé—solloza—. No sé lo que quiero, ¿vale?

—No, no me vale porque esta situación me está matando, así que, decídete y dime si quieres que lo intentemos o no, pero no me tengas en tu vida como un comodín y me uses a tu antojo, porque me haces daño.

—Lo siento, yo no…

—Si me alejo y voy a esa cita, no es porque yo lo desee, sino porque tú así lo quieres. Todo tiene un límite, Alison, y yo estoy a punto de sobrepasar el mío. Luego no me vengas llorando y suplicando, porque será demasiado tarde.

Asiente.

—Tu trabajo…

Suspiro resignado, dándome cuenta de que todo lo que acabo de decir, se lo ha pasado por el arco del triunfo.

—No te preocupes por mi trabajo, tengo una copia guardada en mi ordenador.

Sonríe aliviada y a mí me dan ganas de gritar.

El resto del día trabajamos en silencio, cada uno a lo suyo. Por la noche, al llegar a casa, ya no me quedan esperanzas y me doy por vencido.

Se acabó.

CAPÍTULO 30

 

 

Me siento agotado, hastiado, agobiado… Con lo bien que vivía yo hace unos meses, joder. Pasar las noches en el Libertine y buscar una compañera de cama, eran mis únicas preocupaciones.

Preocupaciones que no eran tales porque, trabajar en el club de caballeros era mi pasión, y acostarme con una tía, cada noche, mi desahogo carnal.

Un desahogo que no era más de lo que la propia palabra significa y, después, a otra cosa mariposa, sin comeduras de cabeza, sin remordimientos, con la conciencia bien tranquila, porque nunca he engañado a nadie.

Nunca prometí nada. Nunca quise nada. Hasta ahora.

Algunos dirán que merezco lo que me está pasando: que la mujer de la que me he enamorado me ignora por completo. Están equivocados. No en que no me lo merezca, cada uno es libre de pensar lo que le dé la gana, sino en que ella me ignora.

Si de verdad me ignorara, no se molestaría en hacerme las putadas que me hace, sólo por llamar mi atención. Atención que ella, en su bipolaridad, se empeña en desviar cada vez que las cosas entre nosotros parecen ponerse serias.

Eso es lo que me agota, lo que me destroza, que por su cobardía a enfrentar lo que siente, no le importe hacerme daño.

Dice que no siente nada por mí, pero luego sus actos la delatan y me muestran todo lo contrario.

Me aleja y me acerca a su antojo, sin pensar en las consecuencias. Siempre lo digo, no soy un experto en este tema, no obstante, no hace falta ser una lumbrera para darse cuenta de que sabe que lo nuestro es especial y tiene miedo.

Puedo entenderla hasta cierto punto, aun así, con el pasar de los días y al verla obcecada en mantenerse en sus trece, me consume y juro que no sé qué hacer.

Ojalá supiera qué ficha toca mover.

«Te has rendido…»

No, no lo he hecho, simplemente mantengo las distancias, que es muy diferente a rendirse. Estoy intentando, por mucho que me cueste, seguir el consejo de mi padre: tener paciencia y darle tiempo.

Aunque visto lo visto, no veo que sirva de gran cosa, la verdad. Entre nosotros todo sigue igual, ni avanzamos ni retrocedemos. Vivimos en un punto muerto constante y con riesgo de convertirse en infinito.

Un sinvivir, una agonía y una puta mierda, vamos. Si al menos no tuviera que verla a diario y pasar tantas horas junto a ella, sería más llevadero, digo yo. Por algo dicen que ojos que no ven, corazón que no siente, ¿no?

«¿Entonces por qué no te centras también en el consejo de Luis y no sólo en el de tu padre?»

Su consejo fue que hiciera lo mismo que hizo él cuando lo de Mila se convirtió en una pesadilla: pasar página y buscar otro trabajo.

Sólo de pensar en ello, me angustio. Además, con Alison nunca podré pasar página del todo, porque vamos a tener un hijo y eso, lo quiera o no, me atará a ella por el resto de mis días.

