Arizona

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XVI

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—¡Atiza! Ven aquí, Brown. Mira a Arizona abrazando y comiéndose a besos a Ester.

Al grito de alarma de Ronald, sonaron pasos precipitados.

—¡…! —gritó Brown con diabólica alegría. Y los dos bribones salieron corriendo y dando gritos.

Aquella noche, mientras el resto de los habitantes de la casa dormía. Ester, en brazos de Ames, escuchaba la historia de Nesta.

—Esta carta de Nesta y tu juego, Ester, me lo han pagado todo —concluyó Arizona—. Si te casas conmigo pronto, le haremos una visita a Nesta. El Tonto está mejor en octubre.

—¿Pronto? ¿Cuándo, Arizona?

—Tendría que ser muy pronto —dijo él con temor, como si estuviera proponiendo un sacrilegio.

Ester le besó una mejilla.

—Arizona, nunca será demasiado pronto para mí.

Luego le habló de la Cuenca del Tonto, de aquel accidentado país de su juventud, del cual se había alejado para recorrer los ranchos. ¡Qué diferente del Valle del Trabajoso! Ester vio el círculo dorado y zigzagueante, con su borde negro, las oscuras colinas, y los cañones azules, y el río ambarino, y el Estanque de la Roca, donde la pobre Nesta intentó ahogarse; los abetos plateados de la juventud de Ames, los pavos silvestres cloqueando por los senderos cubiertos de hojas, y los claros de los bosques llenos de pinocha parda, que sus pies descalzos habían pisado. ¡Cuánto había amado él a aquel país y a su gente… a la dulce Nesta, que había sido una parte de su propio ser!

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