Arizona

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III

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Cappy Tanner recorrió los bosques al siguiente día desde el amanecer hasta la noche, estudiando los rastros de la caza, los diques de los castores, los pinares, buscando los caminos seguidos por los animales de pelo para planear el tendido de sus lazos. Vio señales de tanta abundancia que se prometió una espléndida temporada.

Al otro día recorrió el Cañón Dudoso, un viaje de todo un día aun para un endurecido montañés como él. Por lo que a Cappy se refería, mi cañón no iba a justificar su nombre aquel invierno. No era dudoso, sino seguro. La magnífica cañada tenía seis diques de castores, y detrás de uno de ellos había un lago de muchos acres donde hervían estos animales. Una colonia de osos se había fijado a cierta altura de la ladera este, que estaba cubierta de robledales. Los venados y los pavos habían descendido en cantidades que excedían de todo lo que él recordaba. Alrededor de los manantiales, los rastros eran tan numerosos que sólo las huellas del oso podían distinguirse. Pero por sí solos los castores aseguraban a Tanner una abundante cosecha. Evidentemente, los castores habían emigrado de todo el país a aquella profunda y negra cañada. Las cortaduras en los retoños del álamo también eran, con mucho, más numerosas que en los años en que él había cazado allí. No tenía precedentes, y era la oportunidad de hacerse independiente de por vida. Proyectó dedicarse exclusivamente a la caza del castor y dirigir a Rich Ames y a Sam Playford en operaciones contra las zorras, las martas, los visones y otras especies de animales de piel valiosa.

Cappy era, a su manera, práctico y minucioso en lo que a la caza se refería. Pero siempre había sido un romántico soñador en sus planes para el futuro. Indudablemente, la cosecha de aquel invierno le produciría miles de dólares y sería también un negocio provechoso para Sam y para Rich. Decidió instalarse en el Tonto, entre el Cañón Dudoso y el Cerro del Mescal, y se dedicaría con los dos jóvenes al negocio del ganado. La idea se apoderó de él. Era grande. Así, indirectamente, podría contribuir a la prosperidad de la familia Ames y posiblemente a la felicidad de Nesta.

El sol poniente doraba el Mazatzal cuando el cazador trasponía la ancha boca del Cañón Dudoso. Volvió: la cabeza, y al ver las majestuosas paredes rugosas y escarpadas brillando a la luz dorada y la negra espesura del bosque que llenaba el cañón, tuvo una inspiración súbita. Acotaría la entrada del Cañón Dudoso. Ningún cazador ni ranchero incipiente la había ocupado aún. Era demasiado áspera, demasiado salvaje y difícil de limpiar para poderla convertir en un negocio productivo. Pero Cappy vio cómo podía hacerse, y en el acto levantó una pirámide de piedras para identificar el sitio elegido. Por fin había hallado un lugar. ¡A tres millas sólo del Cerro del Mescal! Y en el caso de que Nesta se casase con Sam —contingencia que Tanner esperaba—, estaría a un corto paseo de su casa.

Se sentó allí en una roca a soñar, mientras la dorada llama del Oeste se oscurecía, enrojeciendo, para morir al fin. Estaba hambriento y cansado, y a una larga jornada de su cabaña. De pronto le asaltó el pensamiento de su suprema soledad. No tenía en el mundo más amigos que la familia Ames. Los parientes habían desaparecido hacía tiempo y los había ya olvidado. La felicidad de que podía disfrutar en la vida dependía de la pareja de mellizos. Comprendió entonces cómo y por qué su vida errante no podía ser ya suficiente.

En la creciente oscuridad, Tanner descendió por el sendero del Tonto, luchando con sus dudas, sosteniendo lealmente lo que él esperaba y creía, pero asaltado a veces por la tristeza. La noche le sorprendió en el camino, pero lo conocía tan bien como un caballo familiarizado con el país. Cuando llegó al valle, al pie del Cerro del Mescal, una luz brillaba en la explanada. Era la lámpara que la señora Ames encendía cuando alguno de sus hijos estaba ausente. Al verla, se animó Tanner. Los perros le olieron y ladraron hasta atronar el espacio. Él se detuvo mi momento a observar y escuchar.

