Arizona

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V

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—Dos años completos.

—¿Hasta su muerte?

—Sí.

—¿Vio usted matarle? —inquirió Grieve, acercándose más, con los ojos como dos carbones.

—Sí.

—Entonces ¿sabe usted quién le mató?

—Señor Grieve —contestó Ames con una especie de vibración desdeñosa y fría en la voz—, si vi como le mataron, claro es que vi quien le mató.

—No siempre ocurre así. En aquella comarca se mataba a la gente en emboscadas. Si no recuerdo mal, se decía que nadie había visto cómo mataron a Rankin.

—Quizá recuerde usted bien, pero está equivocado. Un hombre por lo menos, lo vio.

Grieve retrocedió con súbita violencia y sus negros ojos se movieron.

—Perdone —dijo apresuradamente—. Me estoy metiendo en asuntos personales, pero Rankin era un cuatrero que una vez me robó el ganado que poseía. Quienquiera que le matase me hizo un buen servicio.

Y giró como sobre un eje, subió al coche y ordenó al cochero que siguiese adelante dejando una variedad de expresiones en las caras de los vaqueros.

MacKinney fijó sus penetrantes ojos grises en Ames, como si el reciente cambio de palabras hubiera despertado en él pensamientos.

—¿He oído excusarse a Crow Grieve? —exclamó Slim Azul.

—Blab —gritó un compinche desde el porche—. Creo que todos te teníamos por el embustero mayor de la comarca, pera…

—¡Eh, forastero! ¿Está usted preparado? —interrumpió el cocinero desde la puerta.

—Si —gritó Ames.

—¡Poned un pie detrás de otro! ¡Listos! ¡Una! ¡Dos! ¡Tres! ¡A comer, antes de que la tire!

Arizona Ames entró disparado en la casa, a la cabeza de los vaqueros, y los gritos, los golpes de las botas, las risas y el sonar de las espuelas cesaron de repente.

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