Aria

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Martes 3 de febrero de 2015

10.09 p. m., Richmond, Virginia.

Desperté con una terrible sequedad en la boca. La habitación mantenía sus cortinas cerradas, por las que escapaban intensos haces de luz entre la estrecha abertura central. El aroma de la leche caliente y el cruasán recién hecho asentó los sentidos en la realidad.

—Buenos días… —me saludó Taylor sentado a los pies de la cama. Estaba recién salido de la ducha y un albornoz le cubría la imponente musculatura.

—¿Qué hora es? —balbucí con el cuerpo invadido por el entumecimiento.

—Pasado el mediodía. Has dormido unas trece horas. Ya estaba preocupado de que ese embarazo tuyo te hubiera inducido a tu segundo coma —me dijo armado con velada socarronería—. Para otra vez, avísame de tus desmayos. Por muy poco no llego a tiempo a cogerte al vuelo…

A mi derecha rebosaba de comida una bandeja sobre la mesilla de noche.

—Te he traído el desayuno… —repuso cabizbajo.

Me bebí entero el vaso de agua dispuesto sobre la bandeja.

—Gracias, Taylor. No he comido apenas desde que salí de Broken Bow.

—Y eso es lo que hace la gran mayoría de las embarazadas, ¿no? Dejar de comer para que su hijo crezca como es debido…

No le contesté. Me incorporé sobre el cabecero. Quedé asombrada por la magnitud de los alimentos para ingerir. En realidad me había levantado con un apetito voraz.

—Taylor, estas tres salchichas suman un cerdo entero… Y esos huevos… parecen de avestruz.

—Le he dicho al recepcionista que me trajera el desayuno más completo que pudiera hacerme. Debes comer.

Sin más palabras, Taylor me colocó sobre las piernas la bandeja apoyándola en una mesita de servicio para camas. Me preparé para darle el primer mordisco a la tostada con mermelada. Detuve el impulso al observar el estado intacto de la otra cama individual, anexa a la mía.

—¿Dónde has dormido? —le pregunté a mi compañero.

—Eso no importa. —Me contestó de espaldas, pegado a la ventana donde se ofrecía la vista completa del aparcamiento del motel. Algo me dijo que Taylor se había pasado toda la noche en esa misma posición, observando de pie, vigilando cada movimiento, cada falsa alarma.

—Taylor…, vuelve a casa. Sabré arreglármelas.

—No tengo adónde ir —repuso con la mirada perdida más allá del cristal de la ventana—. Al igual que tú, ya no me queda nada que ate mi vida a Washington. He sido yo el que ha decidido acompañarte en esto. Así que deja ya ese asunto en paz.

—En cuanto te despistes, desapareceré de tu lado —le amenacé—. Estoy dispuesta a joder a todo el que me ha tomado por una idiota. Encontraré información de Craig Webster y de Yvonne…

—¿Ya no quieres regresar a Broken Bow?

—¿Quieres que me plante aquí, sin hacer nada? ¡Maldita sea, Taylor! Todas las personas en las que confié han convertido mi vida en una jodida farsa. ¡No pienses que voy a quedarme con los brazos cruzados!

—Te estarás aquí quieta.

—Taylor, voy a ir hasta el fondo de este asunto. Es lo que querías, ¿no? Recuperar a Amanda… Ya no me importan las consecuencias. No me importa si Viktor Zharkov…

—Hazme el favor: abre la puta boca solo para comer —me interrumpió—. No quiero oírte hablar hasta que te lo hayas terminado todo.

—¿Quién te ha dado permiso para hablarme así? —le dije ante la brusquedad de su orden.

—Si no es la madre, ni el padre, alguien tendrá que mirar por el hijo… —respondió con contundente seriedad—. En tu estado no voy a permitir que te acerques a más peligros… Se acabó.

—Anoche estabas dispuesto a lanzarme a los lobos…

—He cambiado de opinión.

—¿Y qué hay con que este país se irá al infierno si Amanda no actúa?

—Se irá al infierno tarde o temprano, si no es esta semana, será a la siguiente. Ahora mi prioridad sois tú y tu hijo. Te llevaré a Broken Bow. Recuperarás el aspecto de Madison Greenwood e iniciarás una nueva vida. Yo ya sabré qué hacer con la mía…

—Ha sido por el desmayo… —le dije consciente de la escena de enorme fragilidad que le había mostrado mi salud la noche anterior.