—Bueno —soliloquió—. Está decidido. Permaneceré aquí los años que me queden de vida y el porvenir le pareció lleno de alegrías.

A la mañana siguiente, mientras Cappy se aplicaba activamente a sus faenas, Rich Ames apareció, sin sombrero y sin armas, con una llama azul en los ojos.

—Buenos días, hijo —dijo el cazador inocentemente, pero intranquilo.

—¡Días del diablo! —respondió Ames con violencia—. ¿Dónde has estado estas dos semanas?

—¡Sólo han sido dos días! —exclamó Tanner, dándose súbita cuenta de que hasta en dos días había lugar para un desastre—. He estado hacienda planes para mis cepos de este invierno.

—Sí… Me has hecho traición con Nesta y luego te has escondido.

—¡Qué te he hecho traición! —respondió Tanner, volviéndose y poniéndose encendido bajo sus barbas—. No, muchacho…, por lo menos, no lo he hecho adrede.

—Tú la has animado para que vaya a esa boda.

—Lo que pasó es que vi que estaba decidida a ir y le llevé la corriente. Me pareció que estaba en un estado de ánimo particular. Ya no se la puede dominar, Rich, y si lo sigues intentando la perderás.

—Ya no se trata de perderla. Ya se ha perdido.

—Hablas como un niño, Rich. ¿Qué ocurre? —Que se ha ido.

—¿Adónde?

—Lil Snell vino ayer. Está apresurando su boda y dijo que necesitaba de todo punto a Nesta. Yo no estaba en casa y mi madre la dejó ir. Cuando regresé salí detrás de ellas y un par de millas más allá descubrí donde se habían reunido con dos caballos más. Entonces me encontré en una terrible duda. Si los hubiese alcanzado y hubiera hallado a Nesta con Lee Tate otra vez… ¡Dios sabe lo que habría hecho! Me volví a casa.

Hiciste bien. Nesta no es una niña como Mescal y Manzanita. Tiene dieciocho años, y si se le antoja reunirse con Lee Tate o con cualquier otro, ¿qué puedes tú hacer?

—Como sea, Tate, voy a hacer una que será sonada —declaró Rich.

—Quizá no fuera. Acaso no era nada importante. Una boda es bastante motivo para que las muchachas estén fuera de sus casillas… ¿Cuándo es la boda de Lil?

—Pasado mañana en casa de su tío, en Shelby. ¡Una boda, una comida y un baile! Shelby va a estar revuelto de arriba abajo.

—Podemos nosotros ir a revolver un poco también, si queremos.

—Yo estaré allí, Cappy, pero por nada del mundo beberé una copa.

—¿Cuándo has visto a Nesta la última vez?

—Anteayer. Por la mañana estuvo cantando alrededor de la casa, con las mejillas como rosas y unos ojos que se clavaban en uno. Yo estaba de mal humor y la dejé en paz. Luego, vino San Playford… ¡Es un infeliz! Tuve que alejarme de ellos, aunque me alegré de que estuviera amable con él otra vez. Pero ella no me dejó tranquilo a mí tampoco. Yo soy tan tonto como Sam, mas sé ocultarlo. Era toda miel y alegría. No se puede dejar de querer a Nesta. ¡No se puede!

—Estamos de acuerdo —convino sencillamente Tanner—; así es que la seguiremos queriendo y no pensemos más en ello. ¿Y cómo sabes que me ha convencido a mí?

—Me lo he presumido. Nesta sólo dijo que la habías seguido al Estanque de la Roca, pero lo dijo con una mirada misteriosa y levantando la cabeza de ese modo que le da a una ganas de darle dos cachetes. No hubo necesidad de que me dijese más. Tú eras su buen amigo, si yo no quería serlo. Tú la apoyarías contra mí y contra cualquiera. Entonces vi que me habías hecho traición.

—¿Pero ya no lo crees?

