Aria

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Con lo puesto y mi documentación a salvo en mi bolso, me obligué a olvidar el trolley que había dejado abandonado frente a la entrada del hotel, segundos antes del ataque terrorista. Arriba, en algún lugar de la cúpula humeante del Majestic, todas mis pertenencias, destruidas por las llamas a noventa metros de altura, convertidas en ceniza a merced del viento invernal. La cadena de televisión CNN lo confirmó en el informativo de la noche. El área de la azotea, comprendida por las dos últimas plantas del Majestic, había quedado suspendida por los pilares exteriores y por encima del gran agujero central originado tras la explosión. Donde antes podía pasearse por las plantas 21, 22 y 23, ahora era solo el viento el único que lograba atravesar la torre de lado a lado. El piso veinte, suelo seguidamente inferior al gran boquete abierto en el skyline de la capital —y en donde se localizaba la suite de mi tía—, aún lograba soportar el derrumbe de las tres plantas superiores. Ocho horas después del atentado, los bomberos llegaron a extinguir el fuego por completo, un retraso que hizo desaparecer cualquier indicio relativo a la identidad de las dos mujeres alojadas en la habitación 2023, huéspedes que, por unas razones u otras, ya no volverían a pisar el Majestic.

Apagué la televisión. Y perdí mi atención entre las cortinas que nos ocultaban del mundo. A las nueve de la noche habíamos entrado en el estado de Virginia para descansar en Richmond. A las afueras de esa localidad, las paredes de un antiguo motel de carretera nos acogieron con idea de salir de allí a la mañana siguiente con un ineludible plan de supervivencia.

Un todoterreno Chevrolet —propiedad de Taylor y que él mismo se había encargado de ocultar en un céntrico aparcamiento de la capital antes de «interceptarme» frente al Majestic— se nos ofrecía ahora como único medio de escape si las cosas llegaban a ponerse más feas de lo que estaban.

Taylor respetó mi mutismo en todo nuestro trayecto de huida, sabedor del hueco dejado en mi existencia ante la falta definitiva de Cameron. Supuso que ya era suficiente dolor para esa mujer engañada, pero aún enamorada. Me dejó descansar. A la mañana siguiente tendría que estar preparada a lo que se supondría un alarde de fuerza mental capaz de obstaculizar la particular guerra de Viktor Zharkov contra el mundo.

En cuanto llegamos al motel, mi acompañante se limitó a bajarme de su coche y ocultarme en la habitación 34, donde mi cuerpo se echó a oscuras en una durísima cama. «Descansa; voy a por unas cosas, vuelvo enseguida», me dijo.

Regresó una hora y media más tarde de lo previsto, a las diez y cuarto de la noche. Había ido a un supermercado 24 horas en Richmond a comprarnos ropa, artículos para la higiene y alimento en conserva para los días venideros.

Allí, perdida en el estado de Virginia, con el recuerdo como única propiedad, me limité a observar el paso silencioso de Taylor por la habitación. Haciendo gala de su timidez, mi acompañante renunció a dirigirme la palabra. Tan solo me lanzó un «¿no duermes?». Ante mi negativa se encendió su enésimo cigarro del día y dándome su espalda se sentó para comprobar el buen funcionamiento de su pistola, denominada por su propietario como «la Heckler & Koch P30», «Heck» para los amigos.

A la media hora de permanecer juntos en esos treinta metros cuadrados de silencio, me atreví a levantar la veda:

—¿De dónde has sacado esa pistola…?

—Eso no importa. Te protegerá.

—Apártala de mí —le ordené—. Esos artilugios del demonio me lo han quitado todo.

—Nunca son las armas, sino aquellos que te obligan a usarlas.

—Pero sin armas nadie se vería obligado, y todos contentos.

—En este país, la tranquilidad de una familia se mide por el número de balas que la protegen. Es la realidad del miedo: si el vecino tiene un arma, yo también. ¿Y quién está dispuesto a controlar eso? Nadie. El miedo mueve pasta y la pasta mueve al mundo.

Con la espalda apoyada en el cabecero de hierro fijé la mirada en la corpulencia de Taylor. Me sobrecogía pensar que aquel hombre avezado con las armas daría la vida por Madison Greenwood. Esa reflexión me hacía sentir en deuda con él a cada instante.

—Vete, Taylor. Yo sola me he metido en esto y yo sola saldré.

—No estoy tan seguro —murmuró.

—Acabarán encontrándonos…

—No mientras confíes en mí.

—¿Y qué te hace pensar que confiaré en ti?

—Porque no tienes a nadie más.

Tan hierático como directo, Taylor revisó por segunda vez el cargador de la 9 milímetros. El arma quedó lista para hacer uso de ella en cuanto fuera preciso.

Me levanté de la cama y abrí una de las bolsas llenas de ropa y enseres: jerséis, vaqueros, zapatillas de deporte, jabones…, ¿estuche de maquillaje?

—A las mujeres os gusta veros arregladas, pensé que…, bueno… —me contestó tan perdido por contentarme a su cuidado como una tortuga cruzando por la Séptima Avenida.