—Eso no importa. Vas a alejarte definitivamente de esto. En cuanto te deje en Oklahoma, iré a Langley, al cuartel general de la CIA. Les contaré lo que sé de los Zharkov.

—Te detendrán.

—Eso no importa.

—Anoche me dijiste que la CIA, que ese Patrick Cromwell están dentro del triángulo de poder que me persigue. ¿Quién te ha dicho que pueden ser los buenos de esta película?

—Eso nunca podrá saberse…

—Ni hablar. No te entregarás a ellos.

—A estas alturas de la trama a alguien habremos de sacrificar.

—No permitiré que hagas eso…

—Comienza con tu desayuno. Se está enfriando.

* * *

Le hice caso. Tomé mi desayuno. Por supuesto que no pude con todo.

El mutismo calibró distancias entre Taylor y yo. Al menos una hora transcurrió a orden y acomodo del silencio. Me duché, me aseé y me vestí con la ropa que había comprado mi nuevo protector: unos cómodos vaqueros azules y un jersey negro de cuello vuelto. Para mi sorpresa, toda ella se ajustaba como un guante al cuerpo. Que un hombre tan rudo como aquel hubiera acertado en tallas femeninas era todo un logro o, quizá, toda una casualidad.

Salí del baño. Encontré a Taylor vestido con una camisa blanca, vaqueros negros y una chaqueta de invierno color camello. Intentó cruzar su mirada conmigo. No se lo permití.

Con aire esquivo, crucé la habitación. Tomé la bolsa vacía de las compras y comencé a meter en ella todo lo que le hacía falta a mi vagabundeo por la capital, hasta dar con el paradero de Yvonne, Craig Webster o Norman Farrell.

—Ya he pagado la habitación —repuso hierático—. Nos han dado una hora de margen para estar fuera. También he llenado el depósito del coche. Hasta Oklahoma nos quedan unas cuantas horas por delante.

—No voy a acompañarte, Taylor —le dije con raudo paso por la estancia—. Te he dicho que voy a Washington. Y no vas a detenerme. Saldaré cuentas con todos ellos. Tendrán que darme explicaciones, todos; hablarme de la verdad que indujo a Cameron a utilizarme de la forma en que lo había hecho.

Me cubrí con mi abrigo tres cuartos marrón y me lancé a la carrera hasta la puerta. Estaba decidida a abandonar a Taylor y coger un autobús hasta la capital. Ese hombre merecía mejor vida que la que malgastaría a mi lado.

Taylor me obstaculizó la entrada. Sus manos me blandieron los hombros y con un fuerte empuje me pegó la espalda contra una pared.

Una ardiente expiración le emanó de los labios:

—No me obligues a hacer nada que no quiera.

—¿Qué vas a hacer? ¿Violarme por segunda vez?

—No vuelvas a repetir eso —murmuró con el daño de mi palabra reflejado en el habla—. Estaba bebido…

—¿Y crees que eso te exime de culpa?

—Nunca te haría daño…

—Pues me lo hiciste. Esa noche te comportaste como un auténtico cerdo —me revolví entre su rabia—. Suéltame, Taylor. Nunca debiste entrar en esto.

—Solo intento protegerte, Madison… —acarició el largo de mis cabellos.

—Suéltame, Taylor —le insistí.

—No voy a perderte…

—Es imposible que me pierdas… —le encaré a los ojos—. Porque jamás me has tenido.

Me sostuvo la mirada, como si mis cinco últimas palabras le hubieran atravesado el cuerpo de lado a lado, como el peor de los ensartados.

—Lo sé. —Apartó su caricia de mi pelo—. Me lo repito cada día tantas veces como la cordura me lo permite. Por eso maldigo a Collins, por haberte traído hasta la barra del Golden. Espero que ese hijo de puta arda en el infierno. Que ese malnacido sufra cada segundo que sufro yo por saber que existes y no poder tenerte.

Taylor aminoró la fuerza de su agarre. Me soltó con ánimo abatido.

—Lo mejor es que vayamos cada uno por su camino —convine sin darme cuenta de haber utilizado las mismas palabras de Cameron en su despedida.

Respiró profundamente. Fijó su mirada. El gesto se le recompuso de repente:

—Sé lo que quieren todos de ti… —murmuró.

