Aria

Aria


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—Trescientos cuarenta y ocho con setenta y cinco dólares, por favor —me sonrió la trabajadora, para luego cambiarme de tercio al instante—. ¿Conoce usted alguna ciudad de Estados Unidos donde una pueda vivir sin miedo a que la maten? En Washington salimos de una para meternos en otra. Y creíamos que en este hotel estaríamos a salvo… Nunca debería haber dejado a mi novio de Wisconsin.

—¿A qué se refiere?

—Oh… —La mujer se preparó a formalizar nuestro encuentro—.

Perdone mi indiscreción, pero supongo que acaba de venir del extranjero…

—No exactamente. Pero se puede decir que en las últimas cuarenta y ocho horas he estado un tanto alejada del mundo real —le concedí sincera.

—¿Dos días? Pues se ha librado por los pelos de todo lo acontecido por aquí. Periodistas, policías de un lado para otro. Mafias rusas de por medio… Eso es justo lo que no necesitamos en el Majestic. Pero de nada sirve que los trabajadores vayamos en concordancia con el buen gusto y la discreción que exige un hotel de estas características si es la propia dirección la que acaba metida en tales follones.

—Disculpe…, pero sigo sin entender…

—¿No conoce tampoco lo ocurrido en Dubái? La explosión de ayer en ese edificio, el más alto del mundo, dicen…

—Sí… De eso tengo una ligera idea.

—Pues Cameron Collins se encontraba allí. Era un invitado de honor al cumpleaños del embajador de Dubái en Jordania, quiero recordar… Por lo visto ese príncipe visitaba nuestro hotel con frecuencia, vaya usted a saber para qué fines. El caso es que el señor Collins ha muerto en ese atentado. Lo encontraron abrasado junto al cadáver de su amigo el jeque —la dependienta bajó aún más la voz por la entrada de una nueva clienta—. Aún no se sabe si ha sido Al Qaeda o qué. Lo más seguro es que así sea. Las autoridades americanas están investigando conexiones del señor Collins con ese árabe amigo suyo. Todo apunta a que ha sido un atentado para cargarse a ese príncipe y que Collins no ha sido más que un daño colateral…

—Pero ¿qué tiene que ver todo eso para que la policía se persone en el Majestic Warrior?

—Pero ¿no acabo de decírselo? El señor Collins fue el fundador del Majestic, y sin que nadie se percatase ha dirigido el hotel desde su inauguración, creo que ya han pasado unos siete años de eso. Pero a lo que voy: no conozco ningún trabajador del hotel, y eso que me hablo con la mayoría, que haya visto a ese Collins rondar por el edificio. Al parecer era muy celoso de su intimidad y, por lo que dicen, siempre ha vivido oculto tras el trabajo de la señora Newman, la mujer a la que, desde el principio, todo el personal ha creído directora del Majestic. Bueno, en realidad, de puertas afuera así ha sido… No sé… Esto pinta muy extraño. Debía de ser ese Collins un hombre de lo más excéntrico. Le imagino observando nuestro trabajo con vestimenta de incógnito. Entrando a esta tienda como si fuera un cliente más. Tanto tiempo…, porque fíjese, estamos hablando de siete años con sus miles de días… —la joven rubia dejó su palabrería aparte para ahondar en el blanco del rostro que tenía enfrente—. ¿Se encuentra bien?

Bajé la mirada. Con movimiento de autómata dejé sobre el mostrador los trescientos cincuenta dólares. La chica, entre titubeos, se dio cuenta de la falta de mi interés para lo que le restase por relatar. Se limitó a contar el dinero; después, a recopilar las monedas que me debía.

—Quédese con el cambio —fueron las cuatro únicas palabras escapadas de mi boca.

Sin fuerzas para un simple adiós, salí de la tienda y atravesé la planta baja del hotel. Luego acabé metiéndome en uno de los ascensores del hall. Pulsé un botón con dos dígitos marcando su centro. Piso 20.

Mis nudillos nacaraban la piel, clavadas las uñas en la bolsa que contenía la ropa y la nueva imagen de aquel tipo, del extraño con el que había compartido tantos peligros, ahora sobradamente nimios si se comparaban con mi arriesgado regreso a su lado, en la habitación 2023.

Dos personas me habían aconsejado alejarme de Cameron Collins: Johanna y Andriy Marenko. El segundo, muerto. La primera, viva; por ahora. O eso imaginaba.

Horas antes de partir a Dubái, la voz de mi hermana acuciándome a no dar ni un solo paso hacia ese hombre: «No te acerques a Cameron Collins por nada en el mundo».

Cegada por el amor inverosímil, aquello que hubiera descubierto Johanna sobre el bróker de dos caras me sonó a falsa advertencia. Craso error.

El ascensor terminó su viaje en la planta 20. Tal había sido mi deseo.

Al fondo del pasillo y tras la puerta marcada con el número 2023 me esperaría el hombre más peligroso de cuantos había afrontado en la vida, dispuesto a retomar la mentira que me hiciera creer cuán agradecido se sentía por haber expuesto mi vida solo para salvar la suya.

Un juego. Para Cameron Collins el riesgo de mi vida había sido un simple juego.

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