Arizona

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IV

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IV

La boda de Lil Snell se celebró a última hora de la tarde, mucho tiempo después de la hora convenida. Cappy Tanner oyó a una mujer, que tenía acceso a la casa de los informar a curiosos oyentes de que el retraso era debido a los celos furiosos de la novia por el precioso vestido de Nesta Ames. Lil había pasado parte de aquel tiempo rogando a Mesta que le vendiese o prestase el vestido, y el resto, en regañar con ella, que había permanecido insensible como una peña.

Este dramático intermedio, después del puñetazo de Ames a Tate, tenía a Shelby en vilo.

Cappy no pudo meter la cabeza en la atestada casa durante la ceremonia, pero averiguó que Lee Tate no estaba presente. Su gran vanidad no le permitía mostrar su desfigurado semblante.

—Se ha escondido o se ha ido a su casa —dijo Playford con satisfacción—. Le diste un golpe terrible, Rich.

—Tate no se asomará a ningún baile esta noche Cappy.

Ames no hizo ningún comentario. Era difícil seguirle, y sus amigos, después de acompañarle lo bastante para ver que no pensaba beber, perdieron su aprensión sobre este particular. Ames, sin embargo, les daba aún muchos motivos de preocupación. Había paseado durante una hora ante la cárcel de piedra, donde la multitud le había estado observando desde una distancia respetable. Pero Jeff Stringer no se acercó a arrestarle. Los oídos atentas de Cappy Tanner registraron el hecho de que la mayoría de los habitantes del Tonto aprobaban la conducta de Ames. Todo el mundo le quería, excepto sus enemigos. Los Tate eran odiados. Jeff Springer tenía muchas cosas en su contra y aquel día perdió prestigio bastante para arruinar sus futuras aspiraciones como juez.

Ames no podía permanecer quieto mucho tiempo. Estaba, naturalmente, nervioso, vigilante y excitado. De los tres amigos, sólo él consiguió entrar en la residencia de Snell, no para presenciar la ceremonia, sino para ver a su hermana con el ya famoso vestido. Y volvió a salir pasa reunirse con Cappy y con Sam, iluminada la cara por una luz suave y alegre.

—¡Nos ha hundido! —exclamó—. Sam, la tienes que ver con ese vestido aunque hayas de matar a alguien… Y tú también, Cappy; los líos por Nesta ya eran bastante grandes antes de que tú vinieras con tu vestido… Pero vale la pena.

El banquete de boda y el baile empezaron simultáneamente, pero ni el salón ni el comedor pudieron acomodar a todos los; huéspedes a un tiempo.

Ya era tarde cuando Cappy consiguió ver a Nesta Ames en toda su gloria. La reconoció y le pareció que no la conocía. ¡Qué extraño que un vestido produzca tal transformación! Pero así es. Nesta era la desesperación de todas las jóvenes presentes y objeto de culto por parte de todos los hombres. Nunca un ser tan bello y radiante había agraciado con su presencia un baile del Tonto. Lil Snell era la novia pero no parecía muy feliz por ello. Al lado de la adorable Nesta estaba empequeñecida, y Magde Low, una hermosa morena, novia oficial de Lee Tate, resultaba insignificante.

Los astutos ojos de Cappy penetraron a través del ligero disimulo de algunas de las muchachas que odiaban a Nesta, como habían llegado hasta el corazón vacío y maligno de Lee Tate. Sus maquinaciones para hundir a Nesta, en aquella gran ocasión por lo menos, cayeron sobre sus propias cabezas. Nesta tuvo su desquite. Todos los jóvenes de Shelby y de todo el Tonto se agrupaban a su alrededor solicitando bailes.

Después de un baile se acercó con su pareja a Rich, Sam y Cappy, que observaban la fiesta desde un lado. Vista de cerca, le pareció a Cappy la Nesta de antes, pero más de sonrisa más dulce y adorable. Había olvidado todos los momentos desdichados de su vida. Aquel baile y su triunfo eran bastante para todo el porvenir. Su cara brillaba como una perla, con una luz resplandeciente; sus ojos habían adquirido un tono de medianoche iluminada por la luz misteriosa de las estrellas.

—Sam, no me has sacado a bailar —dijo con asombrosa dulzura—. Ni tú tampoco, Rich.

—¡Escúchala!! —murmuró Sam.

—Me gustaría más que estuvieras en el Cañón Dudoso —dijo Rich, pero en sus ojos brilló un relámpago azul de adoración.