—No es que lo creo. Lo sé. Se te ha metido en un bolsillo. Eres como mi madre. No podéis soportar que Nesta se enfade con vosotros. Cualquier cosa menos perder su amistad. Siempre ha sido así. Yo soy el único que siempre se ha puesto frente a ella.

—Bueno, bueno —murmuró desconcertado Tanner—. Rich, tú no eres más que un muchacho de dieciocho años. Nesta es mucho más vieja. Puedes estar equivocado: Tu madre parece que entiende muy bien a las muchachas.

—Mi madre me pone furioso —rezongó Rich, acalorado No puede hacer carrera con Nesta. Parece que le gusta que le hagan la corte y la echen a perder. Hasta del caso de Lee Tate y Nesta está orgullosa. ¡Lee Tate! ¡Uno de los Tates que mataron a mi padre…! En su tiempo, madre fue muy coqueta. Se lo he oído decir a mi padre, y no en broma.

—Pero, Nesta no es una coqueta —afirmó Cappy.

—No, no digo eso. Por lo menos, no lo es en un sentido escandaloso, como Lil Snell y algunas otras muchachas del Tonto. Me parece que conozco a Nesta mejor que nadie, mejor aún que mi madre. Nesta es como yo… Y te digo, Cappy, que si aún no le han ocasionado ningún daño sus relaciones con Lee Tate, ahora se lo causarán, tan seguro como el sol que nos alumbra.

—Esa Lil Snell ¿era una joven muy ligera?

—¿Era? Y lo sigue siendo cuando se le ofrece la oportunidad. Lil fue una de las novias de Tate y estaban muy enamorados. Lo sé, y sé que estaba celosa de Nesta. La quiere porque nadie puede dejar de quererla, pero debajo de esta reciente amistad entre Lil y mi hermana hay algo más profundo. Lo presentí la primera vez que las vi juntas. Lil le está haciendo el juego a Tate; eso es todo, y estoy teniendo un infierno con Nesta y con mi madre.

—Si tus deducciones son acertadas, hijo mío, es demasiado tarde —replicó Tanner con voz sombría, fijando francamente su mirada en los ojos agitados de Ames.

—Pues entonces, ¡Dios quiera que esté equivocado! —exclamó Rich Pero equivocado o no, voy a romper esas relaciones entre Nesta y Lee Tate. ¡De una manera o de otra! Antes de que él se pusiera en su camino, Nesta era la muchacha más dulce, más alegre y más feliz del mundo. Amaba a Sam y estaba satisfecha con la perspectiva de ayudarle en su rancho. Tate la ha adulado, excitado, trastornado y qué sé yo qué más. A Nesta le gustaban los vestidos bonitos, pero no estaba loca por ellos. Hacía el pan y cosía, era casi tan trabajadora como mi madre. Ahora está siempre ociosa y vagando. Tiene algo en la cabeza. Ahora, Cappy, mírame a los ojos y di lo que tengas que decir.

—Tienes razón, hijo mío —declaró con dignidad el viejo cazador Admito que te has hecho cargo perfecto de la situación. Yo no lo podía suponer, y si tu madre ha deducido algo, o no le importa, o cree que es inútil hacer nada. Quizá sabe ella más de la vida que nosotros dos juntos. Yo quiero mucho a Nesta; no la podría querer más si fuese hija mía, pero ahora que acudes a mí así, sacrificaré su cariño hacia mí por su propio bien. Creo que es esto lo que quieres decir y lo que tú mismo tendrás que hacer. Si la perdemos, aún tendremos a Mescal y a Manzanita… convenido. Tenemos que romper las relaciones de Tate con Nesta de una manera o de otra. Creo que el mejor medio sería casarla con Sam Playford, a menos que ella ya no le quiera.

—Le quiere, y ése es, desde luego, mi primer plan.

—¿Y qué hará Playford? Nesta me ha dicho que es muy bueno, que nunca la ha molestado, pero ¿soportará más?

—Sam es leal a toda prueba. Ayer hablamos de ello y me dijo: «Rich, si tú no puedes acabar con esto de Tate, tendré que acabar yo. Nesta no se casaría conmigo, aunque yo saliera con bien de ello, pero hay que hacerlo». Y yo juré que lo haría.