Le agradecí el detalle. Me senté al borde de la cama. Él en cambio guardó el arma en su cinto. Se acercó a la ventana para quedarse allí, de espaldas a mí, extraviando su mirada en una noche desafortunada para el descanso.

Las muertes de Gloria y Cameron me rondaban por la cabeza de forma constante, alimento de un victimismo atroz que esperaba agazapado a que Taylor se marchara de mi vida para enloquecerme de pena. Por suerte o por desgracia, Taylor se quedó allí conmigo. Y yo hice lo posible por mantener mi cabeza estable. Un exmarine como él pronto daría indicios de vergüenza ajena al patetismo de una conducta apegada al sufrir. Y la situación en la que nos hallábamos no daba tregua para más lamentaciones. Así que orgullo no me faltó para recomponer el ánimo frente a sus ojos.

—¿Te resistes a contarme más acerca de esa Amanda? —le lancé—. No sé quién te ha podido contar que la tal Amanda y yo pudiéramos ser la misma mujer… Que yo recuerde, mi madre solo llegó a ponerme un nombre…

—El problema no es lo que yo pueda contarte, sino que tú logres estar lo suficientemente preparada para oír la verdad.

—Bien… Estoy preparada.

Taylor carraspeó. No fue él el primero en confesar.

—Antes debes contarme cómo te enteraste de que matarían a Cameron Collins en Dubái, y cómo sobrevivisteis allí hasta llegar a Washington.

Accedí a su propuesta relatándole todo lo vivido en los Emiratos Árabes, sumándole además la trampa aérea que nos había tendido Leonard Burke por orden de Alekséi Zharkov en su propio avión privado; el amerizaje, y mi empeño por regresar a la capital robándole el coche a una pobre familia con idea de haber vivido su mejor mañana de sábado.

Al terminar mi episodio, Taylor rotó los hombros, el cuello, dispuesto a adelantarme lo que, a primera vista, parecía la concepción de un «yo» pasado, imposible de intuir bajo mi piel. Finalmente él se volvió hacia mí, casi amenazante.

—Debes olvidar a Cameron… No quiero que nada aferrado a tu pasado interfiera. Debes fijar la mente hacia delante. Sería peligroso no hacerlo.

—No te preocupes… También dejaré de lado el suicidio de mi tía, la pérdida de todas mis pertenencias y la capacidad de comprender si merece la pena seguir viviendo en este mundo… Por lo demás, me siento con fuerzas para escuchar todo lo que sueltes por esa boca…

—¿Suicidio? Tu tía está… —Su rostro me mostró una profunda aflicción.

—Sí, Taylor. Mi tía sufría alzhéimer y no quiso seguir siendo un estorbo para su sobrina, ¿qué te parece? —murmuré irónica—. Menos mal que esa vieja pensó en mí…

—Lo siento…

—Se tragó un bote entero de tranquilizantes sobre la tumba de su hijo Dwayne. —Le sonreí con todo mi humor negro—. En el tiempo en que me escribías el mensaje, yo acababa de enterrarla en Broken Bow. Pero no te preocupes. Eso ya está olvidado. ¿Ves? En dos minutos mi mente ha quedado despejada de todo lo que fui y de las personas que amé. Soy otra mujer, lista para mirar hacia delante, tal y como tú quieres.

—No estoy para tus sarcasmos. Debes hacer un esfuerzo por…

Reí sin fuerza, sin motivo aparente para seguir respirando el pútrido aire de la habitación mil veces usada y nunca limpiada a fondo. Me levanté de la desvencijada cama y me ajusté el jersey a la cintura.

—Estoy haciendo el esfuerzo, Taylor. Estate seguro de ello. Porque como ya intuirás no me queda nada, tan solo una hermana a la que debo alejar de la maldición en que se ha convertido mi vida. Puedo jurarte que esta noche no me faltarán agallas para esperar a que te duermas y tirarme al primer camión que pase por esa carretera. Así que larga rápido por esa boca antes de que me veas cruzar por la puerta sin un motivo creíble y de peso que me retenga a tu lado.

A Taylor le calaron muy hondo las últimas palabras. No había motivo de peso que me retuviera a su cuidado. Ni él ni su sobrecogedora forma de amarme serían suficientes. Distrajo aquello que le gritara su sentido común y se acercó a mí con la silla a cuestas. Se sentó en ella, enfrentado a mi escepticismo. Aseguró mi disposición para escuchar cada sílaba desprendida de sus labios.

—Desde esta noche, no habrá otra realidad para ti que la que yo te descubra, por muy increíble que esta te parezca, ¿has entendido? —Asentí con la cabeza. Entre sus vocablos se deslizó un temor titubeante nada tranquilizador—. Por nuestra supervivencia, y a partir de este momento no confiarás en nadie, solo en mí. Mantente a mi lado. Si llegase el momento en que me vieras con una bala en la frente, coge el arma de mi cinturón y métete un tiro, porque desearás haberlo hecho si llegan a capturarte. No importa si es la CIA o la mafia de Zharkov los que den contigo, porque estarás muerta de todos modos. Existe una gran diferencia entre la propia muerte elegida y una muerte impuesta bajo confesión y tortura, ¿lo captas?