Mi situación y la de Luis son parecidas y, a la vez, no tienen nada que ver. Mi consuelo es que hasta el momento no he tenido que presenciar sus escarceos sexuales como le pasó a él. Eso fue lo que provocó que mi amigo tomara la determinación de romper con todo.

Algo totalmente entendible y lógico. Supongo que yo también lo haría si viera a mi acosadora cada noche con un hombre diferente. No lo soportaría. Me rompería el corazón sin ninguna duda.

«Pero a él le ha dado resultado, ahora es Mila la que muestra interés…»

Pero ese interés llega demasiado tarde, porque ahora él está con Dana.

¿Quién dijo que los hombres no sufrimos por amor?

¿Quién dijo que no nos comemos la cabeza y que nuestros sentimientos son banales? Porque me gustaría tener delante a esa persona y decirle que no tiene ni puta idea, que he visto a tres de mis amigos destrozados a causa de una mujer, y que yo mismo estoy pasando por ello. Desmontaría su teoría en cuestión de segundos, con un chasquido de dedos, en un abrir y cerrar de ojos. ¡Zas!

«Seguro que fue una mujer despechada…»

Sí, probablemente, porque si no, no me lo explico.

Por otro lado, Alison hace poco más de tres semanas que se hizo la amniocentesis y los resultados no acaban de llegar. No saber a qué atenerme tampoco con eso, me preocupa.

Ni siquiera con ella hablo de este tema, así están las cosas entre nosotros, que ni fu ni fa. La doctora Matthews dijo que, de estar todo bien, enviarían los resultados por correo ordinario, de lo contrario, llamarían por teléfono.

La llamada no se ha producido, eso es buena señal, así que, supongo que la carta estará al caer. El ansia de saber de una maldita vez los resultados, me paraliza por momentos.

«Todo saldrá bien…»

Bebo un sorbo de agua y miro el reloj. El tiempo para el almuerzo se ha esfumado sin que apenas me dé cuenta, y me resigno a volver dentro y encerrarme en ese despacho en su compañía.

Me pongo en pie, tiro la botella en la primera papelera que encuentro y recorro el sendero hasta las oficinas.

Una vez dentro, voy directo a la cocina a por un café bien cargado. Las chicas siguen con su conversación, sin prestarme atención. Cojo una taza del armario, me sirvo el café y le pongo un par de cucharadas de azúcar.

Remuevo con parsimonia, intentando captar algún retazo de la conversación. Creo que hablan de pasar un día en el castillo de Dover, en plan tranquilo.

—Arthur, ¿te apuntas?

—¿Apuntarme a qué, Cinthia? —indago sin girarme.

—Como la jefa no quiere salir por la noche, por el embarazo y tal, estamos planeando pasar el próximo sábado en el castillo, en plan tranquilo. ¿Te animas?

Miro a Alison por encima del hombro y tuerce el gesto.

—No, ya tengo planes, pero gracias por contar conmigo.

—Vamos, anímate, Luis también vendrá—exclama Dana.

—En otra ocasión, quizá.

No estoy mintiendo, es cierto que tengo planes. Mi padre se muda en cuestión de días con Amanda y he prometido ayudarlo a embalar sus libros en cajas.

—Venga ya, no puedes decir que no, tu amigo se va a sentir solo.

—No insistas, Dana, ya te ha dicho que tiene otros planes, seguro que con alguna de sus tantas amiguitas.

Me giro del todo, me apoyo en la encimera y soplo el café, sonriendo de medio lado.

—Cómo me conoces, Alison…

Se encoge de hombros.

—Los tipos como tú nunca cambian.

Le doy un sorbo al café y lo saboreo, mirándola.

—Algunos se ven empujados a ser así porque la mujer con la que quieren pasar tiempo los rechaza.

Desvía los ojos a sus manos, ruborizada.

—No creo que exista en el mundo una mujer que te rechace, Preston.

—Gracias, Kimberly, pero sí que la hay, ¿verdad, Alison?

Todas guardan silencio y nos observan, curiosas. Hace días que sospechan que pasa algo entre nosotros, pero no tienen claro qué.

«Están tan perdidas como tú…»

Ella carraspea y se pone en pie.

—Vamos, es hora de volver al trabajo.

—Puedes traerte a tu amiga, si quieres.