—Mira, ya vienen —interrumpió Sam, indicando a los jóvenes que se acercaban corriendo como el viento.

—He reservado dos bailes —dijo Nesta alegremente—, el próximo para ti, Sam, y el otro para Rich.

Por debajo de su alegría, de su pasión de amor o venganza o lo que fuera que de ella irradiaba, el afecto de Tanner discernía la tragedia. La vio bailar con Sam, el punto de convergencia de todas las miradas, y Juego con Rich. Aquellos mellizos habían bailado juntos desde la infancia. Se movían como uno solo; Rich, personificando la gracia masculina, y Nesta con los ojos entornados, oscuros y soñadores, sin ver nada, perdidos en la música y el ritmo de la danza.

Cappy Tanner dejó el salón y se dirigió tristemente a su alojamiento. Presentía calamidades desconocidas. A la mañana siguiente, una hora después del amanecer frío y gris, cabalgaba solo hacia el Cerro del Mescal.

Nesta también regresó aquel mismo día, más tarde acompañada de Sam, Rich, su madre y las mellizas, todos cansados y exhaustos. Cappy los vio sólo unos momentos. Pero al siguiente día volvió a reanudarse la vida serena e igual del Cerro del Mescal. Cappy se alegró de ello, aunque le pareció la calma que precede a la tempestad.

—¡Cappy, estoy borracho o soñando! —exclamó Rich cuando Tanner apareció en la cabaña.

—Tienes cara de estar excitado, pero no borracho.

—Nesta ha vuelto a casa como un cordero. Ha prometido casarse con Sam si la dejamos un poco de tiempo. Está rara. Todo su fuego y su gloria han desaparecido. Estoy completamente perplejo.

—Esa boda y ese baile han sido como para dejar cansada a cualquier muchacha… que hubiera estado en el lugar de Nesta… Siento curiosidad. ¿Se enteró de que le estropeaste la nariz a Lee Tate?

—¡Seguro!… El baile duró toda la noche y ella nos pidió a Sam y a mí que nos esperásemos. Por la mañana se despidió de los Snell, y cuando salía con sus cosas apareció Lee Tate. Trató de detenerla hablándole en voz baja. Ella le miró la cara hinchada y se rió de él. La sangre se me alboroté. Ella le hizo soltar su manga como si se fuera a manchar, y se alejó de él con la cabeza alta y los ojos ardiendo… Y esto es todo, Cappy.

—A mí también me asombra eso —murmuró Tanner.

—¿Quién puede asegurar que conoce a una mujer? Pero te aconsejo que la vigiles de cerca.

Para Tanner era asombroso de qué modo la fanfarronada de Playford ante Lee se iba convirtiendo en realidad. Nesta consintió en casarse aquella semana.

Tanner fue varias veces a casa de los Ames, pero sólo una pudo ver a Nesta y se quedó atónito. Parecía una persona infinitamente distinta de la espléndida Nesta del baile de Shelby. Era demasiado apática, humilde y abatida. Tanner imaginó que se resignaba a una situación que su corazón aprobaba, pero a la que se oponía su conciencia.

Sam Playford andaba siempre alrededor de la casa, al parecer, extático. Los alegres y prácticos preparativos de la señora Ames que sutilmente evitaba un posible tropiezo, eran de buen augurio. Ella conocía a Nesta mejor que nadie. En Rich se advertía una creciente tensión nerviosa. Él también andaba siempre dando vueltas por las inmediaciones y a la vista de la casa. El único trabajo que Tanner le vio hacer, y éste de muy mala gana, fue partir leña.

Tanner se aplicó durante dos días a un trabajo obligado, si pensaba cazar aquel invierno. Deseaba ver el fin de aquella boda. Mescal y Manzanita le buscaron al segundo día, deseosas de comunicarle las últimas noticias. Nesta no quería ir a Shelby a casarse, y Sam había ido a buscar un cura para que viniera al Cerro del Mescal el sábado.

Todavía duraba el veranillo de San Martín, aunque estaba muy avanzado el mes de noviembre. El viejo cazador no podía substraerse a la influencia de los días tranquilos y azules, al calor del sol, al graznido solitario del cuervo, a la melancólica nota de tordo, a la soledad expectante y soñolienta.

El sábado —el día de la boda de Nesta Ames— amaneció por fin, el más templado, el más purpúreo y bello de aquellos últimos días estivales. Cappy se había imaginado vagamente que nunca llegaría. Aún ahora, cuando se vestía sus mejores galas para ver casar a Nesta, no podía alejar el extraño presentimiento. Había visto una sombra en los ojos de Nesta y aquella sombra se había extendido sobre su conciencia.