Le contesté sin contestarle. Entendió entonces llegado el momento de hacerme comprender el peligro real al que nos enfrentábamos.

—La tarde del 20 de marzo de 2014, hace casi un año, saliste del hospital con una brecha de poca consideración en la cabeza…

—Me atropelló un coche con la compra a cuestas… Los culpables se dieron a la fuga. Los cazaron a la semana… —Quedé pensativa. Extrañada—. Yo no te conocía por aquel entonces… ¿Cómo puedes saber…?

—Sé lo que el círculo de los Zharkov sabe y hasta ahí podré contarte. —Tragó saliva con dificultad—. Maddie…, el atropello no fue lo que te hizo perder el conocimiento. Ese accidente jamás se produjo…

—¿Cómo?

—El mismo día en el que tu amnesia quedó confirmada, la CIA junto con los federales creó un verdadero montaje de cara a la policía: un coche con el frente abollado para la ocasión, testigos y culpables fugados… Aseguraron el nulo tránsito de viandantes para acoplar al informe policial sus propios testigos. Nadie dudó de la credibilidad del incidente. A ti y a tu entorno os sirvieron en bandeja la causa que te había llevado realmente al hospital. Toda una patraña para ocultar la verdad ocurrida unas horas antes, en esa misma tarde del 16 de marzo de 2014 en la que decidiste subirte al coche de Cameron Collins. Los hombres de los Zharkov os siguieron y os encontraron haciéndoos caer por un terraplén tras chocar con uno de sus furgones. Os dieron en un costado mientras intentabais quitároslos de encima. Cameron no pudo hacerse con el volante y caísteis por la colina. El coche volcó, pero no se incendió.

—Y ahora viene la parte en la que me conviertes en Amanda… —le dije escéptica.

—Maddie…, me has contado que, en tu presencia, Collins fingió perder la memoria en ese accidente… ¿Adivinas de dónde sacó la idea? Fuiste tú, Maddie, tú te dejaste el recuerdo en esa cuneta. —Taylor blandía sus palabras con implacable y estremecedora verdad—. A la media hora de despeñaros, rodeó vuestro coche volcado el FBI por el aviso de unos montañeros que paseaban por allí. Os llevaron al Washington Hospital Center. Despertaste tras un coma de setenta y dos horas. Recordabas toda tu vida anterior: tu niñez, tu adolescencia, tu matrimonio con Larry. Pero no lograbas recordar nada de lo ocurrido en los últimos sesenta días. En esos dos meses te forjaste una relación en secreto con Cameron Collins. Él te proporcionó una identidad falsa: Amanda Baker.

—Espera… Dices que no existió el atropello, ¿y qué pasa con los chicos que encarcelaron? —pregunté sucumbiendo al embotamiento de mi juicio.

—Ya te lo he dicho. Figurantes de la agencia de inteligencia. Hombres libres en cuanto la prensa local y tú les restasteis atención. Con tu recuerdo afectado, los médicos de ese hospital aliados a la CIA te hicieron creer lo que les habían ordenado que te dijeran. —Taylor contuvo su diálogo. Vio cómo la tez de mi rostro se tornaba tan pálida como las paredes que nos resguardaban.

—Pero es… ilógico —dije—. En el caso de que eso fuera cierto, ¿cómo pude recordar todo mi pasado anterior y no lo que había vivido dos meses antes del accidente?

—Los neurólogos te diagnosticaron amnesia disociadora, causada por la intensidad del trauma emocional que había ejercido sobre ti todo lo que te obligaba a hacer o sufrir el malnacido de Collins. Bajo una situación de estrés extremo, tu mente creó un mecanismo de defensa y apartó de tu presente a Collins y a todo lo conectado con él en esos dos meses. Los neurólogos descartaron la teoría de que, al vuelco del coche, tu cabeza hubiera sufrido un traumatismo, dejando en tu memoria el llamado estado de fuga. Fue la autonomía propia de tu mente la que apartó de tu recuerdo lo vivido con Cameron, y la inconsciencia sufrida en el accidente le sirvió para activar su escudo. —Taylor tomó otra calada. En esos cinco minutos, ese hombre, dado a la observación silente de la vida, estaba hablando más que lo que pudiera haberse atrevido en todo un año—. Tras el falso atropello y certificar tu amnesia, dejaron que retomases tu vida de casada. Desde su entrada en el hospital no se supo más de la existencia de Amanda Baker. Por orden de los facultativos médicos que te trataron, prohibieron a tu hermana, a tu marido, cualquier intento de hacerte recordar tus dos meses de ausencia. Según esos neurólogos, forzar a preguntas a un cerebro con amnesia disociadora conllevaría empeorar aún más las cosas. Todo una jodida argucia… Los médicos de la CIA anduvieron detrás de todas esas teorías inventadas solo para mantenerte bajo su control.

—Pero… Dos meses sin aparecer por casa… Mi hermana, Larry…, preguntarían por mí… No me habría resultado fácil ausentarme tanto tiempo.