—Bien, deja que Nesta se divierta en esta boda. Obsérvala con cuidado sin que ella se dé cuenta. Luego nosotros tres, a un tiempo o uno detrás de otro, trataremos de persuadirla de que se case con Sam… Ella me dijo que tenía que romper con Sam, pero no podía.

—¿Te dijo eso? —exclamó Ames, consternado—. ¡Dios! Tenemos entre manos un nudo difícil de desatar. Si ella quiere aún a Sam, y jura que sí, ¿por qué ha de romper con él?

Tanner movió su encanecida cabeza. No tuvo valor para expresar sus temores. ¿Cuándo había visto él tal agonía y terror en los azules ojos del muchacho? El viejo cazador tuvo la impresión de que los sucesos obligaban a Rich a hacerse hombre.

—Se avergüenza de algo, Cappy —dijo con voz ronca.

—Así lo creo. Pero si aún ama a Sam y él está dispuesto a pasar por… por cualquier cosa, todo se arreglará. Todo está bien cuando acaba bien.

—¡Tanner! —rugió Ames rechinando los dientes—. Tú sabes más de lo que dices —luego se cubrió la cara con las manos y sollozó—. ¡Nesta! ¡Hermanita!

Era una prueba para Tanner. Se puso a maldecir.

—¡Vamos! ¿Qué tonterías son ésas? —preguntó, herido en el alma por el dolor de Rich—. Nesta ya no es una hermanita; es una mujer. Una mujer atolondrada y provocadora. Su belleza y su dulzura la hacen aún peor… Las mujeres hacen sufrir a los hombres. De eso puedes estar seguro. La salvaremos y saldrá de todo limpia como el oro. Pero ¡por los clavos de Cristo!, quítate de la cabeza la idea de que aún es una niña.

Rich Ames se descubrió la cara, ahora húmeda y macilenta, y se levantó sin avergonzarse, como si no se diera cuenta de su debilidad.

—Gracias, Cappy. Me parece que has dado en el clavo —declaró, y con una extraña sonrisa y un esfuerzo violento pareció resolver la ecuanimidad Sam y yo nos vamos hoy a Shelby; ¿preparo un caballo para ti?

—Puedes prepararlo. No me gusta mucho montar, pero supongo que no tendré que ir al mismo paso que vosotros.

—Sam estará ya en su casa. Te esperamos —dijo Ames alejándose.

—Pronto estaré allí —replicó Tanner, contemplando la elástica figura que se alejaba por el sendero. Tuvo de súbito una extraña impresión, un pensamiento incierto de que no volvería a ver a Rich Ames de la misma manera.

Cappy se apresuró a cambiar sus sucios vestidos por las mejores galas que poseía, y salió a reunirse con los dos jóvenes. Le esperaban con los caballos bajo los abetos, conversando con mucha gravedad. Cappy vio a Rich hacer un gesto fiero, como rechazando algo que se le opusiese.

—Madre y las niñas se han ido —anunció al cazador cuando éste llegó a ellos Han ido a caballo hasta casa de los Lows, quienes van a ir al pueblo en su carro.

—¡Hola, Tanner! Se ha puesto usted muy elegante —dijo Playford.

—Pues vosotros no habéis querido ser menos… Adelante y no os preocupéis por mí.

Tanner requirió algunos momentos para ajustar los estribos a sus cortas piernas y, mientras tanto, Ames y Playford le tomaron la delantera. Cuando Cappy montó, ellos vadeaban el arroyo. El día era perfecto. Aún hacía calor en aquellos profundos cañones del Tonto. Una niebla azulada lo invadía todo. El Cerro del Mescal brillaba al sol ascendente, verde y plateado.

