Ariana

Ariana


CATORCE

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Henry Seton, acomodado tras el escritorio de su despacho, echó una ojeada a su joven amigo por encima de las gafas. Por fin, se quitó las lentes y las dejó sobre la mesa, se echó hacia atrás y cruzó los dedos sobre su vientre.

- La cosa no ha comenzada bien. ¿Es eso?

La mirada turbia de Rafael le dijo más que las palabras y se sintió un poco culpable.

- Ariana es difícil.

Tampoco aquella vez obtuvo respuesta por parte del conde de Torrijos. Habían regresado del lago y al verlos, tal vez durante el primer segundo, a Henry le pareció que los jóvenes habían llegado a un acuerdo. Pero la sensación sólo duro eso, un segundo, porque inmediatamente se dio cuenta que algo iba mal y no fue por la cara de su nieta, que sonrió a la servidumbre de modo encantador, ni porque Rafael se mostrara irritado. Fue la frialdad con la que se trataron entre ambos. De modo que había llamado al despacho a Rafael el cual se había sentado en una de las butacas, había encendido uno de sus pitillos y no había abierto la boca para nada.

Henry se sentía un poco desconcertado, pero no sabía el mejor modo de hacer soltar al otro la bilis que, ya intuía, le estaba carcomiendo.

- Llegó una invitación para una fiesta dentro de dos semanas, Rafael -le informó, por ver si el joven reaccionaba-.

Esperó un minuto. Un largo minuto. Luego, desesperado, se incorporó y dio un puñetazo en la mesa que sólo consiguió hacer parpadear a Rafael. Pero al menos consiguió que le mirara. - ¡Dime que soy un necio! -elevó la voz- ¡Dime lo que quieras, muchacho, pero no sigas ahí con ese aire de víctima!

Rivera suspiró y apagó el cigarrillo.

- No tienes la culpa, Henry.

- Yo te obligué a esta boda. Te arranqué la promesa de proteger a esa gata. Ahora lo siento, creo que fue un error. Nunca he visto a unos recién casados que tengan tantas ganas de perderse de vista. ¿Qué diablos pasó en el palacete, Rafael?

- Nada.

- Mira, hijo -rodeó la mesa y se sentó en el brazo del sillón-. Sé que ha sido un matrimonio de conveniencia. Sé que Ariana no quería este matrimonio y que tú tampoco lo deseabas. Pero ella está criada en buena cuna y acatará mis deseos. Sabe que, pase lo que pase, debe portarse como una dama, sin dar a los demás un motivo para habladurías. Sin embargo, he escuchado un par de comentarios entre los sirvientes, de modo que dímelo. ¿Qué pasó en el palacete?

Rafael se incorporó y paseó por el despacho a grandes zancadas. ¡Jesús, María y José! ¿Cómo iba a contarle a Henry que había estado a punto de…? Frenó en seco y se quedó mirando a su amigo.

- Henry, hay que buscar un marido para Ariana.

- De eso se trata.

- Cuanto antes mejor.

Seton achicó los ojos. - ¿No habrás…? - ¡No! -cortó Rafael con un grito-.

- Tampoco habríais de darme explicaciones.

- Por favor, Henry… Ariana es una criatura, y tu nieta para más datos. - ¿Y?

- No quiero verla como a una mujer, es todo. - ¡Ah! Ya entiendo.

Observó al español serenamente. De modo que era eso, sí. Una ligera sonrisa estiró sus labios y la disimuló con un carraspeo mientras buscaba un cigarro puro. De espaldas a Rafael volvió a sonreír, pensando que, tal vez, su loco plan podía acabar como él deseara desde el principio. Rafael y Ariana hacían una pareja perfecta. Ambos eran de buena cuna, ambos educados en los mejores colegios, los dos con fortuna personal. ¿Qué más hacía falta, además de eso para formar un buen matrimonio?

- La chiquilla te ha calado, ¿eh? -Aventuró, aún dándole la espalda-.

Escuchó la apagada protesta y se volvió. El joven parecía estar sufriendo un agudo dolor de estómago. - ¿Quieres otra copa?

- No. He bebido más de la cuenta desde que me propusiste esta locura, Henry.

- Lo siento. - ¡Por el amor de Dios! -gimió Rafael, buscando el apoyo de un asiento en el que se dejó caer-. Henry me has metido en un buen lío.

- Lo sé.

- Y lo dices así, tan tranquilo -recriminó-. - ¿Qué quieres que haga? Los amigos están para eso. - ¡Y una mierda, hombre! -explotó Rafael-. Tu dulce nietecita y mi arisca esposa pretende que me comporte como un monje mientras dure nuestro matrimonio. No quiere escándalos, ni adulterios, ni habladurías -recitó imitándola y provocando la risita del inglés-. Desea un marido perfecto de cara a los demás, mientras le busco al que será su esposo definitivo. ¡Es una bruja!

- También lo sé -asintió, mirando la voluta de humo de su cigarro-. No vas a descubrirme nada nuevo sobre Ariana, recuerda que es de mi sangre.

- Yo no soy un monje, Henry.

- Tampoco me estás diciendo nada que no sepa.

- Podría cometer una estupidez. - ¿Como cuál?

- Hice algo en el palacete que… Quiero decir que yo no… -puso los ojos en blanco y se derrumbó en si sillón-. - ¿Hiciste el amor a Ariana? -preguntó Seton a bocajarro, haciendo que Rafael diera un salto-. - ¡Por san Judas, no!

- Entonces…

- Mira Henry -volvió a levantarse y a pasear por el despacho, con tanta furia encerrada en sus idas y venidas que Seton temió que echase la costosa alfombra a perder-. No quiero liarme con tu nieta. ¿Entiendes? Simplemente hicimos un pacto. Estoy dispuesto a hacer de ama de cría unos meses, hasta encontrar al hombre adecuado para ella mientras cuido de sus bienes. Sólo eso. Lo demás no entra en nuestro convenio.

- Pero Ariana es una muchacha preciosa.

- Henry, eres un cabrón -le señaló con un dedo tembloroso por la irritación. Empezaba a comprender a su amigo. Empezaba a entender lo que se había propuesto desde un principio y hubo de retenerse para no estrangularlo-. ¡Me has buscado una encerrona!

- Podrías llegar a sentirte cómodo estando casado. - ¡No quiero sentirme cómodo! -atizó un golpe a la pared para rebajar la tensión- ¡Es un convenio, nada más! ¡Un convenio que durará el tiempo que tarde en acomodar a tu preciosa nieta! Y, Henry -bajó la voz-, te juro por lo más sagrado que trataré de hacerlo cuanto antes.

El portazo que dio al salir hizo encogerse a Henry.

- Ya veremos, hijo -susurró, dando una calada al cigarro-. Ya veremos…

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