Arizona

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II

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II

Pocos momentos después, Cappy Tanner paseaba sus ojos por la estancia, inmensamente feliz al contemplar el gozo de que había llenado a la familia Ames. No en vano había él ido tomando nota de lo que necesitaban y deseaban.

Por una vez, Mescal y Manzanita estaban mudas y confundidas. La señora Ames no se avergonzaba de sus lágrimas, si es que se daba cuenta de ellas, y miraba a Tanner, como a un ser incomprensible. Nesta era la más favorecida por la generosidad del cazador. Al abrir cada paquete daba un grito de alegría. El último era una caja larga y plana, un poco aplastada por los muchos paquetes que había llevado el burro, pero cuyo contenido estaba intacto. El viejo había requerido los buenos oficios de una amiga de Prescott para ayudarle a hacer aquellas compras, pero se reservó el detalle y adoptó el aire mundano de un hombre en quien tan extraordinario conocimiento no tiene nada de particular. Al principio, Nesta estaba muda y como encantada. Luego le abrazó. Cappy se sintió recompensado con creces, pues la elocuencia radiante de su cara hacía más que pagarle. Al fin lloró y se escapó con los regalos a su habitación.

Rich Ames estaba sentado en un banco, mirando al suelo, donde había dejado un rifle Winchester nuevo del 44, un Colt del último modelo, varias filas de cajas de municiones, un cuchillo de caza, una destral, un par de magníficas espuelas mejicanas de plata, una canana de cuero negro y labrado, con hebilla de plata, y una pistolera ornada con una gran A de plata.

—¡Te has gastado todos los ingresos del invierno en nosotros! —exclamó Rich.

—No. Me he comprado un equipo nuevo, dos burros más, algunas albardas de carga y una porción de buenas provisiones —repuso complacido Tanner.

—¿Por qué no has esperado a Navidad para hacer esto?, —preguntó Ames abriendo los brazos.

Tanner se mordió la lengua a tiempo de reservar el secreto de un segundo fardo que para aquella fecha tenía preparado.

—Cuando tengo algo bueno que decirle o darle a un amigo, lo hago en seguida.

—Has echado a perder a toda la familia Ames. ¿Qué dices tú de esto, Sam?

—Que si yo tuviera un millón lo daría por ver la cara que ha puesto Nesta —replicó Playford con fervor.

—Y yo también. ¡Pobre Nesta! Es una muchacha y ha tenido tan poco…

—Bueno, ya que nos hemos divertido, me vuelvo a mi cabaña —dijo Tanner—. Estoy muy cansado. Buenas noches.

—¿Te vas sin que te hayamos dado las gracias? —exclamó Ames, tan asustado como si la cosa no tuviera remedio.

—Ya me lo habéis agradecido —contestó Tanner riendo—. Ya es bastante haberos visto las caras y haber soñado con este momento.

—¡Ah!, comprendido… Muy bien, Cappy. Lo que yo haré no lo puedo decir ahora.

Tanner se despidió de sus amigos y salió. Pensó que Nesta le estaría esperando para asaltarle por el camino, pero no la vio. Sin duda se había emocionado más aún que Rich. ¡Qué extraño que se hubiera echado a llorar! No la podía comprender, pero esto no mitigaba su satisfacción por haberle regalado las cosas que su corazón deseaba. Nesta no había tenido muy buena suerte, ni ninguno de los Ames, aunque por lo que a Rich se refería, ninguna vida era preferible a la de aquel Tonto bravío…

Su padre procedía de buena familia del Sur, probablemente tejana, y había estado en mejor posición. Tanner tuvo siempre la convicción de que Ames había tenido algún tropiezo en el Sur y había dejado su país para escapar de él. Pero sólo había prolongado su fatalidad. Aunque no fue un activo participante en la Guerra del Valle, cayó víctima de ella. El Tonto había relacionado el nombre de Tate con el asesinato de Ames; pero, como muchas otras de las leyendas de aquel país salvaje y solitario, nunca pudo comprobarse.

El viejo cazador recorrió pensativo el camino bajo la sombra negra de la ladera. La noche era ya fría. Un viento helado le hizo ceñirse la chaqueta. Las estrellas brillaban blancas en un cielo azul oscuro; el frío corría con un suave murmullo por entre las rocas; una manada de lobos cazaba en las alturas de la montaña.