En las cimas, sin embargo, el aire era fresco y el viento azotaba los pinares. Cappy no volvió a ver a Sam ni a Rich. Dejó caminar a su caballo y halló las millas y las horas demasiado cortas para resolver el problema que llevaba en su mente. El rancho de los Tate, en el Valle de la Primavera, parecía haber sido abandonado por sus habitantes, que eran muchos. Los anchos y verdes prados estaban llenos de caballos y potros. Patos salvajes habían descendido al estanque a retozar en su camino hacia el Sur. Las numerosas y bien atendidas hectáreas de terreno, las cercas, los corrales, los establos y la gran vivienda rodeada de cabañas atestiguaban la prosperidad de los Tate. Todo el territorio al sur del Valle de la Primavera estaba bajo su dominio, si no era de su propiedad. Las posesiones, sin embargo, no eran los solos atributos que hacían a los Tate formidables. Slink Tate, un sobrino del ranchero, tenía mala reputación y habría iniciado varias riñas mortales. Rumores velados relacionaban su nombre con la muerte del padre de Rich Ames. La mayor parte de los jóvenes Tate eran buenos jinetes, grandes bebedores y muy propicios a empuñar las armas. Lee Tate no brillaba en caballos ni armas, pero como conquistador no tenía rival en el Tonto.

Cappy Tanner atravesó el Valle de la Primavera con estas reflexiones, despertando rencores en su pecho, de ordinario tranquilo y bondadoso. El camino era solitario y tenía tiempo sobrado para meditar. Oscureció antes de llegar a Shelby, y poco más de una hora después entraba en la ancha y oscura calle, alumbrada por débiles luces amarillas y formada por casas de madera de altas fachadas. Cappy daba por hecho que la fonda estaría llena y se dirigió a casa de un herrero llamado Henry, un amigo que cazaba un poco y que le dio una calurosa bienvenida. La simpática mujer del herrero llenó los oídos de Cappy con las habladurías corrientes, y por fin, con la supuesta ruptura de Nesta Ames y Sam Playford, en beneficio de unas desastrosas relaciones con el sinvergüenza de Lee Tate, que auguraba mal para las esperanzas y planes de Rich.

Ostensiblemente, Cappy, salió a hacer lo mismo que los demás forasteros: ir de la fonda a la tienda y de la tienda a la taberna a charlar y beber con los amigos y observar las partidas de naipes, pero, en realidad, ansioso de hallar a Rich Ames. Pronto encontró a Sam Playford, quien le pareció, en la oscuridad, pálido y sombrío.

—¿Dónde está Rich? —preguntó Tanner bruscamente, sin saludar siquiera.

—Le he metido en la cama y le he encerrado —respondió Playford.

—¿En la cama? No me digas que Rich se ha emborrachado.

—Hemos tomado un par de tragos. A mí no me han hecho ningún efecto, pero a Rich se le han subido a la cabeza. Bebe muy poco y no puede resistir gran cosa. Oímos una conversación que debió de alterarle. Se enfadó e iba a provocar una riña, pero yo lo impedí. Luego, ese maldito juez, Stringer, amenazó a Rich con arrestarle. Salió su ruindad y su amistad con los Tate… Pero Rich me asustó. Dijo: «Adelante, Stringer, haga usted la prueba». Stringer lo tomó a broma, pero se asustó también. Yo me llevé a Rich a la cama, y me vuelvo en seguida a nuestra habitación, no vaya a saltar por la ventana.

—¿Qué conversación oísteis? —inquirió de mal talante Tanner.

—Por toda la ciudad se dice que Nesta ha roto conmigo por Lee Tate. Y aún peor: dicen que no vendrá nada bueno por ella, que Tate sólo quiere divertirse, y que su padre no querría ni oír hablar de una alianza con la familia Ames.

—¿Y tienen esos rumores algún fundamento?

—Nesta no me ha dicho nunca nada. Ayer estaba otra vez como antes. Últimamente ha estado un poco cambiada y fría cuando nos veíamos; luego, poco a poco, se volvía más natural. Ayer estuvo hasta cariñosa. Lo entiendo cada vez menos.

—Yo sí lo entiendo —rezongó Cappy—, pero no es necesario que lo entiendas tú. Sé fiel a esa muchacha hasta el fin.

—Puede usted estar seguro —afirmó Sam con emoción—. Ahora es Rich quien más me preocupa.