—Antes de convertirte en Amanda y desaparecer con Cameron, les hiciste creer a todos que te ibas a asentar durante dos meses en Seattle, para ayudar a una vieja amiga con depresión tras su divorcio. Aprovechaste todos tus días de vacaciones en la cafetería y consecutivamente falseaste una baja médica de casi un mes para proseguir con tu ocultación en el Majestic, y no en Seattle, como ahora sabemos. Era de suponer que, enamorada de Collins y tras no verle durante años, no regresarías jamás a tu vida marital… —Taylor acertó a valorar el shock por el que comenzaba a naufragar mi comprensión—. No creo que deba continuar hablando. Debes descansar…

—No. Estoy bien… —le contesté, obligada a digerir cada una de sus palabras. Taylor se encendió un nuevo cigarrillo nada más apagar el consumido.

Con gesto obligado, mi acompañante chupó de él para luego expulsar una gran bocanada de humo:

—Transformada en Amanda, Cameron llevó a cabo una operación que te iba a adentrar en un triángulo de intereses en que él mismo se incluía. Un triángulo de poder constituido por los Zharkov por un lado, y por otro un fabricante armamentístico; el tercero en discordia, el propio Cameron Collins, aliado de la CIA. —Taylor levantó tres de sus dedos frente a mis ojos—. Tres vértices: la mafia rusa, la industria armamentística y la CIA, estos últimos respaldando a tu querido director de hotel. Tres organizaciones, aparentes enemigas entre sí, pero con un objetivo común: tú y tu capacidad para recordar la noche en la que les pateaste los cojones a todos.

—La Triple Alianza…

—¿Cómo sabes que…?

—En el avión… Alekséi Zharkov habló de una Triple Alianza en la que vinculaba al actual presidente, a la CIA…

—Bien… ¿Te habló Cameron de un tal Cromwell?

—Sí —repuse—. Era el único hombre en quien debíamos confiar. Por lo visto era el jefazo de la operación Qubaisi…

—Estamos hablando de Patrick Cromwell, nena. Ese tipo es el puto jefe del Grupo de Operaciones Especiales en el Golfo Pérsico de la CIA, con asentamiento secreto en Yemen. Y en lo que respecta a la protección y posterior desaparición de Amanda, el grupo de Cromwell se puso en contacto con Collins para ayudarle a concebir la simulación de tu atropello y las conexiones necesarias con los médicos que te atendieron. A tu salida del hospital, tu director de hotel junto con Cromwell te protegió desde la retaguardia, vigilando cada una de tus entradas y salidas, cada uno de tus movimientos dentro o fuera de tu casa. Era necesario que retomaras tu día a día con normalidad, pero, por otro lado, no podían permitirse que los Zharkov dieran con tu verdadera identidad y paradero. A los seis meses, Cameron Collins repitió el ingenio de llevarte por segunda vez a pisar el Majestic y, de paso, hacer de ti su «nueva Amanda». Esta vez elegiste el nombre de Valentina Castro. Pero eso era lo de menos: eras la misma mujer que volvió a beber los vientos por él.

Me levanté de la cama. Los pies desplazaban mi cuerpo sin rumbo ni sentido. Alcé la mirada al sucio techo. Una punzada en el vientre me forzó a soltar la pregunta con la respuesta más dolorosa de todas.

—Ser una puta para el Golden… ¿Por qué iba yo a ceder a su deseo de convertirme en Amanda, consciente de lo que eso suponía?

—¿Por qué crees tú? —Taylor se levantó de la silla con contenida furia. Me miró a los ojos—. ¿No es Madison Greenwood otra de las mujeres de este mundo capaces de joderse la vida por un cabrón? ¿O es que tu loco amor por él no te convirtió en la gran Valentina Castro?

—Iban a matarle, Taylor…

—Amanda, Valentina Castro… Las dos, encoñadas, luchando por el mismo hijo de puta… No es tan complicado encontrar nexos de unión entre las dos zorras que creaste.

—Era yo la única que sabía que irían a por él. ¡No podía quedarme de brazos cruzados!

—¡¿Y a él, crees que le importaba de la misma forma tu vida? ¡Contéstame!

—¡Te repito que Cameron jamás me quiso a su lado! En estos últimos días luchó por alejarme de él… Era yo la que insistía en acompañarle…, en no dejarle solo. Tenía miedo de que…

—Simple estrategia… ¡Despierta, Maddie! Collins no podía exponerte a ninguna tensión emocional mientras durase tu recuperación, o tu memoria perdería para siempre los recuerdos de esos dos meses en tu papel como Amanda. Así se lo advirtió el canal médico de la CIA. Además, el muy cabrón era consciente de lo muy enamorada que estabas de él. Nunca le abandonarías, aunque fuera él mismo quien te lo pidiera. Ya probó tu debilidad transformándote en Amanda, pasarías por el aro una segunda vez, una tercera si hiciera falta. Te utilizó, Maddie. El hijo de puta no iba a confiar el encargo de ese robo a cualquier persona, no si fuera su propia vida o la seguridad de un país entero la que dependiera de ello. Ningún hombre ni ninguna mujer de este mundo le ofrecerían la misma lealtad y fidelidad que tú. La misma que encontró en Amanda Baker. —Alzó los brazos al cielo con comicidad grotesca—. Madison Greenwood, la mujer de alma entregada dispuesta a darlo todo por su hombre. En cuanto Collins volviera a meterte su polla, se manifestaría la zorra perfecta a complacerle.