Había traído la felicidad de los Ames y, por consiguiente, la suya. ¿Pero no les ocurría nada malo? Una de las cosas de los Ames que habían cautivado a Tanner era su mutua devoción. ¿Podría la pérdida del pequeño Tommy y la llegada de adoradores de Nesta explicar alguna cosa que el viejo amigo presentía sin poder definir?

El sendero a través de la abertura de la escarpa estaba sumido en la más profunda oscuridad, y Tanner, después de medio año de ausencia, tuvo que andar despacio sobre las piedras. Llegó al valle y pronto entró en su cabaña, donde, .sin encender la luz, se acostó.

Pero no se durmió inmediatamente como acostumbraba. Las ramas de los abetos que sombreaban la cabaña rozaban contra el techo y el viento gemía bajo los aleros, trayendo a la memoria de Tanner algo más que el recuerdo de noviembre.

Se despertó tarde, para su costumbre, y cuando salió con su cubo en la mano, la escarcha gris sobre la hierba brillaba a la luz de la aurora, y en el borde oeste del valle, la línea de pinos ardía en una llama de oro. Una delgada capa de hielo cubría el manantial de donde nacía el arroyo. Vio huellas frescas de venados. Cuando volvía a la cabaña oyó disparos de rifle, lejanos pero vibrantes, en el llano de más abajo. Ames estaba probando su nuevo Winchester. Esperó que Rich llegara de un momento a otro, pero ya había hecho y tomado su desayuno, guardado sus utensilios y comenzado a desempaquetar sus provisiones, cuando oyó unas pisadas suaves y familiares.

Rich entró en la cabaña llenándola con su fuerte personalidad. Irradiaba juventud, vida, y el fuego característico de los Ames, pero aquella mañana no estaba contento.

—Hola, Cappy. Mira eso —dijo, mostrando su sombrero viejo.

Tanner vio tres agujeros de bala en la copa.

—Muy bien, si no estaba cerca.

—Estaba cerca; a unos cincuenta pies.

—¡Hum! —rezongó Tanner, y dejando el sombrero sobre la mesa, le aplastó la copa y puso un dólar de plata sobre los agujeros. Los tapaba a los tres.

—Si esto lo hubieras hecha a cien pies diría que estaba bien.

—No he podido acertar con el rifle ni a la puerta del establo —repuso Rich sonriendo—. He tirado a las rocas y a todo lo que había a mi alrededor, pero o yo no sirvo o el rifle tira demasiado alto. Así me parece a mí. Estos agujeros los he hecho con el Colt. Los primeros tres tiros. Sin apuntar. Estaba pensando en Lee Tate.

—¡Rich! ¿Qué es lo que dices? —dijo Tanner en son de reproche—. Tus tiros son muy buenos, pero lo que hablas son tonterías.

—No te importe, Cappy; era una broma. He pensado mucho en él últimamente.

—Pues olvídale a él y a todos los demás… Tates. Echa un leño al fuego y siéntate.

Rich dejó a un lado el rifle, llenó el hogar y se sentó en su sitio favorito.

—He tenido una bronca con Nesta esta mañana —anunció Rich.

—¡Bronca! ¿Qué me cuentas, muchacho?

—La he cogido dos veces a punto de salir. Quería verte la primera.

—Me parece que estoy entre la espada y la parea —dijo Tanner, asustado.

—Yo soy la espada y Nesta la pared. Así me lo parece, al menos. ¡Cuánto la quiero, Cappy! Los Ames somos una gente rara. Supongo que consiste en que muchos de nosotros somos mellizos. Mi padre tuvo un hermano gemelo, y hubo gemelos antes en su familia. Pero nunca hermano y hermana. Nesta y yo somos los primeros. Si le ocurriera a ella algo malo sería como si me arrancasen algo a mí… La Naturaleza hace cosas así y no respeta a nadie. Por aquí había una familia llamada Hines. Tuvo hijos gemelos, pero nacieron unidos de tal manera, que si hubieran vivido, habría sido horrible. Nosotros tuvimos una vaca que parió dos terneros unidos así. Hubo que matarlos y creo que a la Naturaleza le da lo mismo los terneros que las personas. De todas maneras, Nesta y yo estamos muy unidos. Esto me tiene asustado. Siento tanto lo que ella siente que ya no quisiera ser quien soy.