Al salir Cappy del desfiladero para tomar el sendero de la casa de los Ames, vio media docena de caballos atados a la sombra de los tres abetos.

El tableteo de los cascos de un caballo al, trote sonó en el camino. Sam Playford apareció en él, destacándose su brillante atavío sobre el fondo verde.

Cappy ensayó un alegre grito de saludo a Sam, pero un alarido penetrante le detuvo en seco.

—¿Qué diablos ocurre? —rezongó el cazador. ¿Podía ser aquello la risa aguda de Mescal? Playford había detenido su caballo. Él también había oído. De súbito, lanzó una exclamación y se arrojó del caballo precipitándose por la rocosa vertiente.

Cappy, siguiéndole con los ojos, vio un objeto que se movía a lo largo de la orilla del estanque de la roca, dándole la vuelta a la peña. Cappy miró y todos sus sentidos, salvo la vista, cesaron de funcionar. El sol se reflejó en algo plateado. Descubrió a Rich Ames sacando un objeto pesado del río. Luego, vio a Playford aplastando los matorrales y saltando sobre las rocas. El corazón de Cappy dio un salto y luego se hundió por el declive de debajo del camino, pero como no podía bajar allí, se dirigió al sitio por donde Playford había saltado. Su prisa frenética le hizo tropezar y caer de cabeza. El contacto violento con las rocas, los arañazos de la maleza, no le causaron dolor ninguno. Se levantó y siguió corriendo por la áspera ribera, llegando a los sicómoros jadeante y tan fatigado que no pudo hablar.

Nesta Ames estaba sentada con la espalda apoyada contra el tronco de un árbol, despeinada y fláccida, mojada de la cintura para abajo. Playford, arrodillado a su lado, con la cara cenicienta, se retorcía las manos.

Tanner vio la espalda de Rich encorvada como bajo un peso tremendo, y no quiso mirarle la cara.

—Al ver al cura —decía Nesta—, he perdido el valor y no he podido consentir en la boda.

Tanner sintió tal consuelo al ver que aún vivía, al oír su voz, al darse cuenta de que estaba ilesa, que la vergüenza y la tragedia de su confesión le parecieron cosas insignificantes. Se adelantó para caer sobre una rodilla al otro lado de Nesta y tomar una de sus heladas manos.

—Muchacha… muchacha —empezó con voz ronca y entrecortada.

—Sí, eso está claro, pero ¿por qué? —preguntó el hermano, duro y sombrío.

Tanner sintió el deseo de mirarle, pero le faltó valor para hacerlo.

Nesta le miró con ojos insondables. Podría haber perdido el coraje para el casamiento, pero no le tenía miedo a Rich, ni le daba vergüenza enfrentarse con él. Parecía estar por encima de todo. Sus manos temblaban y su pecho jadeaba. Tenía los labios apretados en una línea dura y resuelta.

—¿Has querido ahogarte? —preguntó con violencia Rich.

—¿Crees que me estaba bautizando? —repuso ella con desdén, recobrando fuerza en su voz.

—¡Contéstame! —ordenó él—. Te has escapado. Yo te he visto salir y he corrido hasta aquí… Y te he cogido tratando de suicidarte, ¿no es eso?

Ni más ni menos —confirmó ella con voz de timbre acerado—. Pero podías haberte ahorrado la molestia, y a mí, más de lo que te imaginas.

—Dime por qué —continuó Rich con voz ronca.

—No podía continuar. Quería y esperaba hacer feliz a Sam. Le amo… Pero no puedo casarme con él.

—¿Por qué?

—He engañado a Sam, he sido infiel… Madre quería que me casase con él y lo mantuviese secreto, pero yo pensaba decírselo tan pronto como fuera su mujer.

—¿Cómo le has engañado?

—Con Lee Tate.

—Dices cosas extraordinarias, Nesta… ¿Qué has hecho con Lee Tate?

—No podía haber hecho nada peor —replicó ella, dolorida.

Rich sacudió con violencia toda su elástica armazón, como si tratase de librarse de una red que le envolviese. Cayó de rodillas a los pies de Nesta y extendió hacia ella sus manos convulsas, su cara contraída por la agonía.

—Creí que podría hacerlo —continuó diciendo Nesta con sencillez—. Amo a Sam de verdad; cien veces más que a aquel demonio. No pensaba ser una esposa infiel y se lo hubiera dicho a Sam. Sabía que él me perdonaría… Pero me faltó valor al darme cuenta de que iba a ser madre.