—¡Cállate, Taylor! —le volví a gritar. Nerviosa, me eché las manos a la frente. Me vi incapaz de pensar, de reaccionar. Aflojé el tono—. ¿Por qué en este tiempo con mi tía iba a utilizarme de una manera tan miserable? —Mi empeño por no creer lo increíble disminuía en su eficacia. El delirio verbal de Taylor se tornaba terrenal, palpable e irrefrenablemente doloroso a la certeza.

—Porque tu recuperación también era clave para él —soltó con evidencia recalcada—. Tras cumplir tu misión como Amanda Baker, le negaste a Collins el elixir de vuestra victoria. Le traicionaste. Le prohibiste el acceso al objeto que te habían ordenado sustraer al presidente. En cuanto saliste del coma y volviste a ser Madison Greenwood, el agente Cromwell de la CIA trabajó junto a Collins en tu protección con el mismo objetivo que ha movido a los Zharkov y a esa empresa de armas del país, la tercera corporación que completa el triángulo de interés en torno a tu robo.

—¿Oyes bien lo que estás diciendo? La mafia, una empresa de armas, la CIA, tres organizaciones con el suficiente poder para controlar este país persiguiendo a una mujer de provincias… No tiene ningún sentido…

—Lo tiene. Claro que lo tiene, si pensamos en el valor del objeto que te habías agenciado horas antes de que Amanda desapareciera de tu mente.

—¿Qué había hecho? ¿Robar el Santo Grial? Por Dios bendito, Taylor… Esto es una locura… ¿Qué se supone que me llevé como para que no quieran dejarme en paz…?

—Quieren que les devuelvas la llave digital que le birlaste al presidente de Estados Unidos la madrugada del 15 al 16 de marzo de 2014. La noche en la que el señor Collins, principal maquinador del robo, arrojó la nueva y bellísima puta del Golden a los brazos de John W. Kent. Amanda terminaría follándose al hombre más poderoso de este país bajo una sola finalidad: arrebatarle el bien preciado que escondía en su traje o dentro del maletín; una llave, un aparato en forma de iphone cuya memoria se halla repleta de secretos de Estado. Solo que la zorra salió más lista de lo que todos habían previsto. Esa llave se la guardó para sí, la escondió. Enfrentaste a Collins a la horma de su zapato. Supongo que Collins te exigió la entrega inmediata de la llave que te había encomendado usurparle a Kent, pero se la negaste. A la tarde del día siguiente se produjo el vuelco de vuestro coche.

—¿Por qué iba a negarle esa llave a Cameron? ¿Con qué propósito?

—Es posible que horas antes descubrieras toda la mierda que había movido a Collins a utilizarte como anzuelo. Pero eso ahora solo podrás descubrirlo tú y tu capacidad para recordar…

—Pero no recuerdo nada…, Taylor. No soy capaz de recordar ni un solo instante de ese tiempo… —le confesé angustiada—. Sabía que había visto en alguna parte a Yvonne, incluso los pasillos del Majestic se me presentaron familiares. Pero no he logrado vincular nada con ese pasado del que me hablas.

—Era de suponer el fracaso de tu recuperación —dijo—. Lo extraño hubiera sido verte recordar. Has pasado por demasiada tensión en estos últimos meses pese al esfuerzo de la CIA o del señor Collins por mantenerte quietecita en el Majestic.

Ninguno de ellos había contado con que ibas a escuchar por accidente esa conversación en la que se te reveló el atentado contra Collins en Dubái… Esa fue la chispa que prendió el fuego, la ansiedad que ya no te permitió recordar nada de tu tiempo como Amanda. Y creo que hasta ahora nadie ha logrado apagar el incendio incontrolado que has provocado en tu mente, solo por el afán de salvar al miserable que te ha llevado a ser el punto de mira de la mafia rusa.

—Esa mafia me disparó a bocajarro en la entrada del hotel… Si tú dices que están esperando a que recuerde dónde metí esa llave…, ¿por qué los hermanos Zharkov iban a querer eliminarme del mapa?

—Porque los Zharkov no actúan con medias tintas. Intuyo que nunca se han creído la existencia de tu amnesia… No sé cómo, pero, como habrás comprobado, ya han conseguido ponerte cara y relacionarte con Collins. Alguien te vio subir al avión de Zharkov en Dubái, alguien relacionado con el círculo de amistades de los hermanos.

—Un tipo me fotografió cuando el agente Burke me interceptó en la carretera para subirnos al avión de los Zharkov…

—Ahí lo tienes… Ten claro que si fuiste tú la que los jodiste, será tu tumba la que caven, y la mía será la siguiente.