—¿Qué tienes en la cabeza, Rich?

—Muchas cosas; pero, sobre todo y ante todo, a Nesta… Has sido muy amable y espléndido trayéndonos todos esos regalos, pero para darle aquel precioso vestido a Nesta quisiera que hubieras esperado; hasta Navidad, por lo menos.

—¿Por qué?

—Nesta se ha conducido de una manera extraña este verano y este otoño. Ahora está completamente fuera de sus casillas.

—¿Es que temes que los vestidos bonitos apresuren su boda?

—¡Ojalá! La verdad te parecerá disparatada, supongo, pero no puedo evitar mis sentimientos… Lil Snell se va a casar este mes en Shelby con Hall Barnes. No creo que le conozcas; pero yo sí, un poca, y no me gusta mucho. Nesta fue a la escuela con él. Ya sabes que mi madre mandó a Nesta a Tejas antes y durante la guerra. Ella conoce a Hall y dice que no es mal muchacho. Quizá sea verdad, pero está emparentado con los Tate y es muy amigo de Lee… Bien, Nesta no pensaba ir a esa boda por falta de vestido, y yo me alegraba mucho. ¡Ahora tú le has traído uno! Anoche, después de marcharte, salió vestida de blanco. ¡Tendrías que haberla visto! Empezó a hablar de ir a la boda, y mi madre, a hablar con ella.

—Pues no creo que haya nada malo en eso —interrumpió el cazador—. A mí me parece muy bien. Yo mismo iré a Shelby para ver a Nesta con ese vestido blanco.

—Cappy, Nesta te tiene a ti lo mismo que a Sam Playford —dijo Rich.

—¿Y cómo tiene a Playford?

—Loco perdido.

—¡Ja! ¡Ja! ¡Ja! ¿Y por eso es por lo que quería, verme antes que tú?

—Claro, por lo menos así lo creo. Pero Nesta me ha hecho pensar. Escucha ahora, y ten en cuenta que a ti no te voy a engañar… Cuando vino Sam Playford en el mes de abril, se enamoró de Nesta en cuanto llegó. Y Nesta se enamoró de él. Me lo dijo. Hasta hace poco no tenía secretos para mí. Parecía que yo había ocupado para ella el lugar de mi padre Bien, me lo dijo, y como yo tenía muy buena opinión de Sam Playford, me pareció bien. A madre también le gustó. Muy pronto regañaron. Sam no me quiso decir por qué, y, por primera vez en su vida, Nesta me ocultó la causa. Había estado yendo a Shelby a bailar y quedándose a dormir con Lil Snell en su casa. Sam dejó de ir a algunos de los últimos bailes y empezó a rondar como un perro perdido… Yo tomé la pista por mi cuenta, y, ¡Dios me valga!, descubrí que Nesta se entendía con Lee Tate.

—¡No! —exclamó Tanner con pasión irguiéndose con fuego en los ojos.

—¡Sí! Es duro de creer, Cappy, pero es verdad.

—¡Ah! Entonces, ¿ha roto con Sam Playford? —Nada de eso. Siguieron comprometidos y aún lo están. ¿Qué te parece ahora?

—Has dicho que Nesta se entendía con Tate. ¿Qué quieres decir? ¿Entenderse?

Rich Ames se estremeció ante la pregunta. Se retorció las manos, fuertes y curtidas, apretándoselas entre las rodillas, con el relámpago azul de sus ojos fijo en el fuego, en muda súplica y lastimosa duda.

—Si se tratase de otra muchacha que no fuera Nesta, diría que había sido más que loca —siguió diciendo lentamente—. Nesta no es como las demás muchachas; no quiero decir que no sea imprudente, orgullosa y romántica. La mayor parte de las muchachas son así. No sé lo que digo, pero ésta es diferente. Podía haberse enfadado con Sam. Le molesta mucho que la quieran dominar. Pero, de todas maneras, ha hecho muy mal en dejar que Tate Lee llegase hasta ella.