—Rich no me preocupa a mí lo más mínimo —declaró Tanner—. Creo que sigue el camino más acertado para aclarar este lío. Tiene sangre, Playford, y se le alborota; pero tiene sentido también, y aunque se haya emborrachado, nunca perderá la cabeza. Si se enfada, puedes apostar a que hay razón para ello. Todo lo que nosotros tenemos que hacer es estar a su lado si la cosa acaba en contienda. ¿Vas armado?

—Sí —replicó Sam—, pero, por Nesta, por su buen nombre, debemos evitar una riña.

—Nada de eso. La murmuración ya ha acabado con el buen nombre de Nesta, por lo menos en este pueblo, y una buena bronca será más favorable que perjudicial para ella. Pero hemos de impedir que Rich beba. Vuelve tú a vuestra habitación y quédate con él. Yo voy a dar vueltas y a escuchar. Nos veremos por la mañana temprano.

Se separaron. Tanner recorrió todos los lugares de la ciudad donde la gente se reunía y, pretendiendo estar un poco charlatán a consecuencia del licor, prestaba oído atento a las conversaciones de los demás. Volvió tarde a su alojamiento y profundamente resentido, compadeciendo al leal Playford, furioso con Lee Tate y consciente de que no estaba sólo en su estimación de la latente potencialidad de Rich Ames.

Tanner se despertó a los golpes que el alegre herrero daba en su puerta. Acostarse tarde y dormir bajo techado no eran circunstancias apropiadas para madrugar. Tanner almorzó con su amigo, le acompañó a la fragua y luego entró en la ciudad. La ancha calle presentaba de día un interesante espectáculo. Normalmente, hasta los sábados sólo se veían en ella algunos caballos atados a las ventanas, un carro o dos y algún otro vehículo, pero hoy en el trozo principal, no quedaba un solo espacio libre. Toda la población del Tonto, por lo menos la de la mitad norte de la cuenca, había venido a ver la boda de Lil Snell. La verdad es que hacían lo mismo por cualquier boda, pues estos sucesos eran raros en aquella aislada comunidad.

Tropas de chiquillos retozaban arriba y abajo por la calle sin preocuparse de sus galas dominicales; grupos de mujeres con brillantes atavíos y muchachas vestidas de alegres colores discurrían de la fonda al almacén, mirando con tremendo interés la gran casa de James Snell, donde se suponía que la novia estaba misteriosamente albergada con su séquito.

Cappy no se había acordado de preguntar a Sam Playford dónde estaban alojados él y Rich, pero esperaba hallarlos en alguno de los pocos centros de reunión. No fue así, sin embargo, y le costó un poco encontrar su albergue. Sam Playford le franqueó la puerta y le saludó con cierta sensación de desahogo.

—Buenos días, muchachos —dijo alegremente Tanner al entrar.

Rich estaba sentado en el lecho, con el cabello mojado y bien peinado. Si Cappy esperaba encontrarle embotado o de mal humor, se había equivocado del todo. Nunca había estado Rich tan guapo, tan frío y tan dueño de sí. Otra vez sufrió Tanner un estremecimiento al percibir las posibilidades que latían en aquel vástago de la familia de guerreros de Tejas.

—¡Hola, Cappy! —saludó Rich—. Estábamos discutiendo qué sería mejor: si tomarnos unas cuantas copas y salir a tirar al blanco a las botas de Jeff Stringer, o permanecer serenos y ver la función hasta el final. ¿Qué dices tú?

—Yo me inclino por lo primero; pero el buen sentido y la consideración a Nesta me deciden por lo segundo —repuso sentenciosamente el viejo cazador.

—¿Cómo no ibas a meter a Nesta de por medio? —exclamó Rich con tono casi de burla—. ¡Maldita sea su linda cara…! Seguiremos tu consejo, Cappy, y aguantaremos lo que haya que aguantar de esta gente, pero me gustaría armar jarana. Sam también lo está deseando. Es la primera vez que se le ve un poco de sangre. Ha entrado echando llamas por los ojos y hecho una fiera, y ahora no me quiere decir nada.