—Esto no puede ser cierto. Debes estar equivocado, Taylor —argüí presa de una creciente ansiedad.

—En cuanto termine de hablar podrás juzgar lo que te plazca. —Dio otra profunda calada a su cigarrillo. Soltó el humo, intranquilo—. Según esos neurólogos allegados a la CIA, tu estado amnésico sería transitorio. Pero, como ya sabes, era de gran importancia no alterarte emocionalmente en tu proceso de recuperación. Era muy probable que, por un nuevo episodio de estrés postraumático, tu memoria olvidara la localización elegida para esconder la llave del presidente. Esta teoría, para tu fortuna, resultó cierta. Por este motivo la CIA no se atrevió a trastocar tu aburrida vida con Larry. No habría ni secuestro, ni tortura, pero sí alta protección a tu persona mientras tu memoria se recomponía. Ya sabes quién fue el encargado de llevarte a su palacio de cristal… En el Majestic Warrior, la CIA y el señor Collins te habilitaron un sutil y apacible encierro con tu tía. Tanto los que desean verte muerta como viva continúan esperando la recuperación total de tu memoria, Maddie. Y solo el señor Collins ha tenido la facultad de hacerte recordar.

—¿Hacerme recordar? ¿Cómo iba a conseguirlo? ¿De qué modo iba a…? Eso es ridículo. Todo es ridículo. Taylor, no sé quién coño te ha contado eso, pero…

—¡Escúchame! —bramó—. No solo había que mantenerte en un estado mental sereno. La teoría de tu recuperación se complementaba con la acción de crearte un entorno similar a lo vivido en tu etapa pasada como Amanda Baker. Enfrentarte a las mismas experiencias, a los mismos objetos que pasaron por tus manos dentro del Majestic. Y solo Cameron Collins había compartido contigo esos sesenta días. Solo él guardaba el secreto de su creación, de su Amanda. Fue entonces cuando, hace seis meses, Collins regresó a tu vida y abonó todo el terreno para acercarte a su mundo, con un solo objetivo: recuperar a la puta que hizo de ti en esos dos meses claves. —Tomó aliento para aplacar sus nervios—. Para la creación de Valentina Castro te preparó a conciencia, Maddie, a gusto del Golden, tal y como lo había hecho con Amanda. Era de máxima importancia que en cuanto residieras en el Majestic se te indujera a caminar por una ruta similar a la seguida con tu primer personaje. Para lograrlo, Collins optó por nuevos recursos que te llevaran a respirar nuevamente la atmósfera del Majestic. Se hizo esta vez con el favor de tu marido para atraerte de nuevo hasta el club del hotel. Sacó a tu tía de la cárcel… ¿No sabías que todavía le quedaban por cumplir ocho meses de condena? —Taylor atisbó en mí la estampa misma del desconcierto. Contuvo la respiración y prosiguió—: Le ofreció a tu tía Gloria trabajo como cantante en el club, cuando nunca antes se había dado ese tipo de espectáculos en el Golden. Llegó a alojarla en la suite más grande de su hotel con todas las comodidades y servicios. Un lujo gratuito justificado con la aparición de la sobrina un mes más tarde. Mantenerte en un feliz cautiverio sin aparente vigilancia, ese era parte del plan. Pero en cuanto decidieras salir a la calle, Collins daría aviso a sus compinches en la CIA para no perderte de vista. ¿Te cayó simpático el señor Farrell, verdad? ¿No creerás que ese es su nombre real? —El hablar de Taylor me revolvía poco a poco la boca del estómago hasta crearme una náusea incontrolable—. En las noches del Golden, Collins buscó alianza con Webster, y ambos te expusieron lo justo y necesario para hacerte revivir la experiencia vivida como Amanda y así estimular tu memoria.

A la mente acudieron imágenes capaces de dejarme sin oxígeno el cerebro. Mi pasado más próximo y sus protagonistas revolotearon por mis neuronas con más sentido que nunca.

Primero, la extraña llamada de aquel joven, compañero de trabajo de Larry, que me reveló el engaño de mi marido la noche del viernes que decidí seguirle hasta el Golden:

«—¿Me dice que usted va a trabajar por Larry esta noche?

»—Así es… Él ha accedido a librar esta noche por mí, así yo podré librar el domingo por la mañana… Es un favor muy grande el que me hace, ¿sabe?

»—Pero supongo que mi marido habrá tomado hoy esa decisión…

»—No…, creo que… Larry se lo comentó a nuestro jefe hace mes y medio. […] Llevamos casi un mes cambiándonos el turno. Como sabrá, su marido ha librado los tres últimos viernes por la noche y yo, a cambio, los domingos por la mañana…».

Esa voz, ese acento irlandés… Sabía que la había vuelto a oír en alguna parte.

Jimmy. Era Jimmy. El fiel camarero que oficiaba todos los encargos de Cameron Collins en el hotel. ¡Maldita sea! Era el mismo muchacho que había acabado con el pecho reventado por esa bala reflectando en su punta el fin de mis días.