—¡Oh, Dios mío!, —gritó Rich, y cayó de bruces, enterrando en el musgo sus manos curtidas y pataleando. Playford se cubrió la cara convulsa con un brazo. Nesta le miró; miró después a Rich y luego a Tanner.

—Es horrible, Cappy —murmuró—. ¡Si al menos me hubiera dejado ahogarme!

—Eso no hubiera resuelto nada —repuso el cazador en voz baja—. Es terrible para los muchachos, pero no para mí.

Rich Ames se estremeció. Luego pareció helarse. Cuando se levantó, Tanner no pudo soportar la vista de su cara.

—Nesta, creo que podría matarte —dijo con una voz singularmente fría y amarga.

—Y yo quisiera que lo hicieras —rompió ella con el primer asomo de pasión—. Así no pesaría sobre mi alma… No puedo vivir. No podría abrirme camino con el niño… No puedo vivir, Rich.

—¡Y por Dios que no vivirás si has tenido tú la culpa!

—Claro que la he tenido. ¡Qué mujer puede ser tan idiota sin tener la culpa! Pero te juro, Rich, que nunca creí que llegaría tan lejos.

—¿Amabas a ese canalla de Tate? —preguntó Rich con voz estridente inclinándose sobre ella con las mandíbulas desencajadas.

—¡No! ¡No! —gritó ella con violencia—. ¡Eso es lo horrible! Pero me fascinaba…, tenía poder sobre mí… No conseguí romperlo hasta la mañana siguiente al baile… ¡Demasiado tarde! ¡Demasiado tarde!

Tanner halló su voz para rogar a Rich que escuchase el relato de Nesta.

—Estás dictando sentencia demasiado pronto —concluyó.

—Cuéntanos, Nesta —rogó Playford—. No puedo creer que seas mala… Pero no importa. Dinos la verdad, que entre los tres hallaremos una solución para ti.

—¡Pobre Sam! —murmuró ella, levantando una mano para tocarle—. Debo de ser mala. Soy mala, y no hay solución para mí.

Rich se volvió a arrodillar, esta vez más cerca de ella.

—¿No se casaría contigo Tate? —preguntó con voz apagada.

—No lo sé. Pero aunque él quisiera, yo nunca querría casarme con él.

—Me asombras, Nesta —dijo Rich levantando las manos—. Haz lo que te pide Sam. Dinos la verdad.

—Es bastante miserable —empezó Nesta con los ojos pensativos y sombríos—. Nunca he amado a Tate, pero siempre sentía algo extraño cuando me miraba o hablaba conmigo, como empezó a hacer el año pasado… Debía de ser a causa de Lil Snell y Magde Low. Madge es su novia ahora, y Lil lo ha sido. No he sabido hasta después que estaba en estrechas relaciones con ellas. Madge, es una arpía, y Lil tenía celos de mí. Estaba tan furiosa con ellas que tenía deseos de matarlas. Juré hacerles ver que no era una rústica campesina. Ellas decían que Lee Tate estaba jugando conmigo, pero muchas veces dispusieron las cosas de modo que nos encontrásemos… Ahora veo que han sido ellas las que me han empujado… Entonces empezó. Coqueteé con él, pero no le permití ninguna libertad, no le dejé que me tocara ni que me besara… hasta un día en que Lil me engañó, se marchó y me dejó sola con él… Entonces me bajó a la fuerza del caballo, me arrastró a una espesura de pinos… y… y… se salió con la suya. Después le he odiado…, pero no podía resistirle. No quería verle y evitaba encontrarme con él, pero cuando él me hablaba no podía resistir… Era como una serpiente… La noche del baile desperté. Todo lo que yo deseaba era demostrar a esa repugnante Magde Low que no servía ni para descalzarme. Y también a Lil Snell. Ellas han ayudado a Lee a perderme. Les quité a Lee y a todos sus adoradores. El marido de Lil me ha seguido lo mismo que los demás… Ya fue bastante. Entonces vi mi equivocación y lo cara que me costaba. Antes de salir de Shelby me reí en la misma cara de Lee Tate. Le dije que le despreciaba y que no volvería a mirarle. Pero mentía. Conocía su poder sobre mí y sabía que me volvería a arrastrar. Pero volví a casa y a Sam, a esperar, a luchar… Luego descubrí que estaba encinta. Era demasiado tarde, y cuando vi venir al cura corrí para ahogarme. Playford extendió sus largos brazos y, aún arrodillado, levantó a Nesta y la apoyó contra sí.

