Arena

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Capítulo 1

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—Sirvo al Caminante administrando las Tierras del Oeste, y la supervisión de los juegos es algo que va unido de manera inseparable a la administración de todos esos lugares —siguió diciendo Zarel—. Como honor, eso es más que suficiente.

La hipocresía de su réplica hizo que Varnel sintiera un deseo casi incontenible de reír a carcajadas, pero el miedo se lo impidió. No temía a Zarel, sino a lo que podía estar acechando a su espalda en aquel mismo instante, aguardando invisible entre las sombras.

Miró nerviosamente a su alrededor, y un instante después comprendió que Zarel había percibido su fugaz momento de miedo.

—No, no está aquí... No vendrá hasta el último día del Festival, cuando acuda para el informe anual y para llevarse a quien haya vencido en el último combate.

—Y este incidente... ¿Figurará en el informe? —preguntó Varnel, llegando por fin a lo que realmente importaba.

—Ah, mi viejo amigo... Has sido muy generoso en el pasado. Bien, esta noche no va a ser necesario ejecutar el desagradable ritual del soborno para conseguir que el asunto sea olvidado. Considéralo como un regalo. Muchos combates se libran fuera de la arena, cierto, y si hubiese intentado acabar esa costumbre... Bueno, me temo que ya habría enloquecido hace mucho tiempo. Lo que tú y los otros Maestres de las Casas hagáis en vuestros territorios es asunto vuestro, no mío. Durante el resto del año podéis mataros en vuestras tierras como y cuando os plazca, y contratar a quien deseéis. Pero ahora vuestra Casa y las otras tres os habéis reunido en mi ciudad para poner a prueba las habilidades de vuestros luchadores, y eso sí que me concierne. Puedo esperar alguna que otra pelea con apuestas, pero un duelo a muerte librado ante los ojos de las turbas... No, eso está reservado para la arena. De lo contrario el caos se adueñaría de todo, y no pienso tolerarlo. Ya sé que las Casas lucharán entre ellas y no me sorprende que eso ocurra, pero os ruego que lo hagáis dentro de vuestros recintos. Es la tradición, pero las exhibiciones públicas quedan totalmente descartadas... Ese tipo de combates son para la Arena, y si los campesinos y gentes de más calidad quieren presenciarlos, siempre pueden pagar la entrada. Eso también es tradicional.

Varnel sintió el deseo de replicar que además el populacho pagaba para ver los combates en la arena, pero que no lo haría si podía ver todos los combates que quisiera gratis y en las calles.

—¿Nos hemos entendido el uno al otro? —acabó preguntando Zarel.

—Sí, nos hemos entendido —replicó Varnel en voz baja y suave.

—Bien, y ahora pasemos al otro problema. Ese luchador sin Casa, ese hanin... ¿Tenéis alguna descripción de él?

—Nadie de los míos estaba allí.

—Venga, venga... ¿Qué hay del apostador de vuestro combatiente?

Varnel se removió nerviosamente en su asiento.

Zarel rió y tomó otro sorbo de su copa.

—O vuestro hombre era un idiota que peleó únicamente porque quería obtener un hechizo más, o contaba con un apostador que se encargaría de desplumar a la multitud —dijo—. No me gustaría nada tener que pensar que todos tus combatientes son idiotas.

—El apostador fue arrojado a la grieta por la turba cuando se le acabó el dinero para pagarles sus apuestas después de que mi hombre fuese derrotado —replicó Varnel.

—Una reacción muy lógica, desde luego. Y ya que hablamos de eso, ahora hay una enorme grieta que tendrá sus buenos cuarenta metros de profundidad en el centro de una de mis calles de más tráfico... ¿Sabes cuánto dinero me va a costar hacerla desaparecer? Además, medio bloque de casuchas ardió hasta los cimientos, y hubo casi cincuenta muertos.

—Bueno, después de todo no son más que campesinos.