—¿Qué quieres decir…?

—Te contaré todo lo que todavía no sabes si prometes que regresarás hoy mismo a Broken Bow.

—No me gustan las promesas, Taylor.

—Entonces dame tu palabra.

—La perdí hace once años casándome con Larry —repuse—. Solo puedo asegurarte que, tras lo que me digas, reflexionaré sobre si merece la pena seguir arriesgando la vida de mi hijo.

Taylor me llevó a sentarme en mi cama deshecha. Retomó la posición de la noche anterior: sentado en su silla y con el semblante hundido en la memoria.

Crucé las piernas. No pude evitar un nuevo sentimiento de culpa al ver a Taylor de frente, en el naufragio de su vida tras provocarle la muerte a su padre. Tuve que llegar yo para complicarle aún más la existencia.

—Ya sabes que Cameron no actuó solo para hacerse con tu favor… —blandió.

—Dime… —interrumpí—. ¿También sonsacaste a tu amigo Gustav la información acerca de mi relación con Yvonne, Larry o Craig? Permíteme que lo dude… Por muy cerca que tu confidente estuviera de los Zharkov, son demasiados detalles…

—¿Quieres que empecemos por ahí?

—Por algún lado habrá que empezar…

—Sabías que ingresaron a Craig Webster en un hospital tres días antes de lanzarte a esa locura en Dubái, ¿no?

—Sí… Una peritonitis, creo recordar.

—Bien. Pues hace un par de días, en la mañana del pasado domingo, el día posterior a tu estúpida aventura en los Emiratos Árabes, dieron de alta a Webster. Entró en su casa alrededor de las doce del mediodía… ¿Adivinas quiénes le dieron la bienvenida? Cuatro hombres de fabricación Zharkov. Se lo llevaron. ¿Sabes lo que eso significa? Webster, la mano derecha de Collins, apresado. El único hombre que junto con Cromwell lo sabía todo acerca de su buen amigo y jefe. Craig desmembró todo el plan de Collins: su ocultación bajo el traje de Isaak Shameel, la adquisición para sus filas de una joven llamada Madison Greenwood, la misma que comandaron en una misión encubierta contra el presidente de la nación en marzo de 2014. Tus piernas ya podrían echar a correr. Mencionó a Yvonne como principal cómplice, y al idiota de tu marido como coautor de los primeros pasos del plan para que volvieras a pisar el Majestic. ¿Quieres saber cuánto dinero le pagó Collins a Larry para que le siguieras como una gatita faldera hasta el Golden’s Club? Por supuesto, nadie se imaginaría que la casualidad te invitaría a escuchar a esos dos conspiradores hablando de Isaak Shameel, que por cierto, aún no me has contado por qué pensaste que tras ese nombre en clave se hallaba Cameron Collins.

—Una fotografía trucada en el ordenador de Larry… —le contesté avergonzada de mi pasado de ingenuidad inconmensurable.

—Como puedes intuir, el poder de tu amado Cameron no tenía límites. ¿Vas a ponerle a tu hijo el nombre de su difunto padre? Porque si es así, puedo darte algunas alternativas para convencerte de lo contrario…

No le contesté. Con mi silencio supo que su comentario de mal gusto no me había hecho ninguna gracia. Pareció arrepentido de su sobrada ofensiva y recompuso el tono:

—¿Por dónde íbamos…? Sí… Los Zharkov encontraron vinculaciones directas de Webster con Shameel a través de una puta del Golden —prosiguió—. Se trataba de una chica llamada Stephanie James, de madre bielorrusa y padre criado en Vermont. Identificó los mismos rasgos de Collins en una fotografía robada de Shameel. La imagen a Collins fue tomada esa semana al desembarcar en el aeropuerto de Dubái. La puta desconocía que aquel bróker del petróleo fuera en realidad el director del Majestic. Pero estaba convencida de haber visto al tal Shameel hablar con el señor Webster un buen número de veces en los privados del Golden. Desde este lunes, el Majestic Warrior dejaría de ser el búnker que protegía a su director y a su concubina, Valentina Castro…

—¿Qué sabes de Yvonne? ¿Adónde fue?

—Nadie sabe dónde está esa zorra. Y no creas que me importa demasiado…

—¿Y Webster?