—Nesta, no es demasiado tarde —dijo con voz patética—. ¡Pobre muchacha! ¡Todo por vanidad! Yo te seré fiel. Nadie sabrá nada.

—¡Sam! ¿Te casarías conmigo… ahora?, —sollozó, perdiendo de súbito toda la amargura y el rencor.

—Sí. Volveremos a casa y celebraremos la boda como la teníamos proyectada.

—¡No, no! —imploró ella, despojada de la desesperada resignación que había sido su áncora.

—Pero Nesta, ¿no has dicho que me amabas? —prosiguió Sam con ternura.

—¡Sí! ¡Sí! Nunca he dejado de amarte. Pero no puedo arriesgar eso… ¡Dios mío! ¡Si me atreviera!

Rich Ames alargó la mano para asirla de un hombro y hacerle levantar la cabeza del pecho de Playford.

—¿Por qué no te atreves? —preguntó con aspereza—. Sam es bueno y leal. Te ama de verdad. Nadie sabrá nada. El niño será un Ames. Cappy y yo guardaremos el secreto. ¿Por qué no te atreves?

Tanner nunca había pasado por un dolor como el que entonces retorcía su corazón. Nesta no pudo sostener la mirada de los ojos llameantes de su hermano; se apartó del fiel Playford y murmuró lastimosamente, dirigiéndose a Tanner:

—Cappy… Me perseguiría…, me cogería sola algún día…

Tanner se atragantó. Oyó a Playford sollozar. Pero Ames continuó inclinándose sobre su hermana.

—Nunca, en este mundo, querida Nesta —dijo con su peculiar modo de hablar frío y lento.

—¡Rich!

—Ya me has oído. ¡Vamos, anímate! Ayúdala a ponerse en pie, Sam… Volved a casa; y escuchad: Nesta se ha caído al río y tú, Sam, y tú, Cappy, habéis pasado por aquí casualmente. Nesta se ha asustado mucho y está nerviosa, pero la boda se celebrará igual.

—¡Rich! —gritó Nesta.

¿Me has oído, Sam?

—No soy sordo, compadre —murmuró éste con la voz ronca por la emoción.

—¿Me has oído, Cappy? —continuó Ames, inexorable.

—Sí, muchacho, y obedezco en el acto —replicó el cazador ayudando a Sam a sostener a la temblorosa joven.

—Nesta, yo no estaré aquí para ver tu boda —prosiguió Ames, y sus palabras eran terminantes, con un asomo de ternura y una nota extraña de despedida. No hizo ningún movimiento para besarla ni tocarla, aunque ella extendió hacia él sus manos temblorosas—. Pero deseo que seas feliz con Sam; si eres buena con él, algún día lo serás.

—¡Rich! —volvió a gritar ella, pero fue como dirigirse al aire…

La noticia llegó al día siguiente al Cerro del Mescal. El jinete, un desconocido para Tanner, llegó en un caballo cubierto de espuma.

—Buenos días —dijo—. Venga un poco más lejos de la casa, que traigo un recado para usted.

La señora Ames, que estaba hablando con el cazador, después de dirigir una mirada a la cara grave del visitante, se metió en la cabaña llevándose a las asombradas mellizas.

—Supongo que es usted Tanner —interrogó el hombre cuando llegaron a los abetos.

—Sí, yo soy —replicó Cappy con un tono que significaba que hubiera deseado poder negar su nombre.

—¿Dónde está Playford?

—En su casa con su mujer. Se casaron ayer.

—Me alegro de oírlo. Yo no me he comprometido a llegar hasta allí. Tendrá usted que contárselo.

—¿Contarles qué?

—Que Ames mató anoche a Lee Tate y a Jeff Stringer, y dejó malherido a Slink Tate, pero éste se repondrá.

—Tate y Stringer, ¿eh? —preguntó Tanner con voz ronca y entrecortada—. Malas noticias… ¿Y cómo ocurrió?

—Nadie lo sabe, aunque todos lo han visto —repuso el jinete, enjugándose el sudor de la cara.

—¿Lo vio usted?

—Desde luego.

—¿Combate limpio?

—No pudo serlo más.

—Eso siempre es bueno. ¿Cómo lo, ha tomado el pueblo?