La titubeante voz de Larry no tardó en aparecer al sentir nuestro distanciamiento, cada vez más acusado y permanente:

«Quiero hablarte de algo. Prometí no contarte nada, no sé… He sido víctima de una trampa… No debí aceptar… Pero necesitábamos el dinero… No quería seguir pidiéndoles más a mis padres. No sé… Lo devolveré todo…

»Uno de los acuerdos era que yo debía entrar durante cuatro viernes a ese club y…

»Creo que hay personas que quieren que tú…».

El recelo, mi desengaño habían dejado a Larry con la palabra en la boca. Y a él no se le pasaría por la cabeza insistirme lo suficiente. Por ello, ambos seguiríamos pagando las consecuencias. Hasta el final.

La rememoración quedó atrás al encararme a Taylor, quien con un gesto de atención me empujó a la realidad de nuestra conversación.

—En tu visita a la cárcel —esbozó él—, me hablaste de esos dos tipos a los que oíste conspirar contra Cameron Collins tras ese nombre en clave, Isaak Shameel… ¿pudiste verle la cara a alguno?

—No. Aquel día no. El hall de los ascensores estaba oscuro. Solo llegué a distinguir el acento ruso de uno de ellos, al que tuve ocasión de ponerle cara y nombre en Dubái: Yuri Pávlov, esbirro de Alekséi Zharkov —dije. Aprovechándome de un breve silencio, busqué reordenar en la cabeza toda esa información que amenazaba con obstaculizar el discurrir de la mente—. Pero sigo sin comprender cómo Cameron estando en Canadá se aseguró de hacerme retornar a los pasos que supuestamente había dado yo como Amanda Baker. Por lo que me cuentas puedo llegar a entender la desvinculación total de mi tía en todo ese asunto; que la demencia senil le hiciera olvidar la razón misma del porqué de su residencia en un hotel como el Majestic, incluso es probable que llegase a olvidar al Cameron de hoy día. Así que en este último tiempo de poca gente podía servirse él para hacerme recordar mi experiencia como Amanda. Ni Jimmy, ni Craig Webter y ni mucho menos el señor Farrell llegaron a acompañarme durante las horas del día en el Majestic.

—¿Quieres que dé respuesta a eso?

—Sí.

—Estás segura…

—¡Habla ya, Taylor! —le contesté cansada—. Cuanto antes conozca la verdad, mucho mejor para todos…

Mi nuevo confidente apagó su cigarrillo, cruzó sus manos y reforzó el volumen de su voz para asegurarse una buena audición por mi parte.

—Como sabes, en ausencia de esos cuatro meses en que adoptó la identidad de Shameel, tu director de hotel decidió no arriesgarse a que cualquier cliente del Majestic reconociera en ti las facciones de Amanda, como tampoco exponerte a los que anduvieran buscándote, por lo que encomendó tu cuidado a su jefe de seguridad, Craig Webster. Le creó un empleo tapadera como nuevo jefe del Golden’s Club. —En este punto de su discurso, Taylor disminuyó progresivamente el tono, consciente del daño psicológico que comenzaba a ocasionarme—. Yvonne Williams apareció más tarde, como la encargada de transformarte en una zorra frente a los presidentes y magnates del mundo. Ella misma te sugirió un nombre nuevo, tal y como había aparecido el nombre de Amanda.

—También Yvonne… —susurré. Taylor asintió—. Cameron se atrevió a negarme su vinculación con ella… —murmuré. Me llevé las manos a la frente, incapaz de dar veracidad a semejante argucia por parte de todos los que me rodearon en el Majestic. Mi buena amiga posiblemente había jugado el mejor papel de su vida. Con esa revelación, otro pilar de mi esperanza caía derribado.

—Collins hubo de enfrentarte nuevamente a la señorita Williams, su gran colaboradora, la misma y única mujer que te había ayudado a crear el personaje de Amanda meses atrás. Un paso clave, una experiencia ya vivida para hacerte recordar con mayor rapidez. En tu segunda venida al Majestic, Craig Webster fue un nuevo eslabón para la cadena fabricada por Collins, al igual que tu marido Larry o tu tía. E indirectamente yo fui otro de sus malditos eslabones.

Mi recuerdo recuperó la noche en la que decidí seguir a Larry hasta el Golden. El primer encuentro con Craig Webster una hora más tarde:

«Yo creo que puede poner cachondo a cualquiera… Con esa mirada de miope y desnudita frente al fiscal jefe… ¿Sabes qué voy a hacer? Le voy a dar mi número de teléfono para que nos llame en cuanto pueda».

La tarjeta con su contacto surgió de su chaqueta directa a introducirse en mi bolso. Después el camino del éxito se mostró excesivamente accesible para la Castro.

Por último, vine a recordar las horas con Yvonne y su reiterada sonrisa, no exenta de cierta incomodidad:

«—Juraría haberte visto antes, en serio.

»—Querida, soy el prototipo calcado de cualquier rubia de Playboy. A veces dicen que me parezco a Jenna Jameson, otras a Claudia Evans… Pero quién sabe, quizá hayamos vivido nuestra última reencarnación juntas».