—Muy mal —convino Tanner—. Tate es un muchacho guapo.

—Sí, y muy hábil con las mujeres. Ha tenido a la mayor parte de las jóvenes del Tonto locas por O. Nesta puede ser inocente de haber llegado tan lejos, pero no lo parece. Yo no he creído la mitad de las habladurías, pero cuando observó una noche cómo bailaban Nesta y Lee y supe después que se encontraban en casa de Snell, me enfurecí. Luego, si yo hubiera ido a ella con buenos modos y haciéndome cargo de las cosas, hubiera sido mejor. Pero no lo hice; estaba fuera de mí y fue peor.

—Naturalmente. Me parece un mal asunto, Rich, pero me reservo mi juicio hasta que oiga a Nesta.

—Claro. No puedes hacer menos. ¡Cuánto me alegro de que hayas venido, Cappy! Nesta te quiere y te escuchará; pero si esto continúa, será superior a ti y a mí. Y el pobre Sam es el hazmerreír de Shelby. Él lo sabe y no va por allí. Debo decir que se ha portado muy bien. Nunca ha dicho una palabra contra Nesta, pero sufre.

—No me extraña; a mí también me contraría mucho, Rich. No lo entiendo; eso no es propio de Nesta. ¿Qué le pasa?

—En la familia Ames hay un poco de mala sangre, Cappy. Y la llevo en mí y estoy asustado. Puede ser que también aparezca en Nesta. Mi madre tomó el partido de Nesta. Cualquiera hubiera dicho que estaba orgullosa de sus conquistas. Mi madre pensará divertirse también en esa boda. Yo, desde luego, no puedo seguir hablando de ello.

—Comprendo tu punto de vista, Rich. No sólo sientes lo de Sam, sino que estás preocupado por Nesta. Y si Tate Lee se jactase…

—Ya se ha jactado —interrumpió Rich sombríamente—. Lee es así. Las mujeres son fáciles para 61. Hasta ahora sus murmuraciones no han sido… nada vergonzoso para Mesta, pero es en extremo irritante.

—Rich, sus habladurías y el extraño comportamiento de Nesta tienen que acabar.

—Así se habla, amigo —replicó con rapidez Rich—. Y me parece que si podemos hacer que Nesta vuelva a la razón no tendremos necesidad de ir más lejos.

—No digas «si podemos», Rich. Hemos de hacerlo. ¿Es esto lo único que te preocupa?

—Sí. Por todo lo demás, no podemos estar mejor. Tenemos ahora más de doscientas cabezas de ganado. Dentro de otro año, Sam y yo necesitaremos personal que nos ayude. Éste es un buen terreno. En las estaciones secas el ganado engorda aquí arriba, mientras en el valle se muere de hambre. No hay por este lado robos que puedan tomarse en consideración. En pocos años seremos ricos. Vivimos de la granja y a Sam le va muy bien. Con sólo que Nesta fuera juiciosa, todos seríamos felices y tendríamos un brillante porvenir. El año que viene enviaremos las mellizas a la escuela.

—Éstas son buenas noticias, y sería triste que esa muchacha lo echase todo a perder. No lo creo, ni aun teniendo en cuenta los caprichos de la vida. Conozco a Nesta y confío en ella. Apuesto a que cuando la oiga veremos las cosas de manera diferente.

—Tú me animas, Cappy —replicó Rich, levantándose con la cara más alegre—. Ahora me voy, y si Nesta no viniera, búscala tú; si la puedes convencer de que no vaya a la boda de Lil Snell, iremos todos.

—Sería mejor que hablásemos después de la fiesta —dijo prudentemente Tanner.

Cappy se puso a trabajar en la cabaña y sus alrededores, escudriñando el camino por donde Nesta habría de venir. Algunos de los perros de los Ames vinieron a reanudar las amistades con él, pero Nesta no apareció. El optimismo de Tanner empezó a flaquear. Se intranquilizó y salió en busca de la joven.

