Arena

Arena


55

Página 57 de 85

55

Hicimos la vuelta casi en silencio. El trayecto nos pareció más largo y pesado que la ida pese a que no perdimos diez horas en una caravana. Apenas nos salían las palabras. A ninguno le apetecía comentar el fin de semana. Parecíamos cuatro desconocidos que se acababan de conocer. El cielo encapotado se reflejaba en nuestro ánimo. Una atmósfera enrarecida. Los cuerpos pegajosos. El humo se quedaba dentro de la Volkswagen, un gas que volvía irrespirable el espacio. La tierra árida de los campos por los que pasábamos proyectaba su tristeza en el parabrisas. La resaca hacía estragos en nuestras cabezas y nos tenía de mal humor.

—¿Dejamos la furgo donde la pillamos? —preguntó el Manco.

—Sí —dije.

—¿Y las llaves?

—En los astilleros.

A medianoche el Manco logró encontrar un aparcamiento cerca de los astilleros. Después de coger las tablas y las mochilas y dejarlas en el suelo, junto al vehículo, saqué la caja de herramientas para levantar la plancha metálica donde había guardado la bolsa con la coca.

—Voy a dejar las llaves.

—¿Te acompañamos? —quiso saber el Bocina.

—No hace falta.

—Vale.

—¿Cómo que vale? —reclamó el Manco—. Esperad aquí, ya lo acompaño yo.

Fuimos andando en paralelo, callados, como dos soldados concentrados en una maniobra. Al aproximarnos a una puerta lateral de los astilleros, los perros del interior comenzaron a ladrar. Justo al llegar, antes de tocar el timbre, el Manco preguntó:

—¿Qué piensas decir? —El Manco buscaba mi complicidad, pero yo no respondí, apenas me quedaban fuerzas.

Como no apareció nadie, volvimos a tocar. La puerta se entreabrió y vimos el rostro enjuto y curtido de Falete, los tres perros alemanes seguían ladrando detrás de él. Le alcancé las llaves del vehículo.

—Está aparcada en la carreterilla. En la explanada de atrás no había sitio —le informó el Manco.

—¿Os habéis divertido?

El Manco iba a decir algo, pero notó mi gesto, al igual que Falete, y se contuvo.

—El Alcalde quiere que vayas a verlo esta noche al Wizz.

Los pastores alemanes continuaban ladrándonos. Falete cogió a uno del pelo y le pegó para que se callara. Luego insistió:

—¿Me habéis oído?

Ir a la siguiente página

Report Page