Arena

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Los bártulos y las tablas de surf iban en la parte de atrás del vehículo de cualquier manera. En el casete sonaba Sly Dunbar. Tarareamos la canción a pesar de que estábamos molidos. Bebíamos botellas de agua de litro y medio que chocamos con fuerza como si fuera un brindis y comíamos frutos secos. La atmósfera transmitía agitación. La furgoneta dio un par de tirones más y traqueteó durante unos segundos por la cuesta.

—Joder, Manco.

—¿Quieres llevarla tú? Es un puto trasto.

—Cuatro ruedas, carrocería, volante…

—No me toques los cojones, Pipo. Haz algo y líate un cigarrillo de la risa.

Pipo cogió un trozo de hachís y lo quemó con el mechero. A continuación sacó un Camel, lo partió y lo mezcló, quemándolo otra vez. Lo esparció en el papel de liar y lo selló con saliva antes de encenderlo, dar una calada y pasárselo al Bocina. Este me lo pasó a mí y yo al Manco. Estaba con ellos y también en otros lugares. Le dije al Bocina que se pusiera de copiloto. Me eché entre los bártulos y las tablas de surf. Allí, durante aquel viaje, pese a la tensión de Pipo con el Manco y de las discusiones de los cuatro, nos sentimos liberados, sin cargas, reyes de aquel instante y de lo que viniese después, como si de ahí en adelante fuéramos dueños de nuestro porvenir. El aire grisáceo a causa de la calima se colaba por las ventanillas, un autoestopista. Varios turismos nos adelantaron. Incluso uno nos pitó.

—Eres un viejo conduciendo —se quejó el Bocina.

El Manco puso el intermitente y detuvo la Volkswagen en el arcén, con el intermitente sonando a la espera de una resolución.

—¿Qué coño haces? —gritó Pipo.

—¿Queréis llegar al Palmar? Pues dejad de tocarme las pelotas.

El Manco reanudó la marcha y dijo:

—El indicador de la gasolina no funciona.

—¿Cómo que no funciona?

—La flecha no se ha movido desde que salimos.

—Igual no se tiene que mover.

—¿Eres tonto o te lo haces? Si veis la señal de una gasolinera me lo decís.

Después de echar gasolina estiramos las piernas mientras bebíamos agua fría que acabábamos de comprar. El aire caliente era una plaga. Aunque ninguno lo comentó, deseábamos quitarnos cuanto antes el encargo del Alcalde. El sol convertía en una plancha incandescente la explanada de la gasolinera. El cemento producía burbujas al ojo humano. Vimos pasar coches de policía con las luces encendidas. Teníamos el portón trasero abierto y El Manco estaba sentado sobre la superficie del maletero. Removía las mochilas en busca de la suya.

—¿Y esto, Bruno? ¿Tú también?

Sostenía la bolsa negra Adidas.

—Como nos paren lo explicas tú, ¿no?

—No seas gafe. ¿Quién nos va a parar? —dije.

—Eres un tarado, como el mierda de tu… —soltó el Manco con rabia, pero no terminó la frase, sino que agachó la cabeza, como arrepentido. Tal vez por el calor o porque empezamos a tener conciencia de lo que íbamos a hacer, la situación no se relajó, se quedó como sostenida de una cuerda a punto de romperse. Entonces, el Bocina intervino como siempre para tratar de calmarnos.

—Déjalo, Bruno, ¿no ves que no puede evitarlo?

El Manco hizo un gesto de desprecio. Del asiento del copiloto cogí la maleta de herramientas y guardé la bolsa Adidas debajo de la plancha.

—¿Estás contento? —pregunté, pero el Manco no respondió.

Emprendimos el camino en silencio. Lo único que se oía era la boca del Bocina triturando patatas fritas. El casete estaba apagado. En San Pedro de Alcántara el tráfico se intensificó. Avanzábamos con lentitud. Un poco más adelante, en Estepona, nos vimos obligados a detenernos por la aglomeración de coches. Había turismos y furgonetas con las bacas llenas de bártulos cubiertos por plásticos y atados con cuerdas y gomas. Mucha gente bajaba de sus vehículos, esperando que se reanudara la circulación. La caravana se volvió kilométrica. En el cielo un helicóptero volaba en círculos. Los cuatro nos miramos sin saber qué decir.

—¿Qué hacemos? —preguntó Pipo.

—Pregunta a un policía.

—¿Yo?

—Joder.

El Manco paró el motor. De todas maneras no se podía seguir. Los coches estaban completamente detenidos.

—Será un accidente. Seguro que reanudamos la marcha en un rato —dije, más que nada por tranquilizarme, porque no me quitaba de la cabeza la bolsa con la coca.

—Voy a ver.

—No, Manco —dijo Pipo.

—Si no seguimos tendremos otro problema.

La mayoría de los que estaban allí parados eran familias magrebíes. Vimos al Manco acercarse a un guardia civil y conversar con él. El agente le señalaba la hilera serpenteante de coches que se perdía de nuestra vista. Algunos de los viajeros salían a cagar y mear en los arcenes, por lo que, de tanto en tanto, el aire traía un tufo considerable. Las moscas pululaban alegres en la fiesta. El helicóptero que sobrevolaba la zona consiguió posarse en el suelo a cierta distancia de donde nos encontrábamos. Del aparato salieron un par de hombres con bolsas de agua y comida, y la policía les ayudó a repartirlas. Al cabo de unos minutos llegaron dos ambulancias. El guardia civil le había dicho al Manco que la N-340 estaría cortada en el tramo de Estepona a Manilva durante al menos ocho horas. Que habían recibido una avalancha sin precedentes de magrebíes que se dirigían a Algeciras para tomar un ferry que les llevara a Tánger o Ceuta. Que había salido en todas las noticias, algo de lo que nosotros estábamos al margen. Nuestro mundo se encontraba al margen del mundo. Me acordé del Pérez. Pensé en si habría leído algo sobre el caos circulatorio, pese a que siempre iba con días de retraso en el repaso de los periódicos.

Aunque ninguno lo mencionó, teníamos un problema.

La temperatura llegaba a los cuarenta grados. Unos agentes nos alcanzaron una botella de agua y unos bocatas. Las moscas se plantaban en el sudor. Y un clima de cierto nerviosismo empezaba a palparse en el ambiente.

—¿Y ahora? ¿Ahora qué?

El Manco nos miraba a los tres.

—Ya no llegamos.

—Nos esperará. Si ha salido en las noticias sabe lo que sucede, ¿no? —expuso el Bocina.

—O no y estamos jodidos. Estamos muy jodidos.

—Eres un bocacabra —dijo Pipo.

—Boca de cabra —lo corrigió el Manco con altivez.

—Me importa un mojón. Te voy a partir la cara, payaso. Parece que te alegras de esta mierda.

Pipo se encaró con el Manco y el Bocina y yo los tuvimos que separar. Los tranquilizamos diciéndoles que solo nos faltaba liarla y que nos vinieran a registrar.

Y así nos quedamos, esperando que saltara la chispa de nuevo, sin saber cuándo llegaríamos a Algeciras, y con la duda de si lo haríamos a tiempo de recoger la mercancía.

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