Ariana

Ariana


ONCE

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O

N

C

E

Ariana se despertó sobresaltada. Se había quedado dormida dentro de la bañera y empezaba a estar arrugada como una pasa. Se maldijo por su estupidez y salió del baño. No había toallas a la vista, de modo que abrió el armario y tomó una grande. Apenas se había envuelto el cuerpo la puerta se abrió de repente. Ella gritó y sujetó la toalla sobre sus senos, mirando aterrada a Rafael. No pudo decir ni palabra.

- El desayuno esta listo, chiquita -dijo él. Y volvió a cerrar la puerta-.

La joven se quedó estupefacta. Poco a poco, el color fue volviendo a su rostro y la furia invadió cada molécula de su cuerpo. ¡Como se atrevía el muy… el muy…! - ¿Y por qué diantres he dejado la puerta abierta? -graznó luego para sí misma-.

Se secó con rapidez y a falta de otra cosa, volvió a ponerse el destrozado vestido. Buscó un cepillo, lo pasó con movimientos bruscos por su enredado cabello y, aunque no consiguió dejarlo muy decente, al menos estaba más presentable. Después salió del cuarto de baño hecha un basilisco, dispuesta a saltarle los ojos a Rafael Rivera.

El aroma que llegó de la cocina, sin embargo, le hizo la boca agua. Se sintió terriblemente tonta por su enfado, cuando estaba muerta de hambre y el muy majadero ni siquiera parecía haber reparado el ella cuando entró en el baño. Alzó la barbilla para reponer un poco su perdida dignidad y se dirigió a la cocina.

Cuando llegó, Rafael había preparado un desayuno suculento. Sobre la alargada mesa había mantequilla y mermelada, un molde de pan de los que gustaba de hacer Nelly en sus ratos libres y que, ella lo sabía por experiencia, se mantenía jugoso más de tres días. Huevos, bacon, zumo de naranja. También había un aromático olor a café recién hecho. Sin poderlo evitar se pasó la lengua por los labios.

Rafael puso la cafetera sobre la mesa y, con una sonrisa sarcástica, la indicó que tomara asiento.

Le miró como el que mira a un fantasma.

Llevaba el pelo aún húmedo y vestía sólo con unos pantalones ajustados a sus largas y musculosas piernas y una camisa blanca que no se había molestado en abrochar, exponiendo un tórax amplio y tostado que la obligó a tragar saliva.

Medio atontada, le vio retirar una silla y acomodarse. Parecía que a Rafael le importaba un pimiento si ella le acompañaba o no, porque de inmediato comenzó atacando los huevos. Después del primer bocado, alzó los ojos y aquellas pupilas negras y profundas parecieron pasar revista a la muchacha, que se sofocó bajo su escrutinio.

- Estas horrible -dijo él, sin cortesías-. Voy a pensar que no haber traído a Nelly ha sido, en verdad, una tontería.

Ariana se envaró y le regaló una mirada cargada de rabia. Nadie se había atrevido jamás a regañarla de forma tan vulgar, salvo aquel salvaje.

- Ya le dije, señor, que no podía desvestirme sola.

- Ya te dije, chiquita -repuso él-, que yo podía ayudarte.

- Le informé que… - ¡Oh, vamos, Ariana! -cortó él, echándose hacia atrás en la silla y olvidando el desayuno-. He dormido mal, tengo hambre y mi humor no es demasiado bueno. De todos modos, he tenido la amabilidad de prepararte el desayuno y, debo decir en mi beneficio, que para ser un soltero no se me ha dado mal del todo. ¿No puedes darme un poco de cuartelillo, mujer?

Ariana estuvo a punto de echarse a reír al escucharle. Era cierto que el desayuno preparado se veía apetitoso; nunca conoció a un hombre capaz de preparar lo que en ese momento era un manjar de dioses, de modo que se dispuso a darle tregua. Además ¡qué narices! estaba rabiando por clavar el diente en aquellos huevos con bacon. Se encogió de hombros, tomó asiento y agarró el cuchillo y el tenedor.

Rafael paró de comer y ella le miró, dándose cuenta de que él no estaba utilizando los cubiertos, sino que untaba trozos de pan en la yema. Ella se quedó azorada un momento; jamás había probado la comida sin cubiertos. Sin embargo, le pareció que ya se había puesto demasiado en ridículo delante de Rafael, así que decidió imitarlo, aunque sólo fuera para que él se diera cuenta que no era una mojigata. Cortó un trozo de pan y estrujó la yema del huevo como si tuviera algo contra ella. Engulló el primer bocado a pesar de que los huevos no parecían estar hechos como se los sirvieron siempre y cerró los ojos al saborear la comida.

- Delicioso -susurró sin proponérselo-.

- Gracias.

Cuando miró a Rafael él sonreía.

Desayunaron en silencio, cada uno dedicado a su plato. Sólo mientras Ariana tomaba su taza de café y Rafael iba ya por su segunda taza, le preguntó: - ¿Como llaman en tu país a esta comida?

- Huevos fritos -repuso él, mirándola como si fuese algo menos que idiota-.

- Fritos.

Con una sonrisa divertida, él volvió a echar la silla hacia atrás. Parecía estar pasándolo bien a costa de ella, pensó la muchacha; instintivamente se puso más tiesa en su asiento.

- Se pone bastante aceite en una sartén -dijo Rafael, como el que da una lección a una criatura-, y después, cuando está muy caliente, se cascan los huevos y se echan. El truco consiste en ir regándolos poco a poco con el aceite.

A Ariana le costó un poco tragar el último sorbo de café. Parecía que la silla le estaba produciendo alergia mientras aquella mirada oscura no dejaba de observarla, de modo que en cuanto terminó se levantó.

- Un desayuno muy agradable, te lo agradezco.

- No me lo agradezcas y ayúdame a recoger todo esto.

Ella parpadeó. - ¿Como dices?

El español emitió una risita y ladeó la cabeza al mirarla. Se levantó y comenzó a retirar los platos.

- Ariana, chiquita -dijo-. ¿Recuerdas que no hay criados en el palacete? ¿Recuerdas que estamos solos?

- Sí, pero…

- Entonces repartiremos las faenas. Si yo he preparado el desayuno, tú limpiarás los cacharros. - ¡Limpiar los…!

- Platos, tazas, cubiertos…-rió él con ganas al ver su azoramiento-. Ya sabes, princesa, los utensilios.

La patada que la joven arreó a la silla que había ocupado, le hizo respingar y mirarla con más interés. Ella echaba chispas de indignación, pero la situación le estaba divirtiendo tanto, que no se la habría perdido por nada del mundo. - ¡Esto es el colmo! -estalló ella- ¿Pero qué te has creído? ¡Jamás he fregado los platos en mi vida, Rivera!

- Pues empieza ahora. - ¡Vete al infierno! - ¿Eso quiere decir que me va a tocar hacerlo a mí?

Se estaba burlando. Ariana lo notó en su gesto de sarcasmo, en la sonrisa ladeada y demoníaca que le hacía todavía más guapo. ¡Majadero español! ¡Si pensaba que iba a convertirla en una vulgar fregona, ella le demostraría lo confundido que estaba! Dio media vuelta y salió de la cocina a largas zancadas, olvidándose incluso de que una dama de buena familia debía caminar erguida y a pasos comedidos. El estallido de carcajadas de Rafael la hizo apurarse para llegar a su habitación.

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