—Son mis campesinos, y eso significa cincuenta campesinos menos a la hora de pagar impuestos. Eso quiere decir que estos campesinos hacían su pequeña aportación al conjunto del maná mediante su mera existencia. Vamos, vamos, Varnel... La factura se incrementa continuamente. No estoy hablando de sobornos, sino de daños y perjuicios. No sé cuántas carretas de tierra se necesitarán para rellenar ese enorme agujero que creó tu hombre. Los costes de los funerales, reconstruir el bloque de casuchas... Todo eso va a costar mucho dinero.

—Como si ese dinero fuera a salir de tu bolsa —replicó Varnel sin inmutarse.

—¡No, maldición! —rugió Zarel—. Saldrá de la tuya, y esto no es un soborno. Es un resultado del compromiso que tu Casa y las otras Casas han asumido, y de su obligación de cargar con los daños que se produzcan en mi ciudad durante el Festival.

—¿Y qué hay de la Casa de Kestha? Fue el hombre de Kestha el que empezó la pelea —replicó Varnel.

—Oh, te aseguro que Tulan y su Casa también pagarán —dijo Zarel con dulzura.

«Apuesto a que lo harán», pensó Varnel con irritación mientras cogía el jarro de vino y se volvía a llenar la copa, pensando que por lo menos esos pequeños gastos corrían por cuenta de Zarel y que debía sacar el máximo provecho posible de ese hecho.

—Ese guerrero sin Casa también debería cargar con las consecuencias de lo que ha hecho, ¿no? —preguntó después.

—Oh, lo hará —replicó Zarel—. Antes de que ordene su descuartizamiento por haber luchado en mi ciudad sin contar con la sanción de una Casa, él también contribuirá a reparar los daños causados por el combate. El problema es que nadie sabe quién es ni adonde fue.

Varnel se sonrió.

—Pero seguramente los leales súbditos del Gran Maestre deben de arder en deseos de ayudar a la ley —dijo.

—Son escoria, eso es lo que son... Piensan que fue un espectáculo muy divertido. Ha hecho que ganaran dinero, y eso le ha convertido en su héroe... ¡Escoria repugnante! Se están riendo por las calles, y tu Casa también tiene su parte de culpa en lo ocurrido. Oh, cuento con las descripciones de costumbre, desde luego... Era negro, era blanco, era amarillo. Era alto, bajito, gordo, flacucho, tenía la cara marcada por la viruela, era de piel muy blanca y no había ni una sola señal en ella, con dos ojos, con un solo ojo... Lo único en lo que todos están de acuerdo es en que no pertenecía a ninguna Casa.

Varnel se reclinó en su asiento y desvió la mirada.

—¿Qué ocurre? —preguntó Zarel de repente.

Varnel se sobresaltó y se volvió hacia su anfitrión.

—Nada... No, nada.

Zarel miró fijamente a su invitado.

—Algo de lo que he dicho te ha puesto nervioso —dijo.

—No, es sólo que... Bueno, estaba haciéndome unas cuantas preguntas a mí mismo, nada más.

—¿Como cuáles?

—¿Quién es ese hombre? Mató a un luchador de tercer nivel, y eso resulta un poco inusual para un hanin. Normalmente cuando llegan a ese nivel de habilidad ya han conseguido entrar en alguna Casa..., o que les maten. Eso significa que es bueno, tan bueno como un maestro del tercer nivel... Y sin embargo carece de colores y no tiene Casa. Qué extraño...

Zarel desvió la mirada durante un momento.

Varnel tenía razón. Era algo muy extraño, y aparte de eso también estaba el hecho de que el hombre se hubiera esfumado sin dejar rastro. También había algo más que era más bien un presentimiento indefinible que un conocimiento claro, una sensación inexplicable de que algo no andaba bien y de que aquello no era meramente otro incidente, una pelea estúpida que ya habría sido olvidada al día siguiente. Zarel no sabía con exactitud de qué se trataba, pero ese curioso desasosiego suponía una advertencia a la que había que prestar la debida atención.

—Daremos con él —acabó diciendo con voz gélida.

Varnel le contempló por encima del borde de su copa y respondió a sus palabras con una sonrisa.

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