A esa última pregunta, Taylor carraspeó, y esquivó por enésima vez su mirada hacia los rincones más oscuros de la habitación.

—Supongo que te tranquilizará saber que anoche, a unas ciento setenta millas de Washington, una patrulla de navegación halló el cuerpo de Craig Webster, con un tiro en la cabeza, flotando en la bahía Chesapeake, cerca de la isla Tilghman. —Su mirada viajó a la pequeña televisión de nuestra habitación de motel—. Los informativos han sacado imágenes esta madrugada. Ajuste de cuentas entre narcotraficantes, dicen… Esos periodistas no tienen ni puta idea de lo que hablan… Al cadáver de Webster le faltaban dos dedos de la mano derecha… Si hubiera tardado más tiempo en confesar, posiblemente sus manos no serían más que muñones…

—Basta, no sigas… —le ordené.

Tuve que levantarme. Craig también había muerto. Un nudo en la garganta me sobrevino cargado de pena por aquellos que había creído de corazón noble sin resultar tales.

Retuve las lágrimas. El susurro de Taylor volvió a tronar a mi alrededor.

—Por otro lado, y como ya sabes, con el cadáver de Alekséi sacado de ese avión, Viktor Zharkov ha perdido el norte. Quiere venganza, no ya solo contra ti o contra Collins, sino contra todo el país.

—Enfrentarnos a Rusia… Es lo que me dijiste, ¿no? Culpabilizar al servicio de inteligencia ruso de los atentados en Dubái y Washington.

—No solo eso. En cuarenta y ocho horas, y en mitad del Desayuno de la Oración en el hotel Hilton, Viktor Zharkov atentará contra John W. Kent.

—¿Contra el presidente? —pronuncié.

—El asesinato de su hermano no es lo único que promueve la venganza de Zharkov contra el Gobierno. Por alguna razón que nadie sabe, la llave que robaste al presidente es el nexo de unión entre las tres organizaciones implicadas. Desconozco si el empresario armamentístico y Zharkov han unido fuerzas para intentar atentar contra Kent. Pero lo que está claro es que Viktor está dispuesto a joder a la parte que comenzó con la traición al triángulo de poder. Claro que la CIA es un enemigo demasiado disperso y escurridizo como para acabar con su reinado en un solo día.

—Solo si muere el presidente, desaparecerá la cúpula del servicio de inteligencia que lo protege… —especulé con un escalofrío recorriéndome la nuca.

—Dos presidentes muertos en apenas dos años no es buen currículum para ningún servicio de inteligencia que se precie. Dos pájaros de un tiro. Así actúan los Zharkov. En cuanto despidan a los actuales dirigentes de la CIA, Viktor irá a por ellos, uno por uno. Lo peor de todo es que, como acabas de referir, existe ese tercer pájaro al que Viktor Zharkov tiene previsto mancharle las alas con la sangre de los atentados: el servicio de inteligencia ruso.

—He pensado en ello, y no le veo lógica… —le expuse—. ¿Culpabilizar a sus propios compatriotas?

—Es el único as que le queda en la manga. Zharkov tiene topos tanto en las filas de la CIA como en la SVR de Rusia: agentes de espionaje, militares, ingenieros informáticos… Están preparados para actuar a un tiempo en cuanto Viktor Zharkov les alce la voz. Con la muerte ayer del ministro de Exteriores chino, y con el asesinato del presidente Kent a la vista, nos enfrentaremos, en poco más de un mes, a una crisis diplomática sin precedentes. Le seguirá el caos financiero, revueltas en las calles, en los senados de medio mundo, la venta de armas por las nubes, Zharkov recuperando su trono…

—Ya me hago a la idea, gracias —le corté tajante—. ¿Y toda esa amenaza se detendría con el solo gesto de devolverles la maldita llave?

—Eso hubiera sido posible hace cuatro días. Pero ahora falta otra de las llaves.

—¿Otra de las llaves? ¿Cuántas se supone que existen?

—Tres, según Gustav. Repartidas entre el magnate de armas, Alekséi Zharkov y el presidente. Al parecer, con la falta de una de las llaves ninguna de las otras dos podrá activar el mecanismo principal para el que fueron creadas. Forman una especie de puzle entre las tres, no sé si para guardar secretos de Estado o para recordar las veces que caga al día cada uno de sus propietarios.