Me levanté del borde de la cama. Necesitaba alejarme de la voz de Taylor y de su punzante convicción. Todo encajaba. Para mi absoluta desgracia, todo se ajustaba con tal precisión que hasta sobraban las pruebas materiales que corroborasen cómo el influjo del dinero de Cameron había remolcado a las mezquinas mentes de Larry, Yvonne o Craig a interpretar sus papeles al atisbar mi inocencia. Caminé por la habitación con la misma agitación que incita a la cobaya a escapar del laberinto donde se ve forzada a morir de inanición.

—¿Y por qué sabes todo esto? —le cuestioné—. ¿Por qué tienes tú tanta información de Zharkov, de Cameron?

—Te he hablado varias veces de Gustav… Él me ha contado todo lo que sé. Ese tipo se las ingenió para pertenecer al ámbito más íntimo de los Zharkov y a la vez espiar los asuntos que Craig Webster llevaba entre manos en el club. En sus ratos libres, y entre chica y chica, yo le daba buena conversación además de buenos precios para su polvillo blanco. Tras un par de copas y esnifadas, su lengua se soltaba que daba gusto. Así descubrí el peligro que corrías. Sobra decirte que en los primeros meses ni se me ocurrió asociar tu presencia al pasado de Cameron Collins. Fue más tarde, días antes de que me metieran en la cárcel…

—Pero aún no lo veo claro, Taylor —aduje—. Por muy drogado que estuviera ese Gustav, ¿por qué detallarle a un camello de barra una información de ese calibre?

—¿Me menosprecias? —Taylor buscó un desaire inexistente entre las líneas de mi pregunta.

—Sabes a lo que me refiero…

—Tal vez se sintiera culpable por callar todo lo que sabía y necesitaba de alguna oreja amiga de confianza que lo asesorase… —me contestó encendiéndose un nuevo cigarro—. Es un tío algo inestable… Siempre con esa lucha interna por ser un hombre de bien a sabiendas de que tiene la batalla perdida con su presente ligado a los Zharkov.

Suspiré sin saber a qué atenerme. ¿Estaba Taylor intentando convencerme de todo menos de la verdad? ¿Qué garantías podía ofrecerme?

—No te creo… —me atreví a decir—. Si Yvonne también está metida en esta mierda, ¿por qué no ibas a estarlo tú?

—¿Tengo cara de hacerte daño? Mírame. Aquí, sin saber dónde refugiarte…, sin hallar el lugar donde protegerte. A estas horas Viktor Zharkov sabrá de mi fuga, de mi traición. Estoy jodido, al igual que tú. No lo olvides.

—No, Taylor. Nunca estarás más jodido que yo… Nunca te sentirás más miserable y cobarde que yo… Porque si nos cogen, tú morirás por una causa digna, la misma que buscó mi protección. —El aire restaba oxígeno a su entrada en los pulmones. Las lágrimas afloran dispuestas a desnudar mi alma delante de Taylor Hoover—. En cambio, yo moriré sabiendo que, a pesar de todo, nunca pude darle una oportunidad a lo que llevo dentro de mí…

—¿Qué quieres decir?

—Estoy embarazada, Taylor —le contesté evitando mirarle—. Y es de Cameron.

El tiempo en la habitación quedó paralizado. Él bajó un tanto los ojos. Y perdió su pensamiento en la nada, y en el todo, al mismo tiempo.

—Fue hace un mes exacto, el tres de enero —recordé. Me dolía sentir tan cerca la aversión de Taylor por el que iba a ser el hijo de su enemigo. Tan cerca, en mi vientre, compartiendo el aire de esa habitación, los tres. Decidí distanciarme un tanto de mi protector y caminar por la habitación; después continué hablándole—: Cameron no quiso jamás que me prostituyera, o eso he de creer… —Taylor seguía sin mirarme, quieto, meditabundo—. Esa noche pude escaparme de la vigilancia de Webster. Pero Craig llegó a descubrirme subiéndome al ascensor, agarrada al que iba a ser mi primer cliente. Me iba a prostituir por primera vez, con Muhammad, el príncipe árabe. Él era mi único salvoconducto para entrar a su fiesta de cumpleaños en el Burj Khalifa. Al poco de entrar a la suite con Muhammad decidí ir al baño. Y Cameron aprovechó ese momento para convencer y echar a Muhammad de la habitación. Al salir yo del baño, la habitación estaba a oscuras. Yo andaba algo bebida y… Cameron me hizo el amor sin yo saber que era él… —La vista comenzó a tiznarse de arenilla blanca. Y la tensión inició un peligroso descenso. Me sostuve con un brazo apoyado a una pared cercana—. Mi marido y su familia me habían tenido engañada… Sobornaron a un ginecólogo para que me convenciera de que yo era la estéril, y no Larry… Es difícil que comprendas ahora… Pero… Ya no puedo confiar en nadie… Ni en mí siquiera…

Pude dar tan solo otro par de pasos al frente. Me faltó la respiración. La sangre se me hizo plomo. Sentí a mi hijo estremecerse en el vientre. Y me desmayé.

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