El sol tibio de mediodía inundaba el valle. Las alturas se veían claras y frías. El aire estaba perfumado y las laderas cubiertas de robles despedían un brillo color de acero. Venados y pavos silvestres acechaban el paso del cazador. Se detuvo en el sombreado desfiladero para meditar y descansar; luego, continuó para repetir la operación en la explanada, donde permaneció largo tiempo sentado en el viejo leño. Cuando llegó por fin a la vivienda de los Ames, la tarde había avanzado mucho.

Cappy halló a Mescal y Manzanita muy averiadas, a consecuencia de un prodigioso consumo de caramelos.

—He tenido que quitárselos —declaró la señora Ames.

Mescal estaba en la cama con un cólico, y Manzanita parecía un lagarto tendido al sol, porque apenas se podía mover.

—Cappy, nos ha hecho usted pasar una velada deliciosa —dijo la señora Ames—. Pero me temo que nos ha echado a perder.

—Pues a mí me ha ocurrido todo lo contrario —respondió Tanner, y siguió buscando a la joven.

La buscó en el establo, en el corral, por el camino hasta su propia cabaña, y más lejos aún sin éxito. El Cerro del Mescal podría fácilmente ocultar a mil muchachas. Luego, volviendo al valle por el río, siguió buscando y, por fin, distinguió la rubia cabeza de Nesta brillando al sol. Estaba sentada al borde del Estanque de la Roca. Era éste un profundo y oscuro remanso a un extremo del valle, un lugar solitario donde las laderas de dos montañas se encontraban en forma de V. Sólo desde un punto podía distinguirse aquel paraje, y Tanner la había descubierto por casualidad. Descendió hasta la orilla y trepó por las peñas para llegar hasta la enorme roca plana en que ella estaba sentada.

Tanner era viejo en años, pero la proximidad de Nesta le rejuvenecía. Ella era la personificación de la juventud, la belleza, el amor y la tragedia. Y el ambiente armonizaba con todo ello. Era un lugar romántico y bravío, Las ramas desnudas de los sicómoros se extendían obre la roca y el oscuro remanso. Del río llegaba el sordo murmullo del agua. Enfrente había una escarpa amarilla con manchas verdes y parras de hojas rojizas. Río abajo se abría la garganta clara y despejada hasta internarse en la sombría Puerta del Infierno.

Dos círculos oscuros rodeaban los ojos de Nesta. En una de sus mejillas se veían señales de recientes lágrimas. A la vista de Cappy, mostró una mezcla de alegría y de resentimiento sin que, al parecer, pudiera dominar ninguna de las dos emociones.

—¡Hola, muchacha! —dijo Cappy con humildad.

Una rama encorvada del sicómoro pasaba muy baja por encima de la roca. Nesta estaba apoyada en ella. Evidentemente, aquél era para ella un retiro favorito. Una alfombra de agujas de pino formaba un asiento cómodo. Cappy se sentó a su lado y se apoyó contra la rama.

—¿Me has seguido? —preguntó ella con sequedad.

—Se está muy bien aquí —contestó Tanner con un suspiro—. Creo que ya te encontré aquí otra vez. Hace mucho tiempo; antes de que crecieras. Protegido del viento del Norte y abierto al sol por el Sur.

Dejó a mi lado su sombrero y, al sentir la mirada de Nesta, recordó lo que su madre le había dicho.

—¿Qué quieres? —preguntó de pronto Nesta en un tono no muy propicio.

—Pues, viendo que tú no venías a verme, he venido yo a verte a ti.

¿Para qué?

—Nada más que para tener el gusto de verte. Desde luego, no se me ha olvidado que me dijiste ayer que necesitabas un amigo.

—¿De verdad?

—Palabra.

—Pero ya has: visto a Rich —protestó ella.

—Sí, ha venido a verme hace poco.

—¿Ha hablado de mí?

—Bastante.

—¿Bien o mal?

—Un poco de lo uno y mucho de lo otro. Tú misma puedes elegir.

—¡Mal! —exclamó ella con pasión.

—Yo no he dicho eso, niña. Y lo que me ha dicho Rich no me preocupa lo más mínimo. ¡Pobre muchacho! Tenía que hablarme. ¡Yo siempre le escucho y callo la boca!