—¿Quieres decir que las tres llaves, uniéndolas entre sí, forman una sola?

—Es muy probable. Gustav no pudo aclarármelo. Pero está claro que ese sistema, dividido en tres fragmentos, debe de tener un ensamble mecánico que acabe unificándolas para beneficio de sus dueños, y capaz de obstaculizar el movimiento de todas las partes con la ausencia de una sola de esas llaves. El robo de la segunda llave a Alekséi Zharkov es lo que ha llevado a su hermano mayor, Viktor, a desquiciarse, a planear casi sin tiempo el asesinato de John W. Kent. Desde ayer está convencido de que la CIA de Kent guarda en su poder las tres llaves desde la mañana en que aterrizasteis en esa presa de Baltimore. Eso significaría que la agencia de inteligencia podría hacer uso y desuso de todo dato e información que pueda revelarse con la conexión de los tres artefactos. Información que compartían por igual y en secreto las tres partes implicadas. —Taylor tragó saliva e hizo alarde de un movimiento contundente de las manos para reforzar su discurso—. Zharkov mantiene que tanto Shameel como Amanda han sido un farol creado por la CIA, o lo que es lo mismo, por el propio presidente para así fingir un robo que finalmente se hacía él, solo para destruir la alianza convenida por las tres llaves. De esta forma, soltaría el lastre de repartición de porcentajes del negocio de la guerra entre el fabricante ruso y la mafia Zharkov. Viktor cree que el presidente ha optado por respaldarse ahora con mafias y fábricas de armas más económicas y menos exigentes. Hoy por hoy, la producción ucraniana podría dejarle mejores márgenes al Gobierno de Kent, así como mayor rentabilidad a su ingreso en B. Pero te aseguro que las intenciones de Kent distan mucho de semejante propósito. Tanto el empresario de armas como los Zharkov han compartido su respectiva inocencia en el robo. Por lo visto, estas llaves fueron creadas por la NSA, la máxima agencia de seguridad del Estado y por tanto a las órdenes de Kent; y las otras dos partes de la alianza sabían que el presidente sería el único beneficiado si algún día el triacuerdo llegaba a romperse con la desaparición de tan solo una de las llaves. Y así ha sido. Con el robo de una de ellas en marzo de 2014, la que tú le usurpaste al presidente, sigue quedando, a día de hoy, expuesta y vendida toda la información grabada. Desde entonces, Zharkov ha especulado con la idea de que Kent, fingiendo hace casi un año el robo de su propia llave, les traicionaría, el día menos pensado, a él y al empresario de armas, solo por buscarse la exclusividad del negocio con Ucrania; incluso con el poder de llevarlos a ambos, los dos socios restantes, a la cárcel si por algún casual Kent utilizase a conveniencia una mínima parte de la base de datos oculta en esas llaves.

—Piensas entonces que el presidente es inocente, y que ha sido víctima de la trampa urdida por Cameron.

—Eso es.

—Y que yo le he servido de anzuelo a Cameron para desestabilizar la Triple Alianza.

Taylor asintió.

—Esto es más complejo de lo que imaginamos, Maddie. Pero es obvio pensar que existe una estrecha relación de esas llaves con el puto mercado negro de armas. Sabemos que las tres partes del triángulo formaron una coalición durante al menos cuatro años. Y tenemos a los supuestos fabricante, negociador y distribuidor de todo ese emporio armamentístico. El 16 de marzo de 2014, el señor Collins utilizó a Amanda para joder a los propietarios de las llaves. El que lograra hacerse con las tres llaves obtendría el control total de la Triple Alianza. ¿Adivinas la suma de millones de dólares resultante al mando de esas tres fuerzas? ¿El grado de control del mercado mundial de armas, abierto a continentes enteros? El señor Collins no dudó en utilizar el amor y lealtad de su chica de Oklahoma para hacerse con el poder de un imperio tan sucio como su intención contigo. Es fácil de entender. Una mujer, espía y prostituta, es el arma de corto alcance más potente que existe: ofrece el encanto que ciega a cualquier hombre, y el sexo que finalmente le pierde. Todo lo que posea el ciego por el sexo pasará a propiedad de la puta sin escrúpulos. Para tus tetas no existiría complicación alguna tratándose de un presidente harto de follarse al pellejo de su mujer.