—La mayor parte de la gente se calla la boca, según la prudente costumbre del Tonto, pero es fácil hacerse cargo de la opinión general. Shelby necesitaba un juez nuevo. Lee Tate apenas vale el plomo que ha costado matarle, así es que no ha sido una pérdida muy grande. Tampoco hay mucha gente que rece por el restablecimiento de Slink Tate.

—¿Pera dice usted que se curará?

—Sí. No estará muy bien una temporada, quizá nunca, pero de ésta se ha librado.

—¿Y de Ames, qué? —inquirió Tanner, hallando muy difícil la pregunta.

—No le han tocado. Los engañó del todo y ha hecho los mejores tiros que yo he visto en mucho tiempo.

—Cuéntemelo todo, y luego iremos a mi cabaña a tomar un trago.

—Gracias. Vamos ya… Me encontré a Ames ayer tarde, antes de anochecer, y estaba sereno como un juez. Después de la riña se han hecho cábalas. Nadie ha visto beber a Ames. Claro qué podía llevar una botella en el bolsillo, pero la mayor parte de la gente de experiencia lo dudamos. Cenó en la fonda y anduvo por allí sin hablar con nadie. Jed Lane le vio cinco minutos antes de la bronca, y también estaba sereno entonces… Yo me encontraba también en el salón de Turner, que estaba de bote en bote. Yo no jugaba, estaba hablando con Scotty de mis asuntos cuando entró Ames. Es curioso. Lo primero que observé fue que, aunque se tambaleaba al parecer borracho, estaba muy pálido, y juraría que un hombre lleno de alcohol no puede tener unos ojos como los que él tenía.

Vio a los dos Tate y a Stringer jugando a las cartas con otros dos individuos de Globe. Era una partida dura y había mucha gente viendo el juego. Después he pensado que Ames debía de saber que aquella gente estaba allí. Empezó a andar alrededor de la mesa; tropezó en la mesa y los puso de un humor de todos los demonios, pero no ocurrió nada. Luego, quiso sentarse a jugar con ellos. Ellos no lo quisieron, y así empezaron a regañar. Para mí, Ames no estaba borracho, aunque a ellos les engañó, y lo que quería era armar bronca.

»—¡Fuera de aquí si no quieres ir a la cárcel! —gritó Stringer, que perdía en el juego y estaba de muy mal humor.

»—Pruebe usted a llevarme, señor juez —dijo Ames, pero Stringer siguió sentado, rezongando. No quería cuestiones con Ames.

»Ames siguió dando vueltas por allí y mirando, y de pronto sorprendió a Lee Tate haciendo trampas. Rápido como un relámpago, le cogió la mano y descubrió la trampa de Tate. Tate se levantó echando venablos. Creía que Ames estaba demasiado borracho para pelear. Le llamó muchas veces cosas feas que le fueron devueltas con alguna más. La gente empezó a sentir curiosidad. Creo que nadie contaba con que hubiera nada más que algunas bofetadas. Slink Tate tiraba de la ropa de Lee para que se estuviese quieto en la silla, pero Lee se ponía cada vez más furioso. Empezaron a pegarse, y tengo la idea de que si Ames le dio un golpe a Stringer no fue por accidente. Stringer se levantó y sacó el revólver.

»—Ames, si no te vas te romperé la cabeza y te meteré en la cárcel.

»Ames estaba inclinado, insultando a Stringer llamándole juez cobarde y sinvergüenza, cuando Lee Tate le pegó en la cabeza. Ames no fingía cuando cayó, y la gente empezó a reírse. Tate, más valiente entonces que un león, sacó el revólver y fue cuando ocurrió la cosa con rapidez del relámpago. Ames disparó desde el suelo. Yo sólo vi la lumbre de los disparos. Tres en menos de dos segundos. El revólver de Slink Tate se disparó al aire cuando él caía. Lee chilló y se cogió el vientre con las manos. Stringer cayó como un leño… Tendría usted que haber visto a aquella multitud desaparecer corriendo cuando ya había pasado el peligro.

»Ames se levantó saltando como un gato. ¿Borracho? ¡No! Con el arma humeante en la mano, levantó el pie, y empujó a Lee Tate de la mesa en donde se apoyaba gritando; cayó al suelo de espaldas con las manos chorreando sangre. Ames le miró a ver si tenía bastante. Cualquiera se hubiera dado cuenta de ello. Luego, miró a les otros dos. Slink tenía muy mal aspecto, y Stringer, el corazón atravesado. Lee Tate medio se incorporó; Ames le empujó de un puntapié lento y deliberado, guardó el arma y se fue.

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