—Es lástima que él no pueda hacer lo mismo con la suya —replicó ella con calor—. Esta mañana me ha llamado niña mal criada y, cuando yo le he dicho lo que tenía que decirle, se ha puesto a renegar y me ha tirado de las orejas.

—¡No! Bueno, bueno. Me temo que Rich no se da cuenta de que has crecido.

¿Y tú?

—Creo que sí. Ya me la di ayer.

—¿No: me has seguido hasta aquí para engañarme y desesperarme? ¿Para sacarme faltas? ¿Para convencerme de que me deje dominar por Rich?

—¿De dónde has sacado esa idea, Nesta? —preguntó Cappy como sorprendido, pero sin atreverse a sostener la mirada de los maravillosos ojos azules. Al cabo de mi momento ella se cogió de su brazo y se acercó, más a él.

—Perdona, Cappy —dijo contrita—. Me terno que Rich tiene razón. Yo soy muy mala algunas veces.

—No te preocupes de Rich. Tiene la misma debilidad que tenemos todos.

¿Y qué es ello, Cappy?

—Cierta joven del Tonto.

Nesta soltó una pequeña carcajada en la que había una nota de tristeza.

—¿Tú también padeces esa debilidad, Cappy? —Sí, yo más que nadie.

A esto, ella deslizó su mano más adentro bajo el brazo de él y apoyó la cabeza en su hombro. Cappy bendijo in mente a la madre de la muchacha. Sintió en aquel momento más de lo que hubiera podido explicarse en una hora de meditación. Le pareció una muchacha que entra en la madurez, incierta y dudosa de sí misma, apasionada y sensible a la crítica, incapaz de tolerar un freno.

—Anoche me hiciste inmensamente feliz, Cappy. Me gustaron tus generosos regalos, más por el afecto que suponen… Pero esta mañana estoy triste y loca por ponerme ese vestido blanco, y las medias, y los zapatos. ¿Cómo has podido elegirlos tan bonitos? ¡Me sientan a la perfección! No puedo resistirlo. Tengo que ir a la boda de Lil Snell. No debía ir, pero iré.

—¿Y por qué no? Yo también iré. No quisiera perderme el verte con ese vestido ni por cien pieles de castor.

—¿Por qué, Cappy? —preguntó ella, soñadora.

—Porque estarás adorable y las demás muchachas del Tonto se morirán de envidia.

—¡Ah!… Has acertado, Cappy. Ésa es mi debilidad… Hay varias muchachas que me han mortificado, se han reído de mis vestidos viejos; y a una la odio… Sí; he tenido celos de ella, los tengo… Pero ni ella ni ninguna otra ha visto nunca un vestido tan hermoso como el mío. Mas, a pesar de todo, podría quedarme en casa, obedecer a Rich y no hacer sufrir más a Sam.

—¿Sam? Un poco de sufrimiento no le matará. Déjale que te vea con ese buen mozo de Tate. Los dos haréis muy buena pareja. Sam es feo y torpe, y…

—Que no te oiga yo decir nada contra Sam Playford —interrumpió ella, con sorprendente viveza.

—Perdona, Nesta —replicó humildemente Cappy—. Tenía idea de que Sam no te importaba nada.

—Pues me importa —dijo Nesta con una congoja en su voz—. Por eso es tan duro. Tengo que romper con Sam y no puedo.

Cappy, aunque la curiosidad le consumía, no preguntó. La misma Nesta lo diría todo a su tiempo. Aunque los presentimientos de Rich eran grandes, allí había algo más hondo de lo que él suponía.

—Tú me has empujado por la pendiente, Cappy —prosiguió Nesta—.

Yo estaba luchando con mi vanidad, pero cuando me has dicho que estaría adorable y que las muchachas del Tonto se morirían de envidia, he caído en la tentación.

—Pues me alegro de haber venido por aquí —dijo, mintiendo, Cappy—, porque es verdad y tengo ganas de verlo.

—¡Eres un consuelo, viejo amigo…! Iré, cueste lo que cueste.

—El coste ya está pagado, mujer —contestó Tanner riendo—. No me gustaría tener que decirte lo que me ha costado.

—No me refería a su valor en dinero —dijo ella, arrepentida.

—¿A qué, entonces?