—¿Le ocurre algo, Playford? —preguntó Cappy fijando una mirada interrogadora en el joven ranchero.

—¡Sí! —rugió Sam—. Pero no importa. No es eso lo que yo quiero hacer. Rich y yo no estamos bien aquí, entre todos estos amigos de Tate, y por Nesta creo que no debíamos ver, ni oír, ni hacer nada… y volvernos a casa esta noche antes de que todos estén borrachos.

—Muy bien dicho, y procederemos de acuerdo con esas palabras —afirmó con tono decisivo Tanner—. Ni una sola gota de licor. ¿Lo oyes, Rich Ames?

—Sí, ya lo oigo —repuso con indiferencia Rich—. Las dos copas que bebí me durarán muchos días. Me sentaron como un par de coces de una mula.

—Pues vamos, y a ver si os portáis como dos niños bien educados que salen con su papá.

Y salieron: un trío tranquilo y de amable apariencia, en extremo engañosa, según opinión de Cappy. Su admiración por Ames crecía por momentos. Cualquier otro joven del Tonto se hubiera emborrachado y hubiera promovido alborotos. Rich se había hecho profundo y así era más peligroso. Recorrieron todas las tabernas, entraron y salieron en la fonda, hicieron algunas pequeñas compras en el almacén y se rozaron con más de cien individuos. Evitaban las mujeres, más visibles y casi tan numerosas. Playford parecía distraído. En realidad, no veía a ninguna mujer. Rich, frío, descuidado y desenvuelto, casi sonreía al cruzarse con las muchachas, muchas de las cuales fijaban tímidas miradas en su bella apariencia.

En la taberna de Turner, los despiertos ojos de Cappy se fijaron en un grupo de jóvenes de la facción de Tate, a quienes esperaba encontrar más tarde o más temprano. No necesitó que le dijeran que Rich los había visto primero.

La taberna de Turner era el establecimiento más grande entre los de su clase de Shelby. Había sido decorado para el baile de aquella noche, y, seguramente, el arreglo de las banderas, del ramaje y de otros alegres accesorios había sido dispuesto por manos femeninas. Este salón se utilizaba para todas las reuniones públicas. Hoy servía, como casi siempre, para el juego, que dominaba en el Tanto. El bar estaba en la habitación inmediata, a la que se entraba por una puerta ahora tapada por una cortina.

Quizá había en el salón dos docenas de hombres, la mayor parte jugando, y otros mirando cómo jugaban. Lee Tate y un compañero a quien Tanner no conocía, observaba una mesa en que jugaban Jeff Stringer, Slink Tate y dos vaqueros a quienes Cappy conocía sin saber de qué.

Cappy hubiera seguido adelante, pero Rich se detuvo y Sam le imitó.

—Buenos días a todos —dijo Rich con su habla lenta y perezosa.

Lee Tate respondió con un saludo silencioso. Era alto, moreno, apenas curtido de ojos y cabello oscuro; su aspecto justificaba la reputación que tenía entre las mujeres del Tonto. Parecía mayor de lo que era, y aunque el vicio había dejado señal en sus, facciones, aún no había marchitado su perfección. Vestía de oscuro, con botas altas y espuelas.

Slink Tate no parecía pariente de Lee. Tenía la cara de un perro enfadado. Levantó hacia Ames unos ojos hundidos y tristes y le hizo un breve gesto de saludo.

—¡Hola, Ames! —dijo Stringer con tono seco y cáustico—. Ya estamos otra vez cuerdo, ¿eh?

—Seguro —respondió Ames—. Necesito ver muy claro hoy.

Cappy cogió a Ames por una manga y trató con suavidad de hacerle seguir adelante. Aquella atmósfera estaba cargada de amenaza. Pero Rich se negó a aceptar la indicación.

—Muy interesado en la boda, ¿eh? —preguntó Stringer, dejando una carta sobre la mesa.

—Claro. Mi hermana Nesta se casa con Sam la semana que viene y queremos tener alguna idea.

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