—Has hablado del robo a Alekséi… De una segunda llave…

—Todo apunta a que la CIA se ha hecho con ella. La llave que guardaba el ruso consigo. La agencia de inteligencia acudió al lugar de vuestro amerizaje en Baltimore, adelantándose a los federales…

—Es imposible…, la policía local se personó al poco de escapar nosotros.

—Es lo que cree Zharkov. El caso es que unos buceadores, agentes del Estado, reflotaron todos los cadáveres metidos en ese avión. Algún policía, amigado a la CIA, aprovecharía para robarle la llave al fiambre ruso, quién sabe… Claro que en las noticias siguen convenciendo al mundo de que los muertos hallados en el avión fueron víctimas del choque contra la presa. Esconden las heridas de bala. A nadie interesa el tiroteo al que sobrevivisteis tú y Cameron Collins.

—Le maté yo…

—No entiendo…

—Yo le metí el tiro en la cabeza a Alekséi.

—¿Te viste obligada a hacerlo por boca de Collins…?

—No… Iban a matarnos… No tuve elección.

Taylor quedó meditabundo. ¿A qué otras barbaridades se había visto expuesta esa mujer? Su mirada lastimosa dio oxígeno a la imperecedera culpa que torturaba mi conciencia.

—Hiciste bien, Maddie —repuso finalmente.

Él decidió continuar, corriendo un tupido velo.

—Según Gustav, la segunda llave la portaba Alekséi Zharkov siempre consigo, oculta en bolsillos interiores de sus chaquetas o camisas. Por televisión comprobé cómo a su cadáver le faltaba la mitad derecha de su camisa. Es extraño pensar que para hacerse con la llave tuvieran que cortarle la camisa en vez de hurgar por su bolsillo sobre el pecho. Por ilógico que parezca, la discreción no debe ser el fuerte de la agencia de inteligencia.

—No fue la CIA… —murmuré nerviosa. Recordé la herida de Cameron. La manera en cómo yo había convertido parte de la camisa del ruso en el torniquete anudado a la pierna—. Yo fui quien le rajó esa camisa.

—¿Cómo? —soltó Taylor ante la abstracción de mi mirada tras la impactante revelación.

Caminé por la habitación con respiración agitada. Cerré los ojos. Catapulté la memoria a la noche en el Burj Khalifa, de brazo de Alekséi Zharkov. Ese aparato… Aquel de carcasa negra, similar a un iphone; puesto en funcionamiento a través de una contraseña que me había resistido a olvidar: «X322X». El ruso usó su «llave» para contactar con alguien vinculado a su misión contra Cameron, posiblemente con el comisario Burke. Al terminar volvió a introducir su iphone negro en el lugar de donde lo había extraído: el bolsillo exterior de su camisa cuya abertura quedaba cubierta por una solapa abotonada. Tras ser testigo de aquello, Zharkov me rescató de la soledad en el mismo momento en que convenía darle luz verde al ansia asesina de su preciosa Emperatriz Roja.

Incapaz de mantenerme quieta en un mismo metro cuadrado, Taylor se dedicó a presenciar el irrefrenable vaivén de mis pasos. Dejando atrás lo vivido en Dubái, el rastro de la memoria me condujo a evocar los últimos minutos vividos con Cameron en la

suite del Majestic Warrior. En mi mente quedó materializado el momento en que determiné deshacerme de la ropa sucia de Cameron tras su ducha. El trozo de camisa de Alekséi Zharkov en las manos, convertido en un retorcido y ensangrentado trapo. No vi la forma de destruirlo sin dejar rastro. Sin tiempo para pensar, acabé ocultándolo entre los pliegues de la manta verde del armario ropero, en el dormitorio de Gloria.

Respiré hondo. El destino me instaba a llegar hasta el centro mismo de la aviesa trama que había logrado calcinar todo cuanto Madison Greenwood reconocía como suyo. No me quedaba nada, tan solo el arrojo de comprobar lo inimaginable bajo las cenizas de una

suite sin pasado, abrasada por el fuego de la venganza.

Me acerqué. Taylor, sentado, a la espera de ofrecerle respuesta a lo agitado de mis movimientos. Respiré con toda la profundidad posible para afirmar:

—Creo que sé dónde está la llave de Zharkov.

Taylor no supo cómo mirarme, ajeno como estaba a la realidad que en segundos le descubriría.

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