—No lo sé, a algo que podría ser terrible —murmuró ella con gravedad—. Estas muchachas del Tonto dicen que yo soy una tejana orgullosa. El humillarlas no las inclinará más en mi favor. Magde Low me odia ya. Ella es quien ha extendido la murmuración sobre mí y Tate. Ahora será un veneno; está loca por Lee, y él…, él se ha reído de ella… Entonces será cuando Rich se enfadará de veras conmigo. Aún no lo ha hecho nuca. Y Sam sufrirá más, pero él no me ha pedido que no vaya; nunca me ha dicho una palabra dura, y por eso estoy más avergonzada… Pero si, después no vuelvo a Shelby, quizá no sea tan terrible… Si me alejo de Lee Tate después…

Nesta se interrumpió, dándose cuenta, sin duda, de que estaba pensando en voz alta. Cappy no necesitó más para adivinar que no se alejaría de Shelby ni de Lee Tate, y que allí estaba la amenaza para el porvenir. Nesta debió de adivinarlo también, pues su cabeza se apoyó con más fuerza en el hombro del cazador; éste pasó un brazo consolador y cariñoso sobre su cuello, y apretó los dientes para guardar silencio. Ella no pudo resistir su caricia ni la emoción que llevaba dentro. Rompió a llorar.

—¡Quisiera morirme, Cappy!, —sollozó, y su dolor se hizo indomable. Lloró con violencia y abandono, como si tuviese las lágrimas contenidas desde hacía mucho tiempo. El viejo cazador se asustó. ¿Cuándo había visto él llorar a una mujer? Nesta se cogía a él con el miedo del que se siente caer en un abismo. Aunque estaba poco acostumbrado a tratar mujeres, sintió que algo terrible se ocultaba tras de aquel tremendo dolor. Sentía algo que no podía explicar, que él era el único en quien ella se hubiera confiado.

Los presentimientos de Rich eran grandes, allí había algo más hondo de lo que él suponía.

—Tú me has empujado por la pendiente, Cappy —prosiguió Nesta—. Yo estaba luchando con mi vanidad, pero cuando me has dicho que estaría adorable y que las muchachas del Tonto se morirían de envidia, he caído en la tentación.

—Pues me alegro de haber venido por aquí —dijo, mintiendo, Cappy—, porque es verdad y tengo ganas de verlo.

—¡Eres un consuelo, viejo amigo!… Iré, cueste lo que cueste.

—El coste ya está pagado, mujer —contestó Tanner riendo—. No me gustaría tener que decirte lo que me ha costado.

—No me refería a su valor en dinero —dijo ella, arrepentida.

—¿A qué, entonces?

—No lo sé, a algo que podría ser terrible —murmuró ella con gravedad—. Estas muchachas del Tonto dicen que yo soy una tejana orgullosa. El humillarlas no las inclinará más en mi favor. Magde Low me odia ya. Ella es quien ha extendido la murmuración sobre mí y Tate. Ahora será un veneno; está loca por Lee, y él…, él se ha reído de ella… Entonces será cuando Rich se enfadará de veras conmigo. Aún no lo ha hecho nunca. Y Sam sufrirá más, pero él no me ha pedido que no vaya; nunca me ha dicho una palabra dura, y por eso estoy más avergonzada… Pero si, después, no vuelvo a Shelby, quizá no sea tan terrible… Si me alejo de Lee Tate después…

Nesta se interrumpió, dándose cuenta, sin duda, de que estaba pensando en voz alta. Cappy no necesitó más para adivinar que no se alejaría de Shelby ni de Lee Tate, y que allí estaba la amenaza para el porvenir. Nesta debió de adivinarlo también, pues su cabeza se apoyó con más fuerza en el hombro del cazador. Éste pasó un brazo consolador y cariñoso sobre su cuello, y apretó los dientes para guardar silencio. Ella no pudo resistir su caricia ni la emoción que llevaba dentro. Rompió a llorar.

—¡Quisiera morirme, Cappy!, —sollozó, y su dolor se hizo indomable. Lloró con violencia y abandono, como si tuviese las lágrimas contenidas desde hacía mucho tiempo. El viejo cazador se asustó. Cuándo había visto él llorar.

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