Miro a Kimberly y luego a Alison, que se ha quedado paralizada en el quicio de la puerta, fulminándola con la mirada.

 Asiento.

—Me lo pensaré—aseguro en su dirección.

Soy el último en salir de la cocina.

Debería de mantenerme firme y no entrar en su juego, pero sus indirectas constantes y sus pullas me dan vidilla y son las que me mantienen en pie. Soy así de gilipollas, qué le vamos a hacer.

Suspiro, aclaro la taza y la meto en el lavavajillas.

—No vuelvas a hacer insinuaciones sobre nosotros delante de las chicas, Arthur—me amonesta en cuanto cierro la puerta del despacho.

—¿Acaso he dicho alguna mentira?

—No tienes ningún derecho a…

—Pues deja de tocarme los cojones, Alison, no soy yo el que te deja en evidencia, eres tú misma con tu comportamiento y tus malditas indirectas. Lo único que hago yo es defenderme con la verdad.

—¿Yo?

—Sí, tú. Cada vez que digo que tengo planes abres la boca para nombrar a todas mis supuestas amiguitas, joder. Con cuántas de ellas me has visto en estos tres meses, ¿eh? ¿Cuántas, si siempre estoy contigo, las chicas y Luis?

—Te has acostado con cuatro de las chicas.

Resoplo.

—Maldita sea, mujer, eso fue hace millones de años, y no veo que a ellas les preocupe con quién estoy o dejo de estar. En cambio, a ti…

—Las he oído hablar de ti infinidad de veces, de lo que te harían si pudieran… Las has traído locas durante demasiado tiempo y yo…, yo…

—¿Tú qué, Alison, también estás celosa de ellas? ¿De algo que pasó hace tiempo? ¿Es eso?

—¡Maldita sea, yo no estoy celosa!

Bufo.

—Pues perdona que te diga, pero no lo parece.

—Pues no es eso, ¿vale?

—Entonces explícate porque no entiendo nada de nada, joder. Ni siquiera sé por qué estamos teniendo esta puta discusión.

—No quiero que sepan que he estado contigo.

El corazón se me paraliza.

—¿Qué?

—Lo que oyes.

Cierro los ojos e inhalo y exhalo con lentitud.

Cuando vuelvo a abrirlos, los centro en los suyos y musito:

—Por favor, Alison, dime que no te avergüenzas de lo nuestro, de que sea el padre de ese bebé, porque si es así…, yo…, tú…

«… me hundes en la miseria…»

—No, lo que pasa que, cada vez que ellas te alababan y te ponían por las nubes, yo hacía todo lo contrario. Te critiqué, Arthur, te insulté y las insulté a ellas llamándolas estúpidas por prendarse de un tipo como tú, ¿entiendes? Si ellas supieran que yo…, que yo…

Trago saliva.

—¿Que tú qué, Alison?

—Joder, Arthur, ¿qué pensarán de mí cuando sepan que te acosé para acostarme contigo después de todo lo que les dije de ti?

—O sea que se trata de ti, no de mí. Todo vuelve a girar a tu alrededor.

—No lo entiendes…

—Por supuesto que no lo entiendo. No entiendo tu actitud. No entiendo que busques excusas absurdas para alejarme y luego a la mínima ocasión muestres lo contrario.

Me vuelves loco con tus idas y venidas—suspiro, cansado de todo esto—. ¿Qué quieres de mí, Alison? ¿Qué sientes cuando me ves? ¿Qué sientes cuando te toco o te beso? Dímelo. Porque yo de ti lo quiero todo, lo bueno y lo malo.

Cuando te veo, se me ilumina el alma. Cuando te toco, me cosquillea la piel y me arde y, cuando te beso, el corazón me estalla en el centro del pecho con tanta fuerza que me deja sin aliento.

No sé cómo, ni cuándo, pero me he enamorado de ti, Alison. Así que, por favor, dime qué quieres de mí y acabemos con esto de una santa vez, porque esta situación me está matando, joder.

—Yo… Yo… —tartamudea.

—¿Sí?

—No sé lo que quiero, Arthur, no lo sé.

Ir a la siguiente página

Report Page