Arena

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La portada del libro me trajo un puñado de recuerdos enmascarados en vaho. Mi padre me leyó ese cuento durante las vacaciones de Calahonda. Fue el único. Algunas noches se sentaba y me lo leía después de darme una pastilla y un vaso de leche tibia. Mientras pasaba las páginas, mi mente iba desvaneciéndose de modo paulatino hacia otra dimensión: la luna se alejaba y se acercaba igual que un zoom; sentía los brazos y las piernas peludos como los de un lobo feroz; distinguía calcetines y zapatos de diferentes tallas que caían del cielo; el peso de un gigante que me presionaba la espalda o el corazón; los jadeos relinchantes de un caballo, los efluvios a sudor, colonia de marca y Ducados, los picores, la quemazón y la suavidad posterior y el frío; los abrazos leves, medianos y fuertes.

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